lunes, 30 de octubre de 2017

La migración cubana: los árboles y el bosque



Foto: Kaloian.

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30 octubre, 2017 

Por:


Julio César Guanche, On Cuba

El pasado 28 de octubre el canciller cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, anunció en una reunión con cubanos residentes en EE.UU. nuevos cambios a la política migratoria cubana. El ministro los enmarcó en una doble temporalidad: dentro del largo plazo – “paulatino” – de revisión de esa política, iniciada en 2012; y en el tiempo coyuntural de una respuesta desde Cuba a los cierres que ha impuesto en este campo la administración de Donald Trump. Como colofón de su intervención, el ministro cubano anunció: “Cuba abre”, con lo que desató una tempestad de euforia en unos y de indiferencia en otros, en el tan polarizado debate cubano sobre el tema migratorio.

La celebración cuenta con razones lógicas: el anuncio elimina el requisito de la habilitación del pasaporte –a través del cual sobrevivía para los emigrados el permiso de entrada eliminado en 2012, y que en ocasiones encarecía más aún el pasaporte–; permite entrar al país por mar –ya no solo a través de cruceros, lo que amplía las posibilidades de viaje marítimo–; autoriza el ingreso al país a quienes salieron ilegalmente –lo que beneficia a “balseros” y otros casos aislados–; y eliminó el requisito de avencidamiento para solicitar la ciudadanía cubana por nacimiento a descendientes, nacidos en el extranjero, de padre y / o madre natural de Cuba –lo que agiliza y reduce costos del proceso.

El escepticismo, la indiferencia, e incluso la denuncia de ser “más de lo mismo”, tienen también sus razones propias. Primero, celebrar el restablecimiento de derechos es algo que debe hacerse con cierta distinción, pues no son favores sino obligaciones estatales. Segundo, las medidas se anuncian dentro de un proceso “paulatino” que no se compromete con contenidos específicos (se van “soltando” medidas a discreción) ni con cronogramas transparentes. Tercero, los cambios podrían ir más lejos, pues mantienen la obligatoriedad de la prórroga y el precio de los pasaportes –uno de los más caros, si no el más caro, del mundo–; la obligación de entrar cada 24 meses al país de origen –del cual se es ciudadano–, y conservan múltiples excepciones, como la interdicción de hasta ocho años para los que abandonaron misiones oficiales. Un cambio importante sería la unificación bajo una sola condición de ciudadanos residentes en el exterior de todas las formas tipificables de migrantes.

Los aprobados no son, sin embargo, cambios “cosméticos”. El requisito de avencidamiento data nada menos que de ¡1944! Toda la legislación cubana desde entonces ha colocado como criterio rector para la adquisición de ciudadanía el requisito de residencia. Luego, no es un cambio menor su exclusión, pues modifica una sostenida –y vista desde hoy quizás “arcaica” – tradición jurídica, que se mantiene en otras zonas. Por ejemplo, en la Ley Electoral vigente, que coloca la residencia como requisito habilitante para el voto, por encima de la condición legal de ciudadanía.

Por otra parte, la mayor facilidad para adquirir la ciudadanía abre más puertas al derecho sucesorio, cuando desde la Ley No. 989 de diciembre de 1961 hasta 2011 –una friolera de 50 años– se dispuso “la nacionalización mediante confiscación a favor del Estado cubano, de los bienes, derechos y acciones de los que se ausenten con carácter definitivo del país.” Con la nueva medida –continuando y facilitando lo aprobado en 2011 y 2012– los nacidos fuera de Cuba, de padres cubanos, que adquieran la ciudadanía cubana, pueden heredar propiedades familiares. Para los que estén en ese caso, tampoco luce como un tema menor.

En las reacciones frente al anuncio ha sido señalado menos, y forma parte del asunto, que no existe ley de Ciudadanía en Cuba. Es un hecho francamente singular. Tanto en los 1980, como en 1990, se hicieron sendos borradores de ley, nunca aprobados. Desde 1982 –han pasado 35 años hasta hoy– hemos escuchado frases como esta: “Sabemos que en la actualidad las Comisiones de estudios jurídicos de la Asamblea Nacional se encuentran trabajando en un proyecto de ley de Ciudadanía que sin duda recogerá las realidades actuales, pero es el hecho cierto de que todavía esta actividad está regida por el Decreto 358 de 1944, lo cual provoca no pocos inconvenientes.”

Ningún país del continente tiene, como Cuba, vigente (parcialmente) un decreto de 1944 sobre el tema (Reglamento de Ciudadanía). Esa norma es preconstitucional y cuenta con gran cantidad de artículos materialmente irrealizables, como los que regula que “jurarán también que se encuentran en posesión del estado político de ciudadano cubano y que residen habitualmente en Cuba, y esto último lo probarán con el informe de vecindad expedido por el Alcalde Municipal de su residencia o por el Capitán de la Estación de Policía de su demarcación si residiere en la ciudad de La Habana”. En este punto, la crítica a lo “paulatino” del proceso está más que justificada.

La carencia de ley de ciudadanía, cuya existencia ordena la Constitución desde 1976, provoca un enredo extraordinario, y la falta de un marco claro, estable y consolidado sobre tan sensible tema. Entre las causas más comúnmente señaladas para explicar la ausencia de esta ley –a falta de justificación oficial– se encuentran la de mantener la obligación para todos los nacidos en Cuba de entrar al país con pasaporte cubano, para que así quede obligado por el derecho nacional durante su estancia en el país (sin poder invocar alguna otra ciudadanía, y sus derechos respectivos, en caso que la posea), y la recaudación por parte del Estado de los elevados costos de la conservación del pasaporte cubano y de su vigencia.

El artículo 32 de la Constitución vigente dejó libre al legislador la definición de las causales de pérdida de ciudadanía; mantuvo la reserva de ley para su recuperación; especificó que no se admite la doble ciudadanía, pues en caso de adquisición de una extranjera, se perderá la cubana; y admitió el derecho a cambiar de ciudadanía. Sin embargo, al no existir ley de ciudadanía no existe actualmente procedimiento regular para su cambio. A todos los efectos nacionales, solo se reconoce la ciudadanía cubana, y no se hace cumplir ese derecho consagrado en la Constitución.

La imposibilidad práctica de cambiar de ciudadanía ha sido objeto de una interpretación, como la que sostiene la profesora Martha Prieto, que asegura que se reconocen “dos ciudadanías”, pero no la “doble ciudadanía”. Significa que, al reconocerse “dos” ciudadanías, se acepta la existencia de una ciudadanía extranjera, sin que por ello se pierda la cubana, pero la extranjera no surte efectos dentro de Cuba, cosa que ocurriría en caso de aceptarse la doble ciudadanía.

Un tema reciente activó este asunto: la concesión de la ciudadanía española por naturalización a cubanos residentes en Cuba que aplicaban a sus condiciones, por la española Ley 52/2007, de 28 de diciembre, o “Ley de la Memoria Histórica”. De las más de 500 mil solicitudes hechas en todo el mundo para esta Ley, 40,7 por ciento de ellas fueron de cubanos, el país con mayor número de solicitudes, seguido de Argentina, con 25,5 por ciento. En su caso, los que han obtenido ciudadanía española por esa vía, lo hicieron desde Cuba, y siguieron manteniendo la ciudadanía cubana.

La única norma existente de modo transparente sobre el tema, y que se cumple en la práctica, no es de naturaleza estatal, sino partidista. La normativa interna del Partido Comunista de Cuba (PCC) que según la Constitución “es la fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado” (art. 5), establece que solo “Excepcionalmente podrán admitirse en el partido a ciudadanos cubanos que ostenten, además, otra ciudadanía”. En consecuencia, los adquirentes de la ciudadanía española por la Ley de Memoria Histórica, si eran militantes del PCC, perdieron esa condición, y mantuvieron la ciudadanía cubana. O sea, el PCC cumple la Constitución, pero no lo hace, en este punto, el Estado cubano.


Foto: Kaloian.

Lo antes descrito es una breve muestra de los problemas que encara la concepción “paulatina” de la reforma migratoria. En mi opinión, es más deseable una concepción integral. Con ella, se puede celebrar con distinción cada paso coyuntural –como los de ahora y, en el futuro –ojalá que inmediato–, la tan demandada eliminación de las prórrogas del pasaporte y la eliminación del límite de 24 meses para entrar al país. También, se podría apreciar cómo se insertan dentro de un horizonte que permita ver el bosque completo –y hacer deseable su visión. Es probable que una política así concebida genere no solo más consensos hacia la política en curso, sino más beneficios conjuntos para el Estado y para sus ciudadanos.

Para ello, dar cuenta de la realidad de Cuba como un país trasnacional es esencial. En el campo artístico y cultural, la idea de Cuba como un “aleph”, elaborada por Ambrosio Fornet, se ha abierto paso desde los 1990 para legitimar la producción cultural allende los mares como cubana, como coproducida por compatriotas; pero ese tipo de comprensión moral sobre qué es “lo cubano” hoy, ha avanzado con mucha dificultad y lentitud hacia otros campos, como el que nos ocupa.

En 1937, Enrique Gay Galbó hablaba del “mosaico de nuestra población”, refiriéndose a la inmigración de cientos de miles de personas que llegaron hasta esa fecha a Cuba: “Una de las anomalías de nuestro panorama jurídico en que no tenemos leyes propias de un país de inmigración, por las que nadie se ha preocupado”. Ochenta años después la situación es por completo diferente: Cuba es un país de migrantes y es preciso legislar en función de esa realidad.

En los últimos cincuenta años han emigrado más de 2 millones de cubanos a más de 160 países, lo que sitúa la Isla en la mitad de la tabla de los países emisores de migrantes. Dar cuenta de esa realidad no es solo legislar “poquito a poquito” quitando trabas, sino procesar maneras de reconocer a la población migrante plena membresía nacional, reconocerles un lugar en la consecución del desarrollo económico y social de Cuba y abrir –aquí sí no queda otra que “paulatinamente”, si queremos ser mínimamente realistas– un proceso de reconocimiento de derechos políticos y de mecanismos propios de representación de las diásporas con capacidad de intermediación política.

Por todo ello, no debería ser este un tema que esté conectado reactivamernte a los cierres de Trump –y a la debida y legítima reacción frente a sus infames políticas y a la justa denuncia del bloqueo. Debería corresponder a la migración patriótica en los EE.UU. disputar toda decisión oficial que afecte a la nación cubana y a sus ciudadanos; pero corresponde al Estado cubano y a todos sus ciudadanos, dondequiera que estén en este ancho mundo, abrir este campo como una necesidad nacional, encuadrada en un marco político de derechos, y dentro de un marco moral de relación con los migrantes, que ofrezca a todos sus ciudadanos el rostro más amable de su nación.

miércoles, 25 de octubre de 2017

Mi truene del ICR

Por Silvio Rodriguez, Segunda Cita

Una mañana de 1968, creo que en marzo, cuando íbamos a empezar a grabar en el estudio 2 de 23 y M las canciones del siguiente “Mientras Tanto” –programa que yo conducía en la televisión–, me anunciaron que el nuevo administrador del Instituto Cubano de Radiodifusión (actualmente ICRT), quería reunirse conmigo. Con el administrador anterior, Juan Vilar, me reunía a menudo, incluso fuera de las oficinas, porque éramos muy amigos. Quizá por eso cuando empecé a subir las escaleras no imaginaba que esta iba a ser la primera y la última reunión con el nuevo funcionario. Así que dejé a todo el mundo en el estudio –entre ellos a Norberto Fuentes, que iba a estar de invitado–, y subí hasta la oficina del compañero primer teniente. Me abrió la puerta un renombrado director de orquesta que, sin ser militar, solía vestir como si lo fuera.

Recuerdo que ni me invitaron a sentarme. Como si estuviera en una corte, el administrador me exigió explicaciones sobre dos hechos ocurridos en nuestro programa: uno era un supuesto elogio de mi parte al grupo británico Los Beatles, y el otro era un fragmento de película en el que una pareja se besaba.

Sobre Los Beatles expliqué que me había limitado a responder una pregunta directa que se me había formulado. Y puntualicé que aquel cuestionario se había pasado íntegramente en el ensayo de por la tarde, sin la más mínima objeción por parte del presente productor de mesa (los llamados “productores de mesa” velaban por lo correcto de los contenidos que trasmitía la televisión). Es decir, tanto en la tarde como en la emisión nocturna, a la pregunta de qué pensaba de Los Beatles había respondido exactamente lo mismo: que me parecía que el grupo inglés estaba desdibujando las fronteras entre música popular y música culta, y que eso estaba muy bien.

No tenía explicación respecto al beso: por entonces todos sabíamos que estaba prohibido que salieran besos por la televisión. Sacarlo al aire había sido una decisión de un director suplente que por entonces tenía Mientras Tanto (a Eduardo Moya lo habían mandado a cortar cañas). Así que me limité a confesar que no encontraba mal que en la pantalla apareciera algo tan común como un beso, asumí aquel beso como si yo hubiera participado en la decisión de que saliera en el programa.

A esta distancia conservo la impresión de que, hasta aquel momento, había sido citado para que me mostrara arrepentido y prometiera que no volvería a incurrir en aquellos “errores”. Pero los cuestionamientos que siguieron no me dejaron más remedio que responder firmemente. Quedé atónito con la aspereza con me reprocharon una amistad reciente, y también por reunirme en la heladería de Coppelia con supuestos “seudo intelectuales”. De pronto se trataba de que eligiera entre aquellas personas y el programa.

“Si me ponen a escoger entre mis amigos y cantar en la televisión, me quedo con mis amigos”, fue lo que respondí. Y cuando me dijeron que estaba suspendido, agregué, “Yo tengo un oficio al que puedo regresar”. Me refería al trabajo como historietista y diseñador de prensa plana que había ejercido desde los 15 años. Pero aquello sacó de sus casillas a mi interlocutor, que me gritó: “¡Pues desde ahora Ud. no puede trabajar en nada de la Revolución! ¡Largo de aquí!”.

Tiempo después, una amiga del funcionario me contó, extrañada, que aquel hombre tenía todos los discos de Los Beatles.

Lo cierto es que aquel desencuentro me costó bastante más que la suspensión del programa y la mala fama de proscrito. Mi relación con la Revolución, hasta aquel día, había sido la de un joven completamente identificado y activo, la de un soldado reciente –acababa de desmovilizarme de las Fuerzas Armadas–, la de un fiel compañero. Verme echado a la calle y expulsado del proceso que seguía desde niño sembró a mi alrededor animalitos paranoicos.

Por mi parte acabé visitando a un amigo siquiatra, con quien trataba de encontrar respuestas a lo que me había sucedido. Un día, supongo que siguiendo la norma de salvar la integridad del paciente, mi médico, que tenía fama de excelencia, me dijo que me olvidara de la política y me salvara yo. No sé si se dio cuenta, pero en aquel instante decidí no regresar a su maravillosa consulta y curarme solo, o acabarme de enfermar, asumiendo mi país con las contradicciones que tuviera. Entonces, como terapia ocupacional, me dediqué a hacer trabajo voluntario en el cordón de La Habana, a donde acudía en masa el personal de muchos organismos administrativos habaneros, entre ellos la radio y la televisión.

Cuando llevaba un par de meses de cesantía, el comandante Jorge (Papito) Serguera, director del ICR, nos citó al músico Armandito Zequeira y a mí para proponernos componer jingles para las emisoras de radio. Armandito aceptó inmediatamente, pero yo no tenía formación musical y tampoco idea de cómo se realizaba aquel trabajo, además de que mi estado de ánimo no era el mejor. Lo cierto es que mientras trabajé en aquel organismo estuve varias veces en la oficina de Serguera y siempre nos llevamos bien. El tenía un historial revolucionario que inspiraba respeto: como abogado había defendido a Frank País y después se había tenido que alzar en la Sierra Maestra. Recuerdo que la primera vez que estuve en su oficina me pidió que le mostrara la portada de lo que estaba leyendo y me aseguró que “Demián”, de Herman Hesse, había sido el libro que lo convirtió en revolucionario.

De cualquier forma, desde el mismo día en que ocurrió, aquella bronca se fue nutriendo de resonancias y versiones, algunas muy disparatadas, y llegó a convertirse en una mitología acompañante entre fatal y pintoresca. Sin embargo en aquel mismo ICR conté con muy buenos colegas. Pongo de ejemplos a Leo Brouwer y a Federico Smith, así como a Víctor Casaus, a Humberto García Espinosa y por supuesto a Marta Hernandez y a Juan Vilar, a quien defenestraron por negarse a pedirme que me cortara el pelo. También estaba Eduardo Moya, el director de Mientras Tanto. A varios de estos compañeros la defensa de aquel programa les costó largos meses de zafra en 1968. Sitio especial ocupa el por entonces joven comunista Jorge Navarro, que por aquellos hechos renunció a su trabajo en la televisión y a su militancia. Navarro, quien murió ya hace años, nunca más volvió a trabajar para el Estado.

Aunque me lo dijeron con bastante dureza, nunca me creí aquello de que ya no podría trabajar en mi país. Sabía que la Revolución era de quien la sintiera y la abrazara. Tampoco asumí de momento la posibilidad de regresar a mi antiguo oficio, como había respondido por impotencia y rabia. Recordaba que el director de Juventud Rebelde, a quien llamaban “el loco” Sautié, me había dado la carta que me liberaba del ejército y me había dicho que podía incorporarme al periódico cuando quisiera. Pero la verdad es que ya mi suerte y la canción se parecían a aquello que había escrito José Julián:

“…Verso, o nos condenan juntos,
o nos salvamos los dos”.

martes, 24 de octubre de 2017

Octubre de 1962: ¿Acaso fue Fidel Castro quien puso al mundo al borde del holocausto mundial?


Fidel Castro comparece por CMBF-Televisión Revolución en respuesta al discurso del Presidente de Estados Unidos John F. Kennedy, relacionado con la situación de los misiles soviéticos existentes en territorio cubano, 23 de octubre de 1962. Foto: Archivo de Cubadebate/ Fidel Soldado de las Ideas.
Fidel Castro comparece por CMBF-Televisión Revolución en respuesta al discurso del Presidente de Estados Unidos John F. Kennedy, relacionado con la situación de los misiles soviéticos existentes en territorio cubano, 23 de octubre de 1962. Foto: Archivo de Cubadebate/ Fidel Soldado de las Ideas.
Todavía se observa en cierta literatura los enfoques que, al exponer e interpretar la llamada Crisis de Octubre, señalan a Cuba como la máxima responsable de poner al mundo al borde del holocausto mundial. Ello también responde a la manera errada en que se manejó la crisis, en especial por la dirección soviética, siendo Cuba la más desfavorecida tanto en su imagen internacional como en la solución a que llegaron Kennedy y el premier soviético Nikita Jruschov.
La manera en que Jruschov actuó al producirse la crisis, cuando sin contar con la dirección cubana negoció con Kennedy la salida de los cohetes nucleares de la Isla, y peor aún, de manera subrepticia negoció esa salida a cambio de la retirada de los misiles nucleares estadounidenses ubicados en Turquía e Italia, dejan mucho que desear sobre las verdaderas o fundamentales motivaciones que tuvo Jruschov a la hora de proponer a los cubanos la instalación de los cohetes en Cuba. ¿Qué tenían que ver los cohetes de Turquía e Italia con la defensa de Cuba? ¿Por qué no exigió se devolviera a la Mayor de las Antillas el usurpado territorio de la Base Naval de Guantánamo, se eliminara el bloqueo económico u otros aspectos que sí se ajustaban a los intereses de la Isla?
A pesar de que en las concepciones defensivas ya elaboradas para entonces por parte de la máxima dirección cubana, los misiles nucleares no estaban comprendidos, y de la conciencia de los líderes cubanos de que su presencia en el territorio insular podía afectar el prestigio de la Revolución, se aceptó la instalación de los cohetes, a partir de que se cumplía con un principio ineludible de apoyo internacionalista con el Campo Socialista y la URSS en particular, sobre cuya amistad no existía la menor duda, porque la había demostrado muchas veces. Se trataba entonces de que si la URSS había estado siempre dispuesta a ayudar a Cuba en los momentos más críticos, no se podían esgrimir intereses nacionales estrechos, cuando los que estaban en juego eran los intereses del Campo Socialista como un todo y por supuesto, vistos en un sentido más estratégico, los de la capacidad para defender a Cuba también.
Mucho se perdió en el terreno moral, político y diplomático cuando los soviéticos decidieron que la instalación de los cohetes nucleares en Cuba se hiciera de manera secreta, y solo hacerla pública cuando fuera un hecho consumado, al que Estados Unidos supuestamente tendría que resignarse. El líder de la Revolución Cubana defendió en todo momento que la operación se hiciera pública bajo el respaldo del derecho internacional, pues no había nada ilegal en ello. Aunque mantuvo el criterio de que los soviéticos eran los que debían tomar la decisión final, por consideración a su gran experiencia internacional y militar. (1)
La famosa y tantas veces manipulada carta de Fidel a Jruschov escrita entre la noche del 26 y la madrugada del 27 de octubre (traducida y enviada al líder soviético desde la embajada de la URSS en La Habana), ha sido uno de los documentos más utilizados para ubicar al líder de la Revolución como un «irresponsable» y hasta un «loco», que puso en riesgo la existencia humana en la faz de la tierra.
Hay que decir que si para Estados Unidos la crisis había comenzado en octubre de 1962, Cuba vivía una crisis que amenazaba su supervivencia como nación independiente y soberana desde enero de 1959, enfrentada a las más disímiles formas de agresión del gobierno de Estados Unidos, incluyendo la invasión mercenaria de Playa Girón en abril de 1961. La «Operación Magosta», la más amplia operación de guerra encubierta, elaborada e implementada por Estados Unidos contra otro país, aprobada por el presidente Kennedy en noviembre de 1961, debía concluir con la invasión directa de las fuerzas armadas estadounidenses en la Isla, precisamente en octubre de 1962.
La carta enviada por Fidel a Jruschov no proponía dar el primer golpe nuclear preventivo, sino que, en caso de producirse la invasión a Cuba —la variante menos probable—, no vacilara la URRS en responder con armas nucleares, evitando cometer los mismos errores de la Segunda Guerra Mundial (2), pues la invasión significaba que ya Estados Unidos se había decidido a iniciar la guerra termonuclear lanzando el primer golpe nuclear contra el país soviético. Es de destacar que si Fidel hubiera dominado el estado real de la correlación de fuerzas nucleares, con una ventaja aplastante para el lado norteamericano, esta misiva jamás se hubiera producido, pues significaba incitar al líder soviético al suicidio de su pueblo.
Fragmentos de las cartas intercambiadas por ambos líderes en esos días de tensión, muchas veces citadas inconexamente, ilustran de manera fehaciente la verdad histórica:
Mensaje de Fidel a Jruschov, el 26 de octubre:
Hay dos variantes posibles: la primera y más probable es el ataque aéreo contra determinados objetivos con el fin limitado de destruirlos; la segunda, menos probable, aunque posible, es la invasión. Entiendo que la realización de esta variante exigiría gran cantidad de fuerzas y es además la forma más repulsiva de agresión, lo que puede inhibirlos.
(…) Si tiene lugar la segunda variante y los imperialistas invaden a Cuba con el fin de ocuparla, el peligro que tal política agresiva entraña para la humanidad es tan grande que después de ese hecho la Unión Soviética no debe permitir jamás las circunstancias en las cuales los imperialistas pudieran descargar contra ella el primer golpe nuclear.
Le digo esto porque creo que la agresividad de los imperialistas se hace sumamente peligrosa y si ellos llegan a realizar un hecho tan brutal y violador de la Ley y la moral universal, como invadir a Cuba, ese sería el momento de eliminar para siempre semejante peligro, en acto de la más legítima defensa, por dura y terrible que fuese la solución, porque no habría otra.
Jruschov a Fidel el 30 de octubre:
En su cable del 27 de octubre Ud. nos propuso que fuéramos primeros en asestar el golpe nuclear contra el territorio del enemigo. Usted, desde luego, comprende a qué llevaría esto. Esto no sería un simple golpe, sino el inicio de la guerra termonuclear.
Querido compañero Fidel Castro, considero esta proposición suya como incorrecta, aunque comprendo su motivo.
Fidel a Jruschov el 31 de octubre:
No ignoraba cuando las escribí que las palabras contenidas en mi carta podrían ser mal interpretadas por usted y así ha ocurrido, tal vez porque no las leyó detenidamente, tal vez por la traducción, tal vez porque quise decir demasiado en pocas líneas. Sin embargo, no vacilé en hacerlo. ¿Cree usted compañero Jruschov que pensábamos egoístamente en nosotros, en nuestro pueblo generoso dispuesto a inmolarse, y no por cierto de modo inconsciente, sino plenamente seguro del riesgo que corría?
(…)
Nosotros sabíamos, no presuma usted que lo ignorábamos, que habríamos de ser exterminados, como insinúa en su carta, caso de estallar la guerra termonuclear. Sin embargo, no por eso le pedimos que retirara los proyectiles, no por eso le pedimos que cediera. ¿Cree acaso que deseábamos esa guerra? ¿Pero cómo evitarla si la invasión llega a producirse? Se trataba precisamente de que este hecho era posible, de que el imperialismo bloqueaba toda solución y sus exigencias eran desde nuestro punto de vista imposibles de aceptar por la URSS y por Cuba.
(…)
Yo entiendo que una vez desatada la agresión no debe concederse a los agresores el privilegio de decidir, además, cuándo se ha de usar el arma nuclear. El poder destructivo de esta arma es tan grande y tal la velocidad de los medios de transporte, que el agresor puede contar a su favor con una ventaja inicial considerable.
Yo no sugerí a usted, compañero Jruschov, que la URSS fuese agresora, porque eso sería algo más que incorrecto, sería inmoral e indigno de mi parte; sino, que desde el instante en que el imperialismo atacara a Cuba y en Cuba a fuerzas armadas de la URSS destinadas a ayudar a nuestra defensa en caso de ataque exterior, y se convirtieran los imperialistas por ese hecho en agresores contra Cuba y contra la URSS, se le respondiera con un golpe aniquilador.
(…)
No le sugerí a usted, compañero Jruschov, que en medio de la crisis la URSS atacara, que tal parece desprenderse de lo que me dice en su carta, sino que después del ataque imperialista, la URSS actuara sin vacilaciones y no cometiera jamás el error de permitir circunstancias de que los enemigos descargasen sobre ella el primer golpe nuclear. Y en ese sentido, compañero Jruschov, mantengo mi punto de vista porque entiendo que era una apreciación real y justa de una situación determinada. Usted puede convencerme de que estoy equivocado, pero no puede decirme que estoy equivocado sin convencerme.

Esta carta también ha sido utilizada para sostener la versión de que a los soviéticos, ante las «propuestas irracionales» del líder cubano, no les quedó más remedio que negociar con Estados Unidos de espaldas a la dirección de la Isla. Este aserto no tiene fundamento, en tanto la decisión soviética de hacer proposiciones a los norteamericanos sin tener en cuenta las opiniones de Cuba, habían sido tomadas en Moscú desde el día 25 de octubre, cuando la carta de Fidel no había sido concebida.
Un testimonio de extraordinaria valía para demostrar la falsedad de los criterios que señalan que Fidel incitó a Jruschov a dar el primer golpe nuclear preventivo contra el territorio estadounidense es el de Alenxander I. Alexéiev, quien se desempeñaba en octubre de 1962 como embajador de Moscú en La Habana y a quien el Jefe de la Revolución le dictara el controvertido mensaje:
La noche del 26 para el 27 de octubre Fidel Castro visitó nuestra embajada y dictó el texto de una carta para que se le hiciera llegar a N.S. Jruschov. En la misma se abordaba cuán tensa se había tornado la situación y la posibilidad de un ataque estadounidense (invasión o bombardeos)a Cuba en las próximas24—72 horas. Fidel alertaba a Jruschov sobre la perversidad de los americanos y lo convocaba a tomar todas las contramedidas imprescindibles, aunque en honor a la verdad, sin llegar a concretarlas. Estando todavía Fidel en la embajada, envié un breve cifrado en el que informaba sobre la posibilidad del ataque a Cuba. Unas horas antes nuestros militares habían cursado un telegrama a Moscú en los mismos términos preocupantes. La carta de Fidel salió para Moscú más tarde, una vez que se tradujo al ruso, y no fue hasta la mañana del 28 que llegó a manos de la dirección soviética, cuando ya había sido adoptada la decisión sobre la retirada de los proyectiles. Se sabe también que lo que llegó por víatelefónicadel Ministerio de Asuntos Exteriores de la URSSa la secretaría de Jruschov no fue el texto íntegro del mensaje,sino un resumen, motivo por el cual se pudieron producir imprecisiones.
Este mensaje generó serias incomprensiones, ya que N.S Jruschov en una de sus cartas reconvino a Fidel por haberle supuestamente sugerido que asestara un golpe nuclear preventivo contra el enemigo. La carta de Fidel fue dada a conocer por la prensa cubana y de ella no se infiere semejante conclusión.
Fidel admite que el malentendido se debe a inexactitud de la traducción o a que yo no lo haya interpretado a él correctamente. Quisiera hacer constar con absoluta responsabilidad que la culpa no es nuestra. La traducción de la carta que dictó fue hecha por otros funcionarios de la embajada que conocían bien el español y el texto publicado por Granma es idéntico al de nuestra traducción. Por lo que se puede concluir que los reproches de Jruschov carecen de fundamento. En el mensaje no se hacen semejantes afirmaciones. Todo puede haberse debido al extraordinario estrés al que estaba sometida la dirección soviética y al involuntario deseo de justificar la peliaguda decisión de retirar los proyectiles sin el consentimiento de la dirección cubana.
Reitero que Fidel entonces no instó a que asestáramos un golpe nuclear preventivo, sino que se limitó a alertar que los estadounidenses, conocedores de nuestro apego al principio de no ser los primeros en usar las armas nucleares, podían emprender cualquier aventura, incluido un golpe nuclear. Por lo demás, el bombardeo de los objetivos nucleares soviéticos hubiese sido de por sí equivalente a un golpe nuclear. A mi juicio, Fidel no estaba pensando en un golpe nuclear preventivo, sino en la necesidad de advertirles a los americanos que nuestro respeto al principio de no ser los primeros en utilizar las armas nucleares, no debía ser tomado como una garantía que los preservaría de la represalia. El reproche de Jruschov a Fidel es además improcedente, porque la operación que habíamos emprendido al trasladar los proyectiles a Cuba perseguía el objetivo de intimidar a los americanos, disuadirlos de emprender acciones militares, no de emplear los cohetes.
A pesar de transcurridos 55 años de aquellos acontecimientos, aun se intenta tergiversar la historia. Lo cierto es que, como dijera Ernesto Che Guevara en su célebre carta de despedida, al referirse al papel desempeñado por el Comandante en Jefe durante la crisis: «Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días». Solo la posición firme de la dirección cubana, al negarse a cualquier tipo de inspección en el territorio cubano, al plantear los Cinco Puntos e impedir en todo momento que se le presionara, fue lo que salvó el prestigio moral y político de la Revolución en aquella coyuntura, y que la isla no terminara siendo vista como un simple peón de los soviéticos. Esto fue así, a pesar de que la URSS tomó decisiones inconsultas con la parte cubana que trajeron como consecuencia que la Isla fuese la menos beneficiada con los resultados de la crisis.
Además de la ilegal base naval estadounidense en Guantánamo, continuaron los planes de sabotaje y magnicidio contra los principales líderes de la Revolución, el bloqueo económico, la subversión, los ataques piratas, el apoyo al bandidismo y el resto de los componentes de la política agresiva de Estados Unidos contra Cuba. Es decir, Estados Unidos siguió invadiendo a Cuba en menor escala, prácticamente día por día, y esto se debió a que los problemas de fondo que habían provocado la crisis no fueron resueltos. Aunque la crisis de octubre de 1962 ha sido la de mayor peligrosidad en la historia de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, muchas otras crisis afectarían las relaciones bilaterales durante décadas.
Notas
(1) Tomás Diez Acosta, Octubre de 1962, A un paso del Holocausto, Editora Política, La Habana, (Segunda Edición), p.100.
(2) El 22 de junio de 1941 se produjo el ataque sorpresivo nazifascista a la URSS. El gobierno soviético poseía informaciones de inteligencia de que dicho ataque se ejecutaría y las consideró de carácter provocativo. Debido a ello, no tomó todas las medidas recomendadas para tal caso, con lo cual permitió al enemigo asestarle un potente golpe y el mantenimiento de la iniciativa estratégica durante los primeros meses de la contienda bélica. Información tomada de Tomás Diez Acosta, Octubre de 1962: A un paso del Holocausto, Editora Política, La Habana, 2008, p.179.
Ignacio Ramonet, Cien Horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet (tercera edición), Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006, pp.315—316.
Ibídem, p.319.
Ibídem, pp. 320—321
Citado por Antolín Bárcena Luis, El intercambio de mensajes entre Fidel Castro y N.S. Jruschov durante la Crisis de Octubre. Apuntes de un traductor a 50 años de los hechos, pp.7—8.
Los Cinco Puntos planteados fueron: 1-Cese del bloqueo económico y de todas las medidas de presiones comerciales y económicas que ejercen los Estados Unidos en todas las partes del mundo contra Cuba.2-Cese de todas las actividades subversivas, lanzamientos y desembarcos de armas y explosivos por aire y mar, organización de invasiones mercenarias, infiltración de espías y sabotajes, acciones todas que se llevan a cabo desde el territorio de los Estados Unidos y de algunos países cómplices.3-Cese de los ataques piratas que se llevan a cabo desde bases existentes en los Estados Unidos y en Puerto Rico.4-Cese de todas las violaciones del espacio aéreo y naval por aviones y navíos de guerra norteamericanos.5-Retirada de la base naval de Guantánamo y devolución del territorio cubano ocupado por los Estados Unidos.

(La versión original de este texto fue publicada en la Revista Contexto Latinoamericano, Vol 2, Año 1, Segunda Temporada, Jul-Dic 2017, Ocean Sur.)

lunes, 23 de octubre de 2017

No puede ser


Víctor Casaus • 23 de octubre, 2017




…los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya que el partido lo hizo por ti y tú debes digerir. Como método, es lo más antimarxista (…) ya hemos hecho mucho, pero algún día tendremos también que pensar.

Che

No puede ser que la prensa
impresa, establecida, oficial, oficialista
–según la óptica o el gusto del que la califica–
siga siendo esa magra repetición de lugares
comunes y aburridos esa diaria o semanal oferta
para el silencioso empobrecimiento de la mente la acción o el espíritu

No puede ser que la realidad
–esa señora múltiple infinita diversa–
siga siendo reducida por la fuerza
(por la fuerza de la rutina la incapacidad o el oportuno silencio)
a ese paisaje sin elevaciones desgarramientos o preguntas
(no se debiera olvidar que aquel sueño nació en unas montañas
se logró a través de los estremecimientos de la guerra
y llegó a preguntarse después si el camino del socialismo real
era real verdadero o posible partiendo de las arbitrariedades
el egoismo o la cerrazón de casi todas las puertas)

No puede ser que una misma imagen fotográfica
acompañe la misma repetida noticia
en la primera página de los escasos diarios nacionales
y aún en la prensa subsidiaria en las provincias

No puede ser que se destierre se anatematice o se sospeche
de cualquier palabra que no sea la palabra que aconsejan los manuales
que sobreviven en las mentes estrechas y que quienes la pronuncien la difundan
la compartan la ofrezcan sean apartados mecánicamente del camino
(caballeros recuerden que el camino es de todos o por lo menos de muchos y de muchas)

No puede ser que la pantalla hogareña
–ventana al mundo posibilidad de entender si fuera posible 
el oscuro paisaje planetario o las sombras del modesto territorio que habitamos–
sea esa caricatura de síntesis mediante la cual un acontecimiento de primera magnitud
pierde su riqueza en la voz de algún comentarista pedagógico con esa cadencia
que se propone convertirnos en esos asalariados dóciles al pensamiento oficial
sobre los cuales nos advirtió aquel magnífico compañero en su momento

No es posible que el mismo narrador haga cada noche el mismo gesto
entone durante décadas la misma despedida cotidiana
válida hasta el inicio del aburrimiento de la noche siguiente

No puede ser

Pero es

Y mientras sea seguiremos añorando los fulgores las audacias las victorias
y los reveses que nos hicieron hace tiempo por suerte gentes

Gentes con aspiraciones de cambiar el mundo circundante
(el mundo pequeñito familiar isleño que nos rodea pero también
el ancho planetario mundo lleno de desigualdes injusticias y crudezas

Mientras sea
trataremos de seguir siguiendo

(Tomado de Segunda Cita)

viernes, 20 de octubre de 2017

La isla en peso

La isla en peso
La maldita circunstancia del agua por todas partes
me obliga a sentarme en la mesa del café.
Si no pensara que el agua me rodea como un cáncer
hubiera podido dormir a pierna suelta.
Mientras los muchachos se despojaban de sus ropas para nadar
doce personas morían en un cuarto por compresión.
Cuando a la madrugada la pordiosera resbala en el agua
en el preciso momento en que se lava uno de sus pezones,
me acostumbro al hedor del puerto,
me acostumbro a la misma mujer que invariablemente masturba,
noche a noche, al soldado de guardia en medio del sueño de los peces.
Una taza de café no puede alejar mi idea fija,
en otro tiempo yo vivía adánicamente.
¿Qué trajo la metamorfosis?
La eterna miseria que es el acto de recordar.
Si tú pudieras formar de nuevo aquellas combinaciones,
devolviéndome el país sin el agua,
me la bebería toda para escupir al cielo.
Pero he visto la música detenida en las caderas,
he visto a las negras bailando con vasos de ron en sus cabezas.
Hay que saltar del lecho con la firme convicción
de que tus dientes han crecido,
de que tu corazón te saldrá por la boca.
Aún flota en los arrecifes el uniforme del marinero ahogado.
Hay que saltar del lecho y buscar la vena mayor del mar para desangrarlo.
Me he puesto a pescar esponjas frenéticamente,
esos seres milagrosos que pueden desalojar hasta la última gota de agua
y vivir secamente.
Esta noche he llorado al conocer a una anciana
que ha vivido ciento ocho años rodeada de agua por todas partes.
Hay que morder, hay que gritar, hay que arañar.
He dado las últimas instrucciones.
El perfume de la piña puede detener a un pájaro.
Los once mulatos se disputaban el fruto,
los once mulatos fálicos murieron en la orilla de la playa.
He dado las últimas instrucciones.
Todos nos hemos desnudado.
Llegué cuando daban un vaso de aguardiente a la virgen bárbara,
cuando regaban ron por el suelo y los pies parecían lanzas,
justamente cuando un cuerpo en el lecho podría parecer impúdico,
justamente en el momento en que nadie cree en Dios.
Los primeros acordes y la antigüedad de este mundo:
hieráticamente una negra y una blanca y el líquido al saltar.
Para ponerme triste me huelo debajo de los brazos.
Es en este país donde no hay animales salvajes.
Pienso en los caballos de los conquistadores cubriendo a las yeguas,
pienso en el desconocido son del areíto
desaparecido para toda la eternidad,
ciertamente debo esforzarme a fin de poner en claro
el primer contacto carnal en este país, y el primer muerto.
Todos se ponen serios cuando el timbal abre la danza.
Solamente el europeo leía las meditaciones cartesianas.
El baile y la isla rodeada de agua por todas partes:
plumas de flamencos, espinas de pargo, ramos de albahaca, semillas de aguacate.
La nueva solemnidad de esta isla.
¡País mío, tan joven, no sabes definir!
¿Quién puede reír sobre esta roca fúnebre de los sacrificios de gallos?
Los dulces ñáñigos bajan sus puñales acompasadamente.
Como una guanábana un corazón puede ser traspasado sin cometer crimen.
sin embargo el bello aire se aleja de los palmares.
Una mano en el tres puede traer todo el siniestro color de los caimitos
más lustrosos que un espejo en el relente,
sin embargo el bello aire se aleja de los palmares,
si hundieras los dedos en su pulpa creerías en la música.
Mi madre fue picada por un alacrán cuando estaba embarazada.
¿Quién puede reír sobre esta roca de los sacrifícios de gallos?
¿Quién se tiene a sí mismo cuando las claves chocan?
¿Quién desdeña ahogarse en la indefinible llamarada del flamboyán?
La sangre adolescente bebemos en las pulidas jícaras.
Ahora no pasa un tigre sino su descripción.
Las blancas dentaduras perforando la noche,
y también los famélicos dientes de los chinos esperando el desayuno
después de la doctrina cristiana.
Todavía puede esta gente salvarse de cielo,
pues al compás de los himnos las doncellas agitan diestramente
los falos de los hombres.
La impetuosa ola invade el extenso salón de las genuflexiones.
Nadie piensa en implorar, en dar gracias, en agradecer, en testimoniar.
La santidad se desinfla en una carcajada.
Sean los caóticos símbolos del amor los primeros objetos que palpe,
afortunadamente desconocemos la voluptuosidad y la caricia francesa,
desconocemos el perfecto gozador y la mujer pulpo,
desconocemos los espejos estratégicos,
no sabemos llevar la sífilis con la reposada elegancia de un cisne,
desconocemos que muy pronto vamos a practicar estas mortales elegancias.
Los cuerpos en la misteriosa llovizna tropical,
en la llovizna diurna, en la llovizna nocturna, siempre en la llovizna,
los cuerpos abriendo sus millones de ojos,
los cuerpos, dominados por la luz, se repliegan
ante el asesinato de la piel,
los cuerpos, devorando oleadas de luz, revientan como girasoles de fuego
encima de las aguas estáticas,
los cuerpos, en las aguas, como carbones apagados derivan hacia el mar.
Es la confusión, es el terror, es la abundancia,
es la virginidad que comienza a perderse.
Los mangos podridos en el lecho del río ofuscan mi razón,
y escalo el árbol más alto para caer como un fruto.
Nada podría detener este cuerpo destinado a los cascos de los caballos,
turbadoramente cogido entre la poesía y el sol.
Escolto bravamente el corazón traspasado,
clavo el estilete más agudo en la nuca de los durmientes.
El trópico salta y su chorro invade mi cabeza
pegada duramente contra la costra de la noche.
La piedad original de las auríferas arenas
ahoga sonoramente las yeguas españolas,
la tromba desordena las crines más oblicuas.
No puedo mirar con estos ojos dilatados.
Nadie sabe mirar, contemplar, desnudar un cuerpo.
Es la espantosa confusión de una mano en lo verde,
los estranguladores viajando en la franja del iris.
No sabría poblar de miradas el solitario curso del amor.
Me detengo en ciertas palabras tradicionales:
el aguacero, la siesta, el cañaveral, el tabaco,
con simple ademán, apenas si onomatopéyicamente,
titánicamente paso por encima de su música,
y digo: el agua, el mediodía, el azúcar, el humo.
Yo combino:
el aguacero pega en el lomo de los caballos,
la siesta atada a la cola de un caballo,
el cañaveral devorando a los caballos,
los caballos perdiéndose sigilosamente
en la tenebrosa emanación del tabaco,
el último gesto de los siboneyes mientras el humo pasa por la horquilla
como la carreta de la muerte,
el último ademán de los siboneyes,
y cavo esta tierra para encontrar los ídolos y hacerme una historia.
Los pueblos y sus historias en boca de todo el pueblo.
De pronto, el galeón cargado de oro se mete en la boca
de uno de los narradores,
y Cadmo, desdentado, se pone a tocar el bongó.
La vieja tristeza de Cadmo y su perdido prestigio:
en una isla tropical los últimos glóbulos rojos de un dragón
tiñen con imperial dignidad el manto de una decadencia.
Las historias eternas frente a la historia de una vez del sol,
las eternas historias de estas tierras paridoras de bufones y cotorras,
las eternas historias de los negros que fueron,
y de los blancos que no fueron,
o al revés o como os parezca mejor,
las eternas historias blancas, negras, amarillas, rojas, azules,
—toda la gama cromática reventando encima de mi cabeza en llamas—,
la eterna historia de la cínica sonrisa del europeo
llegado para apretar las tetas de mi madre.
El horroroso paseo circular,
el tenebroso juego de los pies sobre la arena circular,
el envenado movimiento del talón que rehuye el abanico del erizo,
los siniestros manglares, como un cinturón canceroso,
dan la vuelta a la isla,
los manglares y la fétida arena
aprietan los riñones de los moradores de la isla.
Sólo se eleva un flamenco absolutamente.
¡Nadie puede salir, nadie puede salir!
La vida del embudo y encima la nata de la rabia.
Nadie puede salir:
el tiburón más diminuto rehusaría transportar un cuerpo intacto.
Nadie puede salir:
una uva caleta cae en la frente de la criolla
que se abanica lánguidamente en una mecedora,
y “nadie puede salir” termina espantosamente en el choque de las claves.
Cada hombre comiendo fragmentos de la isla,
cada hombre devorando los frutos, las piedras y el excremento nutridor.
Cada hombre mordiendo el sitio dejado por su sombra,
cada hombre lanzando dentelladas en el vacío donde el sol se acostumbra,
cada hombre, abriendo su boca como una cisterna, embalsa el agua
del mar, pero como el caballo del barón de Munchausen,
la arroja patéticamente por su cuarto trasero,
cada hombre en el rencoroso trabajo de recortar
los bordes de la isla más bella del mundo,
cada hombre tratando de echar a andar a la bestia cruzada de cocuyos.
Pero la bestia es perezosa como un bello macho
y terca como una hembra primitiva.
Verdad es que la bestia atraviesa diariamente los cuatro momentos caóticos,
los cuatro momentos en que se la puede contemplar
—con la cabeza metida entre sus patas—escrutando el horizonte con ojo atroz,
los cuatro momentos en que se abre el cáncer:
madrugada, mediodía, crepúsculo y noche.
Las primeras gotas de una lluvia áspera golpean su espalda
hasta que la piel toma la resonancia de dos maracas pulsadas diestramente.
En este momento, como una sábana o como un pabellón de tregua, podría
desplegarse un agradable misterio,
pero la avalancha de verdes lujuriosos ahoga los mojados sones,
y la monotonía invade el envolvente túnel de las hojas.
El rastro luminoso de un sueño mal parido,
un carnaval que empieza con el canto del gallo,
la neblina cubriendo con su helado disfraz el escándalo de la sabana,
cada palma derramándose insolentemente en un verde juego de aguas,
perforan, con un triángulo incandescente, el pecho de los primeros aguadores,
y la columna de agua lanza sus vapores a la cara del sol cosida por un gallo.
Es la hora terrible.
Los devoradores de neblina se evaporan
hacia la parte más baja de la ciénaga,
y un caimán los pasa dulcemente a ojo.
Es la hora terrible.
La última salida de la luz de Yara
empuja a los caballos contra el fango.
Es la hora terrible.
Como un bólido la espantosa gallina cae,
y todo el mundo toma su café.
¿Pero qué puede el sol en un pueblo tan triste?
Las faenas del día se enroscan al cuello de los hombres
mientras la leche cae desesperadamente.
¿Qué puede el sol en un pueblo tan triste?
Con un lujo mortal los macheteros abren grandes claros en el monte,
la tristísima iguana salta barrocamente en un caño de sangre,
los macheteros, introduciendo cargas de claridad, se van ensombreciendo
hasta adquirir el tinte de un subterráneo egipcio.
¿Quién puede esperar clemencia en esta hora?
Confusamente un pueblo escapa de su propia piel
adormeciéndose con la claridad,
la fulminante droga que puede iniciar un sueño mortal
en los bellos ojos de hombres y mujeres,
en los inmensos y tenebrosos ojos de estas gentes
por los cuales la piel entra a no sé qué extraños ritos.
La piel, en esta hora, se extiende como un arrecife
y muerde su propia limitación,
la piel se pone a gritar como una Ioca, como una puerca cebada,
la piel trata de tapar su claridad con pencas de palma,
con yaguas traídas distraídamente por el viento,
la piel se tapa furiosamente con cotorras y pitahayas,
absurdamente se tapa con sombrías hojas de tabaco
y con restos de leyendas tenebrosas,
y cuando la piel no es sino una bola oscura,
la espantosa gallina pone un huevo blanquísimo.
¡Hay que tapar! ¡Hay que tapar!
Pero la claridad avanzada, invade
perversamente, oblicuamente, perpendicularmente,
la claridad es una enorme ventosa que chupa la sombra,
y las manos van lentamente hacia los ojos.
Los secretos más inconfesables son dichos:
la claridad mueve las lenguas,
la claridad mueve los brazos,
la claridad se precipita sobre un frutero de guayabas,
la claridad se precipita sobre los negros y los blancos,
la claridad se golpea a sí misma,
va de uno a otro lado convulsivamente,
empieza a estallar, a reventar, a rajarse,
la claridad empieza el alumbramiento más horroroso,
la claridad empieza a parir claridad.
Son las doce del día.
Todo un pueblo puede morir de luz como morir de peste.
Al mediodía el monte se puebla de hamacas invisibles,
y, echados, los hombres semejan hojas a la deriva sobre aguas metálicas.
En esta hora nadie sabría pronunciar el nombre más querido,
ni levantar una mano para acariciar un seno;
en esta hora del cáncer un extranjero llegado de playas remotas
preguntaría inútilmente qué proyectos tenemos
o cuántos hombres mueren de enfermedades tropicales en esta isla.
Nadie lo escucharía: las palmas de las manos vueltas hacia arriba,
los oídos obturados por el tapón de la somnolencia,
los poros tapiados con la cera de un fastidio elegante
y la mortal deglución de las glorias pasadas.
¿Dónde encontrar en este cielo sin nubes el trueno
cuyo estampido raje, de arriba a abajo, el tímpano de los durmientes?
¿Qué concha paleolítica reventaría con su bronco cuerno
el tímpano de los durmientes?
Los hombres-conchas, los hombres-macaos, los hombres-túneles.
¡Pueblo mío, tan joven, no sabes ordenar!
¡Pueblo mío, divinamente retórico, no sabes relatar!
Como la luz o la infancia aún no tienes un rostro.
De pronto el mediodía se pone en marcha,
se pone en marcha dentro de sí mismo,
el mediodía estático se mueve, se balancea,
el mediodía empieza a elevarse flatulentamente,
sus costuras amenazan reventar,
el mediodía sin cultura, sin gravedad, sin tragedia,
el mediodía orinando hacia arriba,
orinando en sentido inverso a la gran orinada
de Gargantúa en las torres de Notre Dame,
y todas esas historias, leídas por un isleño que no sabe
lo que es un cosmos resuelto.
Pero el mediodía se resuelve en crepúsculo y el mundo se perfile.
A la luz del crepúsculo una hoja de yagruma ordena su terciopelo,
su color plateado del envés es el primer espejo.
La bestia lo mira con su ojo atroz.
En este trance la pupila se dilata, se extiende como mundo se perfila,
hasta aprehender la hoja.
Entonces la bestia recorre con su ojo las formas sembradas en su lomo
y los hombres tirados contra su pecho.
Es la hora única para mirar la realidad en esta tierra.
No una mujer y un hombre frente a frente,
sino el contorno de una mujer y un hombre frente a frente,
entran ingrávidos en el amor,
de tal modo que Newton huye avergonzado.
Una guinea chilla para indicar el angelus:
abrus precatorious, anona myristica, anona palustris.
Una letanía vegetal sin trasmundo se eleva
frente a los arcos floridos del amor:
Eugenia aromática, eugenia fragrans, eugenia plicatula.
El paraíso y el infierno estallan y sólo queda la tierra:
Ficus religiosa, ficus nitida, ficus suffocans.
La tierra produciendo por los siglos de los siglos:
Panicum colonum, panicum sanguinale, panicum maximum.
El recuerdo de una poesía natural, no codificada, me viene a los labios:
Árbol de poeta, árbol del amor, árbol del seso.
Una poesía exclusivamente de la boca como la saliva:
Flor de calentura, flor de cera, flor de la Y.
Una poesía microscópica:
Lágrimas de Job, lágrimas de Júpiter, lágrimas de amor.
Pero la noche se cierra sobre la poesía y las formas se esfuman.
En esta isla lo primero que la noche hace es despertar el olfato:
Todas las aletas de todas las narices azotan el aire
buscando una flor invisible;
la noche se pone a moler millares de pétalos,
la noche se cruza de paralelos y meridianos de olor,
los cuerpos se encuentran en el olor,
se reconocen en este olor único que nuestra noche sabe provocar;
el olor lleva la batuta de las cosas que pasan por la noche,
el olor entra en el baile, se aprieta contra el güiro,
el olor sale por la boca de los instrumentos musicales,
se posa en el pie de los bailadores,
el corro de los presentes devora cantidades de olor,
abre la puerta y las parejas se suman a la noche.
La noche es un mango, es una piña, es un jazmín,
la noche es un árbol frente a otro árbol sin mover sus ramas,
la noche es un insulto perfumado en la mejilla de la bestia;
una noche esterilizada. una noche sin almas en pena,
sin memoria, sin historia, una noche antillana;
una noche interrumpida por el europeo,
el inevitable personaje de paso que deja su cagada ilustre,
a lo sumo, quinientos años, un suspiro en el rodar de la noche antillana,
una excrecencia vencida por el olor de la noche antillana.
¡No importa que sea una procesión, una conga,
una comparsa, un desfile.
La noche invade con su olor y todos quieren copular.
El olor sabe arrancar las máscaras de la civilización,
sabe que el hombre y la mujer se encontrarán sin falta en el platanal.
¡Musa paradisíaca, ampara a los amantes!
No hay que ganar el cielo para gozarlo,
dos cuerpos en el platanal valen tanto como la primera pareja,
la odiosa pareja que sirvió para marcar la separación.
¡Musa paradisíaca, ampara a los amantes!
No queremos potencias celestiales sino presencias terrestres,
que la tierra nos ampare, que nos ampare el deseo,
felizmente no llevamos el cielo en la masa de la sangre,
sólo sentimos su realidad física
por la comunicación de la lluvia al golpear nuestras cabezas
Bajo la lluvia, bajo el olor, bajo todo lo que es una realidad,
un pueblo se hace y se deshace dejando los testimonios:
un velorio, un guateque, una mano, un crimen,
revueltos, confundidos, fundidos en la resaca perpetua,
haciendo leves saludos, enseñando los dientes, golpeando sus riñones,
un pueblo desciende resuelto en enormes postas de abono,
sintiendo cómo el agua lo rodea por todas partes,
más abajo, más abajo, y el mar picando en sus. espaldas;
un pueblo permanece junto a su bestia en la hora de partir,
aullando en el mar, devorando frutas, sacrificando animales,
siempre más abajo, hasta saber el peso de su isla,
el peso de una isla en el amor de un pueblo.