martes, 12 de junio de 2018

Fernando Martínez Heredia, te fuiste para apurarnos

Por: Alejandro Gumá

Fernando Martínez Heredia. Foto: La Tizza

A. “El anuncio de los tiempos que vendrán”

Siempre que alguien se ponía a la cabeza de una meta cuyo tamaño excediera las fuerzas propias –al menos las fuerzas conocidas y supuestas–, toda vez que una persona oponía su voluntad a valladares de semblante infranqueable, cuando cualquiera mostraba empecinamiento tras objetivos en desuso o mal usados, Fernando Martínez Heredia les apoyaba en el hombro un aserto: “Eres el anuncio de los tiempos que vendrán”. Quien lo afirmaba, sin embargo, no creía en destinos inexorables. Ningún tiempo llega solo. Ningún anuncio sin práctica puede traerlo. Tampoco, cualquier práctica.
Si asumimos bien las ideas que pasó la vida defendiendo, no haremos de ellas el fijador de un retrato suyo, el salvoconducto de algún capítulo de tesis, o la cita sin vocación, a la postre, traicionera. Si las asumimos bien tendremos que crearles instrumentos, sin confundir al instrumento con la idea; conducirlos, sin semejar la conducción con el monólogo; y desarrollarlos para que sigan dando de sí.
Anoto algunos principios que aprendimos en su voz entrecortada y tosedora:
1. Al plantearnos actuar en política debemos tomar en cuenta las condiciones de partida, no para someternos a ellas sino para trascenderlas –incluidas las condiciones creadas por la cuarta Revolución Cubana, de 1959. Esta superación mediante la práctica es el vector más importante de la reproducción ampliada de un proyecto de liberaciones y el modo de prefigurar un espacio futuro al cual referir las actuaciones del presente y sus promesas.
2. Para no ser cómplices de esa ganancia de la dominación que implica naturalizar los fenómenos sociales y los productos de la actividad humana, debemos estudiarlos –y comprenderlos– en su historicidad.
No asumir como “dados” los procesos o relaciones que pudieran impedir la liberación de las personas y las sociedades, pero tampoco, los que pudieran ayudarnos a hacerla avanzar. En el primer caso, para no suponer una predestinación que después de largos períodos de procesos revolucionarios estos se rutinicen o, al cabo, terminen siendo vencidos, idea que ya Fidel Castro había planteado con audacia en 2005 [1]. En segundo lugar, para no creer(nos) que es un resultado evolutivo la sociedad de bienandanzas y emancipaciones por la que Fernando pugnaba. Hay que ganarla luchando.

La historicidad es también un valor para la asunción de los legados y del pensamiento.
3. Consecuente con los dos puntos anteriores, Fernando no fue nunca martiano, fidelista y marxista de forma mimética. En su concepción de la cultura y de la lucha cultural, por ejemplo, se pone de manifiesto su capacidad –que es la misma de todo pensamiento revolucionario– de concebir ideas superiores a las condiciones vigentes. Fue sin dudas un martiano histórico al entender que la posesión de cultura –“ser cultos”– aunque nos predispone a ser libres, puede predisponernos también a no serlo. Valga aclarar que “ser cultos” para Fernando no incluye únicamente los atributos que desde un sentido común decimonónico encasillan esa cualidad, sino implica –sobre todo en el mundo de hoy– ser convivientes de procesos culturales, portadores de significaciones diferentes y hasta contradictorias, y reproductores en escalas desiguales de la cultura que portamos.
Por ello siempre encontramos en Fernando un cuestionamiento de los contenidos de la cultura que se posee, y la apelación a apoderarnos de y crear una cultura determinada, donde no caben las discriminaciones de ningún tipo, ni las jerarquías que justifican la explotación, ni el tratamiento de las identidades –personales o nacionales– como muñecos de feria.
Cuando José Martí escribió en “Maestros ambulantes”, 1884, aquella idea famosa que todos citamos [2], la ignorancia era el principal instrumento de dominación. Desde mediados del siglo XX comenzó a serlo la cultura misma.
Armado de esa certeza, por haber estudiado a fondo aquel tránsito, es que Fernando aboga por una emancipación que debe serlo también –si aspira a la sostenibilidad– en los contenidos de la cultura, y rebasa la explicación de esta última como antónimo de ignorancia. Por eso puede decir, en la madurez de su concepción, “la rebeldía es la adultez de la cultura” [3]. Y al conferirle valor político, amplía sus predios, le asigna nuevas tareas. Porque mientras ella no es rebelde permanece infante, sujeta, minusválida, postrada por el fardo secular de la opresión, que en la medida en que fue sofisticándose utilizó a la cultura como vehículo de oscurantismo y sumisión.
4. El socialismo no es en Fernando Martínez Heredia un lugar “al cual” llegar sino “del cual” llegar, a otro superior –el comunismo–. Por tanto, siempre usó el concepto de “transición socialista” –y no de “construcción del socialismo”– para llamar la atención sobre dos aspectos decisivos: a) el carácter que debía tener la transición para conducirnos a cotas de libertad y justicia superiores, y b) la condición conflictiva e inacabada de un camino donde solo en la medida en que cambiamos la vida, las relaciones sociales y a nosotros mismos de un modo revolucionario, nos acercamos al horizonte comunista.
Delante de esta idea para Fernando va Ernesto Guevara, con su llamado de “(…) empezar a construir el comunismo desde el primer día, aunque nos pasemos toda la vida tratando de construir el socialismo” [4].
Una consagración total a ese propósito basta, para que como le ha sucedido al Che, Fernando no sea tampoco visto como un hombre del pasado histórico de la revolución, sino de su futuro.
5. Más referida al trabajo de ciencia social y pensamiento social, el autor de Cuba en la encrucijada nos deja una lección que refrendó con su propia obra: la objetividad está en el modo como encaramos los objetivos, pero no en la ausencia de estos. Dos principios lo sustentan:
a). Que todo trabajo de ciencia social –y todo científico social– persigue objetivos “extra científicos”, tiene intereses ideológicos. Lo que resta valor a la ciencia social es la pretensión de neutralidad e imparcialidad, y no las finalidades políticas que le animan.
b). Que, por lo tanto, el medidor de “cientificidad” no está en la “pureza ideológica” –inexistente e improbable– de la ciencia social, sino en la seriedad, rigor y honestidad intelectual con que el científico social encara o sustenta sus filiaciones al hacer ciencia [5].
6. La combinación entre militancia y libertad es necesaria no solo al hacer trabajo intelectual, sino a la hora de conducirnos como ciudadanos, de pensar con cabeza propia, de imaginar futuros para los cuales el pensamiento no puede tener ataduras. Es preciso “convertir los ideales en militancia y la militancia en ideales” [6].

B. Los revolucionarios no enviudan

La clausura del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana (1963–1971) y de la revista Pensamiento Crítico (1967–1971) [7], fue un episodio duro. Tan bien lo comprendió Fernando que no pudo secarlo el ostracismo ulterior. No transigió con la “autocrítica” que le sugirieron. No pactó. Supo distinguir entre la revolución y sus usufructuarios. En el tiempo que sobrevino chocó a consciencia una y otra vez con la misma piedra –solo así las piedras ceden–.
Y jamás enviudó. Tampoco los de su grupo, los de su estirpe. A no enviudar le ayudó la idea de que “se gana mucho con la derrota si uno no se convierte en un derrotado” [8]. Los inmaculados no han vivido jamás revoluciones, aun cuando su ciclo vital transcurra dentro del ciclo histórico de alguna. O aun cuando supongan actuar en su nombre, administrar sus legados, conducir sus estructuras. Debemos desconfiar de aquellos a los que siempre les va bien en las revoluciones. Y desconfiar de la prevalencia del carácter revolucionario en procesos donde la estabilidad de la norma obsede más que el ejercicio de su interpelación.
Llena de abolladuras nos entrega Fernando su indumentaria. Ninguna es moral. Él ha estado en revolución. En brega por un socialismo que no llegue a homologarse con el pedacito de poder personal de un grupo [9]. O que, como gustaba repetir, citando a Lezama, no se vuelva tan pequeño “que quepa en la chapita de una botella”. Él jamás permutó del centro de una batalla para evitarle al pensamiento la humillación de “adorno” o “actividad permitida”. Allí se mantuvo para volverlo un prefigurador de caminos y un chofer de la política.
Los inmaculados, ¿qué indumentaria exhiben?, ¿cuáles abolladuras?

C. Profeta, periodista, historiador

Fue decisivo aquel curso que impartiera Fernando en el Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, entre el 3 de marzo y el 12 de junio de 2015: “El marxismo de Marx, problemas de su conversión en instrumento revolucionario mundial” [10]. Quince sesiones de cinco a seis horas los martes y catorce de ocho horas los viernes. Recesos fugaces, como este suyo de ahora.
Fernando, renqueante, trepaba hasta el salón. Su esperanza ardía con la misma intensidad sobre 26 personas que sobre siete. Bromeó el primer encuentro con aquella premonición de Máximo Gómez cuando las tropas bajo su mando salieron hacia Occidente en la invasión: “En estas filas que hoy veo tan nutridas, la muerte abrirá grandes claros”.
De Carlos Marx y La Gaceta Renana a José Martí y aquel opúsculo en La Edad de Oro donde Fernando nos enseñó a ver fundamentado el comunismo[11]. De las Cartas a Kugelmann [12] y Lenin pidiendo que todos las clavasen en las paredes de sus casas, al Che que desde Tanzania le dice a Armando Hart: “(…) ya hemos hecho mucho, pero algún día tendremos también que pensar” [13].
En tamañas travesías se nos fue revelando cuán preciso era Fernando en aquella forma jocosa de describirse: “Yo he sido a un tiempo profeta, periodista e historiador. Primero me ha tocado alertar: ‘va a pasar esto’; luego decir: ‘está pasando esto’; y por último contar: ‘pasó esto’”.
Entendimos en toda su complejidad personal y social el valor de esa tríada al abordar en sus clases el segundo intento de universalización del marxismo, que a diferencia del primero, aconteció en el tercer mundo hacia la segunda mitad del siglo pasado. Y en el fragor de ese segundo intento, desde la Cuba de los 60, descubrir al imberbe que se fuga con su revólver de una escuela emergente cuando ante la Crisis de Octubre llega la orientación a los alumnos de permanecer estudiando [14]; que, cuatro años y varias broncas después escribe la pieza fundamental de su profecía: El ejercicio de pensar [15]; que analiza los reveses –con optimismo histórico– mientras suceden, en ese testimonio de la resistencia y el pase a la ofensiva que es En el horno de los 90 [16]; y que en las dos décadas siguientes argumenta –andando en la historia [17]–, por qué seguir abrazado(s) a idéntico mástil.
Era el mismo Fernando que nos insistía: “Ustedes la tienen más difícil que nosotros: nosotros lo teníamos todo más claro, ustedes lo tienen todo menos claro”, y añadía: “Quizás porque está todo menos claro ahora”.
Rumiando las posibles causas de esa menor claridad, se me ocurre que una de ellas está asociada a que la lucha por el relanzamiento de la revolución en Cuba debe vérselas con un asunto muy serio: el de las propias creaciones de la revolución. ¿Cómo lograr que esas creaciones se trasciendan sin negarlas? O dicho de otra manera: ¿cómo convertir la superación en causa principal de su pervivencia? ¿Cómo evitar el drenaje de sus contenidos? Las respuestas supondrán encontrarles rápido a nuestros vehículos un nuevo modo de funcionar, porque ellos también nos conducen.

D. Allí donde renazca, hacerlo envejecer

Nos contaba Fernando que en algún momento de su ostracismo su hija Liliana le preguntó: “Papá, ¿tú eres el jefe de la generación del silencio?”, a lo que él no supo responder. Después bromeaba con un pensamiento que lo asaltó en sordina: “Caramba, si esta muchacha sigue avanzando tendré que matarla”.
Me regocija que la suya, la de sus compañeros, no haya resultado ser la generación del silencio.
Muchos atribuyen lo anterior al fracaso del “socialismo” en Europa del Este, que interpretan como la coyuntura que les dio la razón y los colocó otra vez en la palestra. Yo prefiero asociarlo a algo no coyuntural: la permanencia en ellos de la idea, los principios y una forma específica de defenderlos.
La generación a que pertenezco tiene entre sus peligros el de la repetición o el adocenamiento, lo cual a la larga terminaría convirtiéndola en una generación del silencio, pero de uno peor: antes de ser acallados luchando, enmudecer sin haberlo hecho.
Entonces, nos corresponde hablar donde quiera que se abra un espacio digno, y martianamente, con los actos: como mejor se habla. Ser conscientes de que tan perjudicial e indecoroso resulta servir a emisarios de lógicas empresariales, los que colocan la motivación fuera de la idea, como a la poda de las ideas en nombre de la custodia del socialismo. Darnos nuevos medios de expresión y salvar entre todos los que existen. Saber distinguir bien cuáles son las demarcaciones de nuestro campo, para ensancharlas y volverlo el campo más grande. Las revoluciones no se administran, se hacen.
Si es con ojos de funeral que en derredor miramos, Fernando deja un claro terrible en tropas menos nutridas que antes. Pero esos son solo ojos de cristal, de ver afuera. Los suyos, los de afilada cuenca y bolsón debajo, nos dicen que entró a movernos mejor, con esa forma de “orientar” –¿o debería decir “proponer”?– a la que una pedagogía política en la transición socialista no puede dar espalda.
Falleció el 12 de junio de 2017. El mismo día, dos años antes, cerraba el último seminario del curso que nos cambió la vida.
Acertó aquel compañero suyo cuando en uno de los homenajes póstumos inició así su intervención: “A Fernando no digo ‘donde quiera que esté’, porque ‘Fernando está en todas partes’”. Tenía que estarlo para el amigo de tanto trecho.
Pero cuando apenas comenzaba a llenar partes de mi generación, se fue Fernando. Estoy por creer que para apurarnos.

Si ya provoca escándalo morirse a los 78 años sin geriatría, seguir siendo joven en la muerte es un bochorno para los vivos. Él sabe que volverá con frecuencia, pero quiere, necesita, regresar más viejo cada vez. Ayudemos al hereje. Ahora somos los responsables de su ubicuidad, que cambió el “don” por la conquista.

Notas

[2] “Ser culto es el único modo de ser libre” Martí, José (1884): “Maestros ambulantes” en José Martí. Obras completas — Edición Crítica, Centro de Estudios Martianos, 2016, p.124.
Nota del autor: Propongo la lectura completa y cuidadosa del artículo de José Martí para una mejor comprensión del uso que hace del concepto “cultura” y de los problemas específicos a que con él se enfrenta.
[4] Martínez Heredia, Fernando (2001): “El Che Guevara: los sesenta y los noventa”, en El corrimiento hacia el rojo, Editorial de Letras Cubanas, La Habana, pp. 254–255.
[5] Dos ejemplos clásicos paradigmáticos –y diferentes entre sí– son Karl Marx (1818–1883) y Max Weber (1864–1920).
[7] Para ahondar sobre las causas del cierre de ambos empeños, propongo la lectura de “Pensamiento social y política de la Revolución”, conferencia dictada por Fernando Martínez Heredia como parte del ciclo La política cultural del período revolucionario: memoria y reflexión, organizado por el Centro Teórico-Cultural Criterios. Puede verse en: Martínez Heredia, Fernando (2010): El ejercicio de pensar, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.
[8] Martínez Heredia, Fernando (2010): El ejercicio de pensar, Editorial de Ciencias Sociales, Ruth Casa Editorial, La Habana, p.76.
[9] Martínez Heredia, Fernando (2017): “No seamos siervos de ellas: trabajemos con ellas”, en: Cuba en la encrucijada, ob.cit., p.137.
[10] El curso está grabado en su totalidad y ya se edita para su publicación.
[11] “(…) y en que ha de parar el mundo, cuando sean buenos todos los hombres, en una vida de mucha dicha y claridad, donde no haya odio ni ruido, ni noche ni día, sino un gusto de vivir, queriéndose todos como hermanos, y en el alma una fuerza serena, como la de la luz eléctrica”, Martí José (1889): “La última página”, en La Edad de Oro, p.128, disponible en:https://elsudamericano.files.wordpress.com/2017/06/jose-marti-la-edad-de-oro.pdf
[13] Carta del Che Guevara a Armando Hart Dávalos, Dar-Es-Salaam, Tanzania, 4 de diciembre de 1965, disponible en:https://www.rebelion.org/hemeroteca/argentina/filosofia310702.htm
[14] Ver entrevista a Fernando Martínez Heredia en: Suárez Salazar, Luis y Dirk Kruijt (2015): La Revolución Cubana en Nuestra América: El internacionalismo anónimo, Ruth Casa Editorial, libro electrónico.
[15] Véase en: Martínez Heredia, Fernando (2010): El ejercicio…, ob.cit., pp.139–158.
[16] Martínez Heredia, Fernando (2005): En el horno de los 90, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.
[17] Ver Martínez Heredia, Fernando (2009): Andando en la historia, Instituto Cubano de Investigación Cultural (ICIC) “Juan Marinello” y Ruth Casa Editorial, La Habana.
(Tomado de La Tizza)

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