lunes, 31 de julio de 2017

DEBATE EN FACEBOOK: Arturo López-Levy / Enrique Ubieta Gómez (SEGUNDA PARTE)



ARTURO LÓPEZ-LEVY: Enrique Ubieta ha tenido la buena idea de reproducir un diálogo que tuvimos en el muro de Facebook del profesor Carlos Alzugaray en su blog La Isla desconocida. Lo agradezco porque expresé allí, como en mi artículo “La moderación probada del espíritu de Cuba”, mis ideas con bastante claridad; algo que es loable también en su respuesta. Desafortunadamente, parece que cuando Ubieta publicó el intercambio quizás no conocía que había escrito esta dúplica a su réplica. No estoy reportando un comportamiento inadecuado, simplemente quiero dar a conocer mi modo de pensar.
Enrique Ubieta me ha llamado “enemigo” y le he respondido a varias de sus afirmaciones contrarias a evidencias, como el artículo que le puse el link. Lo menciono no para llover sobre mojado, sino por lo contrario. Al leer lo que ha escrito en sus últimos comentarios en esta serie me he ratificado en algo que pensé después de leer sus Ensayos de identidad, y es que dada la matriz patriótica que compartimos, no me puedo considerar su enemigo. Somos adversarios en ideología o en la diversidad natural que nos separa, pero “enemigo” mío, no lo será ningún cubano mientras subscriba la centralidad del pensamiento martiano como punto focal desde el cual Cuba como “proyecto de nación” –para usar su expresión– se levanta. Es El Apóstol (no el Lugareño, ni Eliseo Giberga), nuestro delegado.
Apruebo su aclaración de que no hay república cubana soberana solo para las élites. “Con todos y para el bien de todos” no es claramente “con la justicia y la injusticia”. La república social de Martí era un proyecto para que no quede un cubano detrás. La medida última de la viabilidad de un proyecto de nación cubana se mediría en un desarrollo económico sustentable que levante al cubano o cubana más vulnerable o discriminado, el indigente por el que se ha preocupado Iroel Sánchez en una de sus últimas notas, por ejemplo.
Claro que “con todos y para el bien de todos” no significa que la Casa Cuba –para usar una expresión del padre Carlos Manuel de Céspedes– este desprovista de paredes, y puertas. Los plattistas, que no confían en las capacidades de su pueblo y apoyan cualquier tutelaje externo o persiguen obtener concesiones de política interna usando políticas extranjeras que violan la soberanía del país se autoexcluyen. No hay dudas que en un mundo signado por los estados nacionales, las asimetrías de poder importan y Cuba no es un gran poder material, y tiene que diseñar políticas para proteger su economía, su cultura, su política, su sociedad de la indebida injerencia extranjera.
Eso no es lo mismo que abogar a favor de estándares internacionales de derechos humanos, una vez que la política de cambio de régimen por coacción se derogue. Si bien es importante que Estados Unidos respete la soberanía de Cuba, esta condición patriótica existe no para consolidar la capellanía de ninguna ideología, sino para dejar al pueblo decidir. La soberanía cubana no es partidista del PCC; es popular, de la ciudadanía cubana. Eso no implica invocar la amnesia sobre la historia patria o ser ingenuo al afrontar los retos políticos impuestos al Estado cubano por la geografía, sino aceptar que cualquier modelo político cubano si es natural –para usar una expresión realista martiana que ambos invocamos– requiere ser tan plural dentro del patriotismo como incluir cotas que impidan la organización de partidos racistas, anexionistas, o plattistas.
Es loable que admita que sería soberbio juzgar las intenciones de los demás y acusar a alguien de estar al servicio o la paga de agendas imperialistas sin pruebas. Así que como no hay pruebas, todas esas acusaciones de querer obtener lo mismo que la ley Helms por otros medios, es sano que se las guarden. Usted infiere –y aquí empieza un punto de discrepancia, pues dice que “constata”– que abogar por un paradigma económico de economía social de mercado como la postulada por el pensamiento socialdemócrata y un modelo más afín a la Declaración Universal de derechos humanos y sus interpretaciones legales, es otro vericueto hacia un “capitalismo dependiente del imperialismo” en Cuba. En ese punto reposa una divergencia porque lo que infiere para un futuro plausible, es mi diagnóstico del presente.
Quisiera estar equivocado, pero en mi diagnóstico el camino más directo al capitalismo dependiente va por la incapacidad de construir una economía sustentable para las conquistas de la Revolución. Como indiqué en el artículo “La moderación probada del espíritu de Cuba”, existe sustancial evidencia, compilada incluso en la primera tabla del libro de Joseph Stiglitz (“Hacia una sociedad de conocimiento”) que demuestra como las economías centralizadas de comando tuvieron un récord muy inferior a un grupo de economías de mercado cercanas; incluso aquellas en el mundo postcolonial, que tenían un nivel similar de desarrollo en 1947. Esas economías de mercado no siguieron, en general, un patrón neoliberal en el cual la política pública fue esclava del mercado; sino paradigmas en las cuales el Estado intervino para eliminar fallas de coordinación, complementar y aumentar las eficiencias y orientarlas como sociedades de bienestar y acceso universal al conocimiento, no de mercado.
Tiene usted razón al mirar al capitalismo como un sistema global en el cual las economías neoliberales en el sur terminan reforzando su dependencia, aun cuando aumenten sus estándares de crecimiento; pero decir que Cuba está destinada a eso es ignorar varias experiencias de países de industrialización tardía, principalmente en el Este de Asia, pero también en el norte de Europa, y otras latitudes. La afirmación teleológica por la cual cualquier economía de mercado en Cuba implica el “retorno” al capitalismo dependiente elimina la capacidad de agencia y autonomía que creó la Revolución mediante la modernización del Estado y su capacidad reguladora; una de sus mayores conquistas estratégicas si fuese propiamente implementada, capaz de producir importantes saltos de desarrollo económico y bienestar.
Nunca he abogado por una economía de mano invisible de mercado, porque la teoría moderna sobre las economías de información la ha probado falsa. El neoliberalismo es una construcción ideológica sin evidencias y teóricamente tan débil como la propuesta leninista de arribar al socialismo empezando por “el eslabón más débil” y construyendo una economía estatizada. Una estrategia integral de economía de mercado regulado requiere la mano visible de un Estado autónomo de los sectores de negocios nacionales o internacionales, como el creado por la Revolución que dirigió Fidel Castro; pero mucho más eficiente, y con instituciones capaces de gobernar y ser regulado. No es de izquierda defender un Estado ineficiente, donde la corrupción aumenta. El compromiso con los pobres “del arroyo y la sierra”, con los humildes que comparten su visión ideológica pero también el socialismo democrático, se sirve mejor por un mercado competitivo regulado y monitoreado por el Estado, que por las estructuras monopólicas sin balance significativo que pululan en la actual situación de reforma parcial en Cuba. Experiencias internacionales contra la evasión fiscal, la corrupción, las desigualdades asociadas al mercado, la mejoría en la calidad del sector público (desarrolladas en experiencias socialdemócratas y desarrollistas) constatan, para usar su palabra, que puede lidiar con esas falencias mejor que una economía estatizada con segmentos reprimidos de mercado.
Abordaré otro punto donde descansa la polémica, desde un punto de vista personal, porque allí usted lo ubicó. Agradezco que aprecie la transparencia y considere loable luchar por el respeto a la soberanía de Cuba, pero no puedo seguir su exhortación a abogar por el comunismo como forma óptima que se ha dado el pueblo cubano para realizar su independencia. No creo en ella, y ni usted ni los demás que la asumen como premisa o principio han aceptado someterla a una discusión de razones. No considero a mis antiguos compañeros comunistas mis enemigos; pero no puedo abogar por ideas que considero anacrónicas dado el contexto actual del país.
La soberanía es de las generaciones vivas. Lo que el pueblo cubano expresó con su acción en la víspera de la batalla de Girón fue el apoyo por una Revolución socialista y democrática en aquellas circunstancias. La política de hoy nos corresponde a los cubanos de hoy decidirla a partir de nuestros intereses, valores y prioridades; sin amnesia, pero también sin nostalgia o idealización de las posturas tomadas entonces.
El día que no haya una situación de emergencia coaccionando al pueblo cubano desde fuera (como el bloqueo), el PCC debe someterse a la competencia con cualquier grupo de cubanos leales al proyecto de nación. El PCC y Fidel Castro tienen un lugar primordial en el nacionalismo cubano, pues lograron estructurar una resistencia de la cual cualquier proyecto de nación soberana será deudor; pero la historia no es el elemento decisor del futuro. Si el PCC es el mejor instrumento para avanzar ese proyecto de nación (dígase desarrollo económico con equidad social y soberanía), no debe temer someterse a un escrutinio público en competencia contra una oposición leal con claras regulaciones contra la injerencia extranjera. Si no es el mejor instrumento en las nuevas condiciones históricas, ¿bajo qué preceptos reclamaría ser “vanguardia” de la nación cubana toda?
Como ve, las inferencias sobre el rumbo al que llevan los ordenamientos políticos y económicos del país pueden ser diversas, incluso partiendo de una matriz martiana común. La diversidad es lo natural porque diversos son los intereses, valores, identidades que conforman pueblos nuevos como el nuestro, y diversas las experiencias de sus componentes. Martí llamaba a una política de unidad y conciliación de intereses con concepciones de libertad más allá del liberalismo; pero también alertó sobre los peligros de la idea socialista, que la evidencia ha demostrado son mayores en torno al papel del funcionariado estatal en el comunismo, que en las propuestas socialistas de su época o socialdemócratas posteriores.
Justo es su reclamo de tratar cada idea suya sin agrupamientos artificiales con intelectuales afines. No fui yo quien hablo de una corriente “centrista” y asumir un pensamiento en colectivo. Su llamado es compartido, pues es un progreso para definir los estándares por los cuales resolvemos los puntos polémicos o simplemente coincidimos en que no coincidimos. No trate como un liberal a quien no lo es. A usted lo trato como un martiano y comunista.
Si escribí “La moderación probada del espíritu de Cuba” fue porque quería ser tratado con justicia y no dañar con agrupamientos absurdos de “centrismo” a otras personas. Al escribir desde una posición socialdemócrata aclaré que no lo hacía a nombre de Cuba Posible, sino como mero participante en la positiva experiencia de un “laboratorio de ideas”. No quiero que mi postura sea usada para cuestionar a amigos que admiro como el profesor Alzugaray, o el cantautor Silvio Rodríguez, mi oponente de tesis en el ISRI e intelectual reconocidísimo Aurelio Alonso, o el fundador del blog “La Joven Cuba”, Harold Cárdenas. Esas personas creen que el PCC como partido de la nación cubana puede ser la gran tienda donde quepa la pluralidad patriótica que Cuba produce desde su diversidad política. No es mi caso.
La evidencia de 25 años después del IV congreso del PCC es, por lo menos, ambigua sobre esa posibilidad de un sistema unipartidista, plural en lo ideológico, como un frente patriótico; y no toda la cerrazón se debe a presiones externas. El PCC se ha abierto hoy a un mayor pluralismo en lo económico y social, incluso en lo político; el presidente Raúl Castro ha hablado de que no hay que ser miembro del mismo para desempeñar funciones oficiales.
Pero en lo ideológico, que coincido con usted es de primera importancia, lo “comunista” sigue prevaleciendo sobre la apertura de lo “martiano”. De ello infiero, no constato (pues el proceso de decisiones en Cuba es bastante opaco y mis evidencias serían limitadas), que la preocupación comunista por el control social es responsable de que problemas concretos de la población (como los mangos que se pierden o la baja inversión extranjera para el desarrollo), no se discutan en los marcos adecuados y sin sesgos anti-mercado. En Cuba, cuando hay un problema económico en el que la economía estatal falla, se prueba dos y tres veces con otra solución estatal. Solo cuando el desastre sea bien grande, como en la coyuntura de 1993, se han abierto “avenidas” a soluciones amistosas al mercado, como los mercados agropecuarios.
Por tanto, creo –sin reír ni llorar, sino tratando de comprender– que el reloj para que los que aboguen por una pluralidad política e ideológica y una economía eficiente dentro del sistema de un solo partido está sonando en tiempo de descuento. Fue un comunista, y no un socialdemócrata, quien afirmó que el tiempo de caminar por el borde del abismo se acababa.

ENRIQUE UBIETA GÓMEZ: Arturo López-Levy, me he retrasado unos días en la respuesta a su respuesta. Pido disculpas, pero eran días feriados, y quise tomármelos de asueto. En definitiva, celebrábamos el Día de la Rebeldía Nacional, el que nos trajo hasta aquí. Por otra parte, al leer los dos primeros párrafos de su réplica, y luego, algunos pasajes específicos del texto, usted casi me convence de que las diferencias que suponíamos tan acentuadas, eran superfluas. Martianos al fin, ambos tomamos partido, decididamente, por los “pobres de la Tierra”. Esa, por cierto, no es una declaración abstracta de humanismo; aunque no lo asumiera de forma explícita –conozco lo que escribió al respecto–, asoma en ella el fantasma de la lucha de clases.
Vistas así las cosas, no somos enemigos, palabra que remite a una guerra que usted considera inexistente o al menos, evitable. A pesar de ello, como bien dice, somos “adversarios en ideología”, y ese concepto, de inmediato nos reubica en campos hostiles: no se trata de que simpaticemos con diferentes partidos en una campaña electoral –es lo que usted propone para Cuba–, que tributaría a la “diversidad” orgánica del sistema capitalista y garantizaría, con cambios periféricos sujetos a remoción cada cuatro o cinco años, la continuidad del orden social; nuestros partidos, en realidad, se encuentran fuera del sistema que el otro defiende.
En el suyo, un comunista es un jugador out side; a veces es tolerado, porque da color y los mecanismos de funcionamiento le impiden llegar al gobierno (mucho más al poder); si se produjese alguna “rotura”, algún desajuste que anunciara su inusitada victoria electoral, el sistema “democrático” desataría una verdadera cacería –mediática, en primer lugar, pero dispuesta a todo–, para impedirlo. Y de no lograrlo, la guerra adquiriría matices bélicos. El sistema que yo defiendo desarticula la “democracia” burguesa, la que ha sido concebida para perpetuar a la burguesía en el poder, y construye una nueva democracia (heredera de aquella), más participativa, al servicio del poder popular.
Detrás, o a nuestro lado, incidiendo de manera directa, existen intereses: imperialistas y trasnacionales, empresariales, personales, ferozmente opuestos a los de los pobres, los humildes, los desplazados (que usted como martiano ha declarado defender). Intereses de clase, que son impuestos por el poder burgués a sangre y fuego (obsérvese si no el caso de Venezuela). Entonces, no es sensato deshacerse de palabras en el discurso –por incómodas o incivilizadas que parezcan– que habremos de asumir en la práctica. Si no es mi enemigo en ideología, tendrá que objetar el retorno al pasado en Cuba (no insista en que se opone al capitalismo “dependiente”, mi pregunta es sencilla: ¿se opone al capitalismo?). No discutimos solo ideas o teorías, también proyectos de vida –por eso suelo hablar de “guerra cultural”–, que defienden y obstruyen intereses, según la posición social en la que se encuentre el sujeto. Un sujeto que no es únicamente nacional, porque como barruntaba en los sesenta el Che Guevara, la contradicción fundamental de nuestra época es entre países explotadores y países explotados.
Su consideración de que “la soberanía de Cuba […] existe no para consolidar la capellanía de ninguna ideología sino para dejar al pueblo decidir”, asume una premisa falsa y soberbia. ¿Por qué cree que el pueblo no ha decidido y que solo son válidos los mecanismos de la democracia burguesa? La contraposición de los conceptos de socialismo democrático y socialismo revolucionario es confusa; alude en todo caso a la existencia de un “socialismo”, el suyo, que respeta las rígidas normas de la democracia burguesa, imperfecta y no perfectible, y de otro, el nuestro, que establece un nuevo tipo de democracia, imperfecta pero perfectible. No existe socialismo sin democracia popular. Por cierto, los tigres asiáticos que pone de ejemplo no suelen practicar ningún tipo de democracia, ni la suya ni la nuestra, y en sus territorios se asientan bases militares estadounidenses.
Es falso suponer, como hace usted, que esa voluntad popular tiene como única referencia la declaración pública en 1961 del carácter socialista de la Revolución, refrendada con la vida de los milicianos caídos en las arenas de Playa Girón. Propongo un sucinto recuento: en 1976 se aprobó en referendo nacional la Constitución socialista; al desarticularse el justo sistema económico de ayuda mutua como consecuencia de la desaparición del llamado campo socialista en los inicios de los 90, e iniciarse así un período de enormes dificultades materiales, la Revolución extendió las sesiones de la Asamblea Nacional a los colectivos obreros. En 45 días se efectuaron más de 80 mil parlamentos obreros en todo el país, con una participación superior a los 3 millones de trabajadores y más de 258 mil cooperativistas y campesinos. Reuniones similares se efectuaron en los centros de segunda enseñanza y en los universitarios, involucrando a más de 300 mil jóvenes. Esas reuniones aportaron ideas que contribuyeron a organizar la resistencia. En el año 2000, millones de ciudadanos respaldaron con su rúbrica el Juramento de Baraguá –una declaración de resistencia anticapitalista– y en el 2002, el pueblo apoyó de forma masiva la irreversibilidad del socialismo en Cuba. Ya sé lo que dice la prensa trasnacional: que las masas, las nuestras desde luego, votan por compulsión. Pero no es posible que el Estado cubano, donde no existen desaparecidos ni asesinatos extrajudiciales, pueda obligar a una población con niveles medio-superiores de instrucción, a votar a favor de un proyecto de nación que considera contrario a sus intereses.
A fines del 2010 e inicios del 2011, se desarrolló un intenso proceso de consultas –en centros de trabajo, barrios, organizaciones políticas y de masas– en torno a una primera propuesta de Lineamientos de la Política Económica y Social. Las sugerencias de la población y de los delegados al Congreso modificaron el documento en un 68 por ciento con respecto a su contenido inicial e incorporaron 36 nuevos lineamientos. Por último, en esta incompleta lista de eventos democráticos, hay que situar el debate y la recolección de criterios –con la participación de más de un millón 600 mil ciudadanos cubanos– sobre las propuestas de Conceptualización del Modelo Social y Económico y de un Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030, elaborados ambos con la asesoría de académicos de más de 50 centros de investigación. ¿Cree que es posible desconocer la existencia de esos documentos consensuados, simplemente porque no recogen su idea individual de nación? ¿Los ha estudiado? No son rígidos, admiten las adecuaciones que la práctica de su implementación sin dudas impondrá, pero establecen el largo y el ancho del socialismo cubano: dentro, todo.
Al asumir como suyo un razonamiento que aparece expuesto con claridad en los documentos del VI y el VII Congresos del Partido Comunista, parece haberse perdido una parte no insignificante de la película: “Quisiera estar equivocado –afirma usted– pero en mi diagnóstico el camino más directo al capitalismo dependiente va por la incapacidad de construir una economía sustentable para las conquistas de la revolución.” En su discurso del pasado 26 de julio, el Segundo Secretario del Comité Central, José Ramón Machado Ventura, lo ha reiterado: “La economía constituye la tarea esencial, porque es la base que permite sostener todas las conquistas de la Revolución.”
A menudo usted retoma mis palabras, aparenta situarse en ángulos visuales cercanos a los míos, e incluso, cuando polemiza, construye afirmaciones e introduce conceptos –pretendidamente opuestos a los que defiendo–, que pueden hallarse con otro sentido en la Conceptualización de nuestro Modelo Social y Económico. Por ejemplo, insiste en la necesidad de implementar una economía de “mercado regulado”. La Conceptualización, que reconoce varias formas de propiedad y gestión –la socialista de todo el pueblo (la principal), la cooperativa, la mixta, la privada, la de entidades de la sociedad civil sin interés de lucro– expresa algo similar, pero diferente: “El sistema de dirección planificada del desarrollo económico y social tiene en cuenta la vigencia de las relaciones de mercado y regula el accionar de ellas en función del desarrollo socialista (…) El mercado regulado ha de tributar a la satisfacción de las necesidades económicas y sociales de acuerdo con lo planificado, sobre la base de que sus leyes no ejercen el papel rector de la vida económica y social, y se limitan los espacios de su actuación.” La capacidad reguladora del mercado que creó la Revolución solo podría ser efectiva en esas condiciones. La ineficiencia y la corrupción son enemigas del socialismo. No por afán teoricista hablaba yo de la necesaria diferenciación entre discurso y direccionalidad discursiva, entre significado y sentido.
La socialdemocracia es un fenómeno político esencialmente europeo –no haré este breve recuento para decirle lo que usted sabe, pienso sobre todo en los posibles lectores de la polémica–; surge como partido obrero de ideología marxista y a partir de la Primera Guerra Mundial se fracciona en dos tendencias: una revolucionaria, que derivará en comunista, y otra reformista, que conservará el nombre original. Las reformas que propugna la socialdemocracia en su período de esplendor –años 50, 60 y 70– serán implementadas por ella y a veces también por gobiernos conservadores, porque eran las que entonces necesitaba el capitalismo. En esos años se oficializa su ruptura con el marxismo como ideología de base. El declive de la socialdemocracia se inicia a fines de los 70, cuando el capitalismo adopta otras corrientes de pensamiento más afines a las necesidades de ese período y los socialdemócratas, por instinto de conservación, desechan sus antiguas demandas. El PSOE, por ejemplo, llega tarde al poder en España, en 1982, y debe reajustar su programa hasta convertirlo en neoliberal. Los socialdemócratas de las últimas décadas, los Felipe González, los Tony Blair, los Hollande, son tan neoliberales como los que oficialmente representaban esa tendencia. Hoy casi no existen gobiernos socialdemócratas en el mundo, han perdido el prestigio y el apoyo de sus bases. En América Latina hay un ejemplo digno de socialdemócrata: el del chileno Salvador Allende, pero su período presidencial coincidió con la época de esplendor de esa tendencia y él aún se asumía como marxista. Por digno, precisamente, fue depuesto de manera cruenta por el imperialismo estadounidense. Pero sin dudas, de todos los lenguajes que favorecen la adopción del sistema capitalista, el socialdemócrata es el que más se parece al nuestro, el que puede confundir a los menos instruidos. Si entramos por la puerta de la cocina al capitalismo (no hace falta decir que dependiente), ¿cree de verdad que una socialdemocracia prístina regirá los destinos de una isla sin recursos naturales a 90 millas de los Estados Unidos? Las ideas de la socialdemocracia son verdaderamente anacrónicas para el capitalismo de hoy, y cuando son reivindicadas por partidos no tradicionales, asustan al poder burgués.
Por cierto, me parecen útiles los frentes amplios de la izquierda –respondo por esta vía a un teórico orgánico de la derecha–, pero advierto que si llegan al gobierno solo tendrán dos opciones: o se radicalizan o mueren. La pluralidad patriótica que existe y enriquece al Partido, la de los revolucionarios cubanos, militen o no en él, no se traduce en una pluralidad ideológica. El Partido existe como fuerza aglutinadora de inteligencias y voluntades para la construcción del socialismo; la diversidad de sus fuentes garantiza que ese socialismo nazca de tradiciones y necesidades nacionales. No existen partidos en el capitalismo –me refiero a los que se turnan en el gobierno, a republicanos y demócratas en los Estados Unidos, a panistas, priistas o perredistas en México, a los del Partido Popular y el PSOE en España, etc.– que sean antisistema: la pluralidad en el capitalismo no incluye a los que pretenden derribarlo (de verdad).
Finalmente, una aclaración necesaria: no acepto agrupamientos artificiales, pero no me deslindo de mis compañeros de ideas, de los que comparten preocupaciones y exponen sus criterios sin calcular consecuencias personales. Prefiero militar en el bando de los necios y defender no las ideas de moda, sino las que circulan por mis venas.

LUNES, 24 DE JULIO DE 2017


Arturo López-Levy: Enrique Ubieta, voy a aprovechar que Ud. me menciona para atender lo que Ud. llama posiciones ideológicas que le quedan “claras” y desgranar lo que son acusaciones suyas de las que acepto. Lo hago porque la táctica que han usado contra Carlos Alzugaray es construir una equivalencia entre mi posición socialdemócrata y el anexionismo para después mancharlo a el por carambola de lo mismo o de una ingenuidad. No me he comunicado con Carlos por privado ni una sola vez, porque lo que no han entendido ustedes es su integridad, y que los ingenuos son los que han subestimado su capacidad de análisis y carácter. Trate de responder su artículo con un comentario en Cubadebate pero el sectarismo ha convertido esa plataforma en un feudo de facción, no en espacio martiano de conversación en Cuba como casa de todos los hijos que la quieren. Para eso es necesario distinguir entre la oposición leal y la apostasía, pero eso exige un pensamiento sofisticado del que el maniqueísmo que Ud. ha adoptado, no creo que piense asi desde su capacidad, se lo impide. 
Mi artículo en Cuba Posible no quitó máscara alguna, mi preferencia por el socialismo democrático es harto conocida. Desde hace mucho tiempo Iroel Sánchez venía denunciándola, y cuando pregunté en la embajada cubana en Washington en una visita del grupo Cuban Americans for Engagement – CAFE, se nos dijo que esa era posición personal del señor Sánchez, y que no había orientación de cortar el diálogo con nosotros. De sus acusaciones de anexionismo, autonomismo, plattismo, y la del señor Gómez de anticomunismo, uds. no han demostrado nada con la campañita anticentrista. Ni siquiera estableces un criterio para definir de lo que me acusas. Empezaron por hablar de plumas vendidas, y no han logrado demostrar que hubiese recibido un centavo de nada vinculado a la política de bloqueo/embargo ni de fondo alguno vinculado a la ley Helms. Ni lo vas a demostrar porque es mentira. Ahora dices que ser pluma vendida o no, es irrelevante y que soy su enemigo por querer “retornar” a Cuba al capitalismo dependiente del imperialismo. ¿Cómo y cuando has demostrado eso si siempre he puesto la soberanía cubana como mi criterio de definición. Por fin ¿Cuál es el criterio legal o político para acusar a alguien de trabajar a favor de una potencia extranjera si no recibe ni orientaciones ni dinero? Explícalo. 
Evitas atender los puntos donde la polémica descansa. Sigues sin poder demostrar conexión histórica o política entre el anexionismo y el autonomismo, que son corrientes hoy muy marginales o el plattismo con una postura nacionalista y socialdemócrata. No atiendes siquiera la pregunta sobre los términos de la polémica, si historia o política. Nunca dije que había que renunciar a la historia de la revolución, ni a Martí ni a Fidel, escribí que el centro de la discusión debía definirse a partir de mirar los problemas concretos del país, y buscarle solución sin anteojeras ideológicas, no de interpretar que hubiesen hecho Fidel o Martí según lo que era su experiencia en otros tiempos. Lo sigo pensando. En Cuba, además de su obsesión con el “centrismo” hay muchos problemas que Uds. que denuncian tanto no tienen espacio ni tiempo para denunciar. Mientras se pudren los mangos por mala gestión y el pueblo no se puede comer una modesta mermelada, los abusos al consumidor son mayores que en una economía de mercado. No son los socialdemócratas abogando por un mercado regulado, los que dejaron podrir los mangos, son Uds. con las concepciones caducas de estatismo y acopio los que no han tenido la flexibilidad de adoptar soluciones a un problema como ese que no es tan complicado. 
Con la etiqueta de centristas andan atacando posiciones de izquierda moderada de cubanos que han sacado el tiempo de su trabajo, y su propio dinero, para abogar por una nueva política de EE.UU hacia Cuba, y que han pedido a veces más que muchos de los intelectuales que de Cuba vienen a acá, el respeto por la soberanía de Cuba tal y como la entiende el derecho internacional y con todas las prerrogativas al país y al estado nacional asociadas a ese estatus. Esa es la definición de patriotismo que desglosé en el artículo. Puede estar mal pero si tienes una mejor proponla y la debatimos en su mérito. Lo que es una treta es que evites el punto donde la polémica descansa (la definición de patriotismo) con un criterio implícito que equipara comunismo con esa identidad. Ni en tu libro Ensayos de identidad partes de esa premisa. Nunca me he negado a cooperar en la lucha contra el bloqueo/embargo con quien sea, sea o no comunista. Siempre desde la claridad de lo que es cada cual, y que la mayor legitimidad se alcanza no en virtud de preferencias ideológicas sino de la acción concreta. Vuelvan tu, Elier Ramírez Cañedo y Gómez a leer la carta contra el pacto de Miami y vean a Fidel Castro decir que la unidad se hace en la acción concreta no en etiquetas ni definiciones abstractas. En ninguna parte del mundo se entiende por patriotismo ser comunista o aceptar el unipartidismo comunista a perpetuidad. Eso es una pillería de ustedes para poner la coyunda política de una lealtad a sus propuestas sin persuadir ni reconocer la diversidad que es lo natural, un concepto que por tus ensayos sé que sabes es central a Martí y la política que postula. En mi artículo para Cuba Posible lo traté e insisto en tratarlo como el intelectual que es, no el agitador propagandista que en Cubadebate insiste en ser. 
He ido a Temas cuando me ha invitado Rafael Hernández y lo seguiré haciendo si se me vuelve a invitar pero ni Ud. ni nadie va a dictar su propio concepto de patriotismo asociándolo a tus preferencias ideológicas ni va a dictar cuándo ni dónde puedo hablar sobre Cuba. ¿Cuáles son los espacios apropiados? ¿Acaso aquellos donde su capilla aplica el concepto sectario de patriotismo como equivalente a comunismo impidiendo la ponencia de posiciones que uds no aprueban? Elier Ramírez y yo, por mi invitación, compartimos dos paneles en las conferencias de LASA, abiertos a personas de la más diversa posición política. ¿Por qué no tener este mismo debate que estamos teniendo en Dialogar Dialogar? Coordinemos y me pago mi pasaje a la Habana con gusto. Mil criticas se le pueden hacer y le he hecho a Cuba Posible pero sectaria no ha sido. 

El más bajo nivel de complejidad de una polémica es sobre hechos. Compórtese con la altura ética del José Martí que tanto evocamos los dos. La frase “la moderación probada del espíritu de Cuba” como criterio de orden no es una manipulación mía- como me acusa. La cite del Manifiesto de Montecristi. ¿Sabe quien me llamó la atención sobre ella? Un gran patriota cubano que no era comunista, el padre Carlos Manuel de Céspedes que la usaba a menudo. Discutámosla entre cubanos. Como citó el embajador Carlos Alzugaray en frase que incomodó al señor Arnold August, la opinión del Apostol sobre la conveniencia para Cuba de procurar una buena relación con EE.UU es textual. Si el mismo que escribió la carta a Manuel Mercado no tenía esa preferencia por lo contencioso que es típica del político extremista que es lo opuesto de moderado. Radical es ir a la raíz y también ver los matices de los problemas. La misión ética de Marti era curar. Si levanto hombres contra hombres lo hizo como ultimo remedio de la dignidad plena de los cubanos para una independencia republicana con separación y balance de poderes.
Tanto que citan a Gramsci y parecen no entender la diferencia entre dominación y hegemonía. La segunda puede lograrse dentro de un espectro que va de la coacción al consenso. Un orden mundial donde Estados Unidos trate de persuadir a Cuba a retornar a un capitalismo que no le convenga, le ofrece a Cuba la posibilidad de no ser persuadida, y diseñar su propia respuesta. Esa respuesta no es necesariamente andar “oyendo voces” como Juana de Arco de una batalla contra EE.UU. para la siguiente. Se trataría de hacerlo cuando nos convenga en ese nuevo contexto o se trate de políticas de dominación que a diferencia de la hegemonía implican coacción y control y por tanto dejación de soberanía, algo que siempre he considerado inaceptable. Por eso he abogado por un multipartidismo acotado, sin derogar la ley 88, y con normas legales establecidas contra la intervención del dinero extranjero u otra injerencia en política nacional. Termino con una exhortación sencilla. Ud. afirmo que yo había criticado al bloqueo solo por ineficaz. A solo dos semanas antes de su acusación infundada, en onCuba publique este artículo que atiende exactamente lo que denuncia sin base. Aquí le pongo el artículo en la esperanza martiana de que tenga el civismo de reconocer que juzgo mal. Se trata sencillamente de establecer un hecho? He criticado al bloqueo por ilegal e inmoral ¿o no? Lea el artículo y diga:http://oncubamagazine.com/.../los-derechos-humanos-como.../

Enrique Ubieta Gómez: Arturo López-Levy, le pido que no hable en plural. Cada autor implicado en esta polémica, al menos aquellos que defienden posiciones cercanas a las mías, tiene sus propias ideas y las expone libremente. No he usado ninguna táctica contra Carlos Alzugaray, sencillamente porque no he escrito una sola palabra sobre él. De nada lo acuso a usted, ese término no está en mi vocabulario. Simplemente constato. En todo caso, no podría acusarlo de tener “malas intenciones” –como innumerables foristas han hecho con respecto a mi persona–; mi preocupación radica en las consecuencias de su prédica. No soy diplomático ni empresario. En toda sociedad, esas dos son funciones que no suelen mezclarse con temas ideológicos –aunque representen determinadas posiciones–, es suficiente con que la contraparte sea honesta. Encuentro bien que usted sea recibido en la embajada, y también en Cuba. Pero si participa en una plataforma que se propone construir tendencias ideológicas contrarias al rumbo libremente adoptado por los ciudadanos del país, ese si es un tema que nos concierne a todos. El restablecimiento de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba es bienvenido, pero no bajo el supuesto de que Cuba deba cambiar su sistema social. Eso no está ni en el espíritu ni en la letra de las numerosas intervenciones de nuestro Presidente.
Pero insisto en esto: no he acusado a nadie en particular de estar vendido a nada ni a nadie. Si alguien lo estuviera –descubrirlo no es mi trabajo–, quedaría de inmediato descalificado. Desconozco si usted lo está. Dije y repito que discuto ideas, y ciertamente, todo aquel que intente hacer que Cuba regrese al capitalismo es mi enemigo. Los apellidos que le pone, “dependiente del imperialismo”, no se asocian necesariamente a una malvada intención suya. Es decir, no se trata de que usted trabaje para una potencia extranjera, al menos conscientemente, el problema es más complejo: el capitalismo en Cuba no podría existir de otra manera.
Abandonemos por un instante la descripción histórica de las características del autonomismo y del anexionismo. Las visiones reformista y revolucionaria, tal como las veo, nada tienen que ver con el uso o no de la violencia; no es un problema de estrategia de lucha, sino de radicalidad en la comprensión y en la solución del estado a superar. Comprendamos que son corrientes reformistas de pensamiento que se articulan desde el nacionalismo burgués. Es a partir de esta definición y de sus consecuencias prácticas que aparece la conexión histórica. El nacionalismo burgués (esencialmente reformista), más allá de sus intenciones, solo puede proyectar un país dependiente.
Todos miramos el mundo desde determinada ideología. No existe posibilidad alguna de que desideologicemos nuestras miradas. Toda desideologización es una reideologización. Pero la ideología revolucionaria adquiere su sentido en la solución de los problemas de las mayorías subordinadas, de los más humildes. Con los pobres de la Tierra, quiero yo mi suerte echar, es una declaración martiana de principios. Ya lo he escrito con anterioridad: no se es revolucionario porque se sea marxista, sino porque se sirve a los pobres, a los humildes, a los frágiles. Esa es la ideología revolucionaria. El marxismo en todo caso es un instrumento para ese servicio, y si en algún momento la teoría falla, si las ideas se revelan incompletas o el mundo se mueve de lugar, la prioridad sigue siendo salvar, defender a los más necesitados, a los humildes, a los frágiles, a las personas concretas. Discutir sobre temas ideológicos, desde estos presupuestos, no es darle la espalda a los problemas cotidianos. Algunos quieren impedir el debate ideológico con la excusa de que debemos hablar solo de los problemas cotidianos, para introducir subrepticiamente otras ideologías que no buscan la justicia social.
Pero, ¿qué significa poner a un lado la historia y la ideología para buscarle solución a los problemas concretos del país? No existe comprensión de fenómeno alguno sin el conocimiento de su historia. No podemos saber lo que harían Fidel y Martí ante cada nuevo problema, pero saber lo que hicieron ante problemas análogos es un privilegio histórico que tenemos los cubanos. No se trata de otorgar a una ideología la representación de una identidad nacional. Usted puede querer entrañablemente a su país como espacio físico, porque en él transcurrió su infancia, su primera juventud, tuvo amores, esperanzas, sueños, vivió momentos que marcaron su existencia; puede llevar con orgullo las señas físicas de esa identidad: una manera de hablar español, de mover las manos, de caminar; puede exhibir gustos musicales o culinarios afines a los de esa comunidad y disfrutar del béisbol o jugar cada tarde dominó. Todo ello, aún cuando sean estereotipos, delinea su cubanidad. Los puertorriqueños lo saben: aman su bandera, su equipo de béisbol o de basquet, su caribeña manera de ser y sentir, su lengua, su música. Pero carecen de un Estado que los represente.
El problema es que el patriotismo implica algo más: la construcción de un proyecto de Nación. Martí estaba en Guatemala cuando el Gobierno colonial español –después de la firma del Pacto del Zanjón– ofreció la amnistía política a todos los emigrados y en carta a un amigo rechazó la idea de que su Patria estuviese en Cuba, es decir, en aquella Cuba sometida: su Patria iba con él, estaba en él, no era “la tierra que pisan nuestras plantas”, era un proyecto de Nación. Ese proyecto, en época de Martí ya aspiraba a diferenciarse del que existía en los Estados Unidos y en los restantes países latinoamericanos, la frase “con todos para el bien de todos”, nunca significó “con los injustos y con los justos”, porque sería un contrasentido. Los que pretenden en pleno siglo XXI que el proyecto nacional se sustente en el abrazo de los explotadores y de los explotados, falsifican el legado martiano. No habrá Patria –justa, equitativa, soberana, democrática– capitalista; la única posibilidad que tiene una pequeña nación como la nuestra de sostener su soberanía, de defender la justicia social e individual de sus ciudadanos, estriba en la defensa del socialismo.
Martí, como Fidel, fue político e ideólogo (que son condiciones que rara vez coinciden en una misma persona). Fue sobre todo un fundador. Combatió el autonomismo –y el positivismo cientificista típico de los autonomistas– y el anexionismo, pero trató de conquistar para la Revolución, como Fidel, a personas concretas. Cada vez que atisbaba esa posibilidad, tendía su mano. Así pudo rescatar para el independentismo a Enrique José Varona. No pudo sin embargo hacer lo mismo con el anexionista José Ignacio Rodríguez. Las palabras de Martí fueron en muchas ocasiones moderadas, conciliadoras; no lo fueron sus ideas ni sus actos. Martí fue el pensador más radical de la segunda mitad del siglo XIX en las Américas. Preparó sí, contra su naturaleza poética, la guerra necesaria, no porque la prefiriese (eso no determina la condición del revolucionario) sino porque era imprescindible; fue en eso, como en todo, más realista que los que se declaraban pragmáticos y realistas: el autonomismo nunca pudo realizarse. El independentismo, sí. Martí procuraba la convivencia civilizada con su vecino más poderoso, precisamente porque comprendía la naturaleza expansionista y corruptora de su sistema de vida. Una convivencia basada en el respeto –ganado en el ejercicio de sus derechos–, y no en relaciones de dependencia.
Es loable que emplee su tiempo y su dinero en la defensa de Cuba, de su soberanía, tal y como lo entiende el derecho internacional. Sé que el lugar de residencia no determina el grado de patriotismo. Y si usted se opone al bloqueo por su crueldad y no por su ineficiencia política para el cambio de sistema, opóngase también a cualquier intento de cambiar el rumbo socialista que libremente eligió su pueblo. No objeto sus sentimientos patrióticos, pero advierto que su punto de mira, al eludir la experiencia histórica del capitalismo internacional, es extemporáneo; en especial para un país que hizo su Revolución socialista, emancipadora, hace casi seis décadas. Cuando los jóvenes me preguntan por qué deberían defender el socialismo, no les hablo de las conquistas alcanzadas, las que debemos conservar, les digo sencillamente: si queremos solucionar todas aquellas deficiencias que arrastramos, habrá que conservar el socialismo. Eso quiere decir que ese socialismo es imperfecto, y también que es perfectible.
La democracia burguesa no es la Democracia. Mire a su alrededor. El socialismo democrático no es el socialdemócrata, es el revolucionario. Por eso, tratamos de perfeccionarlo y lo describimos en nuestros documentos rectores como independiente, soberano, socialista, democrático, próspero y sostenible. Espacios apropiados hay muchos y no tendría reparos en discutir con usted en cualquiera de ellos. No lo haría, desde luego, en plataformas que han sido construidas con un claro perfil editorial subversivo, como Cuba Posible. Eso fue lo que escribí a propósito del comentario de Alzugaray. Ni siquiera hablé de dinero enemigo. Me parece bien que Iroel haya compartido la mesa en un debate de ideas con él, pero la salvedad es pertinente.


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