martes, 23 de agosto de 2016

Cubanos y punto


Foto: Kaloian 23 agosto, 2016 Arturo López-Levy 








La participación de más de una docena de deportistas cubanos compitiendo por otras naciones en las Olimpiadas de Río de Janeiro ha elevado en el debate público una de las carencias más importantes de la reforma migratoria cubana de 2013: la cuestión de la doble nacionalidad.

Aquellos cambios aportaron progresos sustanciales en el tratamiento del gobierno cubano a la migración de sus nacionales y su relación con su país de origen. Pero el alineamiento de la política cubana con los estándares internacionales de derechos de viaje recogidos en el sistema de derechos humanos de las Naciones Unidas fue insuficiente.

La puesta en marcha de la reforma migratoria en 2013 puso en evidencia la necesidad de cambios ulteriores. Desde su concepción, mejoró los derechos de viaje de los cubanos residentes en la Isla sin desmontar el trato discriminatorio hacia los nacionales que habían emigrado antes de esa fecha.

Ese tratamiento desigual, con impuestos abusivos escalados para gestiones de pasaporte y regulación del regreso a Cuba, como país de origen, está reñido no solo con los estándares internacionales de derechos humanos, sino también con importantes principios constitucionales del Estado cubano, que se proclama desde su nombre como una “República” y reconoce la igualdad de los ciudadanos ante la ley y el respeto a la dignidad plena del hombre como culto cívico.

En un contexto en el que la población cubana tiende al envejecimiento y el decrecimiento y la sociedad cubana se hace más transnacional y plural, los avances efectuados expusieron aun más la contradicción entre la animosidad ideológica de los sectores más conservadores de la oficialidad hacia los que habían optado por su cuenta y riesgo emigrar, y el interés nacional cubano, que es mantener la relación más fluida posible con esa población.

Para poner un ejemplo: es evidente que la participación cubana en los Juegos Olímpicos o en los campeonatos internacionales de béisbol, voleibol, atletismo, y otros deportes se beneficiaría de una política más abierta a la inclusión en los equipos nacionales de cubanos residentes en otros países o que hayan adoptado otra nacionalidad.

Además del prestigio internacional y la alimentación del orgullo nacionalista –ganancias intangibles importantísimas–, habría también beneficios económicos directos de una política fiscal sensata hacia los ingresos alcanzados por los deportistas, como resultado de su esfuerzo personal y talento, así como de subsidios aportados por sus connacionales, y políticas dirigidas a promover el deporte en la Isla.

Todas esas liebres saltaron a raíz de la hazaña deportiva del vallista Orlando Ortega, cubano que ganó medalla de plata en la carrera de 110 metros con vallas bajo la bandera española. Al terminar la carrera Ortega declaró entre llantos que le habían ofrecido la bandera cubana “pero estaba buscando la de España como loco”.

A raíz de esto, algunos observadores trajeron a colación unas afirmaciones del periodista cubano Randy Alonso de la Mesa Redonda, voz cercana a la posición oficial, en las que calificaba a deportistas nacidos en Cuba que competían bajo otras banderas como “ex cubanos”.

La condición nacional no se pierde ni al emigrar de Cuba ni al adquirir otra ciudadanía, ni al desobedecer al gobierno comunista. Desde el punto de vista del sistema internacional de derechos humanos, existe un derecho inalienable de retornar al país de origen. El Comité de Derechos Humanos de la ONU, a cargo de manejar la implementación del Convenio Internacional de Derechos Civiles y Políticos ha establecido que “país de origen” no se limita a país de ciudadanía. Incluso en casos en que la adopción de otra ciudadanía implicase la pérdida de la de nacimiento, la nacionalidad de origen no se pierde, manteniéndose el derecho de “entrar y salir” del país de nacimiento sin limitaciones, acorde al artículo 12 de ese convenio.

El propio gobierno cubano tiene un largo récord de tratar como ciudadanos propios a todos los nacidos en el país, cualquiera fuese su condición legal en el exterior. El gobierno cubano ha exigido pasaporte cubano para viajes a la Isla a todo cubano emigrado después de 1970. Incluso en esos casos, ha emitido ese documento a personas emigradas con anterioridad a esa fecha que así lo decidiesen, incluyendo aquellas envueltas en casos explícitos de hostilidad a la soberanía del país.

En lugar de repartir descalificaciones de excubanidad hay asuntos más útiles al interés nacional: ¿Qué hacer para que menos cubanos emigren? ¿Qué hacer para que el capital humano desarrollado en las décadas revolucionarias de inversión en la educación y enriquecido por experiencias de vida en el exterior se revierta en oportunidades para Cuba? ¿Cómo dar continuidad real y sustantiva a los diálogos entre las partes de la nación cubana en la Isla y su diáspora patriótica para que la participación económica y política de los emigrados en el deporte, la cultura, el debate público y la vida de la nación sea canalizada de forma constructiva y armoniosa a la soberanía, el prestigio y los intereses nacionales?

En relación a la doble ciudadanía, se impone una reflexión realista sin falso chovinismo ni doble moral. Hoy hay centenares de miles de cubanos que tienen además de la cubana, otra ciudadanía. A Cuba le conviene que sus emigrados adopten la ciudadanía de los países donde residen, sin perder la suya. Así, en plenitud de derechos pueden aportar más a la relación bilateral con su país de origen, sin quedar a merced de posturas anti-inmigrantes.

¿Por qué no reconocer la doble ciudadanía explícitamente, como apunta la tendencia en las naciones emisoras, tratando a los cubanos solo como tales para asuntos referentes a su patria de origen, sin descalificarlos de ningún derecho o tratamiento igualitario en razón de portar otra ciudadanía?

Por su parte Orlando Ortega tuvo la oportunidad de ser un buen cubano, un buen español, un buen ciudadano del mundo en el siglo XXI, cuando millones de personas viven múltiples identidades al emigrar, y optó por rechazar la bandera de la estrella solitaria. Sus argumentos para rechazar la bandera cubana por agradecimiento a España carecen de asidero. ¿Es que no tiene nada que agradecer a Cuba, el país donde nació y lo formaron como deportista, al punto que bajo esa bandera que rechazó fue a competir a las olimpiadas de Londres?

En la segunda década del siglo XXI hay precedentes suficientes de deportistas como la jamaicano-estadounidense Marion Jones que portaron banderas juntas y agradecieron a los múltiples países de los que vienen. Ortega tuvo la oportunidad de ser grande y pasar por encima de las miserias. La desperdició.

No dudo que el gobierno cubano haya cometido injusticias con el vallista Ortega, como lo ha hecho la oficialidad cubana con muchos en múltiples ocasiones. La política deportiva cubana post-revolucionaria tiene también indiscutibles méritos, al convertir a la Isla en una potencia deportiva. En cualquier caso, Cuba es una nación, un país, una historia, un proyecto martiano-nacionalista, una cultura de la que –como dice la canción del grupo Buena Fe– “nunca te irás del todo”, o mejor dicho, nunca te irás. Porque el emigrado la lleva consigo, no importa lo que digan los que nos quieren descalificar. El INDER, el gobierno cubano, sus políticas y representantes son parte inseparable de Cuba, pero la nación cubana es mucho más que eso; y no responde a una sola manera de pensar ni a un espacio físico concreto.

La bandera cubana, la adorada en los versos de Bonifacio Byrne y Enrique Hernández Mijares, representa a la nación toda; a los cubanos patriotas que viven dentro o fuera de la Isla y que en días de Olimpiadas celebran juntos cada medalla ganada por un cubano.





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