Por: Johana Tablada
No habrá monumentos, ni esculturas, ni avenidas, ni plazas que lleven su nombre pero no habrá Cuba sin Fidel y eso lo sabemos todos. Hay una obra imborrable que marcó un antes y un después en la historia de Cuba, de América Latina y en la historia universal y que aún despierta admiración por la rara coherencia entre el noble sueño de una generación y su legado. El que revise hoy las prioridades del proyecto de presupuesto que aprobó el parlamento cubano en diciembre del 2016 comprenderá.
Perdurará en su pueblo que, por primera vez en la historia, alcanzó su libertad, su dignidad, su independencia y soberanía con un proceso que suscita la admiración y respeto del mundo entero y que ha conducido a Cuba el lugar número 44 en el índice de desarrollo humano.
Es una obra joven e inacabada, siempre asediada, en la que sobran los aciertos con beneficios para todos y en el que se acumularon también errores, pero ninguno de la magnitud de los que hoy se nos acusa. Son reconocidos los modelos de educación, salud, bienestar social y participación política de Cuba, un sueño lejano en cualquier latitud. Ausentes están en Cuba grandes vergüenzas de la humanidad, como el hambre, la muerte por enfermedades curables, el terrorismo, el crimen organizado, la impunidad de la corrupción.
Ha sido difícil asistir en las últimas semanas a la operación de “caracter assasination” contra un hombre de la estatura de Fidel. Las calumnias y acusaciones no son nuevas y, desde el inicio, acompañan la propaganda contra la Revolución, única vía de sustentar una política de bloqueo y agresión cuyo verdadero propósito es asfixiar la economía, aislar internacionalmente a Cuba y restablecer a un gobierno que responda a los intereses de Estados Unidos.
Esta política fracasó. No ha funcionado y no va a funcionar. El mérito mayor de Fidel fue su capacidad de inspirar a muchos en la búsqueda de un sistema alternativo al que quiere imponer el capital transnacional. También lo fue su optimismo y su fe en la victoria.
Fidel no fue ni un dictador, ni un asesino, ni deja cuentas millonarias, ni gobernó a Cuba por la fuerza. Eran famosos sus intercambios con el pueblo en cualquier lugar, sin protocolo, sin distancias, sin temor a decirle la verdad.
Siempre que me preguntaron por qué tuvimos el mismo presidente tantos años; yo respondía que el pueblo sentía que mientras Fidel estuviera al frente de Cuba sus intereses estarían protegidos, que nadie quedaría desamparado, que las personas más humildes a las que la Revolución abrió las puertas al conocimiento, a una vida más digna y al disfrute de los derechos humanos no tendrían miedo de perderlos.
Parecería que aquellos que no pudieron vencerlo en vida sintieran que sería más fácil derrotarle después de muerto. Nada más lejos de la verdad. Las imágenes de dolor sincero, de genuino respeto y de íntimo pesar que desde Cuba llegaron a todos los confines del mundo devolvieron a un Fidel cercano a su pueblo, a un líder querido e inolvidable.
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