Por ARMANDO HART DÁVALOS
Solo comparando la época y el proceso histórico europeo, estudiado por Marx y Engels, con el cubano del siglo XIX, y extrayendo después conclusiones, podremos ser consecuentes con sus enseñanzas en nuestro país.
Para defender los intereses de los trabajadores y explotados de Cuba y el mundo hay que desterrar de nuestras mentes todo vestigio de interpretación de sus ideas como una teoría general de la filosofía de la historia válida para todos los tiempos y lugares. Esto —lo diría el propio Marx— es hacerles un escarnio a sus ideas. Descubrir un método de investigar y una guía para nuestro trabajo en lo político, para la investigación social y económica, es un aporte genial. ¿Por qué darle otra interpretación a lo que ya tiene un valor enorme en sí mismo?
Salvando, desde luego las enormes diferencias, cuando alguien me preguntó por qué yo insistía tanto en Marx, dije: Porque inventó las tablas de sumar, restar, multiplicar y dividir en las ciencias sociales y económicas. Y podría decírseme: no basta con las tablas, también se desarrolló toda la matemática hasta el álgebra superior y hasta la física cuántica. Pero sumar, restar, multiplicar y dividir ya es un invento grande sin el cual no existiría la ciencia moderna.
Si comparamos la cultura de los tiempos de Félix Varela y de Luz y Caballero con las ideas políticas y sociales europeas de la época posterior a 1815, cuando la derrota de Napoleón en Waterloo y la instauración de la Santa Alianza, es decir, desde la primera gran crisis de la modernidad hasta los movimientos democráticos y populares de la década de 1840 cuando emergió con fuerza el pensamiento socialista, encontramos que en la Cuba colonial y esclavista en ese tiempo (1815-1845) surgió por oposición a tanto oprobio una sabiduría filosófica y política más rigurosa que la de Europa de ese mismo período. Ello fue posible precisamente porque superó la herencia reaccionaria de determinadas corrientes de la escolástica, que nos representamos en la Inquisición, y porque se situó del lado de los pobres. En fin, la cultura de Varela, de Luz y Caballero y de la intelectualidad cubana forjadora en nuestro país de la modernidad europea estuvo asentada en el pensamiento científico más riguroso e inspirada en una espiritualidad de raíces éticas y culturales cristianas.
Al estudiar con visión actual y partiendo de la formación científica y filosófica que hemos recibido del materialismo histórico, hay puntos en Luz y Caballero que mueven a la más consecuente reflexión filosófica. En su obra Las ideas y la filosofía en Cuba, texto imprescindible para quienes se interesen en la historia del pensamiento cubano, Medardo Vitier –padre de Cintio– destaca como una de las claves de la concepción de Luz: “El criterio sobre la verdad no radica objetivamente en el mundo exterior, no radica subjetivamente en nosotros; surge, se organiza como una congruencia entre lo objetivo y lo subjetivo”. Sería de interés examinar esta conclusión a la luz del pensamiento de Marx en las Tesis sobre Feuerbach. Dicen Marx y Engels en la primera de ellas: “El defecto fundamental de todo el materialismo anterior –incluido Feuerbach– es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensorialidad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo”. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero solo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal. Es decir, conciben como defecto fundamental del materialismo anterior que no tiene en cuenta al sujeto, a lo subjetivo, a la sensorialidad como práctica humana. ¡Cuántas polémicas tuvieron lugar desde los años 60, cuando el Che y Fidel destacaron el valor de lo subjetivo y el papel del hombre en los procesos históricos!
Hay que probar la raíz materialista y el fundamento científico de la facultad humana de crear vida espiritual. En realidad está confirmado por la evidencia de que no solo de pan vive el hombre. No lo dijo un científico, pero es una verdad científica. Es una de esas verdades sencillas que, parafraseando a Engels, podríamos decir que también permaneció oculta en la maleza ideológica de siglos. A esto se refería Engels cuando afirmó: “La civilización ha realizado cosas de las que distaba muchísimo de ser capaz la antigua sociedad gentilicia, pero las ha llevado a cabo poniendo en movimiento los impulsos y las pasiones más viles de los hombres, y a costa de sus mejores disposiciones”. Yo diría: maestro Engels, ¿dónde están las mejores disposiciones? Y seguro contestaría: en la naturaleza humana.
Tanto en un caso como en el otro –los impulsos más viles y las mejores disposiciones– están en la naturaleza humana como un factor clave de las condiciones y actitudes del hombre.
Lo más importante consiste en que el pensar filosófico cubano promovió el lado activo a favor de la justicia en su forma radicalmente universal y lo hace sobre el fundamento de métodos de investigación científica de la naturaleza. Esto es lo que nos ha ayudado a ser revolucionarios. Dinamizarlo sobre el fundamento de la interpretación cubana del materialismo histórico está presente desde los tiempos del Moncada como fuerza esencial de la Revolución. Ello nos permitió enfrentar un momento decisivo de la historia cultural de lo que se llamó occidente. El genio y la originalidad de Fidel Castro consistió en llevar al terreno de los hechos estos métodos y principios que, en esencia, significan relacionar dialécticamente las ideas del socialismo con la tradición ética de la nación cubana.
Si hubiéramos marchado solamente por la vía de las reformas o demandas económicas, como se planteaba por las llamadas “izquierdas” del siglo XX, no hubiéramos llevado a cabo una revolución profunda. Si lo hubiéramos presentado solo como una cuestión ética tampoco la hubiéramos hecho. Es la combinación de ambos elementos lo que hace la Revolución. El sentimiento ético, patriótico, el sentido heroico del Moncada, y las exigencias de igualdad y justicia social contenidas en La historia me absolverá, están en la médula de aquel acontecimiento. Esta articulación llegó hasta nuestros días y se proyecta hacia el porvenir.
Etica y justicia social constituyen la principal necesidad ideológica de Cuba, América y el mundo. El sistema burgués imperialista divorcia estas categorías y las sitúa en planos antagónicos. La síntesis entre lo ético y lo social tiene fundamentos en la filosofía cubana, es la clave central de ella. Luz y Caballero, desde su arraigada creencia cristiana, llegó a señalar que la relación entre la moral y el cuerpo humano era mucho más estrecha de lo que habitualmente se creía.
Llevó esto al terreno de la filosofía, es decir, a los principios que orientan los métodos de investigación. Así, critica a los que sugieren la existencia de dos tipos de investigaciones contradictorias, es decir, “dos clases de observación, la externa e interna… No siendo ella en realidad más que la misma función, ora aplicada al conocimiento de los objetos exteriores, ora a los fenómenos internos; por lo cual solo la razón de su objeto, pero no de su principio, podrá clasificarse la observación como interna y externa; modo de clasificar que no es de lo más claro ni científico y por lo mismo tanto más tachable en este género de investigaciones, las sociales, en que más que ningunas otras debe hermanar el precepto con el ejemplo en materia de precisión”.
En el sistema occidental las llamadas ciencias del hombre ni tenían ni tienen posibilidad de encontrar los fundamentos objetivos de la naturaleza humana, precisamente porque divorciaron radicalmente estos dos planos de la vida: el externo y el interno. Subrayo, con inmenso respeto a todas las creencias, que el pecado original de la historia de las ideas de Occidente fue divorciar lo que denominaron materia y lo que llamaron espíritu. En verdad, se trata de una relación dialéctica. ¿No es esto acaso lo que refleja el concepto de unidad material del mundo o, para decirlo con palabras de Martí, la unidad de la naturaleza?
Resulta muy esclarecedor lo expuesto por José de la Luz en el siguiente párrafo: “Hasta que no sea aplicado a las ciencias morales el método edificante y creador de las naturales, no nos hemos puesto en camino de resolver los más importantes problemas de la organización social”. ¿Ven ustedes la inconsistencia que tienen —no ya dicho por un marxista, sino por José de la Luz y Caballero— las tendencias a la desideologización y fragmentación de la ciencia?
En Cuba se llegó en el siglo XIX a la más alta escala del saber que nos representamos en el Apóstol. Con métodos propios del materialismo histórico y la experiencia de más de cien años de historia, podemos estudiar los factores decisivos que en el siglo XIX cubano y de la historia de Occidente sirvieron de condicionamiento económico-social al pensamiento cubano.
En Cuba creció y se fortaleció la utopía universal del hombre sobre fundamentos económicos y sociales por haber vivido, de forma original, procesos claves de la historia de Occidente en estos dos últimos siglos, entre ellos, los siguientes:
La necesidad de liquidar el sistema colonial europeo en América (siglo XIX).
El desarrollo y expansión de los Estados Unidos a lo largo de aquella centuria que sentó las bases del imperialismo moderno (siglo XIX).
El crecimiento acelerado de la población esclava de origen africano y de trabajadores blancos traídos de España y de otras latitudes que conformó como conjunto una composición social y de masas que sufrían la doble explotación nacional y social (siglo XIX y XX).
La expansión norteamericana durante el siglo XIX.
Por último, en Cuba se estableció al inicio del siglo XX, el primer ensayo neocolonial del imperialismo. La república que emergió tras la ocupación norteamericana frustró toda posibilidad de que se desarrollara un capitalismo portador del ideal nacional cubano.
Sobre estas bases económicas, sociales y políticas, hicieron síntesis y se materializaron en la Revolución Cubana los ideales más progresistas de los siglos XIX y XX de Occidente. De esta forma, en el crisol de nuestras luchas por la independencia y por afianzar nuestra identidad como nación estuvieron presentes los siguientes elementos:
El inmenso saber de la modernidad europea, tal como la habían interpretado creativamente los maestros forjadores que nos representamos en Varela y Luz y Caballero.
La más pura tradición ética de raíces cristianas que, como he dicho, en Cuba no se asumió en antagonismo con las ciencias.
La influencia desprejuiciada de las ideas de la masonería en su sentido de universalidad y solidaridad humana que estuvo presente en la forja de la epopeya del 68 y en especial en las ideas de nuestros padres fundadores.
La cultura de raíz inmediatamente popular que nos simbolizamos en el pensamiento y sentimiento de la familia de los Maceo y especialmente del Titán de Bronce. La caracterizamos como la forma y el sentido con que la población de origen africano del Caribe asumió las ideas de la modernidad.
La tradición bolivariana y latinoamericana que Martí enriqueció con su vida en México, Centroamérica y Venezuela, de donde partió hacia Nueva York en 1881 y proclamó: “De América soy hijo: a ella me debo”.
Las ideas y sentimientos antimperialistas surgidos desde las entrañas mismas del imperio yanqui. La presencia del Apóstol durante casi quince años en Estados Unidos, la tercera parte de su vida, completó su inmenso saber y sintetizó el pensamiento político, social y filosófico desde la óptica de los intereses latinoamericanos y fue una contribución decisiva a la conformación del pensamiento cubano. Martí se consideró siempre discípulo de Bolívar.
0 El pensamiento de Marx, Engels y Lenin, tal como lo interpretaron Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Ernesto Guevara y Fidel Castro.
Debemos asumir la historia de lo que fue la práctica socialista en el siglo XX, sobre la base de someterla a una rigurosa crítica. Hoy debemos asumir la herencia socialista de esa centuria recién concluida a beneficio de inventario, como ya señalamos en otras ocasiones.
Para este alto propósito es necesario tomar conciencia y extraer consecuencias prácticas de que el factor humano, y por tanto el socio-cultural, para bien o para mal, es fuerza decisiva de la historia. Que las condiciones materiales y económicas sean, en última instancia, las que determinan su curso no debe significar negar que los hombres con sus emociones, su cultura, su inteligencia y acciones, son los protagonistas de la historia, son ellos quienes la llevan hacia delante y también, en ocasiones, quienes destruyen las posibilidades de progreso. Para no hablar del progreso en sentido exclusivamente abstracto, o mejor, ajeno a las realidades concretas, tenemos que formular principios éticos y aplicarlos. El progreso material y espiritual exige, en primerísimo lugar, de un programa moral para el enfrentamiento al imperialismo a escala internacional. Mientras esto no se entienda o no encontremos los caminos adecuados para estos propósitos no podremos soñar con salvar a la humanidad de un posible holocausto.
Si deseamos buscar una fundamentación de estos principios en la historia de las ideas científicas de Europa que sirva de antecedente a nuestros fundamentos filosóficos de hoy, sigamos el camino que nos enseñó José Carlos Mariátegui.
Tres sabios de la ciencia europea hicieron los más importantes descubrimientos de repercusiones filosóficas, y la cultura espiritual de Europa no pudo extraer de ellos las conclusiones correspondientes. Me refiero a Darwin, Marx y Freud. Sin embargo, el peruano José Carlos Mariátegui, desde Indoamérica, entendió el alcance filosófico y espiritual de estos tres genios y realizó un análisis muy esclarecedor del significado de cada uno de ellos. Decía que se rechazaban estos tres pilares del pensamiento occidental por razones psicológicas, dado que el hombre se negaba a reconocer la naturaleza de sus orígenes y evolución. Estos descubrimientos de Freud –la importancia del sexo–, de Marx –la importancia del hecho económico–, de Darwin –la teoría de la evolución–, herían la conciencia y subconsciencia humana. Sin embargo, lo grande del hombre –decía Mariátegui– estaba en haberse elevado de esos orígenes a la más alta condición dentro de la historia natural y social. El reto consiste, precisamente, en la necesidad de continuar ese ascenso.
Enfoquemos la cuestión a partir de lo que Freud caracterizó como principio de actuación y principio de la realidad a la que se debe atener la conducta personal. Hay que entender que Freud se refiere a la realidad exterior a nosotros que abarca a los otros hombres, es decir, a la humanidad de que formamos parte. Ella también actúa sobre las necesidades determinadas por lo que el científico austríaco llamó principio de actuación, es parte esencial de la realidad a que se refería Freud. Porque la humanidad está situada en un mundo exterior al de cada uno de nosotros. Este es un problema clave para entender los nexos entre el pensamiento sicológico y el pensamiento social y económico más avanzado de la humanidad moderna. Situemos en este plano el tema de lo subjetivo como realidad exterior a cada hombre porque es la de los otros hombres y con la que necesariamente nos vinculamos de una forma u otra. Es la porción más inmediata de la realidad exterior a nosotros con la cual nos relacionamos.
Analícese lo anterior a la luz de las formulaciones de Marx y Engels en la Primera crítica a Feuerbach, a la que ya hemos hecho referencia anteriormente, es decir, cuando señaló que no había tenido en cuenta el factor subjetivo y la práctica de la transformación de la realidad. Asumamos a escala social el principio de actuación y vinculémoslo con el de la realidad que nos viene de los millones de seres humanos, y estaremos aplicando el postulado martiano de que el secreto de lo humano está en la facultad de asociarse. Aquí anda entonces, de por medio, la relación entre lo que se llamó subjetivo y lo que se denominó objetivo. La humanidad y su inmensa carga de subjetividad es una realidad exterior a cada uno de nosotros.
( Tomado de Bohemia)
( Tomado de Bohemia)
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