En 2016, año de su centenario, se corroboró el vigor de su obra
Por LUIS TOLEDO SANDE
Fotos: ARCHIVO LÓPEZ-NUSSA
“En mis mocedades, alguien me dijo: ‘Tienes buen ojo para las artes plásticas, puedes hacerte crítico; te lees cuatro libros y ya’. ¡He tenido que leerme cuatro mil y todavía!”
Como ilustrador, y sobre todo como crítico de arte, Leonel López-Nussa hizo época en esta revista. Lo confirma la muestra de su quehacer exegético incluida en la entrega especial que Noticias de Artecubano editó como catálogo de La pintura respetuosa, exposición que en mayo pasado se le dedicó en la Galería El Reino de Este Mundo, de la Biblioteca Nacional José Martí.
Autorretrato con Eva en mente, técnica mixta/cartulina, 1998.
Azucena Plasencia, quien trabajó con él en BOHEMIA, lo recuerda “caballeroso, galante, culto, amante de las artes –ballet, música, cine–; generoso, de talante humilde, modesto, sin poses ni alardes”, y lo define: “Revolucionario esencial, […] siempre atento al destino de su país”, y presto a hacer “de ‘corre y corre’ igual un texto de seis páginas […] que ilustraciones para un cuento. Sin que se le pagara extra por eso”. Fue “uno de los poderosos pilares de la sección de Cultura”, junto a su fundador y también pintor Ricardo Villares, los poetas Alcides Iznaga y Samuel Feijóo, “entre otros valiosos colaboradores”.
Luego de casi dos décadas en la publicación, ya septuagenario, decidió concentrarse en su propia obra, que nunca abandonó, por lo cual su mirada crítica se afilaba con un conocimiento íntimo del arte. Creador inquieto, colegas suyos recuerdan, entre otros ejemplos, su intensa participación en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana en los años 70.
Mujeres, óleo/tela, ca. 1985.
Marcó las páginas de BOHEMIA de tal modo que un libro de textos y dibujos suyos sería orgánico en la editorial, deseable y proyectada, con que la revista extendería la utilidad del tesoro acumulado en ella. De lo debido en particular a él, ya algo adelantó Letras Cubanas con el volumen Un guajiro en París.
El artista
El catálogo de La pintura respetuosa agrupa también, aparte de reproducciones de su obra, juicios sobre el lugar que le corresponde. Orlando Hernández, autor del artículo introductorio, considera “lamentable que la historia de nuestras artes plásticas siga estando reducida a unas pocas decenas de nombres y a esa simplificada selección de obras que es decretada por el gusto (a veces convencional, trillado, no comprometido) de nuestros estudiosos, de nuestros críticos y curadores de museos, o en su defecto, determinada por los especialistas del mercado”. También estima Hernández que López-Nussa expresó “la cubanía, el ser cubano, la identidad nacional cubana […] a pesar de haber vivido en varios países y de que muchas de sus mejores influencias provenían de los modernismos europeos, y especialmente de Picasso. En ese amplio espacio modernista y nacionalista […] posee un lugar indiscutible y un estilo totalmente identificable”.A juicio de Hernández, en ese entorno la producción de López-Nussa “quizás no ha sido de las más castigadas por nuestra habitual desmemoria, gracias a la perseverante gestión de la familia, especialmente a la actividad de su hija Krysia”. Tal afán ha propiciado aquilatar una labor que “pertenece a ese largo y fructífero momento de nuestra historia artística que algunos llaman período moderno, y que se extiende desde los lejanos años 30 hasta […] los mismísimos años 80” del siglo pasado.
Según Nelson Herrera Ysla, curador de la exposición, “vivió con desenfado, irreverencia y aventura […] la segunda mitad del siglo XX”. Fue “un ser privilegiado aunque no hayamos podido discernir aún, con total escrupulosidad, la importancia de esos últimos 40 años”: en ellos “surgieron las experiencias culturales más relevantes de la visualidad contemporánea cubana que llegan vivas y radiantes hasta nuestros días”.
CimientosY añade Herrera Ysla: “hizo lo que pocos podían atreverse [a hacer,] gracias a su gran capacidad para escribir textos críticos, dibujar, pintar, diseñar, viajar, cultivar amistades y extravagancias, y crear una familia de músicos, arquitectos, licenciados, desde una modestia económica que le permitía no muchos lujos y que supo aprovechar, eso sí, en Latinoamérica, Europa y en especial Francia, otra de sus patrias preferidas”.
Con ese bagaje levantó su obra, de la que Herrera Ysla sigue diciendo: “Se le conoce como dibujante más que todo, y con cierta razón pues le dedicó un libro a esa expresión que sigue siendo esencial a todo creador aunque algunos hoy la ignoren o no la tomen en cuenta como se merece”.
Fue “un crítico ‘incómodo’ sin el cual […] no entenderíamos mucho de lo que aconteció en el arte cubano durante décadas”. Compartió ese papel “con Adelaida de Juan, Juan Sánchez, Pedro de Oráa, Loló Soldevilla, Manuel López Oliva, Alejandro G. Alonso, José Veigas, en […] periódicos, revistas cubanas y catálogos”.
La música y los músicos tuvieron marcada presencia en su obra y en su vida. Cuarteto, óleo/tela, 1964.
El libro aludido por Herrera Ysla es El dibujo (1964), que en el mismo catálogo, en un artículo significativamente titulado La línea que se piensa a sí misma, Rafael Acosta de Arriba define así: “fue, es, como una bitácora de su pensamiento sobre el dibujo y acerca de ideas generales en torno al arte”.
El creador plástico Antonio Eligio Fernández, Tonel, aporta El pintor a quien todos deberíamos leer, texto en que afirma: “El tono de sus dibujos, en muchos sentidos, encuentra eco en su manera de escribir: el humor, la claridad y la fluidez de sus tintas es comparable al encadenamiento chispeante de sus ideas y frases, a su lenguaje elegante y mordaz, aunque nunca rebuscado”. Por su soltura se le puede asociar con Samuel Feijóo, quien “gustaba de envolver el análisis de tópicos diversos en frases rebosantes de humor y picardía”.
Sus hijos Krysia, Ernán y Ruy, y los hijos de este, Harold y Ruy Adrián.
Y concluye Tonel: “merece sin reservas la admiración y el estudio por parte del medio artístico cubano […] Su perseverancia y su ambición pueden comprobarse en el volumen de su obra […], resultado de un amor por el arte que él expresó siempre, de manera perspicaz, al escribir con generosidad y desenfado sobre el quehacer de otros artistas, muchos de los cuales, a no dudarlo, aprendieron a entender mejor su propio arte gracias a la mirada sagaz de este escritor incansable”.
Merecida justicia
Leonel Isaac López-Nussa Carrión nació el 20 de mayo de 1916 en La Habana, y su infancia transcurrió entre Puerto Rico y Pinar del Río. Cursó estudios, pocos, en San Alejandro. Fue, sobre todo, un autodidacto, y cultivó también la narrativa. Murió en La Habana el 28 de abril de 2004.
En su estudio (1991). Para entonces ya se dedicaba por entero a su arte.
Signos, Hoy, Lunes de Revolución, Granma, INRA, Cuba Internacional, Verde Olivo, La Gaceta de Cuba, Clave y Revolución y Cultura son, además de BOHEMIA, algunas de las publicaciones donde colaboró con textos o con ilustraciones, o con unos y otras.
Diseñó cubiertas de libros, y como ilustrador del volumen La tierra del mambí, de James O’Kelly, logró medalla de plata en la Feria Internacional del Libro de Leipzig, Alemania, en 1970. Uno de los reconocimientos que ganó en Cuba fue el Premio de la Crítica Guy Pérez Cisneros 2000 por la obra de la vida.
Relevantes críticos han destinado a su labor juicios que se leen en publicaciones seriadas y libros de Cuba y de otros países. Su compatriota Pedro de Oráa, escritor y poeta, ha sostenido: “Sus críticas alentaron contra viento y marea, y por muchos años, un ámbito casi desértico del pensamiento en esa especialidad, al punto de que su impronta, luego de su retiro de la práctica periodística, es aún recordada”.
Desde que en 1949 tuvo, en los Estados Unidos, su primera exposición personal, vendrían otras en esa nación, así como en Francia, Suiza, España, México y, naturalmente, Cuba. En esos países, en Inglaterra, Italia, Alemania, Costa Rica, Brasil y quizás otros se coleccionan obras suyas.
Apertura de la exposición La pintura respetuosa, 7 de mayo de 2016.
El conocimiento del mundo –vivió también en México y en Francia– reforzó en él una cubanía apreciable en los temas y en el lenguaje de su ejercicio crítico, en el que juicio acerado y sentido del humor coexistieron armónicamente. En sus dibujos la cubanía se percibe de manera particular en asuntos como las luchas por la independencia, la música y el deporte.
Desde la raíz, y crece
Cubano raigal y por voluntad, en la entrevista que en mayo de 1993 le hizo Maria [OJO: MARIA SIN TILDE] Poumier para la revista francesa Vericuetos declaró que, por su infancia pinareña, se consideraba “guajiro y tal vez por eso, cuando conocí a Samuel Feijóo en La Habana, nos hicimos amigos”. También recordó que tras el triunfo de la Revolución muchos abandonaban el país y alguien le preguntó por qué él se quedaba, pero no tuvo que contestar: “Mi madre, con sesenta y pico de años, bautista de religión, respondió en mi lugar: ‘¡Por fin somos cubanos!’”.
Como narrador publicó Recuerdos del 36 (relatos) y las novelas Tabaco y El pintor asesinado. Se ha reconocido su aporte al nacimiento del género policial en Cuba.
Tabaco: Mitos y Esclavos. Apuntes cubanos de historia agraria, de Enrique López Mesa, fue uno de los ganadores del Premio de la Crítica Científico-Técnica. (Foto: amazon.com).
Las exposiciones han hecho justicia al artista. El 13 de octubre último, en el Estudio Galería Los Oficios, se inauguró Musas majas y majas desNussa [sic], con obras suyas y de las pintoras Flora Fong, Isavel Gimeno, Nélida López y Zayda del Río, a quienes él dedicó en BOHEMIA el artículo Cuatro pintoras surgidas con la Revolución. El programa incluyó a su hijo Ernán, el pianista, quien protagonizó un estupendo concierto en la Basílica Menor del Convento San Francisco de Asís.
El 22 de diciembre, en la galería del Centro de Información Antonio Rodríguez Morey del Museo Nacional de Bellas Artes, abrió Ele Nussa, su letra, su arte, su música. Y en la sala-teatro del Museo se lucieron el percusionista y director del grupo La Academia, Ruy, hijo del creador cuyo centenario se celebraba, y los nietos de este e hijos de Ruy: Harold y Ruy Adrián, pianista y percusionista, respectivamente, quienes tuvieron a su cargo la mayor parte del programa. Se les sumaron varios invitados, y entre todos ofrecieron al público un concierto de lujo, lo que en este caso se dice sin miedo al lugar común.
Lo que ha venido haciéndose, y lo que se hará, mueve a exclamar con jubilosa certidumbre: ¡Leonel López-Nussa vive!
El juego de las casitas dura el tiempo que los niños y niñas, padres y madres en esta obra, demoren en armar el hogar de cocinitas, miniaturas de enceres, vajillas de estilos dispares, animales de granjas de otro juego, huidos de sus pesebres, que pastan entre los cacharros de la casita, en un surrealismo de un sueño de Dalí.
Cuando se reparten los libretos, personajes de la familia acuclillada alrededor de la carpa del liliputiense hogar, el juego ha terminado. Se trataba de hacer la casa, construirla. Vivir, vivir la vida es un juego tremendo que ya vendrá después.
Veo veo
Se debe jugar al Veo veo en salas de estar atiborradas de adornos, con paredes extenuadas del peso de cuadros sin autores y vitrinas gobernadas por muñecos de yeso, acatarrados por el polvo inalcanzable de la altura.
Veo veo, qué ves, una cosa…
En los días de apagón o noche adelantada, no nos queda más remedio que el cariño, cantado por boleros familiares. Y todos quieren jugar al Veo Veo, cuando nada nada se ve.
Palitos chinos
Vale el negro. El negro salva. Del derrumbe de colores uno a uno se juega el juego de los palitos chinos. Al niño que le tiemble la mano le irá mejor con el Nintendo.
Los yaquis
La sinfonía contra el suelo, música de los doce yaquis esparcidos, comienza la fiesta de salvar los diminutos seres de paticas cruzadas. Primero vamos al rescate de dos, de tres, de cuatro, hasta que los doce vuelven a la mano, sudada del empeño. La niña de diminuta mano no encuentra cómo dar cabida en ella a la pelotica saltarina y a los doce yaquis en la última jugada. En el piso de la casa dominical, después del baldeo sanador, los yaquis bailan su concierto en una amplitud reconfortante. El juego de yaquis convoca a los varones recalcitrantes, que no quieren doblegar su virilidad, al lanzamiento de la pelota, como de gelatina, suave. Después del primer juego, llega el descubrimiento varonil de que los yaquis son tan rudo juego de los reflejos como cubrir la ardiente tercera base del béisbol.
La prenda
En el campo cubano, en los bateyes y pueblos, se acompañaba la noche en las pobres casas, si se tenía fortuna, junto a un noble radio de hablar entrecortado. Si la gente era de medio vivir prefería reuniones de espiritismo o juegos tan simples como la prenda, en el que ni se grita ni se ofende al contrincante porque no hay oponente ni porfía.
La prenda fue primero juego de adultos de diminutas villas hasta convertirse en recreo de niños y niñas de grandes ciudades.
La delicada prenda, anillo, arete o piedrecita, se toma entre las manos y se pasea de jugador en jugador, guardada entre las palmas unidas como quien la ofrece a cada pretendiente, pero solo uno la recibe y deberá tenerla, atesorarla, si el rubor se lo permite sin delatarse ni arrepentirse.
Este juego, dulce e inocente, de cuando la gente era más buena que el boniatillo, también puede ser –bien jugado– el primer lance de amor de un joven desesperado.
La Ouija
La Ouija y otros juegos de adivinación o espíritus llevados y traídos son preferidos por adolescentes morbosos interesados por la muerte, como en otro momento se entusiasmarán por el sexo y el dinero o ya antes por el deporte o la moda.
Como la Ouija debe espantar, las tinieblas son imprescindibles y los ánimos agitados y la predisposición al miedo y a lo horrible.
Mienta o no mienta, la Ouija acierta, porque los jugadores leerán en su deletreo funerario acontecimientos vividos o creídos que les pondrán carne de gallina y el corazón de ratón.
En los delirios nocturnos de soledad y corruptela que se desabrochan en colegios, becas o campamentos agrícolas, donde cientos de jóvenes conviven, la Ouija tiene el éxito de una bomba de ramillete en una plaza cundida de gente apretujada.
De la explosión quedarán ilesos los que no crean ni en su ombligo o los que sepan que la muerte no habla ni consigo misma.
La gallinita ciega
Para abrazar a amigos, para tocar justificadamente al enamorado o la enamorada, se recomienda jugar a la gallinita ciega. Los pañuelos de tejidos muy finos obligan al vendado enceguecido a cerrar los ojos, para no descubrir los bultos gritones de finta en finta. En las fiestas donde aparecen invitados desconocidos la gallinita ciega salva las presentaciones con el toqueteo.
En las habitaciones de los amantes, jugadores empedernidos, el cloqueo desesperado de la gallina ciega endulza la persecución, hasta el último tacle de amor.
Los ahorcados
Los niños están jugando a los ahorcados. Ya se ha pedido la A y de la nada ha surgido, como divino, un trazo sobre el papel mal rasgado de lo que –dice el pintor– será el tronco curvado de un árbol que solo crecerá si lo cantado por el adivinador no pertenece a la palabra descuartizada en pequeñas rayas que descubren la cantidad de letras que la forman.
Han desfilado todas las vocales y las más comunes consonantes. Ya sospecha el jugador con cara de burlado y al otro lado de la palabra fragmentada, que al leerla parece más queja que concepto o sustantivo, aparece clara la intención de patíbulo del árbol que colgará al ahorcado.
Las damas
Han venido saltando a dar las voces oscuras, como son malas noticias, de que un ejército de guerreros encarnados ha devorado en el campo de batalla a todas nuestras fuerzas de negros caballeros.
Antes de morir por la fatiga, el mensajero dejó el aterrador delirio de su última historia: ‟los rojísimos monstruos enemigos se tragaban- el caballo incluido- a nuestros soldados uno a uno, solo con brincar con sus corceles de fuego sobre los confundidos jinetes, así desaparecidos”.
El parchís
En las tardes de invierno o frente frío, si no tienes una taza de chocolate y crujientes biscochos, tesoro o rareza de lo más alto del mueble de la cocina, juega al parchís.
Los dados del parchís no se lanzan desde el temblor por el dinero o la borrachera de los hombres, que saben hacer que salga siempre el número ganador, sino desde la carcajada de las piernas cruzadas. El parchís veraniego se acompaña con la limonada y el abaniqueo que sopla y vuela las fichas de los jugadores en un mar de colores sin dueño.
Como el parchís es un juego de azar se puede conversar de inauditas frivolidades mientras se espera el recorrido de los dados sobre la mesa o el suelo. En el parchís nos “comemos” a nuestros mejores amigos y nos quedamos “dormidos” porque no sale el número perfecto.
Soldaditos
No hay bandera ni general que seguir en el juego de los soldaditos. Ejércitos multicolores en alianzas a media luz, entre la sala y el baño, debajo del librero la emboscada, el francotirador apoyado donde debiera ir el cigarro en el cenicero.
Los carros de combate cubren el fuego de una aviación del futuro mientras naves espaciales derriten al enemigo con rayos que son el silbido del niño jugador. De pronto, entre portaviones, submarinos a secas, sin su mar, y explosiones de bulla, la llamada a comer y la traición brutal, deserción militar del verdadero y único último mohicano. Su ejército dormía la inocencia de la paz cuando el padre descuidado pisó el fuerte indio, en su apuro por llegar a la sopa humeante sobre la mesa del comedor.
Las cuquitas
La Barbie es la cuquita tridimensional. El entrenamiento femenino para ser madre, esposa, cocinera y paciente de toda la paciencia, pasaba una vez por vestir y desvestir las tambaleantes muñequitas de fina cartulina. Coleccionar cuquitas milicianas, bañistas, elegantes cuquitas de noche, era jugar a adelantar la vida, como hacen los cachorros de felinos cuando cazan la cola nerviosa de la madre. Todas las Barbies son iguales, padecen la rigidez cadavérica del maniquí, la elegancia delgada de las mujeres incómodas. Cada cuquita tenía su propia mirada y cabía en la libreta de la niña pobre y hacía tierna y buena a la niña rica.
Ponerle el rabo al burro
Las fiestas de cumpleaños siguen rituales insustituibles. Ponerle el rabo al burro es un momento de la puesta en escena que los padres han proyectado para sus hijos. Una fiesta de cumpleaños es una invención de los adultos para niñas y niños nunca consultados sobre sus gustos.
Debe haber un payaso que haga llorar de miedo a los bebés y que duerma al resto del público infantil. Debe haber una piñata, aunque la economía doméstica obligue a llenarla de papelitos de colores salteados con algún bombón.
Soplar las velitas y picar el cake son los actos centrales que se acompañarán por la canción coreada después del uno, dos y tres.
La habilidad de ubicar a ciegas el lugar exacto donde debe ir el rabo del burro es una aptitud poco compartida. Las largas filas de niños que esperan su turno para vendarse los ojos y probar la memoria sobre el burrito mocho, convertirán al pobre y risueño animal en un monstruo saeteado, de largas orejas y cola movediza.
Juegos de calle
El trompo
Liberado en un pronto por la cuerda, manchada de idas e idas, se va el trompo. En la mano la cosquilla de hierro hasta el cansancio y agitado termina, de lado en el contén de la carcomida acera. Las casas, la ciudad de mareo, quedan empobrecidas en cada vuelta del trompo. Él ha visto en los meses del embullo, antes que las bolas y los papalotes tengan su temporada, al niño que lo aprieta, hacerse hombre. Año a año la caricia más al libro o a la novia, que al trompo.
Otros juegos de vueltas han triunfado en la fiesta de los niños pero el trompo se carga en el bolsillo, no como el Tío Vivo, que está siempre enterrado en la gravilla fría del parque anochecido.
Telepón
Ha llegado el desastre de las lombrices, caracolitos y otros bichitos buenos. El telepón, punzón de niño, arma enfangada, cae mil veces en el día, hasta la tarde que no deja ver quién gana. Desde la frente, desde la nariz, desde la boca, las piruetas del telepón. En el mismo lugar empolvado de la memoria de los barrios pobres, vigila el telepón, con la ronda, la prenda, los cogidos, para volver cuando seamos simples como el viento.
El quemao
Los niños buenos no saben cómo jugar al quemao. El amiguito acorralado mira, con el desespero de la guerra, que será acribillado con la cabeza proyectil, muñeca decapitada en la adolescencia de las mujeres. La amistad está a prueba y la valentía. En la barbarie infantil, práctica de la muerte, se puede presenciar el paredón, infame pena para el que golpea a un jugador por encima de los hombros.
El Hula hula
¿El remeneo tropical es hereditario? ¿Lo son también el color de los ojos, la forma inaudita de una boca? Como no existe el gen del coqueteo al pestañear, ni el de la mordida en los propios labios para desesperar al aspirante sexual, tampoco es congénito el compás rítmico de las caderas, útil en el más acá en los ajetreos del baile. Bailar, una virtud principal en el Caribe, es parte del catauro del buen ser de nuestras tierras. El aro, elegante de la mano de la niña en el siglo XIX, gira frenético en la cintura descompuesta de las niñas del XXI. El Hula hula redondea, dibuja la silueta palpitante de la mujer cubana. Los hombres y mujeres admiradores de la belleza, deberían adorar al Hula hula como una especie de juego nacional.
La Chivichana
Sique siendo una escuela de constructores la temporada feliz en que las calles, portales y azoteas se levantan temprano por el jubileo de niños que van a hacer una chivichana.
Las tablas duras pero finas, los travesaños de madera sólida cortada en pequeños troncos, los clavos, las cajas de bolas, las sogas que servirán de timones, todo buscado de casa en casa, de tarequera en tarequera en la complicidad orgullosa de los padres, tranquilos de lo sano de la obra.
Pero cuando el artefacto queda hecho y sus ruedas brillan y chillan en las aceras, los padres se trastornan porque saben que no habrá loma sin ser desvirgada por la caída de la chivichana.
Los barrios de la Habana –algunos de ellos cansados de pendientes y colinas– son el paraíso de las chivichanas.
Cuando yo me tiraba –de copiloto por mi menor edad y rango chivichanero– de las lomas de Santos Suárez, a caer al parque de las pipas o por la pendiente de Santa Irene pasando frente a la casa de Pelayo y su cotorra, no sabía que esa felicidad y aquella cosquilla del vacío serían joyas selectas entre las prendas de mi vida.
Los escondidos
No me gustaba ‟quedarme” en los escondidos. Dejar la base era como abandonar la paz de lo seguro. El voceo de ‟sal de la base gallina, pon un huevo en la esquina” humillaba mis creencias sobre la valentía. Los vecinos, pendientes desde balcones y portales de la bravura del juego, a veces soplaban el escondite de alguno de los clandestinos. Y yo me hacía el sordo o el embrutecido, no porque fuera tan bueno, sino porque sabía que después iba a ser yo el delatado. Como ya desde infante quería ser un héroe, salvar, de último, a todos los atrapados, me hacía dormir tranquilo.
El taco
De acera a acera se juega el taco más exigente de Cuba. Un corcho de una botella, veleidoso como la brisa, debe ser la pelota auténtica del taco. De bate, un palo de escoba recortado. El tacto para batear el taco enloquecido hace al pelotero cubano un jugador muy deseable para cualquier equipo. De las carpinterías se puede hurtar la recortería del serrucho y el cepillo para hacer tacos de más rebote y más peligro para el pitcher. Los tacos de apretado papel encerrado entre la cinta adhesiva, son más brillantes y golpeables que los de trapos envueltos en medias abandonadas por sus tantos orificios. Regresaré al taco toda mi vida, como hago con el mar y los viejos lugares de donde me he ido.
Las bolas
Es la temporada de las bolas. Los mejores tiros de colores, bolones y tiritos abigarrados, para adornar el juego y llamar la atención del público que observa, han reaparecido después de un año de encierro tras el embullo de los trompos y los patines lineales. La modalidad preferida se juega sobre la tierra seca, casi polvo pisado. En el centro del campo de contienda un hoyo pequeño humea de apetito. Los jugadores, uno a uno, con elegantes movimientos de ballet clásico lanzan la bola que les servirá en la competencia y solo comenzará cada jugador a mover su bala cuando haya “angollado”. Cada golpe de la bola del contrario tiene nombre: prima, que debe ser un golpe corto para poder seguir, pata, que lleva el riesgo del alejamiento, porque el pie del niño contrario debe caber entre bola y bola. La sola es el quimbe final. Después, al hoyo ganador. Los jugadores se retiran cuando ni sol ni bombillo son suficientes para ver. No hay fanáticos en los portales, ni abuelos que regañan por la bulla. Yéndose parecen pistoleros después del duelo, los niños de la tarde, con sus medias colgadas de los pantaloncitos, repletas de las bolas de los perdedores, que han pagado al mejor, por cada derrota una bola preciada.
Los patines
Los patines, en los 80, no alcanzaban para que cada niño pudiera usar dos y patinar como se debe. El patinaje era otro de los momentos de la convivencia infantil donde debíamos demostrar aptitudes para la solidaridad y la confraternidad. Se hacía una cola. Otra más. La cola, tan simbólica como la palma real, nos enseña a esperar, a tolerar, a conversar sin querer conversar, a “marcar”, a “rotar”, y a “vender turnos”, cuando no se tiene otra cosa que hacer. La cola para el patín, de plástico y acero, era rígida y disciplinada, como la que se hacía para la única bicicleta de la cuadra. El sonido del patín, impulsado como una carriola por el pie libre, me acompaña todavía. Cuando crecí y me encarceló la nostalgia y el amor entumeció mis ganas de jugar, los patines lineales, coloridos, profesionales, aerodinámicos y caros, volvieron a dividir a los niños en tenedores y no tenedores, pero jamás he vuelto a ver una cola para un único patín.
El papalote
El miedo de los padres a las azoteas se convierte con el crecimiento de los niños en el miedo a los papalotes. Es preferible que el hijo olvide los rigores de la aventura del viento y los cordeles a favor de juegos más del piso como el pon o el cuatro esquinas.
El niño que no construya un papalote o cometa gigante, burlador de la chiringa de aprendices del vuelo, no entrena sus manos en la finura de la confección de cosas bellas.
A los niños de ahora yo les digo que empinen papalotes, suelten pita, ovillo de la abuela, guardado para obras que no llegan. Yo, que le tuve y le tengo pavor a los aleros, equilibrios vacíos de la altura, no gocé el ascenso, como algo de uno que se escapa, del papalote colorido, brillante de cuchillas y cola de reguero de trapitos, picoteo de la ropa vieja.
Los papalotes, cuando dicen adiós detrás de los edificios de La Habana, me recuerdan lo que a mi infancia le debo y el pánico que me queda, desde niño, a todo lo que pueda irse a bolina.
La suiza
Los suizos deben llamarle a este juego “la cuerda”. Saltar suiza es ejercicio preferido de púgiles y de muchachas obsesionadas con adelgazar. El silbido de la suiza al herir el aire es un sonido que recuerda a los adultos todo lo que dejaron atrás. El golpe al mentón que saca de combate al boxeador se debe, tal vez, a que no aprendió a moverse con rapidez, usando la suiza. Las muchachas impotentes frente a los rigores de las dietas para enflaquecer, han olvidado que podrían devorar una res (licencia del escritor) si saltaran día a día al canto de la suiza.
Barriletes y coroneles
Los niños y las niñas del oriente cubano llamaban barrilete (cuando mi mamá era una muchachita de guayaba del Perú y níspero por la mañana) a lo que en La Habana se conoce todavía como papalote.
Si un papalote crece y crece se hace coronel porque lo ascienden en grados militares y hasta el cielo. El cometa que los niños de toda Cuba llamaban y llaman coronel debe ser empinado con cuerda gorda y fuerza de batallón, si no quiere el niño temerario volar por los aires hasta confundirse con las palomas que de tan lejos nos parecen punticos blancos sobre el gran azul.
El día del juguete
Cuando éramos pobres y buenos y nos queríamos porque no había otra forma de ser feliz, yo era un niño y los juguetes estaban en las lejanas vidrieras de Monte o en las cercanas gavetas de los infantes con padres viajadores. Cada verano, en julio, el día del juguete. Uno básico, otro dirigido, uno no básico: la burocracia del juguete. Mi madre “alcanzaba” siempre bolas, tan baratas, soldaditos, tan iguales, y pelotas, tan queridas. Jamás tuve la plateada pistola o los galácticos robots, hechos para niños sin ternura. Había niños que yo envidiaba sin saberlo ni decirlo, por alguna presunción hermosa de mi alma, que no jugaban con sus perfectos carritos, mis preferidos, sino que adornaban sus casas, a la vista de todos con aquellas maquinitas nunca chocadas ni despeñadas desde el brazo de un sofá.
Los juguetes soviéticos
Cuando mi padre comenzó –él también– a viajar, yo era un niño que jugaba con cajitas de fósforos y máscaras de fiestas de crudo cartón y pistolas planas, sin sonido ni color. Pero no debemos entristecernos porque hoy no me acuerdo de este sinsabor. Y –¡viva el CAME!– papá juró ante su rojo glorioso panteón traer solo juguetes de su primer viaje traedor. ¡Hurra! El ejército liberador de la gran guerra patria, el decente cocodrilo Guená, fumador por demás, hermosas pistolas casi de verdad, la perrita sonora, con los mismos ojos de mi hermana Juliette, un gallo con botas, un león bonachón, una ardilla quejosa. Todos vinieron viaje a viaje, a llenar las repisas de la única y desquiciada habitación del hogar familiar. Hasta que un día, de suceso en suceso, sin notar el cambiar, me enteré de que Guená era un alto capo de la mafia moscovita, que San Basilio no tenía cúpulas de helado y de que a Lenin y a mi infancia soviética los querían enterrar.
Está considerado como uno de los investigadores más connotados de la historia de nuestras raíces culturales, en especial, con lo relacionado con los procesos etnoculturales y componentes étnicos de la nación cubana, entre otros. Y es que acerca del Doctor en Ciencias Históricas, Profesor e Investigador Titular y Licenciado en Historia del Arte, Jesús Guanche Pérez, siempre habrá que hablar en letras mayúsculas por la riqueza de su bregar académico-científico, la exquisita sencillez que le distingue y sus extraordinarios aportes a la profundización y divulgación de los estudios e investigaciones sobre la cultura cubana en general.
El Doctor en Ciencias Históricas Jesús Guanche Pérez. Foto: Internet
Entre los reconocimientos que le han sido conferidos se hallan la Distinción por la Cultura Nacional, el Premio Nacional de Investigación Cultural (2013), además de ser miembro del Comité Científico Internacional del Proyecto de la UNESCO “La Ruta del Esclavo” y de la Junta Directiva de la Fundación Fernando Ortiz. Igualmente, es un prolífero autor de cientos de trabajos publicados en Cuba y en otros países de América y de Europa.
En entrevista concedida al sitio web de la Uneac, destacó: “(…) Ahora es más actual hablar de cubanía y crecimiento demográfico, un verdadero desafío en el presente y el futuro para la existencia misma de la nación que envejece más rápido que lo que merece”.
Usted posee un amplio trabajo monográfico sobre procesos etnoculturales. ¿Qué lo llevó a la realización de dichos estudios e investigaciones y a la elección de una disciplina como la Antropología?
Todos esos son temas que de un modo u otro envuelven la riqueza y complejidad de la cultura cubana con una visión inclusiva. Los diversos componentes humanos de la cubanidad hay que verlos desde la presencia aborigen hace varios miles de años, antes del arribo de los europeos, hasta la formación y consolidación de la nación, cuando la población propiamente cubana es mayoría constante y creciente, en convivencia con otros grupos humanos venidos de los más disímiles rincones del orbe.
En el caso de la Antropología, si bien nació en el siglo XIX como un campo del conocimiento por y para el colonialismo, fue poco a poco ampliando y diversificando su objeto de estudio y su visión de la realidad. Hoy, más que un recurso para la liberación del propio conocimiento, es un campo que posee una cualidad abierta a la transdisciplinariedad y a la valoración multifactorial de los procesos culturales, sociales, biológicos, migratorios, históricos y de otra índole”.
¿El antropólogo, historiador, etnólogo, musicólogo y lingüista Don Fernando Ortiz es el elegido principal para sus estudios al respecto? ¿Existe para usted alguna otra fuente bibliográfica?
Fernando Ortiz es una fuente a tomar en consideración, pero no lo considero ni remotamente el elegido principal. Hay muchos, muchísimos autores antes y después de Ortiz. Por suerte, para los investigadores cubanos existen muchísimas fuentes para estudiar los temas de la cultura nacional. En el caso de Ortiz, hay que valorarlo en su justa medida y época, con sus aportes y desaciertos. Lo más trascendental y valioso de Ortiz es que abrió muchos senderos para estudios posteriores. Esa es una continuidad que hoy está presente en múltiples autores cubanos y de otros países.
¿Cuál es su valoración sobre la obra de Fernando Ortiz El engaño de las razas.
El engaño de las razas es toda una batalla ideológica contra el racismo, o contra los racismos, como él mismo decía, y en cierta medida contra sí mismo como autor en crecimiento y superación. No podemos olvidar que en una etapa temprana e inmadura como intelectual, Ortiz estuvo influido por la antropología criminal italiana, marcada por las obras de Césare Lombroso y Enrico Ferry, de marcada tendencia racista y criminosa a priori. De esa tendencia se zafó luego de escribir Los negros brujos, en 1906. Cuando escribe en 1916 Los negros esclavos ya da un primer paso trascendental para comenzar a vindicar el legado africano en la cultura cubana. Esta línea antirracista la sigue en el resto de su obra, especialmente luego de conocer una parte de los textos de José Martí.
El engaño de las razas, de 1945, es una obra de un Fernando Ortiz en plena lucha contra el estigma de los racismos. Es una obra que no culmina ahí, sino que la continúa mediante acciones de divulgación social y científica. Por eso, cuando hace poco compilamos y publicamos el libro Fernando Ortiz contra la raza y los racismos (2013), lo vemos en La Universidad del Aire, por radio; en el Club Atenas, en la Universidad de La Habana y en otros espacios de socialización de sus ideas.
¿Ha explorado los orígenes e historia de las culturas de las pequeñas islas caribeñas (Caribe anglófono y francófono) y su relación e influencia actual con el Caribe hispano?
Las relaciones culturales del Caribe hispanohablante han sido y son constantes desde el siglo XVI hasta el presente. De eso se ha escrito y se seguirá escribiendo. Recuerdo que gracias al empeño del historiador Jorge Ibarra, realizamos en 1991 en la ciudad de Holguín un encuentro sobre “Identidad Nacional y Cultural de las Antillas Hispanoparlantes” que fue publicado como un suplemento de la revista iberoamericana Pragensia, en su quinto número; y luego se efectuaron otros eventos en Santo Domingo y San Juan.
En el orden estrictamente lingüístico no podemos pasar por alto la diversidad lingüística del Caribe insular: un total de 25,7 millones de habitantes son hispanohablantes (60,9%); 9,8 millones son francohablantes (23,2%); 5,3 millones son anglohablantes (12,7%), y el resto, criollohablantes, nerlandéshablantes y otras lenguas (1,9; 0,71; y 0.5%, respectivamente). De manera que nos referimos a más del 60% de la población del Caribe insular, y la cifra se multiplica si incluimos el Gran Caribe.
En una entrevista que le realicé al profesor universitario y escritor Juan Nicolás Padrón, este planteaba que: “(…) Después de la invasión de Europa en 1492, el racismo de los colonialistas españoles trajo consigo tres variantes a América: la aplicación de `la limpieza de sangre´, para los súbditos de la Corona, la discusión de si los indígenas americanos poseían o no alma, y una oprobiosa discriminación racial hacia los esclavos africanos”. ¿Cuál es su criterio?
El tema de la discriminación racial tiene su historia, sus matices e interpretaciones. Mientras no haya conciencia plena de que es un constructo social engañoso, perverso y morboso para eternizar las desigualdades humanas, seguiremos esclavos de las apariencias y de las discusiones bizantinas sobre lo irreal. La genética ha demostrado el origen africano de la especie humana y las múltiples mezclas a través de los matrimonios, así como la adaptabilidad de la especie humana a los más variados ecosistemas; pero permanece y se reproduce el prejuicio ideológico para mantener privilegios y accesos.
Por eso el propio Ortiz proponía alcanzar la indiferenciación en relación con el color de la piel, para oponer la cultura, y sus cualidades, a la falsa noción de “raza”. Proponía alcanzar la verdadera condición humana para superar esta cualidad inhumana que es creer en “el engaño las razas”.
¿Qué es lo que está por estudiar, en relación con el actual medio cultural americano, donde nacen y actúan los afrodescendientes? ¿Es el surgimiento y confrontación social y ética de una raza cósmica conformada por todos los ingredientes universales?
No olvidemos que lo tenido por “afrodescendiente” también es un constructo académico de orden político elaborado en Durban, Sudáfrica, con variados matices polisémicos.
Puede considerarse una denominación genérica y controvertida para designar en Las Américas y el Caribe a los descendientes, directa e indirectamente, de africanos esclavizados desde la época colonial. De modo genérico hace referencia a las personas melanodermas (del color de la piel identificado como negro) o mezcladas con europeos (mulatos) o con aborígenes (mestizos), nacidas fuera de África, desde el punto de vista del fenotipo.
Sin embargo, genéticamente toda la población del orbe es afrodescendiente, con múltiples mutaciones y adaptaciones a los más disímiles ecosistemas. El término se emplea más con una acepción política que científica, pues alude a los derechos y aspiraciones de grupos humanos más desfavorecidos socialmente; y tiene variadas acepciones, interpretaciones y posiciones contradictorias.
Desde el punto de vista de la antropogénesis más general, todos los seres humanos somos afrodescendientes, por lo que el término envuelve a toda la humanidad y no se encuentra circunscrita a una parte de ella. Esta acepción inclusiva, antirracista y antidiscriminatoria es la menos utilizada por las personas melanodermas que reclaman derechos.
Se emplea como una denominación particular que sustituye al término negro o negra, como en EE.UU., donde se le ha dado una connotación despectiva, y el nuevo término adquiere una connotación distintiva, dignificadora y diferenciadora de otros fenotipos humanos. También ha sido interpretado como un tipo de racismo en dirección contraria o como rechazo al racismo implementado en ese país.
La anterior acepción es trasladada de múltiples maneras a las demandas reivindicadoras de grupos humanos en América Latina y el Caribe, por lo que de modo consciente o inconsciente, niega, neutraliza, silencia o sustituye las denominaciones nacionales (gentilicios) y el reconocimiento a la formación de los estados nacionales: brasileño por afrobrasileño, uruguayo por afrouruguayo, por ejemplo; es decir, un discurso diferenciador y separatista en un contexto regional de integración. Esto no es gratuito ni ingenuo.
Por su intencional polisemia, el término es aceptado por unos y rechazado por otros, pues tiene más una significación política que sociocultural o étnica.
Los siglos del XVI al XVIII constituyen el período de la acumulación de capital por las emergentes potencias europeas. Europa acumula el capital, África aporta la mano de obra y América la materia prima para la manufactura europea. Según estudiosos, sin el desarrollo del comercio esclavo atlántico y de la esclavitud en América, no se hubiera formado la era del capitalismo. ¿Cuál es su opinión al respecto?
La semana pasada culminamos un evento en la Casa de África de la Oficina del Historiador sobre “El comercio de esclavos a Cuba: nuevas perspectivas de investigación”, auspiciado por Afro-Latin American Research Institute, Hutchins Center de la Harvard University, y precisamente ahí se desmontó el mito o la visión limitada del llamado “comercio triangular”.
La trata esclavista moderna fue un fenómeno global y multifactorial con infinidad de matices. Se reconoció el constante papel de la trata transamericana y caribeña en todo ese proceso, el papel de las metrópolis europeas y de las jefaturas costeras africanas, así como el permanente contrabando de esclavos hacia los más diversos destinos. La trata fue decisiva en la acumulación de capitales, por eso muchos traficantes devinieron banqueros dedicados a la especulación financiera. Después vienen las interpretaciones y los olvidos. Hay exmetrópolis que no desean hablar del tema o que lo interpretan de otro modo, e investigadores que sacan a la luz nuevas fuentes al respecto. El tema sigue abierto a todo lo que falta por aportar.
Razas y cubanidad, ¿cómo interactúan actualmente?
Cuando se publica Cubanidad y cubanía, de Fernando Ortiz, ya este autor da por sentado que la noción de raza no tenía lugar en ese binomio, al contrario, es un estigma contra el desarrollo sano de la nación. De todos modos, no hay que darle tregua a ninguna manifestación de racismo o de discriminación en cualquiera de sus formas.
Ahora es más actual hablar de cubanía y crecimiento demográfico, un verdadero desafío en el presente y el futuro para la existencia misma de la nación, que envejece más rápido que lo que merece.
¿Alguna otra obra inmediata en el tintero?
Debe salir en algún momento Iconografía de africanos y descendientes en Cuba, una valoración de la pintura, el grabado, la fotografía y la caricatura en su visión múltiple durante la época colonial.
No habrá monumentos,ni esculturas, ni avenidas, ni plazasque lleven su nombre pero no habrá Cuba sin Fidel y eso lo sabemos todos. Hay una obra imborrable que marcó un antes y un después en la historia de Cuba, de América Latina y en la historia universal y que aún despierta admiración por la rara coherencia entre el noble sueño de una generación y su legado. El que revise hoy las prioridades del proyecto de presupuesto que aprobó el parlamento cubano en diciembre del 2016 comprenderá.
Perdurará en su pueblo que, por primera vez en la historia, alcanzó su libertad, su dignidad, su independencia y soberanía con un proceso que suscita la admiración y respeto del mundo entero y que ha conducido a Cuba el lugar número 44 en el índice de desarrollo humano.
Es una obra joven e inacabada, siempre asediada, en la que sobran los aciertos con beneficios para todos y en el que se acumularon también errores, pero ninguno de la magnitud de los que hoy se nos acusa. Son reconocidos los modelos de educación, salud, bienestar social y participación política de Cuba, un sueño lejano en cualquier latitud. Ausentes están en Cuba grandes vergüenzas de la humanidad, como el hambre, la muerte por enfermedades curables, el terrorismo, el crimen organizado, la impunidad de la corrupción.
Ha sido difícil asistir en las últimas semanas a la operación de “caracter assasination” contra un hombre de la estatura de Fidel. Las calumnias y acusaciones no son nuevas y, desde el inicio, acompañan la propaganda contra la Revolución, única vía de sustentar una política de bloqueo y agresión cuyo verdadero propósito es asfixiar la economía, aislar internacionalmente a Cuba y restablecer a un gobierno que responda a los intereses de Estados Unidos.
Esta política fracasó. No ha funcionado y no va a funcionar. El mérito mayor deFidelfue su capacidad de inspirar a muchos en la búsqueda de un sistema alternativo al que quiere imponer el capital transnacional. También lo fue su optimismo y su fe en la victoria.
Fidel no fue ni un dictador, ni un asesino, ni deja cuentas millonarias, ni gobernó a Cuba por la fuerza. Eran famosos sus intercambios con el pueblo en cualquier lugar, sin protocolo, sin distancias, sin temor a decirle la verdad.
Siempre que me preguntaron por qué tuvimos el mismo presidente tantos años; yo respondía que el pueblo sentía que mientras Fidel estuviera al frente de Cuba sus intereses estarían protegidos, que nadie quedaría desamparado, que las personas más humildes a las que la Revolución abrió las puertas al conocimiento, a una vida más digna y al disfrute de los derechos humanos no tendrían miedo de perderlos.
Parecería que aquellos que no pudieron vencerlo en vida sintieran que sería más fácil derrotarle después de muerto. Nada más lejos de la verdad. Las imágenes de dolor sincero, de genuino respeto y de íntimo pesar que desde Cuba llegaron a todos los confines del mundo devolvieron a un Fidel cercano a su pueblo, a un líder querido e inolvidable.