En 2016, año de su centenario, se corroboró el vigor de su obra
Por LUIS TOLEDO SANDE
Fotos: ARCHIVO LÓPEZ-NUSSA
Como ilustrador, y sobre todo como crítico de arte, Leonel López-Nussa hizo época en esta revista. Lo confirma la muestra de su quehacer exegético incluida en la entrega especial que Noticias de Artecubano editó como catálogo de La pintura respetuosa, exposición que en mayo pasado se le dedicó en la Galería El Reino de Este Mundo, de la Biblioteca Nacional José Martí.
Azucena Plasencia, quien trabajó con él en BOHEMIA, lo recuerda “caballeroso, galante, culto, amante de las artes –ballet, música, cine–; generoso, de talante humilde, modesto, sin poses ni alardes”, y lo define: “Revolucionario esencial, […] siempre atento al destino de su país”, y presto a hacer “de ‘corre y corre’ igual un texto de seis páginas […] que ilustraciones para un cuento. Sin que se le pagara extra por eso”. Fue “uno de los poderosos pilares de la sección de Cultura”, junto a su fundador y también pintor Ricardo Villares, los poetas Alcides Iznaga y Samuel Feijóo, “entre otros valiosos colaboradores”.
Luego de casi dos décadas en la publicación, ya septuagenario, decidió concentrarse en su propia obra, que nunca abandonó, por lo cual su mirada crítica se afilaba con un conocimiento íntimo del arte. Creador inquieto, colegas suyos recuerdan, entre otros ejemplos, su intensa participación en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana en los años 70.
Marcó las páginas de BOHEMIA de tal modo que un libro de textos y dibujos suyos sería orgánico en la editorial, deseable y proyectada, con que la revista extendería la utilidad del tesoro acumulado en ella. De lo debido en particular a él, ya algo adelantó Letras Cubanas con el volumen Un guajiro en París.
El artista
El catálogo de La pintura respetuosa agrupa también, aparte de reproducciones de su obra, juicios sobre el lugar que le corresponde. Orlando Hernández, autor del artículo introductorio, considera “lamentable que la historia de nuestras artes plásticas siga estando reducida a unas pocas decenas de nombres y a esa simplificada selección de obras que es decretada por el gusto (a veces convencional, trillado, no comprometido) de nuestros estudiosos, de nuestros críticos y curadores de museos, o en su defecto, determinada por los especialistas del mercado”.
También estima Hernández que López-Nussa expresó “la cubanía, el ser cubano, la identidad nacional cubana […] a pesar de haber vivido en varios países y de que muchas de sus mejores influencias provenían de los modernismos europeos, y especialmente de Picasso. En ese amplio espacio modernista y nacionalista […] posee un lugar indiscutible y un estilo totalmente identificable”.A juicio de Hernández, en ese entorno la producción de López-Nussa “quizás no ha sido de las más castigadas por nuestra habitual desmemoria, gracias a la perseverante gestión de la familia, especialmente a la actividad de su hija Krysia”. Tal afán ha propiciado aquilatar una labor que “pertenece a ese largo y fructífero momento de nuestra historia artística que algunos llaman período moderno, y que se extiende desde los lejanos años 30 hasta […] los mismísimos años 80” del siglo pasado.
Según Nelson Herrera Ysla, curador de la exposición, “vivió con desenfado, irreverencia y aventura […] la segunda mitad del siglo XX”. Fue “un ser privilegiado aunque no hayamos podido discernir aún, con total escrupulosidad, la importancia de esos últimos 40 años”: en ellos “surgieron las experiencias culturales más relevantes de la visualidad contemporánea cubana que llegan vivas y radiantes hasta nuestros días”.
CimientosY añade Herrera Ysla: “hizo lo que pocos podían atreverse [a hacer,] gracias a su gran capacidad para escribir textos críticos, dibujar, pintar, diseñar, viajar, cultivar amistades y extravagancias, y crear una familia de músicos, arquitectos, licenciados, desde una modestia económica que le permitía no muchos lujos y que supo aprovechar, eso sí, en Latinoamérica, Europa y en especial Francia, otra de sus patrias preferidas”.
Con ese bagaje levantó su obra, de la que Herrera Ysla sigue diciendo: “Se le conoce como dibujante más que todo, y con cierta razón pues le dedicó un libro a esa expresión que sigue siendo esencial a todo creador aunque algunos hoy la ignoren o no la tomen en cuenta como se merece”.
Fue “un crítico ‘incómodo’ sin el cual […] no entenderíamos mucho de lo que aconteció en el arte cubano durante décadas”. Compartió ese papel “con Adelaida de Juan, Juan Sánchez, Pedro de Oráa, Loló Soldevilla, Manuel López Oliva, Alejandro G. Alonso, José Veigas, en […] periódicos, revistas cubanas y catálogos”.
El libro aludido por Herrera Ysla es El dibujo (1964), que en el mismo catálogo, en un artículo significativamente titulado La línea que se piensa a sí misma, Rafael Acosta de Arriba define así: “fue, es, como una bitácora de su pensamiento sobre el dibujo y acerca de ideas generales en torno al arte”.
El creador plástico Antonio Eligio Fernández, Tonel, aporta El pintor a quien todos deberíamos leer, texto en que afirma: “El tono de sus dibujos, en muchos sentidos, encuentra eco en su manera de escribir: el humor, la claridad y la fluidez de sus tintas es comparable al encadenamiento chispeante de sus ideas y frases, a su lenguaje elegante y mordaz, aunque nunca rebuscado”. Por su soltura se le puede asociar con Samuel Feijóo, quien “gustaba de envolver el análisis de tópicos diversos en frases rebosantes de humor y picardía”.
Y concluye Tonel: “merece sin reservas la
admiración y el estudio por parte del medio artístico cubano […] Su perseverancia y su ambición pueden comprobarse en el volumen de su obra […], resultado de un amor por el arte que él expresó siempre, de manera perspicaz, al escribir con generosidad y desenfado sobre el quehacer de otros artistas, muchos de los cuales, a no dudarlo, aprendieron a entender mejor su propio arte gracias a la mirada sagaz de este escritor incansable”.
Merecida justicia
Leonel Isaac López-Nussa Carrión nació el 20 de mayo de 1916 en La Habana, y su infancia transcurrió entre Puerto Rico y Pinar del Río. Cursó estudios, pocos, en San Alejandro. Fue, sobre todo, un autodidacto, y cultivó también la narrativa. Murió en La Habana el 28 de abril de 2004.
Signos, Hoy, Lunes de Revolución, Granma, INRA, Cuba Internacional, Verde Olivo, La Gaceta de Cuba, Clave y Revolución y Cultura son, además de BOHEMIA, algunas de las publicaciones donde colaboró con textos o con ilustraciones, o con unos y otras.
Diseñó cubiertas de libros, y como ilustrador del volumen La tierra del mambí, de James O’Kelly, logró medalla de plata en la Feria Internacional del Libro de Leipzig, Alemania, en 1970. Uno de los reconocimientos que ganó en Cuba fue el Premio de la Crítica Guy Pérez Cisneros 2000 por la obra de la vida.
Relevantes críticos han destinado a su labor juicios que se leen en publicaciones seriadas y libros de Cuba y de otros países. Su compatriota Pedro de Oráa, escritor y poeta, ha sostenido: “Sus críticas alentaron contra viento y marea, y por muchos años, un ámbito casi desértico del pensamiento en esa especialidad, al punto de que su impronta, luego de su retiro de la práctica periodística, es aún recordada”.
Desde que en 1949 tuvo, en los Estados Unidos, su primera exposición personal, vendrían otras en esa nación, así como en Francia, Suiza, España, México y, naturalmente, Cuba. En esos países, en Inglaterra, Italia, Alemania, Costa Rica, Brasil y quizás otros se coleccionan obras suyas.
El conocimiento del mundo –vivió también en México y en Francia– reforzó en él una cubanía apreciable en los temas y en el lenguaje de su ejercicio crítico, en el que juicio acerado y sentido del humor coexistieron armónicamente. En sus dibujos la cubanía se percibe de manera particular en asuntos como las luchas por la independencia, la música y el deporte.
Desde la raíz, y crece
Cubano raigal y por voluntad, en la entrevista que en mayo de 1993 le hizo Maria [OJO: MARIA SIN TILDE] Poumier para la revista francesa Vericuetos declaró que, por su infancia pinareña, se consideraba “guajiro y tal vez por eso, cuando conocí a Samuel Feijóo en La Habana, nos hicimos amigos”. También recordó que tras el triunfo de la Revolución muchos abandonaban el país y alguien le preguntó por qué él se quedaba, pero no tuvo que contestar: “Mi madre, con sesenta y pico de años, bautista de religión, respondió en mi lugar: ‘¡Por fin somos cubanos!’”.
Las exposiciones han hecho justicia al artista. El 13 de octubre último, en el Estudio Galería Los Oficios, se inauguró Musas majas y majas desNussa [sic], con obras suyas y de las pintoras Flora Fong, Isavel Gimeno, Nélida López y Zayda del Río, a quienes él dedicó en BOHEMIA el artículo Cuatro pintoras surgidas con la Revolución. El programa incluyó a su hijo Ernán, el pianista, quien protagonizó un estupendo concierto en la Basílica Menor del Convento San Francisco de Asís.
El 22 de diciembre, en la galería del Centro de Información Antonio Rodríguez Morey del Museo Nacional de Bellas Artes, abrió Ele Nussa, su letra, su arte, su música. Y en la sala-teatro del Museo se lucieron el percusionista y director del grupo La Academia, Ruy, hijo del creador cuyo centenario se celebraba, y los nietos de este e hijos de Ruy: Harold y Ruy Adrián, pianista y percusionista, respectivamente, quienes tuvieron a su cargo la mayor parte del programa. Se les sumaron varios invitados, y entre todos ofrecieron al público un concierto de lujo, lo que en este caso se dice sin miedo al lugar común.
Lo que ha venido haciéndose, y lo que se hará, mueve a exclamar con jubilosa certidumbre: ¡Leonel López-Nussa vive!
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