Por ARMANDO HART DÁVALOS, Bohemia
Patria es humanidad, sentenció el más excelso de los cubanos, José Martí, con lo cual proclamaba la irrenunciable vocación universal de nuestra patria. Ese concepto forma parte de la raíz y recorre el alma de la historia y de las esperanzas de Cuba.
En nuestro país apreciamos los valores espirituales de la cultura universal y nos esforzamos por tender puentes de amistad y entendimiento común, a pesar de las distancias geográficas, porque sabemos que lo más importante es la identidad de sentimientos y la comunión de empeños en favor de la redención humana.
Enumeremos los desafíos que enfrenta hoy la civilización occidental, un mundo al que no somos ajenos puesto que con la globalización de la vida social y económica de los últimos años los problemas también se han globalizado. Hagámoslo desde una perspectiva cultural, en tanto estoy convencido de que es en ese campo donde se debate y decide el drama de la contemporaneidad.
Ahí está el reto que tienen ante sí la civilización y la cultura occidentales. Solo puede salvarse del caos y de la muerte exaltando sus más hermosas tradiciones humanistas y asumiéndola en todas sus consecuencias, es decir, no para servir al apetito insaciable de una parte de los individuos, sino para defender los derechos e intereses de todos. Esto se puede comprender y alcanzar si se estudia y analiza el profundo significado de una expresión martiana: Ser cultos es la única manera de ser libres.
La cultura está comprometida con el destino humano. Ejerce un papel funcional en la historia. Situada en el sistema nervioso central de las civilizaciones, sintetiza los elementos necesarios para la acción y el funcionamiento de la sociedad como organismo vivo.
El pragmatismo y, su hermano gemelo, el pensamiento tecnocrático fragmentan las diversas categorías de la vida social, sitúan sus variados contenidos en departamentos estancos, obstaculizan sus vasos comunicantes –que son los que le dan el más profundo valor humano y social a la cultura. Hay que superar la noción pragmática para enriquecer y diversificar los conocimientos, formar los espíritus en un sentimiento raigalmente humanista y desencadenar así las energías necesarias para promover nuestras acciones y, por lo tanto, la voluntad social de transformación de la realidad en favor de la justicia.
Los cambios en las civilizaciones humanas surgieron a partir de la reconquista de antiguas ideas y nobles tradiciones dejadas a un lado. Reconocerlas y asumirlas, ponerlas en movimiento y proyectarlas hacia el futuro, es válido a escala nacional y para cada comunidad en concreto.
Una época que se proponga superar la edad moderna debe plantearse retomar con fuerza los valores que quedaron truncos. Precisamente lo que se dejó a un lado o no se coronó, fueron las mejores disposiciones de los hombres a crear un futuro de justicia, a exaltar la esperanza y la utopía. Se impusieron los peores instintos humanos.
Hay que ir al rescate del legado espiritual del hombre moderno. Para ello debemos reconocer el valor de los símbolos y de los mitos en su sentido más amplio.
La modernidad rechazó muchos de los mitos existentes porque venían distorsionados por las más viles pasiones humanas pero, de hecho, acabó promoviendo los de la razón, la ciencia y la técnica. Detrás de esos mitos, se revelan necesidades consustanciales a la evolución social. La inconsecuencia no ha estado en aceptar la validez de paradigmas y de móviles ideales, sino en no partir de estos para buscar sus raíces y causas fundamentales. Sin estos valores y sus expresiones formales desaparecerían las civilizaciones, el sentido de la vida y el papel funcional de la cultura.
La exaltación de la razón, y de la ciencia por la civilización occidental tuvo el mérito de echar abajo, en lo conceptual y ya era algo importante, las atávicas tendencias a la irracionalidad. Sin embargo, para superarlas en el plano real no basta el pensamiento racional ni siquiera las más altas escalas del pensar dialéctico.
Es necesaria la acción en la educación y la cultura que propicie la transformación del hombre en favor del hombre, solo así se alcanzará una ética digna del nivel de conocimiento e información logrado por la humanidad. No hay otro modo de ser libres.
La capacidad humana de asociarse conscientemente con fines de interés común fue uno de los primeros peldaños de la cultura, es un atributo que tiene fundamentos biológicos y antropológicos dados por una larga historia natural y social.
Promover la solidaridad no es ajeno a las bases científicas de la vida social, e incluso de la historia de la naturaleza orgánica, nada de esto contradice a la realidad material en movimiento, cambio y constante desarrollo, está insertado en ella.
Para alcanzar la victoria definitiva de la razón, esta debe ser coronada por principios éticos. Es imprescindible promover y fortalecer, desde la cuna hasta la tumba, la facultad de asociarse de cada hombre con los demás hacia fines que correspondan a los intereses comunes. A esto se llega orgánicamente haciendo crecer nuestros conocimientos, sentimientos y emociones hasta llegar a eso que llamamos amor y que es la fuerza real y objetiva de la vida y de la historia como lo prueba la evidencia.
Sin esta comprensión y sin la dialéctica entre las voluntades individuales y las de carácter social, la civilización moderna no saldrá adelante, sino que, por el contrario, acelerará su aguda crisis. El asunto es tan grave que hay quienes sostienen que puede llegar a ser la última.
Cuba defiende su identidad en medio de la crisis de valores éticos, políticos, e incluso, jurídicos, que se expresan en el inmenso vacío y la angustia espiritual de la moderna civilización. Lo hacemos a partir de una cultura, que el eminente polígrafo cubano Fernando Ortiz caracterizó como la síntesis lograda de una diversidad de procesos universales. Afectar la integridad de esta nación, como lo han pretendido las últimas nueve administraciones norteamericanas, es un crimen de lesa humanidad.
Somos una consecuencia histórica de los mejores ideales de la Edad Moderna. Cuando tales valores han sido lanzados por la borda por el materialismo vulgar y grosero impuesto en el mundo que llaman unipolar, nuestra Patria se yergue como estandarte de la dignidad humana.
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