Por Edison Velázquez López.
En el año 1961 el Comandante Ernesto Guevara, como Ministro de lndustrias, me había designado su Delegado en Oriente, provincia que estaba directamente bajo el mando del Ministro de las FAR, el compañero Raul. En abril del año siguiente el Che me orientó hacerme cargo provisionalmente de Ia Empresa del Niquel, con instalaciones en Nicaro, Moa y Felton, y que en aquella época constituía Ia única empresa del Ministerio cuya Dirección se encontraba en el interior del país. Para el nombramiento se tuvo en cuenta que había participado en Ia nacionalización de esas industrias y que como Delegado del Ministro las atendía y conocía. Esa es Ia razón por Ia que me encontraba en aquellos históricos momentos en una zona que me daría Ia oportunidad de vivir una curiosa experiencia.
Meses después, encontrándome ya dirigiendo Ia Empresa, que tenia sus oficinas en Nicaro, una mañana mi secretaria me informó que un grupo de tres señores rusos querían verme, cosa que en principio no me sorprendió, pues era natural y corriente que esto sucediera, dado que teníamos una asistencia técnica soviética permanente colaborando con el arranque de las instalaciones de Moa, así como en trabajos asociados en general con Ias problemáticas de las dos fábricas de níquel.
AI recibirlos en mi oficina, me percaté de que no me eran conocidos y, tras los saludos de rigor, de inmediato pregunté en qué podía servirles, por lo que tomó Ia palabra quien notoriamente parecía ser el jefe y, utilizando a uno de sus acompañantes como traductor, me dijo: "Camarada, tengo orientaciones de hablar con usted, somos de una agrupación militar emplazada cerca de aquí y confrontamos algunas dificultades en cuanto a Ia alimentación. Queremos solicitar su ayuda." Rápidamente les respondí que estábamos a su entera disposición y les solicité conocer en que podíamos ser de alguna ayuda para ellos, a lo cual muy concretamente contestó que se trataba del pan, que era lo único que les hacia falta.
Analizamos entre las dos partes todas las posibilidades y acordamos que Ia ayuda consistiría en el suministro de tres sacos de pan con unas cincuenta flautas por saco, dos veces por semana. Todos los lunes y jueves, una persona seleccionada entre mis compañeros de confianza, les haría Ia entrega del alimento en el Iugar sugerido por ellos, el entronque de Mayari-Festón. Hacia las 11 de Ia mañana de los días acordados, ellos Io recogerían, y para facilitar Ia coordinación les mostré el jeep de cuatro puertas que usábamos en Ia Dirección y que tenia inscriptas las siglas J-2 en las puertas. En Nicaro existía una panaderfa vinculada a nuestra industria y encargué el cumplimiento estricto de Ia tarea al compañero Ernesto Mora, quien después de haber sido un combatiente distinguido de Ia Huelga de Abril de 1958 en Ia localidad de Sagua Ia Grande, ocupaba por aquellos días el cargo de inversionista de Ia nueva mina "Sol Líbano”, entonces en construcción.
Todo funcionó sin dificultades y, transcurrido alrededor de un mes, mi secretaria nuevamente me informó que otra vez querían verme dos de los compañeros rusos que habían venido anteriormente y que no eran identificados por el personal cubano como cooperantes nuestros. Se trataba del traductor de Ia ocasión anterior, esta vez acompañado por el político de Ia agrupación. Venían con Ia misión de extenderme una invitación del Jefe del contingente militar para visitar sus instalaciones. Era aproximadamente un jueves. Rápidamente acordamos que el sábado en Ia mañana efectuaríamos Ia visita y que iría conmigo el Director de Ia fábrica de Nicaro, compañero Luis Gálvez Taupier, quien anteriormente había sido Director de Ia Empresa del Cemento y se encontraba trabajando allí como un refuerzo enviado por el Comandante Guevara, dado el ambicioso plan de inversiones de Ia fabrica y Ia lmportancia estratégica del níquel en aquellos días. Todo quedó coordinado con Ia misma facilidad de entendimiento práctico con que habíamos planificado Ia entrega del pan. lríamos sin chofer.
Consulte con Galvez y consideramos oportuno llevarles un presente,que consistió en tres botellas del coñac español conocido como ''Tres Cepas”, que provenían de un viejo remanente de licor heredado del protocolo de Ia casa de visitas.
Llegado el sábado salimos para cumplir con Ia invitación y al arribar al punto de encuentro acordado, allí nos esperaban disciplinadamente los dos compañeros soviéticos que habían estado en Ia oficina. Con ellos tomamos rumbo a Ia carretera de Banes y después de un tramo abandonamos el asfalto, recorriendo una zona virgen y no transitada. Luego de un largo trecho de monte llegamos a una especie de acantilado, con una impresionante pared casi vertical a Ia costa, y un camino que bajaba hacia el mar, llevándonos a una pequeña e irregular explanada de diente de perro, una zona baja que no era visible desde ningún punto exterior de observación. Cual no seria nuestra sorpresa al toparnos de pronto con los enormes cohetes, columpiándose en sus plataformas, con un camuflaje que sólo permitía identificarlos a corta distancia. Allí estaban, con sus dotaciones de soldados soviéticos al frente de cada plataforma. Fue algo inolvidable.
Allí, con el diente perro como piso, tenían sus casas de campaña aquellos jóvenes. Nuestros guías seguidamente nos condujeron al Estado Mayor de Ia unidad, que no era sino otra tienda de lona donde nos esperaba su comandante, el Mayor Iván Minovich, en quien reconocimos el mismo rostro de quien nos había visitado en aquella primera ocasión en nuestra oficina. Nosotros no salíamos de la sorpresa, mientras ellos, muy contentos y sonrientes, disfrutaban de nuestra expresión de asombro y admiración.
De Ia breve explicación de Ia instalación que nos expusieron, quizás lo único que entendí fue que ellos nos veían a diario, cada vez que despegábamos en nuestros pequeños aviones, un Cessna y un Morava bimotor, para viajar Ia ruta Moa-Santiago de Cuba-Habana en tareas del Ministerio. Obviamente, no éramos el enemigo, pero nos impresiono saber que nos tenían en Ia mirilla, aunque no era de extrañar en un momento en que todo lo que se moviera en el aire podía ser una potencial agresión.
Ante Ia perspectiva de sabernos vigilados por nuestros aliados, Gálvez, tratando de romper el hielo por nuestra parte, les hizo entrega de las botellas de coñac que llevábamos como presente. Presto y sin perder tiempo el político saco cuatro vasos y como si se tratara de un refresco, sirvió Ia primera botella dividiéndola en generosas porciones. Yo mire a Gálvez con preocupación. Tenia úlceras estomacales y llevaba varios días con una dieta solo a base de malanga, pero conocía que Ia costumbre rusa en el brindis exigía devolver el vaso vacío de un solo golpe. El mayor Ivan hizo el primer brindis, en saludo a sus amigos visitantes, y los vasos fueron vaciados de un solo sorbo. Terminado el primer brindis, agradecí el gesto de confianza de invitarnos a visitar su base y expresé que ello nos obligaba a un serio compromiso con esa muestra de confianza; valoré altamente su presencia internacionalista, tras lo cual aproveché para "meter Ia cuña" de que tenía úlceras y que Ia bebida me estaba restringida. Esperaba que los amigos soviéticos reconocieran aquel primer brindis, por mí efectuado a pesar ml enfermedad, como un sacrificio en aras de mostrar mi gratitud y camaradería con ellos, pero no había terminado de hablar cuando con una alegre y jocosa sonrisa que dejaba ver varias piezas de oro, el político, a quien si mal no recuerdo llamaban Vladimir, con gran seguridad me aseguró que esa bebida era Ia mejor medicina para mi padecimiento. Por suerte, pensé en aquel momento, solo trajimos tres botellas, que en efecto, duraron minutos. Ya en el ultimo brindis Vladimir sacó un enorme envase de cristal, que contenía tomates navegando en abundante vinagre. Nos dijo que su esposa se los había enviado recientemente, y entonces vi Ia señal de no tener que beber mas.
Los temas de conversación, superada Ia sorpresa inicial, versaban alrededor de las permanentes lluvias características de aquella época del año y las cartas de las familias, que hablaban acerca de Ia vida cotidiana en Ia Unión Soviética, los hijos, el trabajo. Mi tranquilidad duró minutos porque ante lo extenso y agradable de Ia charla, Vladimir se ausentó momentáneamente, regresando con una cantimplora enorme. Plástica y redonda, de un tipo que nunca antes había visto. Yo, que daba por terminada Ia odisea de los vasos boca abajo, vacíos de un solo sorbo, tendría una nueva sorpresa. Vladimir esgrimió con genial destreza Ia enorme cantimplora y volvió a llenar los vasos de una bebida blanca. De reojo mire a Gálvez y murmuré una palabra que resumía algo que venia temiendo desde hacia minutos y me preocupaba en aquel momento mas que los cohetes que apuntaban a mi avioneta: Vodka. Haciendo acopio de valor para no producir un desaire a nuestros anfitriones, bebí un nuevo y demoledor trago de aquel supuesto vodka y sentí que algo quemante bajaba por mi garganta. Dos lagrimas se desprendieron de mis ojos y, sin pedir permiso, tomé un tomate a modo de naranja fresca para apagar el fuego de Ia boca. Inferí, sin necesidad de mucho análisis, que estábamos bebiendo algo parecido a lo que en Cuba llamamos popularmente "alcoholite". Ante lo que constituía ciertamente un suicidio, miré de nuevo a Gálvez, buscando no sé qué solución a aquel martirio, pero me di cuenta de que el lo disimulaba mejor que yo: no aparentaba sufrir el cambio y daba Ia impresión de que seguía tomando del ''Tres Cepas”, en lugar de aquel veneno. Ese martirio fue el costo que tuve que pagar por el privilegio de haber visitado Ia base de cohetes que, comprensiblemente, con el mundo al borde de un desastre nuclear, constituía un secreto de los mas reservados.
En las semanas posteriores, estando ya en conocimiento de Ia existencia de esta instalación y con Ia extraña sensación de sentimos observados cada vez que viajábamos en nuestro pequeño avión, aunque guardando en silencio nuestro secreto y sin dar a entender nada al piloto, a partir de aquel acontecimiento tratábamos, desde Ia altura que alcanzaba nuestro aparato, de ver la base soviética imposible, pues el Iugar formaba una especie de bolsón que penetraba dentro del acantilado. Contando además con un magnifico camuflaje, ni desde el aire, ni desde el mar, era posible descubrir Ia instalación, a pesar de que en muchas oportunidades alcanzábamos alturas de regreso de 3000 pies y el humo de Ia fábrica de Nicaro lo divisábamos a casi 30 millas de distancia.
Varias veces comentamos con Gálvez Ia tremenda sorpresa y emoción que habiamos tenido el privilegio de experimentar juntos. Para los dos se trataba de algo unico e inolvidable. Sin embargo no imaginábamos que aqui no terminaba el camino de las sorpresas: El 27 de octubre de 1962 aconteció el histórico derribo del avión espía U-2.
Yo había viajado a La Habana el día 20 de octubre, citado a un despacho con el compañero Orlando Borrego, que se encontraba en funciones de Ministro de lndustrias, por estar el Che movilizado en Pinar del Río al haber alcanzado Ia crisis su punto mas alto de ebullición. Ante Ia amenaza inminente de bombardeo e invasión, Borrego me instruyo el día 22, el regreso inmediato a mis responsabilidades en Ia protección de las fábricas y Ia toma de medidas emergentes en su defensa. Conociendo con mas precisión Ia gravedad de los acontecimientos y previendo Ia movilización y movimientos militares existentes en un país en estado de guerra y plena disposición combativa, como era el nuestro en aquellos días, fue necesario que se me extendiera un salvoconducto, única forma de viajar de manera expedita en aquellas condiciones, dada Ia necesidad que tenia de llegar rápidamente a Nicaro.
En media de este clima de tensión comenzaron a llegar el día 27 de octubre, en horas de Ia tarde, noticias de que algunos trabajadores avisaban que en sus zonas de trabajo o residencia habían caído fragmentos de algún cuerpo extraño, por lo que surgían comentarios acerca de si eran de un avión. El día 28 por Ia mañana, el Jefe de Ia Seguridad de Estado en Ia región, cuyo Centro se encontraba en Mayarí, me llamó por teléfono para que a las 6 de Ia tarde fuera a encontrarme con él, pidiéndome que llevara conmigo a un traductor de ruso que fuera de entera confianza. Para esa misión Gálvez localizó a un ingeniero hispano soviético de apellido Barredo, militante del PCUS y de absoluta lealtad hacia nosotros.
Puntualmente, como fue acordado, a las 6 estuvimos en Mayarí, y de allí nos trasladamos con el Delegado de Ia Seguridad hasta un pequeño aeropuerto agrícola, que estaba en Ia salida de Mayarí para Cueto. Allí estaban depositados una cantidad de fragmentos metálicos acopiados en diferentes lugares de Ia zona. Después de leer las inscripciones en idioma ruso que se conservaban en algunos fragmentos Barredo confirmo que se trataba de un cohete y hasta tenia impresa la fecha en que había desfilado en el acto tradicional en Ia Plaza Roja de Moscú. Incluso recuerdo claramente como era también posible leer Ia fecha en que había sido recargado el misil. Aunque entonces se publicó que el U-2 había sido derribado en Pinar del Río, Gálvez y yo ya en aquel memento sospechamos que el cohete interceptor había sido lanzado en Ia base de nuestro amigo, el mayor Iván.
Aunque muchos aspectos de esta historia hoy se conocen en detalle, y al no existir ya los peligros de que alguna información pudiera ser de ayuda al agresivo enemigo de siempre, hemos considerado útil dejar constancia de esta experiencia que privilegiadamente nos tocó vivir y conocer a Gálvez y a mi.
Han transcurrido cincuenta años de aquellos acontecimientos, tiempo en que siempre mantuvimos Ia duda acerca de quien orientaría al mayor Iván Minovich, Jefe de Ia base soviética de cohetes que contactamos en Nicaro, para Ia ayuda alimentaria que requerían.
Tratando de hacer una reflexión realista y tomando en cuenta Ia poca claridad existente sobre quien dio Ia orden del derribo, en nuestro criterio caben tres posibilidades: Ia orientación de contactarnos pudiera haber partido de Ia máxima autoridad del Ministerio de lndustrias, o del Jefe militar de Ia provincia, pero con mucha fuerza está anclada en nuestras mentes Ia posibilidad real de que fuera una iniciativa personal del mayor Iván, acción que se correspondería con Ia seguridad, valentía política, confianza en sí mismo y audacia personal que caracterizó la decisión tomada por él, en el derribo del U-2, como ha quedado comprobado en las interpretaciones mas recientes de aquellos hechos históricos.
( Tomado de Segunda Cita)
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