miércoles, 10 de agosto de 2016

Tesis sobre el suicidio en la historia política de Cuba

 Por Herminio Portell Vilá, Cubaencuentro



En la historia política de Cuba el suicidio juega un papel importantísimo para alterar la evolución del pueblo cubano en los momentos más decisivos.

[…]

A poco que el estudioso se dedique a comparar lo ocurrido con los grandes caudillos y directores de las guerras de independencia en los demás países de América, incluyendo la de los Estados Unidos, con la suerte que corrieron los más insignes libertadores cubanos, en seguida salta a la vista el hecho de que Washington y sus generales, como Bolívar, Páez, Santander y Sucre, en la Gran Colombia; San Martín en Argentina; O’Higgins en Chile; Iturbide, Victoria y Guerrero en México, etc., llegaron a ver el final de sus esfuerzos para independizar a los pueblos por cuya libertad luchaban. La circunstancia de que Máximo Gómez, el ilustre dominicano que fue el comandante en jefe del Ejército Libertador alcanzó a vivir, aunque por pocos años, la época de la independencia, hasta pudiera ser considerada como argumento adicional para destacar el hecho de que Céspedes, Agramonte, Martí y Maceo, perdieron la vida en combates sin importancia específica y en los que nadie tenía derecho a esperar su participación activa y directa.

Después de lo que Céspedes había vivido, primero como jefe del Ejército Libertador hasta Guáimaro y luego como presidente de la República, con lo que él significaba para la Revolución Cubana y también para el despotismo español, la sorpresa de San Lorenzo y la muerte del Padre de la Patria no tienen otra explicación sino una especie de resignación fatalista con lo peor que pudiera ocurrirle, equivalente a un suicidio, y esta tesis se ratifica con su correspondencia y sus manifestaciones a lo largo del calvario recorrido desde Bijagual hasta San Lorenzo.

Agramonte, héroe magnífico de batallas campales importantes, no tenía por qué lanzarse a la hazaña del rescate de Sanguily. Aquello fue una gloriosa imprudencia de la que salió con vida; pero con ella se evidenciaba una suicida inclinación a la muerte, que le llegó en Jiguaní, sin la resolución para vivir para los grandes hechos históricos, en los cuales se habría necesitado de los más excelsos patriotas para que Cuba se librase del despotismo español y consolidase su independencia sin tener que pasar por la Enmienda Platt.

Nadie tenía derecho a esperar que José Martí, el héroe civil por excelencia, el hombre que había trazado los lineamientos morales, políticos, sociales y económicos de la Revolución Cubana y de la organización republicana de Cuba Libre, se lanzase contra las líneas españolas en el combate de Dos Ríos, en busca de la muerte a la cual había aludido con sus crípticas palabras de “Para mí ya es hora”, después de las dificultades, los sinsabores iniciales inclusive los de la Conferencia de La Mejorana. Hay motivos para pensar que Martí había perdido el entusiasmo por vivir, que se arriesgó más de lo que debía y que así perdió la vida.

En cuanto a Maceo, el héroe epónimo de las grandes batallas, el que había sobrevivido a los mayores peligros, y a gravísimas heridas, tampoco tenía necesidad alguna de verse envuelto en la escaramuza con la columna de Cirujeda, que fue una sorpresa fatal para él. Se había embotado su instinto de guerrero, dominado por las preocupaciones del momento, y ya no era tan dueño del sí como siempre lo había sido. El lugarteniente general del Ejército Libertador debió haberse abstenido de participar en lo que habría sido un tiroteo más, sin consecuencia, y reservarse para decisivas acciones de guerra, para aquel Ayacucho cubano que los mambises siempre habían querido.

Cuba Libre con libertadores como Céspedes y Agramonte, en la Guerra de los Diez Años, o como Martí y Maceo, al terminar la dominación española, en 1898, habría sido una República muy distinta de la que nos correspondió; pero todos ellos pusieron más empeño en arriesgar sus vidas en los combates, que en conservarse para la gran obra de establecer, impulsar y dirigir la nueva nacionalidad, que así dio sus primeros pasos con segundones. En mi opinión, habrían podido ser los excelsos libertadores y caudillos que de todos modos fueron, sin dejar de ser las primerísimas reservas de la Patria para instaurar y guiar la República de Cuba.

Hay en todo esto algo como un complejo nacional de sacrificio en la lucha que mucho se parece al suicidio, que de tiempo en tiempo reaparece en la historia de Cuba, hasta en años más recientes. La letra del Himno Nacional, al proclamar que “morir por la Patria es vivir”, hasta parece que desde octubre de 1868, en Bayamo, cuando alentó a los bisoños mambises vencedores del coronel Udaeta, estaba dando la consigna de que eso es, precisamente, lo que debe hacer todo cubano para serlo a plenitud.

El postrero año de vida del Dr. Antonio Guiteras Holmes (1934-1935), de nuevo presenta ese caso del caudillo que vive más peligrosamente de la cuenta, que se arriesga por demás en lo que no le corresponde a él por su misma condición de dirigente que tiene las fórmulas, la popularidad y la resolución necesaria para los grandes servicios a la Patria, guiándola por los caminos del progreso, de la prosperidad, de la justicia y de la libertad. Así llegó a su fin, en El Morrillo, la vida de “Tony” Guiteras, y su obra quedó trunca.

Como ya hube de relatar en otra ocasión, en estas mismas páginas de Bohemia, cuatro días antes de que Eduardo R. Chibás se disparase el trágico pistoletazo al terminar su radiotrasmisión dominical, pidió verme con toda urgencia y muy de mañana llegó a mi oficina, preocupado hasta la desesperación con la idea de que había perdido la confianza y la popularidad enormes de que disfrutaba. En el curso de la conversación, mientras yo le razonaba para hacerle ver su error, llegó a decirme que estaba dispuesto a suicidarse. Me alarmó su estado de ánimo y abrumado ante la tragedia que representaría para la potente cruzada de regeneración nacional que él encabezaba, lo que acababa de decirme, por primera vez expuse esta tesis del suicidio en la historia política cubana y le desarrollé todos estos argumentos y otros más para devolverle la fe en sí mismo y para convencerle de que sería un error fatal seguir con tales pensamientos. Recuerdo bien que quedó muy impresionado con la interpretación dada por mí a la frase del Himno Nacional que ya he citado, cuando le insistí en que lo verdaderamente trascendental del dirigente, del que tiene algo que hacer por la Patria, es VIVIR PARA ELLA y no poner en primer lugar la posibilidad de MORIR POR ELLA. La inmolación, la imprudencia ante los riesgos innecesarios, el injustificado desprecio por la vida útil a la Patria, es una tendencia suicida y perjudicial a la Patria misma. El que tiene una misión para con su pueblo y por su heroísmo y las circunstancias favorables le llega la oportunidad de cumplir con esa misión NO TIENE DERECHO AL SUICIDIO NI A CORTEJAR LA MUERTE CON IMPRUDENCIAS.

Cuando Chibás salía de mi oficina, en la acera unos obreros del Ministerio de Obras Públicas trabajaban en derribar un árbol y al verle se le acercaron para saludarle y hablarle con [el] mayor entusiasmo y sin importarles la posibilidad de represalias políticas. Se volvió para mí y animado por mis razonamientos y por aquella concluyente demostración de su popularidad, me dijo que se iba contento y con alientos pero poco después consumó su fatal propósito.

¿Se habría atrevido Fulgencio Batista a intentar el golpe usurpador del 10 de marzo de 1952 si Chibás hubiese estado vivo, con su tremendo arrastre popular, sus rápidas decisiones y su energía para la lucha? Es muy de dudar; pero de haberse atrevido, ni habría encontrado muchas gentes dispuestas a secundarle, ni habría tenido éxito con su intentona. Chibás con toda seguridad habría apoyado al gobierno constitucional contra el usurpador a pesar de todas sus diferencias con el doctor Prío Socarrás, y la historia reciente de Cuba sería muy otra. Batista jamás habría tenido ocasión para hacer todo el mal que ha hecho, nos habríamos ahorrado sangre, ruina, torturas y horrores, los cubanos, y ese hombre funesto que es Fulgencio Batista habría pagado entonces los crímenes cometidos sin poder realizar los de estos últimos años.

El suicidio en la historia política de Cuba presenta muy diversas variantes. La de Céspedes fue la de negarse a ponerse a salvo a menos que se le diese la satisfacción que reclamaba por los agravios recibidos; la de Agramonte y Maceo estribó en no regir la participación directa y personal en combate alguno; la de Martí reviste la característica de convertirse en combatiente en circunstancias desventajosas y de mortal peligro; en la de Guiteras vemos la de vivir en constante riesgo, burlándose de la muerte en todo momento, y en cuanto a Chibás el caso fue el suicidio deliberado, en un momento de desesperación, y con la esperanza de que el sacrificio sirviese para galvanizar al pueblo cubano en su lucha por el buen gobierno.

Hay abundantes señales de que el doctor Fidel Castro está al borde de vivir el complejo nacional del suicidio en la evolución histórica del pueblo cubano. En primer lugar, está viviendo como si la vida no le importase, agotando sus energías, corriendo todos los riesgos y hasta gozándose con ellos. En segundo término, ya hasta habla de la posibilidad de que él pueda desaparecer por causas naturales o por el crimen político, y dice que se han tomado las disposiciones adecuadas para que su obra revolucionaria no se pierda, cosa ésta que también pensaron Céspedes, Agramonte, Martí, Maceo, Guiteras y Chibás; pero sin que el éxito les acompañase en sus planes. Nadie puede pensar que si estos patriotas hubiesen tenido la menor duda de que con ellos se terminaba el esfuerzo consciente y eficaz para resolver los problemas de Cuba, hasta que surgiese un nuevo dirigente que les reemplazase en el impulso interrumpido, hubiesen cortejado a la muerte del modo que lo hicieron.

El vivir “pericolosamente” es un extravío. La vida tiene suficientes peligros como es para que uno se dedique a buscar otros, adicionales; pero cuando hay una idea central al servicio de la cual se han hecho grandes cosas de beneficio general, cuando un pueblo llega a identificar la realización de su anhelos de mejoramiento con la obra de un hombre y le mira como un guía y director, ese ciudadano ya no se pertenece y debe prescindir hasta de sus inclinaciones de muchos años en cuanto a correr todos los riesgos y disfrutar con ello, para hacerse prudente y para no poner en peligro la realización de los objetivos que se persiguen.

[…]

Encontré perfectamente justificado, a pesar de los riesgos que entrañaba, el recorrido del doctor Fidel Castro a lo largo del territorio nacional, porque le daba al pueblo cubano la oportunidad de ver de cerca y de escuchar la palabra del jefe del movimiento libertador, y eso necesariamente tonifica el patriotismo, puesto a prueba durante más de seis años de dictadura corrompida y sin escrúpulos. Respiré aliviado cuando se completó el recorrido por las calles habaneras hasta el recinto de la Ciudad Militar, en Marianao, porque tengo la absoluta seguridad de que no sólo hubo un caso de presunta tentativa contra su vida, como se publicó al día siguiente, sino de que hubo más que pasaron inadvertidos porque la misma muchedumbre los hizo de imposible realización.

[…]

¿No sería mejor para Cuba que, en vez de prodigarse peligrosamente, como ahora hace, se dedicase a impulsar las grandes reformas en la vida campesina, en la educación, en la defensa del país, en las comunicaciones, en el mejoramiento del nivel de vida, etcétera, como prometió la Revolución? Por todas partes, además del atentado del enemigo, que no debe descontarse, le acechan los otros peligros de la adulación, de los egoísmos y las ambiciones de los medradores, que no se detienen ante nada, y de la tentaciones de las delicias de Capua, que impidieron que Aníbal consumase su victoria sobre Roma. ¡No hay que dar oportunidad para el suicidio material o moral, ambos igualmente fatales! El doctor Castro corre mayores peligros ahora, en esta Capital frívola, expeditiva y sin escrúpulos, que tanto tiene que ofrecer, como si fuese una mujer hermosa, simpática y acostumbrada a la molicie, que cuando el desembarco del “Gramma” o en el ataque al “Moncada”, o en el combate de Pino Alto. Su mayor mérito estaría en que en él nuestra historia política se redimiese de la maldición del suicidio porque, conviene repetirlo, lo verdaderamente trascendental en la obra del libertador NO ES MORIR POR LA PATRIA, SINO VIVIR PARA LA PATRIA, y esto último es lo más difícil.

[1]Bohemia; año 51, n.º 5, La Habana, febrero 1, 1959, pp. 69, 112-114 (fragmentos).

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