sábado, 29 de abril de 2017

Cuba: comunicación, derechos y desarrollo sostenible

El modelo comunicativo imperante en el país necesita transformarse para que esté a la altura de las demandas actuales de la sociedad cubana.

SOCIEDAD José Ramón Vidal Valdez, Doctor en Ciencias de la Información 29 Abril, 2017 


Foto: Jorge Luis Baños_IPS
Ese modelo comunicativo se concreta, tanto en lo político como en lo jurídico, en el concepto del derecho a la comunicación, entendido este como el derecho a informar y ser informado, a hablar y ser escuchado, imprescindible para poder participar en las decisiones que conciernen a la colectividad.

Frecuentemente se escuchan, en escenarios diversos, quejas e insatisfacciones sobre el sistema de comunicación pública en Cuba. A veces se suscitan enconados debates sobre el tema desde imaginarios de prensa contrapuestos, pero existen también reflexiones más sosegadas, rigurosas e integrales,que se gestan, sobre todo, en el campo académico de la comunicación y la información y en el sector periodístico.

Estas reflexiones tratan de ubicar en contexto el sistema comunicativo y no solo de encontrar los orígenes históricos de sus rasgos peculiares, incluyendo sus fortalezas y sus debilidades, sino que intentan identificar, además, los retos que tiene ante sí, para el presente y futuro inmediato, y los posibles caminos para su mejoramiento.

El presente artículo pretende sintetizar algunas de las conclusiones más compartidasen el espacio académico de la información y la comunicación en Cuba –aunque, por supuesto, no unánimemente aceptadas–, acerca del sistema y el modelo comunicativo imperante en el país y las transformaciones que sería necesario realizar para que estén a la altura de las demandas actuales de la sociedad cubana.

Antecedentes

Las profundas transformaciones políticas, económicas y sociales desatadas por la Revolución Cubana impactaron también en la conformación del sistema de medios de comunicación que, en poco tiempo, pasaron a ser de medios comerciales a medios públicos.

Desde los primeros años de la pasada década del sesenta, la política editorial de los medios se subordinó por entero a la confrontación Revolución–contrarrevolución que, en el caso cubano, como se sabe, tiene un profundo matiz nacionalista, al ser ante todo la disputa entre Cuba y los Estados Unidos.

Cuba fue bloqueada económicamente (aún lo está), agredida por bandas terroristas y amenazada de intervención militar directa. Se desató una inmensa campaña diplomática y mediática con el propósito de aislarla del resto del mundo.

En ese contexto aparecen dos rasgos esenciales en el sistema comunicacional cubano: la propaganda en defensa de la Revolución, como función primera y esencial de los medios; y el secretismo, como mecanismo de defensa ante situaciones realmente excepcionales.

No obstante ello, durante la primera mitad de esa década la prensa fue escenario de debates de sumo interés público acerca del proyecto socialista y acogió no pocos trabajos periodísticos críticos.

En la segunda mitad de los sesenta se produjo la integración de los diarios Hoy y Revolución, que eran los medios vinculados al Partido Socialista Popular y al Movimiento 26 de julio, como expresión en la prensa del proceso de unidad de las fuerzas políticas de la Revolución. Surgió así Granma como órgano oficial del Partido Comunista de Cuba. Semanas más tarde nacería Juventud Rebelde, con el subtítulo de órgano de la juventud cubana, bajo la supervisión de la Unión de Jóvenes Comunistas.

Según la apreciación del ya fallecido Julio García Luís, Premio Nacional de Periodismo,…” la reestructuración de la prensa diaria en 1965 no se revirtió de inmediato ni después, en un periodismo de mayor calidad al que ya se venía realizando”[1]. Varios factores incidieron sobre este resultado, desde la experiencia profesional de los nuevos periodistas y directivos, muchos de ellos improvisados, hasta un mayor control sobre los medios desde el sistema político.

Pero no fue hasta la década del setenta que se entronizaron en el sistema de medios mecanismos de control directo a imagen y semejanza con el modelo soviético, como parte de un proceso mucho más general de acercamiento a la URSS y al campo socialista europeo.

La autorregulación por convicción, sentido de responsabilidad y profesionalidad por parte de los periodistas y directivos de los medios no se consideró garantía suficiente para las estructuras del Partido y se intensificó la intromisión de su aparato auxiliar en la conducción cotidiana de la prensa.

Por supuesto, esto conspiró contra la profesionalidad y,fundamentalmente, contra el cumplimiento de las funciones diversas y complementarias de los medios en la sociedad. Se produjo entonces una hipertrofia de la función propagandística, con tintes apologéticos de la obra de la Revolución, en detrimento de la función informativa, de la crítica oportuna y necesaria para cualquier proyecto político y socioeconómico y del uso de los medios como plataformas de participación democrática de la ciudadanía en los asuntos públicos.

Estos rasgos se mantienen en lo esencial como características del sistema de los medios en Cuba, pese al tiempo transcurrido y las transformaciones de la realidad nacional y del entorno internacional, incluido el comunicacional, que a todas luces está pidiendo un cambio.

El proceso de esos cambios se sabe será difícil porque debe sobreponerse a una cultura verticalista, que tiende más al control que a la autonomía, a la trasmisión más que a la participación y el diálogo.

La insatisfacción con la labor de los medios

El funcionamiento del sistema de medios en Cuba deja insatisfecho tanto a gran parte de la ciudadanía, como a las propias instituciones públicas.

Desde la ciudadanía se pueden constatar esas insatisfacciones tanto en las opiniones que se expresan acerca de los medios de comunicación, como por la proliferación y credibilidad de rumores. Desde las instituciones se han realizado críticas y demandas a los medios y a los profesionales de la comunicación en múltiples espacios y momentos.

En particular, los congresos de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) han sido momentos para el análisis crítico de los medios, especialmente en sus dos últimas ediciones.

Algunos de los problemas que provocan esas insatisfacciones son:


  1. Escasa autonomía de los medios para establecer sus agendas de contenidos, lo que provoca notables desfases entre las agendas mediáticas y las agendas públicas.
  2. Imposibilidad de acceder a toda la información necesaria desde las instituciones públicas, dado el carácter restrictivo y secretista con que actúan en lo comunicacional.
  3. Los medios de comunicación no solo están afectados por el secretismo y el sistema de regulación de sus contenidos, sino que padecen graves déficit financieros y materiales.Por ejemplo, una crítica situación con sus medios de transporte afecta la labor reporteril.
  4. El personal que labora en los medios, como en muchos otros sectores del país, recibe salarios insuficientes y ello lo obliga, en no pocos casos, a dedicar tiempo y esfuerzos en encontrar otras vías de ingresos.

Todo lo anterior ha impactado en una lenta e insuficiente apropiación de las transformaciones que han ocurrido a escala global en los sistemas comunicativos caracterizados por la irrupción de redes y soportes digitales diversos, que crean la posibilidad de democratizar la producción y el acceso a la información y a la producción cultural.

Esta apropiación no se limita solo a lograr la conectividad y el acceso a la tecnología informática, lo cual tiene un notable retraso en Cuba, sino también la necesaria restructuración del sistema de gestión editorial y las culturas profesionales que se derivan de su asimilación.

A partir de estas insatisfacciones se ha intentado realizar algunos cambios regularizando las informaciones sobre el desempeño y los acuerdos de las instancias de gobierno, alentando trabajos periodísticos de corte crítico y la mayor presencia de voces de diferentes sectores sociales en la prensa. Las secciones de intercambio con los lectores se han fortalecido y constituyen una vía de participación y queja de la ciudadanía. Aparecen trabajos de opinión más diversos y plurales.Hay un incipiente desarrollo de la prensa digital. Se exige a los organismos del Estado una mejor organización de su gestión comunicativa.

Pero estos cambios no son suficientes. En realidad,desde hace décadas las máximas instancias de dirección del Partido han intentado ampliar la función crítica de la prensa y mejorar su labor informativa. Pero una y otra resolución termina por evaluarse como no cumplida porque, en realidad, en ningún caso se ha hecho una reflexión profunda y radical sobre el modelo comunicativo y las relaciones entre las instituciones del sistema político y los medios de comunicación, lo que ha implicado tratar de obtener nuevos resultados con viejos métodos y se sabe que eso no es posible.

Diversos documentos y pronunciamientos realizados en los últimos años establecen el propósito de perfeccionar los mecanismos de participación ciudadana en los asuntos públicos, pero como ha expresado en su tesis doctoral la destacada periodista Rosa Mirian Elizalde:

“No hay participación sin comunicación, por más que se declaren ambas como objetivos estratégicos. Las fallas del Sistema comunicacional pueden comprometer el ejercicio colegiado del poder político e impedir formas permanentes de control social que favorezcan la participación popular y tengan un papel activo en la lucha por la defensa de los derechos culturales de la nación”[2].


Los grandes retos actuales del sistema comunicativo cubano

La sociedad cubana está en momentos de dinamización de cambios y de crecimiento de su diversidad, lo que plantea nuevos y más complejos retos al sistema comunicacional.

Algunos de estos retos se derivan de la aparición de un sector no estatal de la economía y la ampliación del cooperativismo en diversos sectores. Esta diversidad de formas de propiedad hace emerger nuevos actores sociales que requieren tanto acceso a los medios como el control de estos sobre sus actuaciones.

También se han venido produciendo cambios institucionales, en los órganos de gobierno y en el sector empresarial, dirigidos a diferenciar adecuadamente las funciones de unos y otros, que incluyen una mayor autonomía a las empresas de propiedad social; el fortalecimiento de las regulaciones jurídicas y del derecho; y nuevas formas de planificar y dirigir la economía con procedimientos y políticas económicas y no solo con regulaciones administrativas. Estas transformaciones en el modelo de gestión económica requieren tratamientos diferenciados a las instituciones, desde lo comunicacional, y de informaciones amplias y de profundidad que contribuyan a crear conocimientos que favorezcan la comprensión y el apoyo a estos cambios.

También los medios –y la ciudadanía a través de estos–deben tener la posibilidad de observar críticamente sus impactos en la sociedad y,en particular, en la vida cotidiana de las personas, para alertar sobre posibles deformaciones en su aplicación o la necesidad de producir ajustes a tiempo para que se reviertan francamente en beneficio de la economía y la sociedad cubanas.

Otros elementos insoslayables que requieren tratamiento permanente e inteligente en los medios de comunicación son las consecuencias que genera la imposibilidad de la economía de remontar, definitivamente, las secuelas materiales de la profunda crisis de los años noventay, por supuesto, algo mucho más complicado, sus efectos subjetivos motivados por el proceso de empobrecimiento que se ha vivido y el consecuente deterioro de la credibilidad de las instituciones.

Los efectos de la crisis no están motivados solo por los duros años de aguda escases de productos de todo tipo y la disminución del salario real, sino por la ruptura brutal de la visión de futuro y los planes de vida de las personas y las familias. La sensación de que las reglas del juego cambiaron, que ahora todo está lleno de incertidumbres luego de haber vivido un periodo de seguridad y, sobre todo, de promesas que parecían alcanzables, deteriora el compromiso con el proyecto social y altera el cumplimiento de las normas sociales de civilidad y convivencia.

Estos asuntos tienen algún reflejo en la agenda mediática, pero más desde un discurso moralizante que desde el análisis de causa más profundo de estas conductas, que permita generar una reflexión colectiva que contribuya a corregir sus efectos perniciosos.

Otro componente de los cambios que se han originado en la sociedad cubana es la emergencia pública de expresiones culturales y espirituales generadas desde identidades diversas, de género, creencias religiosas, orientación sexual, color de la piel o generacionales que, como nunca antes, pugnan por su presencia y reconocimiento en el espacio comunicacional. La política cultural y la relacionada con las creencias religiosas, abiertas y garantes de los derechos culturales, han contribuido en mucho a diversificar en los medios las miradas sobre esta diversidad creciente, pero no dejan de ser un reto permanente a la sensibilidad, creatividad y profundidad del trabajo periodístico

El sistema comunicativo cubano tiene ante sí, además, los desafíos que entraña para lo comunicativo el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, que no diluye sino que transforma las disputas históricas entre ambos países y produce un tránsito del enfrentamiento frontal en los escenarios económicos y políticos hacia una confrontación,fundamentalmente en el orden simbólico y cultural. Ello sitúa la actualización y perfeccionamiento de las políticas comunicacionales como una prioridad insoslayable

Hay, además, demandas que se derivan del proceso de relevo de la generación histórica que hizo la Revolución, hacia una nueva generación de dirigentes que tiene que basarse más en la legitimidad de las instituciones y las leyes y la capacidad para generar consensos. Es decir, una nueva forma de gobernar que, inevitablemente, tiene que implicar una manera diferente de comunicarse con la ciudadanía.

Afrontar con éxito estos retos requerirá de cambios conceptuales y prácticos de profundidad en lo relacionado con todo el sistema de comunicación social y su relación con el sistema político

Referentes necesarios

Hay desarrollo teórico y propuestas provenientes de las luchas populares sobre la democratización de la comunicación que pueden ayudar a repensar las políticas y las regulaciones del sistema comunicativo en Cuba, lo que excede al sistema de medios e incluye a todos los actores involucrados en los procesos de comunicación a escala social e institucional.

Uno de los conceptos que debe constituir punto de partida en esas reflexiones es el de derecho a la comunicación.

La idea de que era necesario formular un nuevo derecho humano a la comunicación fue esbozada por primera ocasión por Jean D´Arcy[3], en el seno de la UNESCO. Este autor consideraba que el derecho a la comunicación tendría que ser, necesariamente, más amplio que los derechos de opinión, expresión e información, que fueron reconocidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, la cual resultaba insuficiente como paraguas normativo para orientar la regulación del fenómeno de la comunicación en un contexto de acelerado desarrollo de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) y de una creciente concentración a nivel mundial de los medios de comunicación masiva en empresas transnacionales de la información y la industria cultural.

En 1973, los países No Alineados plantearon en el seno de la UNESCO la idea de establecer un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC) como correlato en el campo cultural de las propuestas en favor de un Nuevo Orden Económico Internacional

En particular, la propuesta del NOMIC provocó fuertes confrontaciones en los escenarios internacionales entre los países que denunciaban la profunda asimetría que existía en los flujos internacionales de información y comunicación, y los países industrializados de Occidente, que argumentaban que las pretensiones de establecer políticas y legislaciones que regularan esas relaciones eran un atentado al libre flujo de información y a la libertad de expresión, lo que era violatorio de diferentes cartas y acuerdos internacionales.

Como parte de esas disputas se constituyó por la UNESCO una comisión de expertos que evaluaría el ordenamiento internacional de la información y la comunicación; esa comisión fue identificada por el nombre de su presidente Sean MacBride. Como resultado de su trabajo se presentó un informe resumen que tiene como título “Un solo mundo, voces múltiples”.

Su aporte al debate internacional sobre la comunicación fue trascendental, en tanto describía y denunciaba los desequilibrios en la producción y circulación de información y abordaba el tratamiento del derecho a la comunicación como una necesidad política, aunque aún sin forma jurídica precisa.En efecto, a manera de recomendaciones, se formularon orientaciones jurídicas para que los Estados regulen las nuevas relaciones provenientes de la actividad comunicacional y,especialmente, mediática.

En síntesis, según estas recomendaciones, eran necesarias disposiciones para consolidar el ejercicio de los derechos tradicionalmente relacionados con la comunicación (opinión, expresión e información), así como de los demás derechos humanos relacionados con estos. Pero también se proponía a los Estados intervenir para asegurar el acceso democrático a la información y a los medios de comunicación por parte de los individuos y de los colectivos sociales; evitar la concentración de la propiedad de los medios, así como el monopolio de la producción de información; y asegurar la posibilidad de libre elección de los individuos frente a la amplia gama de información ofertada.

Luego de adoptarse por mayoría las resoluciones para hacer avanzar el Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación en correspondencia con las conclusiones del informe Mac Bride, los Estados Unidos y el Reino Unido comunicaron su decisión de retirarse de esta organización, argumentando que el NOMIC constituía un atentado a la libertad de información. Le atribuyeron un sesgo estatista y acusaron a las autoridades de la UNESCO de propiciar en los países del Sur la creación de estructuras comunicacionales de inspiración socialista.

En la confluencia de las pasadas décadas de los ochenta y noventa, el predominio casi absoluto de la ideología neoliberal como discurso e imaginario únicos hizo retroceder muchas de las conquistas logradas tras años y décadas de lucha. La propuesta de un nuevo orden mundial de la información y la comunicación fue una de esas conquistas postergadas.

Las políticas neoliberales aceleraron los procesos de concentración de la propiedad y desataron una ola de privatizaciones que debilitó en grado sumo los servicios públicos de información y comunicación y de las telecomunicaciones. Se agudizaron aquellos rasgos del orden mundial de la información y la comunicación que la comisión MacBride había definido como inaceptables[4].

Comenzó a prevalecer otro paradigma en el análisis de los problemas internacionales vinculados a la información y la comunicación. Un ejemplo de este nuevo paradigma lo constituye la Convocatoria de la ONU a la Cumbre Mundial de la Información (Ginebra 2003-Túnez 2005), cuya organización se encargó a la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) y no a la UNESCO, como hubiese sido razonable, lo que llevó a omitir el debate en términos de derechos por un enfoque centrado en la forma de regular las relaciones comerciales y tecnológicas que generan el uso de las TIC en la globalización del mercado.

En contraposición a esas tendencias, los movimientos sociales y fuerzas progresistas resaltaron la relación que existe entre el derecho a comunicar y aquellos que garantizan la participación pública y el conocimiento y defensa de todos los derechos humanos.

La comunicación es concebida como un derecho de todos y todas, que implica el acceso y la participación en procesos individuales y colectivos de construcción del conocimiento; pero, también, de participación de los ciudadanos en los procesos de toma de decisión relacionados con los asuntos concernientes a sus vidas.

Se retoma la idea de establecer políticas de comunicación e información y las legislaciones correspondientes que den garantías al pleno ejercicio del derecho a la comunicación.

Los empeños por democratizar la comunicación durante décadas han dejado un sedimento de ideas, conceptos y prácticas que hoy día, tras un largo y accidentado derrotero, conforman un modelo alternativo, tanto al imaginario liberal de prensa, como al modelo imperante en las experiencias socialistas del siglo XX. Esto tiene una gran importancia para Cuba, que decidida a perfeccionar su modelo de desarrollo económico y social de orientación socialista debe actualizar su propio modelo comunicativo y las políticas y el marco jurídico que lo organice y regule.

Otro referente insoslayable está relacionado con la centralidad que tiene la comunicación en los planes de desarrollo económico y social. La jerarquía de la información y el conocimiento como factores en el desarrollo ha ido creciendo. Se evidencia en la actualidad un uso intensivo de la información y un valor creciente del conocimiento como factores diferenciadores y condicionantes del desarrollo.

No es que el capital no sea importante,pero no basta, hay que saber seleccionar, procesar y emplear eficazmente los altos volúmenes de información; generarlos conocimientos indispensables que garanticen la producción de bienes y servicios con la calidad requerida en las nuevas condiciones socio–técnicas y asimilar las nuevas áreas de desarrollo científico y tecnológico que han emergido a partir de la llamada “revolución digital” y su confluencia con diversas demandas sociales.

El factor que realmente establece la diferencia es la posibilidad de contar con una masa crítica de personas altamente calificadas en el manejo de la información, en la generación de conocimientos y en su capacidad innovadora para aplicarlos eficazmente en la actividad productiva o de servicios correspondiente.

Pero la calificación de las personas no se logra hoy solo con excelentes centros educacionales. Estos, claro, son indispensables; pero si los profesores, los estudiantes y los egresados no están conectados a los flujos mundiales de información, se descalifican rápidamente. La velocidad de generación de nuevos conocimientos es enorme y se realiza no solo en los grandes centros de investigación, sino que se construye, valida y socializa a través de las redes digitales.

Las nuevas tecnologías invaden la vida cotidiana y son utilizadas por miles de millones de personas. Desde las computadoras personales hasta el teléfono móvil, las tarjetas digitales, los comandos del televisor o de otros electrodomésticos, para poner solo algunos ejemplos de la cotidianidad, requieren conocimientos nuevos que deben ser aprehendidos masivamente.

Este factor nos indica la necesidad de contar con políticas y legislaciones en comunicación actualizadas, que contribuyan a aprovechar al máximo posible las oportunidades que surgen tanto en los procesos de desarrollo socioeconómico, como en el perfeccionamiento de los mecanismos de participación ciudadana.

Las relaciones entre la política y la comunicación exceden hoy día la antigua lógica de ver a la comunicación social, y en particular a los medios,como meros instrumentos. La comunicación es hoy un eje esencial en cualquier proyecto político, como lo es también con respecto a cualquier proyecto de desarrollo socio-económico. Por lo que las relaciones entre ambos sistemas solo pueden ser comprendidas en una lógica de mediación recíproca que obliga a garantizar la autonomía de ambos sistemas y no la subordinación del comunicativo ante el político a ultranza.

Las nuevas circunstancias tecnológicas y culturales amplían, además, los contenidos tradicionales de las políticas de comunicación que ahora deben incluir, de manera coherente e integrada, las políticas relacionadas con la instalación y apropiación de las tecnologías de información y comunicación digitales y las transformaciones culturales indispensables para poder hacer un uso provechoso de estas.

La llamada política de informatización de la sociedad tiene que estar integrada a una política pública de comunicación, de tal forma que se vea en toda su integralidad las trasformaciones en curso a nivel global y sus implicaciones para el país.

Para ello es necesario situar a este proceso en un marco que rebase, aunque por supuesto incluya, la óptica de la seguridad nacional y se abra a las perspectivas de entender las redes digitales y su uso como infraestructuras básicas para el desarrollo, como un asunto vinculado al derecho a la comunicación, al funcionamiento democrático y transparente de las instituciones públicas y como un proceso generador de bienestar y mejoramiento de la calidad de vida. Sin embargo, aún no se observan con claridad los lazos entre esa política y las transformaciones indispensables en el sistema de comunicación social.

Como se observa, hoy día las políticas de comunicación deben hablar tanto de política e ideología como de economía y desarrollo. La manera de concebir el modelo y el sistema comunicativo y sus regulaciones serán condicionantes importantes en el funcionamiento del sistema político y en la consecución de los planes de desarrollo económico y social.

Posibles caminos

La solución a las demandas sociales al sistema comunicativo cubano no puede salir de un modelo comunicativo centrado en el control y la información vertical, que resulte omiso en temas de alto interés social y escaso en espacios públicos de análisis y debate.

Lo más conveniente parece ser lograr un modelo comunicativo que favorezca el diálogo fluido a escala social, institucional y comunitaria.

Ese modelo comunicativo se concreta, tanto en lo político como en lo jurídico,en el concepto del derecho a la comunicación, entendido este como el derecho a informar y ser informado, a hablar y ser escuchado, imprescindible para poder participar en las decisiones que conciernen a la colectividad.

Para ello sería necesario avanzar en:

La transparencia de las instituciones públicas. Garantizar la realización del principio de que la información pública es un bien público. Sin una información oportuna, diáfana y profunda, no es posible lograr una participación calificada de las personas en los asuntos políticos y sociales; sin una transparencia pública de la labor de funcionarios y órganos de gobierno, no es posible el más mínimo control ciudadano sobre su gestión, lo que resulta indispensable en la lucha contra la corrupción y por el desarrollo de una verdadera cultura de participación. Sería deseable una legislación que obligue a las instituciones públicas a hacer visible, permanentemente, un conjunto de datos y de brindar a cualquier ciudadano la información que este reclame. Particulares facilidades deben tener los periodistas a la necesaria interlocución que aclare, amplíe y ayude a interpretar dichas informaciones.

Como no es posible una transparencia total, ciertas informaciones quedarán clasificadas. La ley debería regular cuáles requisitos debe cumplir una información para entrar en esa categoría, quiénes son los funcionarios autorizados a clasificar, cómo pueden impugnarse sus decisiones y a quiénes rinden cuenta del uso de esta prerrogativa. Es decir, no puede quedar a la discreción de cualquier funcionario la clasificación como secreta, confidencial o restringida de una información pública. Sería necesario, también, dejar establecido un sistema de sanciones para los funcionarios que violen lo establecido en dicha regulación jurídica.

Trabajar desde el principio en la transparencia informativa entraña un cambio trascendental en el funcionamiento de las instituciones del Estado que, en todas partes del mundo,han trabajado regularmente con más o menos espacios de opacidad.

Una política pública de comunicación: Que consagre el principio anterior y que dote a los medios de comunicación de mayores posibilidades para conformar su agenda, no solo a partir de indicaciones de las instituciones de Partido y Gobierno, sino con una lectura responsable y comprometida, ante la ciudadanía, de la agenda pública. Esta política, además, debe facilitar y respaldar la labor de los periodistas y contribuir a que los medios de comunicación –que en Cuba, por precepto constitucional, son de propiedad estatal o social– puedan cumplir de manera esencialmente autorregulada y equilibradamente sus diversas funciones sociales.

Legislaciones en comunicación. Que den fuerza legal a la política pública sobre comunicación social y establezcan las atribuciones, responsabilidades y límites de los diferentes actores que intervienen en el proceso de comunicación pública.

Actualización del modelo de gestión económica. Este es uno de los asuntos más complejos a resolver y para el cual es necesario ser más innovadores. Es bastante consensuado en el medio académico y en el sector periodístico que no debe modificarse el sistema de propiedad sobre los medios, pero que sí es posible ensayar formas diferentes de gestión. Hoy día los medios hacen muchas funciones publicitarias (anuncios y menciones promocionales, campañas de bien público y publirreportajes) que, en la generalidad de los casos, no se cobran. Establecer el pago por los espacios publicitarios por parte de las empresas cooperativas y organismos gubernamentales puede ser una decisión que contribuya a mejorar la sostenibilidad financiera de los medios que, además, deben continuar recibiendo las contribuciones presupuestarias posibles del Estado o de las instituciones sociales o políticas a las que pertenecen.

Actualización del sistema de gestión editorial de los medios y de sus rutinas productivas. Esto incluye la necesidad de repensar los conceptosy valores noticias con quese está operando y, en general,continuar fortaleciendo la cultura profesional de periodistas, editores y directivos de los medios para que puedan estar a la altura de los reclamos y desafíos de hoy. Una gestión editorial contemporánea requiere de un mayor y sistemático diálogo entre los medios y sus públicos, por lo que cualquier avance en la gestión editorial pasa por la creación de los mecanismos correspondientes a esa vital función. La prolongación de políticas que han quedado obsoletas desde hace tiempo han afectado la profesionalidad de los medios cubanos, por lo que es preciso incrementar y actualizar el ejercicio profesional del periodismo y la comunicación en general, para hacer viable la aplicación de nuevas políticas y legislaciones.

En el nivel de la comunicación institucional y local sería necesario también hacer transformaciones que contribuyan al mejor aprovechamiento de los recursos existentes en función del desarrollo, lo que supone incentivar una comunicación dialógica y no centrada en la difusión.

Para ello hay que habilitar sistemas de comunicación institucional y local y estrategias comunicacionales que incentiven la participación y el diálogo, lo que repercutiría en el aprovechamiento de la experiencia y los conocimientos colectivos e incrementaría la motivación y el sentido de pertenencia de las personas a esas instituciones y a los programas de desarrollo local.

Lo anterior supone que cada institución tenga una estrategia que le permita aprovechar las tecnologías digitales al máximo, teniendo en cuenta los requerimientos de seguridad indispensables, pero poniendo el énfasis en los beneficios para no quedar inmovilizados por los riesgos.

Este es un elemento central en la protección y ampliación de los conocimientos y la experticia de las y los profesionales cubanos que, salidos de las aulas universitarias con un nivel de actualidad aceptable en sus respectivos campos de actividad, quedan desconectados de los flujos mundiales de intercambio y socialización de saberes porque las instituciones donde trabajan no han creado las condiciones ni tienen las políticas más inteligentes para estimular el crecimiento continuo de sus conocimientos, que pasa hoy,entre otros factores, por la presencia activa en las redes digitales.

En resumen, hay un consenso acerca de que el modelo y el sistema comunicativo cubano deben ser modificados, pero aún está pendiente lograr un consenso acerca de la naturaleza y alcance de ese cambio, que debe incluir el modelo de comunicación que necesita el país, las políticas y legislaciones necesarias, los medios de comunicación (tradicionales o interactivos) que se deben ir conformando o transformando, el tipo de labor periodística y la comunicación institucional y,en los espacios locales y comunitarios que respondan adecuadamente, en las actuales circunstancias, a las finalidades del país. Para lograr ese consenso se requiere de un amplio debate público.

No es este un asunto privativo de personas expertas y entendidas, sino que debe incluir a los más variados sectores sociales para incorporar las necesidades y aspiraciones más amplias posibles y, a la vez, generar conciencia y cultura sobre el derecho a la comunicación y las maneras de ejercerlo, tanto entre los profesionales de la comunicación y los directivos de las instituciones, como en la ciudadanía. (2017)


[1]García Luis, Julio: Revolución, socialismo, periodismo. La prensa y los periodistas cubanos ante el siglo XXI, La Habana, Editorial Pablo, 2013, p.74.

[2]Elizalde Zorrilla, Rosa Miriam: Principios para una política de comunicación social desde la perspectiva de los periodistas cubanos. Tesis doctoral, 2013, p.44.

[3]D´Arcy Jean: (S/F) El derecho a comunicar, UNESCO, Serie de Estudios y Documentos de Información, Documento Nº 36, pp.1. Citado por Jurado Vargas, Romel: Hechos y Derechos de la Comunicación. Debate social y político sobre la resignificación de la libertad de expresión, Editorial Académica Española, Quito, 2012.

[4]MacBride, Sean: Un solo Mundo, voces múltiples, Fondo de Cultura Económica, México, 1980.

viernes, 28 de abril de 2017

¿Cosmopolitismo o huellas de colonización?


Por LUIS TOLEDO SANDE

La cultura cubana —llamada, como parte que es de la especie, a ser humanoascendente— tiene más de una raíz: de entrada, es hispano y afrodescendiente a la vez, y en distintos grados también la han enriquecido aportaciones como las llegadas de China y, en lo más cercano, de otros pueblos del Caribe. En tal fusión se fraguó lo que Fernando Ortiz, quien empezó su carrera hablando de lo afrocubano asociado a lo hampesco o marginal, terminó definiendo centralmente como fusión cubana de blancos y de negros. Aunque más presente —incluso en lo material: en la genética— de lo que suele reconocerse, el elemento aborigen no dejó aquí una huella tan relevante como la que ha conservado en otros pueblos de nuestra América. Pero ignorar su presencia les haría un favor a las fuerzas que en gran medida asolaron a los habitantes originarios de las Antillas.

Todo ello es válido para la sociedad cubana en el plano colectivo y, de distintos modos y con diversas gradaciones, en el individual. Desde la formación que la puso en camino de ser la Cuba que es, y por su posición geográfica, esta tierra se relacionó intensamente con el resto del mundo. Tal realidad la ha marcado de diversas formas, y ha sido y es natural el cultivo en ella de expresiones artísticas de otras comarcas, por lejanas que sean o parezcan. En especial afines le resultan el conjunto de nuestra América, su familia natural, y particularmente España y África, fuentes básicas de su forja como nación.

En general, y sobre todo con respecto al cultivo de las expresiones de esas dos áreas, lo más sensato sería lograr el mayor equilibrio posible en la atención a unas y a otras, superando las parcialidades que históricamente se hayan dado en el afán de revertir o imponer privilegios o silenciamientos. Hoy no se deben pasar por alto las desproporciones que pueda imponer el mercado, apreciables hasta en el uso de un idioma dominante, el inglés.

La maquinaria cultural del imperio que procura mantener su hegemonía planetaria inunda los medios de comunicación en el mundo, incluso en un país asediado, agredido y bloqueado por la potencia imperial. Eso no ha impedido que los símbolos de esa nación, empezando por su bandera —que merecería ser rescatada por un pueblo que a veces ya ni la reconoce como suya, de tan manipulado y burlado que ha sido—, se esparzan de una manera que acusa, cuando menos, insuficiente prevención por parte del territorio inundado.

Ejemplos de semejante inundación abundan. El autor de este artículo ha resumido en otros textos algunas muestras representativas de tal realidad, frente a la cual artistas, promotores culturales y guías de política cultural —de política— tienen una alta responsabilidad que cumplir. Los convocan su relación profesional y es presumible que también afectiva con lo simbólico, con los valores históricos y éticos, y su posibilidad de trasmitir o abonar los mejores de estos en el seno de la sociedad. Se trata de un terreno donde las prohibiciones suelen ser contraproducentes o no resultar lo más aconsejable. Pero la resignación, la inercia, un acrítico dejar hacer —en lo cual acaso influyan temores y prejuicios nutridos por las consecuencias de haber aplicado en otros momentos interdicciones desmedidas— pueden de igual modo conducir a despropósitos y males mayores.

En un espacio de la Televisión Cubana se puede premiar un programa de una emisora radial también cubana denominado Cuba Tonight, que parece llamado a propiciar más anchos cauces a búsquedas institucionales de animación que en la capital del país llevaron a lanzar un itinerario recreativo bautizado como Havana Tonight. Se diría que fue concebido para atraer turistas, en medio de una confusión globalizadora que ha hecho suponer que el mundo entero habla la lingua franca imperial, o que resulta poco menos que forzoso hablarla.

A pesar de la expansión del inglés —no debida precisamente a grandezas como las de William Shakespeare y Walt Whitman, sino al poderío del mercado, el dólar, la tecnología y la OTAN, y a su distintivo pragmatismo intrínseco—, no es ni remotamente cierto que todo el mundo domine ese idioma, ni se debe propiciar que esa lengua someta al mundo. Y, en cualquier caso, ¿no deben los turistas que lleguen a Cuba tener ocasión de percatarse de que se encuentran en ella, no en un apéndice de “cubanidad” como el que pudieran hallar en la calle 8 de una ciudad cuyo nombre, si del español se trata, se pronuncia Miami, no Mayami? A bordo de un ómnibus para turistas, ¿se debe desterrar la música cubana, en el entendido —sin la menor demostración— de que les interesa no digamos ya la música de otros países, sino la peor de las que circulan en sitios comerciales del mundo, cuando si en algo es Cuba una potencia es en la riqueza de su música?

Todavía al menos, la radiodifusión —televisoras incluidas— y los ómnibus del sector turístico son medios de propiedad social y administrados estatalmente, no bienes poseídos y controlados por particulares, déseles el nombre que se les dé, entre ellos el eufemismo de cuentapropistas. ¿Deben por alguna razón las instituciones culturales del país renunciar a los deberes que están llamadas a cumplir incluso en el sector no estatal? Para fomentar el conocimiento internacional de la música cubana, ¿es indispensable crear una institución llamada Bis Music? Para organizar un festival de música —internacional, sí, pero en Cuba— ¿es necesario llamarlo Havana World Music?

Mientras el país demora en darse su propia ley lingüística —otras naciones, como Francia, tienen la suya, y con ella defienden su idioma, aunque la Coca Cola insulte con un anuncio insolente el Molino Rojo, uno de los emblemas de París, y su gobierno se pliegue al imperio—, pueden seguir haciéndose algunas reflexiones. Tal vez aquellos nombres citados en el párrafo anterior apunten a una conjunción de entuertos: de un lado, la ya señalada tendencia a suponer que el inglés es la lengua del mundo; de otro, considerar que los hispanohablantes están obligados a entender qué significa music, mientras a los anglohablantes se les debe rendir pleitesía hasta el punto de evitarles invertir tiempo y neuronas en inferir el significado de música.

No cabe confiar acríticamente en que tal fenómeno solo opera entre lenguas diferentes. Una leve observación sugiere que en el propio uso del español remite a herencias del colonialismo: quienes vienen de España a Cuba hacen valer su aparcar y su coche, porque entienden que la población cubana debe saber qué significan esas palabras, o arreglárselas para saberlo. No se les ha de repudiar por ello. La mala señal estriba en las personas de Cuba que, no más llegar a España, renuncian a su parquear y a su carro, que —como aparcar y coche— son también extranjerismos adoptados y adaptados en español.

Cuba tiene sus raíces, sus caminos y su alma cultural, que no la desgajan del mundo, pero le han dado su identidad propia, con la que debe seguir insertada en él. En la atención a esa verdad le corresponde un sitio relevante al conocimiento de los nutrientes que ha recibido de África y de España, los cuales deben y merecen ser tratados con la mayor lucidez. No es cuestión de impostar el ceceo o el melisma andaluz, ni de zarandear nombres de orishas.

Por fortuna, para el cultivo del legado de origen africano que vive en la cultura cubana no ha asomado un desatino como llamar Tambores Batá Cuban Rhythm a una agrupación determinada. Acaso el acierto se base en la noción, o conciencia, de que se abraza y se defiende un elemento que, siendo de primer orden, resultó avasallado. En el plano del idioma —soporte del pensamiento— ese saber puede prevenir contra aberraciones como la antes imaginada a manera de muestra.

Quizás no ocurra exactamente igual en cuanto a la vinculación con la cultura española: esta, por haber sido dominante, durante un largo tiempo y con distintos recursos opresivos se asoció a lo impuesto, aunque tuviera base igualmente en los diversos sectores populares de la metrópoli. Pero, practicado individualmente o por colectivos, es tan legítimo cultivar el legado de los ancestros españoles como el de los africanos. En ese camino, y citando un ejemplo real, existe una compañía danzaria cuyo cometido lo define la denominación Ballet Español, completada con una expresión de raigalidad: de Cuba.

El baile español de España se hace en aquella nación peninsular; el interpretado en Cuba, y a lo cubano, tendrá en ritmo y movimiento, y en espíritu, matices aportados por la nación que lo acoge. Lo aberrante sería que esa agrupación, con vida y sede en Cuba, se denominara Cuba Spanish Ballet, lo que rendiría tributo al “cosmopolitismo” que, curiosamente, se expresa en inglés, como si el español no lo hablara también una de las mayores comunidades de pueblos del planeta. A otros pueblos se les impuso por “legítimo” derecho de conquista el inglés. A Cuba le tocó el español, que hizo suyo: ha enriquecido esa lengua en el medio milenio más importante de su evolución, marcada en 1492 por la edición de su primera gramática y por el encuentro de dos mundos.

Puesto que en lo concerniente al cultivo hoy en suelo cubano del arte de España se ha usado como ejemplo una agrupación real, el Ballet Español de Cuba, también da gusto añadir que su gestor y director no ha incurrido en la incongruencia de colgarle un nombre anglosajón. Pero, si lo hiciera, y las instituciones encargadas de orientar la cultura en Cuba y trazar, establecer y aplicar la correspondiente política cultural, se lo permitieran o fueran insensibles a ese hecho, habría que respetar el derecho de cada quien a enjuiciar tal decisión. Por lo pronto, ¿no habría motivos para poner en duda el tino de semejante bautizo? La duda recaería no solo sobre el guía la agrupación: afectaría de paso a las instituciones mencionadas.

No habría que descartar la influencia de intereses mercantiles en una decisión de ese carácter. No todo el mundo está obligado a tener idéntica formación intelectual que un músico de la talla de Leo Brouwer, ni a compartir plenamente sus criterios sobre la cultura, como el que ha mostrado con respecto a los premios Grammy, de los Estados Unidos. Sin desconocer la altura académica de las autoridades que los dirimen, ha rehusado ir a ese país para recibir el galardón cuando, más de una vez, se le ha conferido. Estima que en el otorgamiento y en la promoción de ese lauro —que tan codiciado se percibe— operan no solo razones artísticas, sino también, o sustancialmente, intereses mercantiles. ¿No define un diccionario de lengua inglesa el rótulo Grammy como la marca comercial (trademark) de un premio conferido cada año por logros en la industria de la música grabada?

Los demás artistas cubanos que residen en Cuba, y aquí tienen la base fundamental o la raíz de su labor, ¿no deben abrazar la idea de que, triunfen donde triunfen, y vayan adonde vayan, son cubanos? Es seguro que por lo menos la mayoría lo hace. En sus circunstancias y para moverse principalmente fuera del territorio cubano, fundó en 1931 Ernesto Lecuona —quien, según apunta Radamés Giro en su Diccionario, “nunca actuó con ella”, y pronto la dejó en otras manos— la orquesta Lecuona Cuban Boys. Pero esa estrategia comercial no dio margen para dudar de la nada aldeana cubanía del autor de La comparsa, Siboney, Suite española y la música de María la O, por solo citar algunos ejemplos.

Por su parte, Benny Moré asumió para su orquesta el formato de la jazz band, y la guio y la nombró con un sabor cubano que sigue honrando y alegrando a la nación. Para actuar en Cuba ¿no sería impertinente algo que, gestado en el país y emplazado en él aunque aspirase a hacerlo también en el exterior, se llamara Peter The Lame and His Cuban Drums? Allá quienes consideren ese bautizo más elegante y a la moda que Pedro el Cojo y sus Tambores Cubanos.

Ojalá que lo indeseable expuesto hasta aquí no pasara de enumerar engendros imaginados, sin equivalencia alguna con la realidad. Pero no hay que sentirse tan seguro de que así sea, y este artículo no pretende agotar el tema ni sentar cátedra de ningún tipo. El asunto es complejo y demanda meditación a fondo, de largo alcance. Demanda cultura.

Añádase que la convicción, abonada por la experiencia, de que las prohibiciones pueden ser contraproducentes, no autoriza a rehuir la responsabilidad de aplicar guías culturales lúcidas. Si hay desorden en un área de la sociedad, es probable que lo haya también en otras, y pertenecer laboralmente al sector cultural, e incluso gozar de prestigio artístico, no basta para garantizar que se tenga una acertada preparación cultural y una perspectiva conceptual bien orientada en ese terreno.

(Tomado de La Jiribilla)

miércoles, 26 de abril de 2017

Donde basta con una (+ Video)




Por: Manuel Alejandro Hernández

Fotos: Roberto Garaicoa

Donde basta con una, un documental sobre la polémica guerra de símbolos y el uso de las banderas, fue el tema que se puso sobre la Mesa Redonda durante la emisión de este 21 de abril de ese espacio televisivo.

El Centro de Estudios sobre la Juventud ha promovido varias investigaciones sobre el uso de la bandera norteamericana en Cuba, al respecto la directora de esa institución, la doctora Teresa Viera Hernández, aclaró que “los estudios sobre la juventud en el país hoy se realizan desde todas las facultades de ciencias sociales del país, no únicamente hacia la arista del empleo de la bandera de los Estados Unidos, sino del empleo de muchos símbolos, patrios, extranjeros, que de alguna manera recoge cómo nuestra juventud cubana se apropia de la globalización y la colonización cultural.

“En el caso cubano, el uso de la bandera de los Estados Unidos es una problemática social que las propias circunstancias sociales del país, en torno a las posibilidades migratorias y a la entrada de intercambio cultural con otras naciones, entraña la posibilidad de que se haya diversificado mucho la manera y ampliado mucho el horizonte en los que eso está ocurriendo hoy.

“La cultura cubana ha logrado ser exitosa por los cubanos y las cubanas, ha encontrado en este escenario hoy con una proliferación del uso de este tipo de prendas, el rechazo ciudadano a que esto ocurra, a lo mejor no proactivamente, pero si en el entendido de que muchas personas se cuestionan la manera en que se usa y cuáles son los preceptos que se utilizan para su uso.

“No es una problemática totalmente aceptada por la población. Los estudios expresan que el uso de esa prenda no tiene que ver con la identificación ideológica con la cultura estadounidense o con principios de vida norteamericana, sino con el uso de determinadas modas que son accesibles para determinadas fuentes de ingreso”.

El documental de la productora Dver, dirigido por el ciudadano Fernando Arias, y un equipo de trabajo que él mismo coordinó, ha sido puesto a disposición de los participantes del espacio “Dialogar, dialogar”. Sobre las reacciones que se han experimentado al respecto, el doctor Elier Ramírez Cañedo, historiador y ensayista, coordinador de ese tipo de intercambios expresó que “ese material es una prueba de cómo se pueden hacer materiales de temas históricos y políticos de calidad y con una factura y una buena acogida en los jóvenes. Hemos conspirado con Fernando Arias y lo hemos llevado a conferencias, al Salón de Mayo, y ha sido muy bien acogido y ha servido para incentivar el debate, porque este material de alguna manera abre una puerta hacia un tema más amplio que es la guerra cultural.

“En los debates que hemos hecho siempre caemos en el análisis de qué hacemos desde la producción simbólica en la lucha ideológica, cultural, y cómo tratamos el tema de nuestros propios símbolos.

“En más de 40 minutos este material, que es solo el primer capítulo de una serie, nos pone a pensar sobre el uso de los símbolos, y la ley respecto a ello. En los análisis que hemos hecho hay bastante consenso en que la ley no es problema. La polémica se da más en el reglamento que es del año 1988, y es más restrictivo y no le permite ni siquiera portar una bandera en un pullover, aunque sea de pequeño formato para llevarla con orgullo.

“Hay posiciones de todo tipo. Hay jóvenes que incluso aprueban que sea más restrictivo el uso. Hay un consenso en que debe haber algún tipo de flexibilización, pero nunca caer en la ofensa al símbolo”.




Lea también este interesante reflexión de Fernando Martínez Heredia

Desde hace varios meses –y estimulado por un incidente bochornoso—está presente en el conjunto de medios que circulan en la actualidad cubana un debate acerca de la utilización en espacios públicos de nuestros símbolos nacionales, la bandera de Estados Unidos y las implicaciones que advierten los participantes en el debate. Esto es muy positivo, porque ayuda a defender y exaltar el patriotismo en la coyuntura peligrosa que estamos viviendo e invita a definirse en un terreno que es favorable a la patria, en un momento en que el curso cotidiano incluye muchas cosas en las que no es necesario definirse, que resultan desfavorables a la patria y la sociedad que construimos a partir de 1959.

Como en tantos otros campos y problemas, pudiera producirse en este una división entre élites y masa de la población. La cuestión expresada en los símbolos nacionales tiene una larga data –siglo y medio–, e implica una cultura acumulada que desde el inicio hasta hoy le aporta al mismo tiempo una fuerza descomunal, una gran complejidad y aspectos que han sido y pueden volver a ser conflictivos. Desde hace tres décadas vengo publicando mis criterios sobre ese decurso histórico y sus expresiones contemporáneas, y no me repetiré aquí. Solo reitero que la explosión libertaria y de poder revolucionario combinados que se desató hace casi sesenta años logró –entre tantas victorias– deslegitimar y disminuir a fondo las divisiones cubanas entre élites y masa, y resulta vital que no permitamos que hoy se vuelvan a levantar.

En torno a la cuestión de estos símbolos existen actualmente reacciones y opiniones diversas que no creen referirse a problemas trascendentales. Más vale no tacharlas de superficiales, ni sentirse solamente heridos ante lo fenoménico. También pueden crearse confusiones involuntarias, porque las ideologías que se van instalando en clases y sectores sociales no se basan en la malicia, ni en intenciones y reflexiones. Es imprescindible interesar a la formidable conciencia política que posee el pueblo cubano en cuanto a lo que significa esta cuestión, para que la resuelva.

Es preciso aclarar que estamos ante dos problemas diferentes: el del uso y la regulación de los símbolos identificados como nacionales, y el de la batalla cultural decisiva entre el socialismo y el capitalismo que se está librando en la Cuba actual. [1] Trataré de sintetizar aspectos, comenzando por el primer problema.

La ley que rige la utilización de esos símbolos puede ser muy rígida, pero nadie le ha hecho caso nunca a esa rigidez, y el pueblo ha expresado su patriotismo de todas las formas y con todas las acciones que ha estimado conveniente.

El canon patriótico popular de uso de los símbolos nacionales tiene otras reglas que son diferentes a las legales, y más legítimas que estas, porque tiene su fundamento en la conciencia colectiva, los sentimientos, las costumbres y las tradiciones que lleva íntimamente cada persona consigo, desde que comienza a descubrirlos y asumirlos de niño hasta la muerte.

En la batalla de símbolos que se está librando participa una multitud de cubanas y cubanos que sienten una profunda emoción al cantar el himno nacional –como el atleta premiado que lo entona llorando–, o portan, veneran, pintan, saludan a la bandera de la estrella solitaria. Participan los que tienen a Martí como el padre tutelar de esta nación, que nos enseñó las cuestiones esenciales y nos brindó su talento, su proyecto y su vida, le tienen devoción y lo representan, aunque lo hagan con más unción que arte. Y los que siguen a Maceo porque supo trasmutar la guapería en heroísmo, renunciar al mérito propio por la causa y presidir la familia que murió por Cuba. Participa el que se tatúa al Che en su cuerpo, el que siente orgullo de ser cubano y el travesti vestido con la bandera en la obra de teatro político hecha por jóvenes.

Es un error poner las precisiones y discusiones sobre la ley en un lugar importante, en medio de la tremenda pelea de símbolos que ya estamos viviendo. Sería otra de esas discusiones que pueden ser largas o abstrusas, pero le interesan a muy poca gente y no sirven de mucho.

La ley debe servir, con claridad y sencillez, para defender lo que sería el hábito externo del patriotismo, frente al avance galopante de la mercantilización que está envileciendo tantas cosas, y para ayudar a hacer acertadas y efectivas las expresiones populares y oficiales del patriotismo. Hay que sacarla de la fría prosa y la convocatoria semestral de la Asamblea Nacional. Los medios de comunicación y el sistema educacional deben divulgarla –insisto, divulgarla–, como un auxiliar más del patriotismo, ayudándose con algunas narraciones emotivas y unos cuantos datos que casi nadie conoce, que sean ajenos unas u otros a los clichés tan repetidos que no mueven a nadie y provocan aburrimiento o rechazo.

Paso a la función de los símbolos en la batalla cultural, que en la fase actual de Cuba es la principal.


Será muy positivo si podemos analizar cada aspecto diferente del problema, teniendo siempre en cuenta que no existen así, sino como parte de un todo; que existen mezclados, en conflicto o en paralelo con los demás aspectos y
problemas de su propio ámbito, pero sobre todo con otras características de la sociedad cubana actual. Habría que elaborar una comprensión del conjunto de la cuestión de los símbolos nacionales en función del complejo y doble conflicto actual, entre capitalismo y socialismo y entre Cuba socialista y Estados Unidos. Y atender también a los condicionamientos a que someten a la cuestión las corrientes culturales principales del mundo actual.

En cuanto a esto último, gana cada vez más terreno a escala mundial la homogeneización de opiniones, valoraciones, creencias firmes, modas, representaciones y valores que son inducidos por el sistema imperialista mediante su colosal aparato cultural-ideológico. Una de sus líneas generales más importantes es lograr que disminuyan en la población de la mayoría del planeta –la que fue colonizada– la identidad, el nacionalismo, el patriotismo y sus relaciones con las resistencias y las revoluciones de liberación, avances formidables que se establecieron y fueron tan grandes durante el siglo XX. La neutralización y el desmontaje de los símbolos ligados a esos avances es, por tanto, una de sus tareas principales. Es obvio que ese trabajo trata de ser más eficaz hacia los jóvenes, que están más lejos de las jornadas y los procesos del siglo XX. Si logran que les salga bien, la victoria imperialista será mucho mayor, porque se generalizará el desconocimiento y el olvido de aquel mundo de libertad, justicia social y soberanía, y les será más fácil implantar el mundo ideal y sensible correspondiente a su dominación.

En vez de desconcertarnos con las anécdotas terribles de ignorancias de jóvenes en este campo, y de que se extiendan las creencias en mentiras y aberraciones que son difundidas dentro de la masa creciente de medios que no controlamos, hay que desarrollar ofensivas –no ripostas– de educación patriótica y socialista bien hechas, atractivas y eficaces, exigir y lograr la participación de los medios nuestros que deben implicarse en esas ofensivas y la eliminación de las actuaciones y omisiones que se opongan a ellas o las debiliten, y organizar atinadas campañas de condena y desprestigio de los aspectos burdos o menos disimulados del sistema cultural-ideológico imperialista.

Pero lo esencial es que partamos de que en lo interno a Cuba está lo decisivo en la batalla de los símbolos.

Los niños pequeños y los alumnos de primaria aprenden a sentir el patriotismo y venerar los símbolos. Confluyen en ese logro la enorme tradición cubana que les llega desde las familias y en la escuela, por la cual pasa el universo infantil, el esfuerzo de sus maestros, los actos escolares. Desde hace más de un siglo el patriotismo ha tenido una amplia presencia en su socialización, y la Revolución multiplicó las acciones, los vehículos y las actitudes positivas en esa asunción más temprana del patriotismo. La fractura viene poco después.

Hay que actuar mucho y bien en la formación de los adolescentes y jóvenes, porque ahí se unen la deficiente calidad de la educación secundaria y la avalancha de materiales ajenos o desfavorables al patriotismo nacional que cae sobre ellos, en una etapa de la vida en la que el ser humano experimenta una multitud de cambios, motivaciones e influencias. El peso de la familia disminuye en esa etapa, es insuficiente el trabajo o la influencia en ellos de instituciones y organizaciones de la Revolución, y se topan cada vez más con diferencias sociales, porque ellas han venido creciendo.

Esas diferencias impactan su sensibilidad y su comprensión de la sociedad cubana, llegan a obligar a una parte de los adolescentes y jóvenes a hacer elecciones y renuncias, y tienden a sectorializarlos y disgregarlos.Sin embargo, no debemos conformarnos con generalizaciones superficiales, ya sean triunfalistas o pesimistas. Es imprescindible analizar y llegar a conocer la situación, con rigor y con honestidad. Esto nos permitirá, por ejemplo, encontrar muchos miles de jóvenes en disímiles situaciones y de diferentes sectores, a lo largo del país, que se identifican con el patriotismo popular de justicia social, o que lo harían si se representan que eso es necesario. Qué los motiva, cómo lo entienden, cómo lo formulan, merece estudio más que preocupación. Y es posible que los más conscientes no parezcan muy tentados a decir lo dicho, hacer siempre lo que se espera ni hacer mucho caso a los consejos. Las generaciones que emprendieron las revoluciones que ha vivido Cuba tenían esos mismos rasgos.

Por su parte, la creciente conservatización de nuestra sociedad no incluye un chovinismo cubano, sino más bien la imitación de modelos extranjeros. Ponerse al día con los consumos materiales e ideales, hacer lo que se espera que uno haga, alternar, ocupar un lugar social determinado, no privilegia lo nacional, sino lo “de afuera”, y Estados Unidos tendrá cada vez más presencia en esto. Pero no se trata de una subestimación abierta de lo propio, como experimentaban los colonizados hasta el siglo pasado: ahora viene envuelta en su disfraz neocolonial. Lo que abunda es una supuesta comprensión de que las naciones y lo nacional no tienen tanta importancia, y que la vida cotidiana, la diversidad de identidades e inclinaciones humanas y sociales de los individuos, gran parte de las preocupaciones y las ideas sobre el medio ambiente, la vida cívica y otras cuestiones se pueden y se deben compartir sin ninguna reserva por las personas de “todas” las naciones.

Detrás está la estrategia imperialista de desnacionalización de la población de la mayoría de las naciones, para desarmarlas y dominarlas más fácilmente, pero este peligro mortal no es objeto de polémicas políticas ni ideológicas. Los comportamientos desarmantes parecen algo natural, “normal”, y pueden llevar a considerar anticuado, obcecado y hasta cavernícola al que insiste en fastidiosos discursos políticos.

Permítanme usar un material de hace dos meses para añadir criterios acerca de los símbolos. En los pueblos que han logrado avanzar en la lucha contra el colonialismo que el capitalismo le ha impuesto a la mayoría del planeta, numerosos aspectos de su universo simbólico adquieren una importancia excepcional. Son fuerzas inmensas con las que cuentan, muy superiores a sus escasas fuerzas materiales, porque son capaces de promover la emoción, exaltar los valores y guiar la actuación hasta cotas de esfuerzos, incluso de abnegación, heroísmo y sacrificios, que serían imposibles sin ellas, y propician triunfos que pueden ser asombrosos.

Al mismo tiempo, esos símbolos son el santo y seña cívico de una comunidad nacional, las canciones, las telas, los nombres, los lugares que identifican y reúnen a las hijas y los hijos de un pueblo orgulloso de su historia.

Por eso los símbolos cubanos son hoy también un frente en la guerra cultural. Pero lo que a mi juicio será decisivo es si enfrentaremos o no nuestros problemas fundamentales como revolucionarios cubanos socialistas, con la mayor participación real que sea posible en cada caso, con honestidad ante los datos de los problemas, la apelación al consenso y la creatividad de los implicados, la mayor flexibilidad táctica y el más férreo apego a los principios.

Hay que defender y difundir la causa del patriotismo socialista, la hija de la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, hay que hacer conciencia y movilizar, hay que vivir y compartir las emociones y los sentimientos, las ideas y las actuaciones que han llevado a este pueblo a ser admirado en el mundo. Los símbolos nacionales no son cosas fijas que deben ser honradas según un recetario establecido, son algo que no vive por sí, sino cuando lo hacemos vivir. Son una relación íntima de cada uno y del pueblo entero con una dimensión que las personas revolucionarias y la nación liberada convirtieron en algo entrañable. Son la campana de La Demajagua de hoy, que apuesta a un futuro de libertad, soberanía y justicia social.

En fotos la Mesa Redonda


Donde basta con una, un documental sobre la polémica guerra de símbolos y el uso de las banderas, fue el tema que se puso sobre la Mesa Redonda durante la emisión de este 21 de abril de ese espacio televisivo.

En el caso cubano, el uso de la bandera de los Estados Unidos es una problemática social que las propias circunstancias sociales del país, en torno a las posibilidades migratorias y a la entrada de intercambio cultural con otras naciones, entraña la posibilidad de que se haya diversificado mucho la manera y ampliado mucho el horizonte en los que eso está ocurriendo hoy.

Los estudios expresan que el uso de esa prenda no tiene que ver con la identificación ideológica con la cultura estadounidense o con principios de vida norteamericana, sino con el uso de determinadas modas que son accesibles para determinadas fuentes de ingreso.

Sobre las reacciones que se han experimentado al respecto, el doctor Elier Ramírez Cañedo, historiador y ensayista, coordinador de ese tipo de intercambios expresó que “ese material es una prueba de cómo se pueden hacer materiales de temas históricos y políticos de calidad y con una factura y una buena acogida en los jóvenes.