jueves, 25 de agosto de 2016

Con Fidel, ayer, hoy y siempre(II).


 Por Ángel Guerra Cabrera




Nunca he olvidado lo que escuché al excelso bailador y coreógrafo español Antonio Gades después de que el público habanero premiara su actuación en La casa de Bernarda Alba con una cerrada ovación: lo que más admiro de ustedes es su dignidad.


El artista sintetizó así la esencia del legado de Fidel y de la Revolución Cubana, que son inseparables. Como inseparables son la interacción dialéctica entre el pueblo cubano y el líder histórico de la revolución.


Naturalmente, la dignidad de que hablaba Gades emana de la historia de Cuba y, especialmente, de la profunda trasformación cultural y social realizada en la isla con métodos ingeniosos y rasgos muy cubanos típicos del liderazgo fidelista.  A partir de la reforma agraria, las nacionalizaciones y la campaña de alfabetización(1961), incluye los singulares logros educacionales, la salud pública gratuita y universal, la gestación de una honda conciencia solidaria, el enorme impulso al desarrollo de la ciencia, el sistema popular de defensa nacional y la participación activa del pueblo en la política.


Entre los errores de Fidel no ha habido ninguno de carácter estratégico. Y como la fallida zafra de los diez millones han sido aguijoneados por el afán de elevar el bienestar del pueblo y reforzar la independencia y la soberanía en condiciones internacionales excepcionalmente adversas. En aquel momento, a la implacable hostilidad de Estados Unidos se sumaba un largo periodo de deterioro de las relaciones con la URSS.


No recuerdo uno solo de mis compañeras y compañeros, cuya mirada hacia el jefe de la revolución disminuyera después de aquella aciaga experiencia. Al contrario, nuestro respeto, cariño y admiración se hicieron mayores al apreciar hasta qué grado podía llegar su entereza y su fe en la victoria y participar nosotros mismos de las medidas rectificadoras puestas en práctica por él, en conjunto con la dirección de la revolución, para remontar la coyuntura. Dudo que algún otro dirigente revolucionario se haya sometido a una autocrítica tan dura.


Fidel hizo realidad el pensamiento martiano “patria es humanidad”, al educar a varias generaciones de cubanos en la práctica de la solidaridad internacionalista, que no abandonó ni en los momentos más difíciles de la revolución.


Guardo en la memoria por vivencia personales, o por el testimonio de otros compañeros, no pocos momentos en los que vimos al comandante invariablemente inconmovible en su actitud internacionalista con las luchas populares y con los movimientos de liberación al discutir con sus contrapartes soviéticas y de otros países socialistas.


Constructivo y fraterno, podía ser muy flexible en cuestiones secundarias, y no era raro que, después de argumentar sus puntos de vista, aquellos interlocutores los aceptaran. En otros artículos he hablado de su actitud solidaria hacia los movimientos revolucionarios y progresistas de América Latina y el Caribe. Solo añadiría por ahora que su liderazgo y el de Raúl, unidos a la abnegada resistencia del pueblo de Cuba, particularmente durante el periodo especial, hicieron una invaluable contribución cuando menos a que se adelantara en el tiempo el cambio de época en América Latina y el Caribe y surgieran nuevos líderes de talla excepcional como Hugo Chávez, acompañado por Evo, Correa, Kirchner y Cristina, Lula y Dilma.


Nunca nuestra América había llegado tan lejos en términos de unidad e integración. El prestigio y la autoridad internacional de Cuba alcanzaron las más altas cotas. Estados Unidos, en vida de Fidel y sabiendo que es consultado por Raúl en los temas más delicados, se vio forzado a aceptar el fracaso de su política de hostilidad hacia la isla y restableció relaciones diplomáticas.


La solidaridad de Cuba con África ha sido una constante de Fidel, quien tuvo una estrecha amistad con líderes como Amílcar Cabral, Agustinho Neto y Nelson Mandela. Comenzó con la ayuda militar y humanitaria a los revolucionarios argelinos y no ha cesado desde entonces. Sus capítulos cimeros son el fin del apartheid en Suráfrica, la independencia de Namibia y la consolidación de la independencia de Angola después de la aplastante derrota del ejercito del régimen racista en Cuito Cuanavale por tropas cubano-angolano-namibias.


Hoy se concreta en la presencia de cooperantes, sobre todo de la salud, en muchos países de ese continente. Una brigada de personal sanitario cubano fue muy importante para liquidar el ébola en África Occidental.



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