Por ARMANDO HART DÁVALOS
Nuestro Apóstol pasó la mayor parte de su vida en la emigración fuera de Cuba, pero llevando en su corazón a nuestra Patria, la causa de los pobres de la Tierra y, en especial, de América. Lo hizo luchando en el terreno de la cultura y de la política práctica de tal forma que convirtió el quehacer cultural en el propósito diario, continuo y sistemático de las acciones revolucionarias.
Luchó porque Cuba fuera libre de España y de Estados Unidos y expresó, con todo su talento, los fundamentos científicos, sociales y morales que existían para ello.
Fue el más importante analista e investigador sobre Estados Unidos en las décadas finales del siglo XIX donde vivió durante 15 años y desde donde organizó la guerra por la independencia iniciada en 1895.
Aspiró a la integración de los países de América Latina y el Caribe a los que llamó Nuestra América para diferenciarla de la del Norte. En esta lucha expresó, desarrolló y promovió lo más sobresaliente de las corrientes culturales del siglo XIX latinoamerican.
Se consideró discípulo y continuador de Simón Bolívar, aspiraba a completar, en los finales de la decimonónica centuria, la epopeya realizada por El Libertador en sus comienzos.
Los más importantes intelectuales y pensadores de América Latina, situados, a su vez, en las cumbres más altas de la cultura occidental, dejaron elocuentes testimonios sobre el cubano a quien Rubén Darío llamó Maestro y Gabriela Mistral, desde su sensibilidad poética, lo exaltó como el hombre más puro de la raza.
Martí hablaba de la necesidad de relacionar la capacidad intelectual del hombre y sus facultades emocionales, por esto hablamos, de una parte, del respeto a lo mejor y más depurado de las ideas científicas y en especial las de carácter social, y de otra, lo que se ha llamado pensamiento utópico. Es decir, exaltar, tanto la necesidad del conocimiento de las realidades de hoy, como la de luchar por un mundo infinitamente mejor.
La gravísima crisis económica y social actual a escala internacional muestra la quiebra radical de los principios iniciales de la cultura occidental en los dos aspectos básicos ya señalados que fueron retomados y enriquecidos por José Martí: defensa de los desposeídos y de los pobres y necesidad de alcanzar el equilibrio de las sociedades. Es la única manera de salvarnos.
Para este propósito es necesario profundizar en los fundamentos culturales de la acción política martiana, en la que estuvieron presentes la cultura y la educación, que se hallan precisamente en la esencia de nuestra tradición espiritual.
En Cuba tenemos la inmensa suerte de contar con la sabiduría del más grande político revolucionario y el más grande intelectual del siglo XIX: José Martí.
La enseñanza singular de la Revolución Cubana en estos dos siglos y en la actualidad consiste precisamente en haber planteado y enriquecido esta relación, en la que se encuentra la singularidad de Martí y de Fidel Castro.
La cultura de hacer política que Martí nos enseñó es el aporte principal de Cuba al acervo intelectual universal, que exalta el papel de la unidad y del consenso de todas las fuerzas a favor de la independencia como requisito indispensable para alcanzar el éxito y postula una definición de la justicia como el sol del mundo moral. Ahí está la esencia de la acción política cubana y se basa en procurar vías para alcanzar en la práctica la universalidad entendida como complejo de identidades, de forma que el respeto a cada una de ellas encierre la exaltación del ideal universal de redención humana. Esto solo es posible sobre la base del principio enunciado por Benito Juárez: El respeto al derecho ajeno es la paz.
La aspiración a la igualdad y a la justicia social, latente a lo largo de la historia de América Latina como un sueño irrealizable de toda la humanidad, se ha convertido hoy en una necesidad política y social. Sin culminar la revolución social no habrá estabilidad en los pueblos de nuestro continente.
Facultad de asociarse, nuevos conocimientos y desarrollo de la cultura marcharon paralelos desde la gestación y el comienzo de la historia humana.
En la medida en que más amplia es la participación de los hombres en el ejercicio de estas facultades, habrá más democracia. La democracia, para ser real, debe fundamentarse en la cohesión y en la unidad de los grupos sociales y de la humanidad en su conjunto. Se necesita unidad y participación de las masas para garantizar la democracia.
Recién arribados a un nuevo siglo y un nuevo milenio, que se presenta cargado de peligros y contradicciones pero también de esperanzas y de confianza en la capacidad de los pueblos de encontrar soluciones para los graves problemas que amenazan la existencia misma del género humano, levantamos las banderas de la cultura, de la ética, del derecho y de los paradigmas que a lo largo de la historia han forjado nuestras patrias. Creemos firmemente que no hay civilización sin cultura ética y sin paradigmas morales y culturales. O los hombres encuentran nuevos paradigmas o la humanidad estará perdida.
Cuba reafirmó su vocación de paz al tiempo que denunció el proceso arbitrario y profundamente ilegal con que mantuvo en prisión a cinco cubanos inocentes, proclamados Héroes de la República de Cuba, cuyo único delito ha sido defender a nuestro pueblo de las agresiones terroristas contra nuestro pueblo desde territorio norteamericano. Los procedimientos utilizados contra nuestros héroes Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero, Fernando González y René González han puesto de manifiesto una vez más la flagrante violación de los procedimientos y la arbitrariedad que caracterizan al sistema judicial de Estados Unidos.
Los cubanos nos abrazamos con más fuerza que nunca al legado ético y político de José Martí, que ha sido durante el siglo XX, y con mayor consecuencia y profundidad a partir de los heroicos sucesos del 26 de julio de 1953 —cuando Fidel Castro encabezó el asalto al cuartel Moncada, segunda fortaleza del país— la fuente esencial que nutre y explica la existencia de la nación.
Cuba asume sus responsabilidades en este mundo fortaleciendo y enriqueciendo la tradición espiritual y moral que he descrito, perfeccionando su cultura jurídica y las instituciones que le sirven de fundamento, a cuya cabeza se encuentra la Constitución socialista de la República y los métodos y formas de hacer política que nos enseñó Martí y que Fidel Castro ha llevado a su plano más alto en este siglo. Este el mensaje que la historia de la patria de Martí transmite al mundo.
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