Por: Fernando Martínez Heredia
Es justo llamar a Roa canciller de la dignidad, pero es totalmente insuficiente para caracterizarlo. Raúl Roa fue un extraordinario pensador político cubano, uno de los más importantes del siglo XX, y un exponente muy destacado de la posición del socialismo cubano.
Vamos a ver a continuación un documental muy valioso de Mundo Latino en el que se exponen la vida y la obra de Roa. Entre los entrevistados para ese filme he estado yo. No es prudente que en esta circunstancia haga una exposición en regla sobre su pensamiento político, por lo que me limitaré a llamar la atención o destacar algunas cuestiones que me parecen muy relevantes para situar al pensamiento de Roa en sí mismo y en relación con su vida, sus ideales y su militancia, y con el proceso histórico en el que participó.
El joven habanero nacido en 1907 era un apasionado de la lectura y, al mismo tiempo, desde muy temprano fue atraído por la política. Como tantos militantes que son intelectuales, Roa aclaró una y otra vez que sus escritos eran hijos de sus actividades y sus concepciones políticas, y que estaban marcados por la urgencia y por el objetivo de servir a la causa. Esas aclaraciones, que se mueven entre la disculpa y el orgullo, no son retóricas, pero a menudo resultan insuficientes. Existe un diálogo, pero a la vez una tensión –que muchas veces llega a ser angustiosa, o conflictiva— entre las creaciones o los deberes del intelectual y las exigencias, coyunturales o estratégicas, de la organización o el orden social con los que ese intelectual se ha comprometido. Se trata de las necesidades, ideas y creencias, y de los prejuicios, tanto de las organizaciones como del militante intelectual. Raúl Roa vivió esas realidades a lo largo de su vida.
Como todo joven revolucionario, su sensibilidad más que sus lecturas fue lo decisivo para comprometerlo. Pero, al mismo tiempo, escuchó el discurso arrebatado de Julio Antonio Mella, fue profesor en la Universidad Popular “José Martí”, estudiaba sin descanso el pensamiento social, leía literatura y poesía sin tasa, y se apasionaba por la justicia social. Se hizo antimperialista, y aún más, antiburgués. Los años veinte, hay que reconocerlo, lo ayudaban a radicalizarse. El gobierno de Gerardo Machado le da un golpe de muerte al sistema político de la primera república en 1927, y lo deslegitima, por el ansia de continuar en el poder. El joven estudiante universitario Raúl recibe el impacto de la actuación y las ideas de una vanguardia juvenil, el Directorio Estudiantil contra la Prórroga de Poderes, primeras armas para Gabriel Barceló, Antonio Guiteras y Eduardo Chibás, y se suma a la izquierda combativa. La dictadura se impone, pero Roa milita en un cenáculo de estudiantes, a la vez que lee a Ingenieros, palpita con la lucha de Sandino y comparte con Villena. Hasta 1930, cuando tienen la oportunidad de lanzarse a un evento social que se concreta en la jornada de rebeldía del 30 de septiembre. Roa y sus compañeros asumen cambiar el contenido de sus vidas: se enrolan en una revolución.
Roa se entregó a la causa y puso en ella su cuerpo y su intelecto. Esos años de lucha y de prosa directas moldearon su personalidad, sus ideales y sus valores personales, y le dieron a su trabajo intelectual su contenido, su campo de reflexiones y su idea de la forma.
La primera de las tres etapas que advierto en su vida política e intelectual es la de la Revolución del 30. Roa abrazó los ideales del comunismo, militó en una de sus organizaciones, el Ala Izquierda Estudiantil, y siguió la línea política de la Internacional. Lo cierto es que la organización política a la que Roa se debía no fue una alternativa de poder durante aquella revolución, ni participó en coaliciones que lo ejercieran o estuvieran próximas a hacerlo. Esto, y los largos períodos de clandestinidad y de encarcelamientos que vivió el joven revolucionario, hicieron que sus labores más relevantes fueran las de agitador, ideólogo y pensador. Por sus cualidades personales, pronto alcanzó en esos terrenos un papel destacado. Aunque se reclama muy militante en sus textos, y los define como expresión del colectivo al que pertenece, reina en los escritos de Roa una expresión individual lograda, que lo identifica. Los rasgos de sectarismo y la estrechez de ciertos juicios políticos que pueden hallarse a lo largo de esta obra suya, chocan con los propios anhelos políticos del autor, sus experiencias y la conciencia que va formándose, y también con su amplitud de criterios y su brillantez intelectual.
En la práctica Roa nos brinda combinaciones muy ricas –y a veces forzadas– entre el espíritu juvenil y los eventos más concretos y asibles, por una parte, y las referencias a la estrategia de las clases sociales antagónicas enfrentadas, o, por otra, interpretaciones en las que asoma una Razón histórica destinada a realizarse. Conviven en sus narraciones y reflexiones la materia real de la que se hace la historia –la actividad y la subjetividad de los seres humanos, y sus condicionamientos–, con los ideales y las consignas de su bandería, y con los ríos profundos de su país natal. Pinta a sus hermanos de ideas y organización como un grupo maravilloso de jóvenes, pero también asume para calificarlos la definición del partido: “la vanguardia de los estudiantes pobres y medios”. Sin embargo, al narrar las acciones y los sufrimientos, y los hechos de los héroes y mártires, alaba por igual a aquellos hermanos de lucha que considera víctimas de la ideología burguesa, y les llama a todos camaradas.
El joven militante Roa se salva, en buena medida, de distribuir premios y castigos y de ejercer la intolerancia en nombre del proletariado, por su formidable capacidad de burlarse de sí mismo y de los demás, pero sobre todo porque en él se han combinado la cualidad de convertir su vocación y su entrega en prácticas que lo llevan al riesgo y a la acción constante, con una sana desconfianza respecto al dogma y la obediencia ciega, y con una educación en la ideología nacionalista mambisa.
Recuerdo el afecto que sentía por aquella larga lista llamada “Libros pertenecientes al estudiante Raúl Roa García”, que elaboró un policía el día de la detención que lo llevó al Presidio, con sus sabrosos errores al escribir los apellidos de varios autores famosos. Pero lo decisivo para él fueron las vivencias, las tareas, peligros y azares de la vida revolucionaria y sus exigencias de abnegación, valor y constancia, la indefensión y la soledad del preso político a pesar de los ideales compartidos, la vida terrible y la muerte horrorosa del sector más desvalido de la sociedad cubana, los presos comunes, el cultivo incluso de un nuevo género literario: contarle las películas a los compañeros. Fue la aventura intelectual y física de un individuo en medio de una gigantesca conmoción social.
La Revolución del 30 y los cambios espirituales que provocó en Cuba convirtieron a Roa en un intelectual reconocido aunque fuera un rebelde, en una pluma apreciada a pesar de ser un comunista. El saldo que le aportó la revolución como intelectual quizás pueda sintetizarse en una frase suya de fines de 1931, que expresa la conciencia que se acendraba en él, pero que podríamos llevar como divisa hoy y siempre: “El intelectual, por su condición de hombre dotado para ver más hondo y lejanamente que los demás, está obligado a hacer política”.
Hay que estudiar también los tiempos en que suceden los acuerdos o las transacciones entre los que fueron enemigos, las resistencias, los desvíos y las deserciones, los cansancios, las protestas y rebeldías magníficas pero que no alcanzan suficiente respaldo social, los retrocesos y las lentas evoluciones, las acumulaciones. Las derrotas enseñan mucho, si uno no se convierte en un derrotado. La segunda etapa de la vida y la obra de Raúl Roa, entre 1935 y 1959, constituye un ejemplo cumplido de ese aserto. En aquellos años Roa, combinó el prestigio personal de que gozaba con las búsquedas afanosas de caminos, la defensa de la memoria y del significado histórico de la Revolución del 30 y la defensa de los ideales más radicales que ella promovió, de justicia social, soberanía nacional y protagonismo del pueblo humilde. Se mantuvo fiel al ideal, pero las condiciones sumamente diferentes que confrontó le exigieron cambios fuertes y diversos dentro de la continuidad de su compromiso con el socialismo.
Junto a una riquísima vida universitaria que fue el centro de su actividad, hizo periodismo en un número enorme de contribuciones publicadas en diarios o revistas, trabajos en los que reflexionaba acerca de acontecimientos, pintaba situaciones o hacía crítica de corrientes de pensamiento y de sus cultivadores. En esta etapa maduró el conjunto de su concepción y su posición. Roa se convirtió en uno de los intelectuales más sobresalientes entre aquellos marxistas y socialistas cubanos que eran independientes respecto al movimiento comunista durante la Segunda República, un grupo que espera todavía un reconocimiento como tal en la historia de las ideas en Cuba.
En aquella etapa Roa se negó a participar en ningún partido político. ¿Cómo hacer política cuando uno no cree en los fundamentos de la política vigente? Solo en una ocasión aceptó el riesgo de asumir un cargo del Estado, a petición de un viejo compañero y amigo, el de Director de Cultura del Ministerio de Educación, de 1949 a 1951, pero sin adscribirse al gobierno de turno ni a su partido. En aquel cargo desarrolló una labor de promoción cultural muy notable, que trató de llegar a las comunidades a lo largo del país, amparó concretamente manifestaciones intelectuales y artísticas de calidad y difundió mediante las publicaciones de la Dirección valores representativos de la cultura cubana.
Menciono tres libros publicados por Roa en aquella etapa. Historia de las doctrinas sociales es un libro de texto ejemplar, que combina una gran profundidad de análisis con una exposición pedagógica y una gran belleza formal. 15 años después alude a su primer libro, Bufa subversiva, de 1935, el primer libro cubano fruto de la asunción del comunismo como concepción social y política, que no puedo abordar aquí. Roa expone una defensa analítica y de gran vigor emotivo de la Revolución del 30 –una tarea fundamental de rescate de la memoria de las luchas populares que era imprescindible en aquella coyuntura–, pero hace un recuento y un balance, y resalta “el dramático contraste entre lo que se quiso y lo que se ha logrado”, y “lo que pudo haber sido y no fue”. Invoca, no obstante, la conciencia que ha ganado el pueblo cubano, e incita a reanudar la obra y “proseguir la batalla”. En el prólogo de Viento sur, de 1953, Roa expresa su angustia ante un mundo sucio, de opresiones e injusticias, y lanza un diagnóstico retador: “Sopla hoy el viento sur en el mundo y no cabe otra alternativa que la coyunda o la rebelión.”
Ambos libros coleccionan 172 trabajos en mil cien páginas. El conjunto constituye un extraordinario venero de asuntos, ideas, recuentos, juicios, acerca del ámbito cubano e internacional, donde se examinan eventos, personajes, teorías, procesos históricos o del pensamiento. Son textos orgánicos en su extrema diversidad, por la concepción y la posición asumidas por el autor, y por la unidad de estilo que se percibe a través de los disímiles géneros reunidos: periodismo del día, conferencias, artículos de fondo y ensayos, crónicas, evocaciones. Integra también un fresco impresionante de los temas de Cuba, América Latina y el mundo en el segundo tercio del siglo XX.
En pie, libro publicado en 1959, comienza: “Cuba ha retornado al futuro y se enrumba hacia la estrella de su destino (…) Es la revolución que demandan los tiempos”. Fidel lo llama a participar activamente, y pronto será el canciller en el Gobierno Revolucionario. Por segunda vez en la vida, la revolución tocó a la puerta de Roa. Esta vez estaba incomparablemente más preparado, por sus vivencias, análisis, experiencias y comprensiones. Pero también era hijo de una época y llevaba sus cargas, y ya tenía otra edad. En esta tercera etapa de su vida adulta recibió las encomiendas de trabajo que merecía, por sus enormes méritos, capacidades y virtudes, y supo corresponder con una entrega total al proceso y la lucha cubana hasta el final de su vida, y con una de las actuaciones más destacadas entre los dirigentes de la Revolución. El intelectual Roa estuvo al mismo tiempo muy activo y presente en innumerables iniciativas y tareas de promoción y avance de la cultura, desde el organismo que dirigía y en otros terrenos. Roa hizo discursos famosos –sobre todo en foros internacionales–, dio una entrevista memorable, organizó muchos textos suyos y los publicó en volúmenes que fueron material obligado en la formación de muchos miles de jóvenes. Escribió siempre que pudo y publicó algunos libros; poco después de su muerte salió su biografía de Rubén Martínez Villena.
Sin embargo, el canciller Roa, dirigente político famoso en la revolución socialista de liberación nacional –y también el Roa postrero, vicepresidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular– se abstuvo de brindar públicamente una parte de sus conocimientos y sus criterios, de aportarlos al debate de las ideas con la fuerza de su talento, su prestigio y sus experiencias. Esa abstención suya constituyó una actitud meditada, ejemplarmente militante, y fue una contribución suya a la unidad política y a los intereses estratégicos del proceso de liberación del que tanta conciencia tenía.
Treinticinco años después tenemos necesidad y urgencia de desarrollo del pensamiento y el conocimiento sociales, para que los problemas principales del país se vayan convirtiendo en objeto de debate y de atención prioritaria de las mayorías del país. Si logramos ese objetivo será mucho más abarcadora y profunda la unidad de los cubanos en su diversidad, dispondremos de más fuerzas que las que pueden palparse y medirse, y ejerceremos la única defensa eficaz del socialismo, que es profundizarlo y convertirlo en una creación de las mayorías. La vida y la obra de Raúl Roa constituyen una de las reservas y las lecciones más valiosas que tenemos a nuestro alcance.
Termino con una oración extraída de un trabajo primerizo suyo, de brillantez y hondura inusitadas en un joven de veinte años, y también demasiado audaz, como se debe ser a esa edad. Dice Roa de José Martí algo que cabe enteramente decir de él: “Todo el que cumple ampliamente con su tiempo, lleva en sí una partícula de eternidad”.
Palabras pronunciadas en el Homenaje de la UNEAC a Raúl Roa García en el aniversario 110 de su natalicio, donde se presentó documental de Mundo Latino dedicado a Roa.
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