lunes, 24 de julio de 2017

Una respuesta necesaria a la réplica de Enrique Ubieta.



Por: Arturo López-Levy. | 2017-07-24, Cuba Posible
 

Enrique Ubieta (a la izquierda) y Arturo López-Levy (a la derecha). Foto montaje, fotografías Portal Vermelho y OnCuba


Enrique Ubieta ha tenido la buena idea de reproducir un diálogo que tuvimos en el muro Facebook del profesor Carlos Alzugaray en su blog “La Calle del Medio”. Lo agradezco porque exprese allí, como en mi artículo “La moderación probada del espíritu de Cuba”, mis ideas con bastante claridad; algo que es loable también en su respuesta. Desafortunadamente, parece que cuando Ubieta publicó el intercambio quizás no conocía que había escrito esta duplica a su réplica. No estoy reportando un comportamiento inadecuado, simplemente quiero dar a conocer mi modo de pensar.

Enrique Ubieta me ha llamado “enemigo” y le he respondido a varias de sus afirmaciones contrarias a evidencias, como el artículo que le puse el link. Lo menciono no para llover sobre mojado, sino por lo contrario. Al leer lo que ha escrito en sus últimos comentarios en esta serie me he ratificado en algo que pensé después de leer sus “ensayos de identidad”, y es que dada la matriz patriótica que compartimos, no me puedo considerar su enemigo. Somos adversarios en ideología o en la diversidad natural que nos separa, pero “enemigo” mío, no lo será ningún cubano mientras subscriba la centralidad del pensamiento martiano como punto focal desde el cual Cuba como “proyecto de nación” -para usar su expresión- se levanta. Es El Apóstol (no el Lugareño, ni Eliseo Giberga), nuestro delegado.

Apruebo su aclaración de que no hay república cubana soberana solo para las élites. “Con todos y para el bien de todos” no es claramente “Con la justicia y la injusticia”. La república social de Martí era un proyecto para que no quede un cubano detrás. La medida última de la viabilidad de un proyecto de nación cubana se mediría en un desarrollo económico sustentable que levante al cubano o cubana más vulnerable o discriminada, el indigente por el que se ha preocupado Iroel Sánchez en una de sus últimas notas, por ejemplo.

Claro que “con todos y para el bien de todos” no significa que la Casa Cuba -para usar una expresión del padre Carlos Manuel de Céspedes- este desprovista de paredes, y puertas. Los plattistas, que no confían en las capacidades de su pueblo y apoyan cualquier tutelaje externo o persiguen obtener concesiones de política interna usando políticas extranjeras que violan la soberanía del país se autoexcluyen. No hay dudas que en un mundo signado por los estados nacionales, las asimetrías de poder importan y Cuba no es un gran poder material, y tiene que diseñar políticas para proteger su economía, su cultura, su política, su sociedad de la indebida injerencia extranjera.

Eso no es lo mismo que abogar a favor de estándares internacionales de derechos humanos, una vez que la política de cambio de régimen por coacción se derogue. Si bien es importante que Estados Unidos respete la soberanía de Cuba, esta condición patriótica existe no para consolidar la capellanía de ninguna ideología, sino para dejar al pueblo decidir. La soberanía cubana no es partidista del PCC; es popular, de la ciudadanía cubana. Eso no implica invocar la amnesia sobre la historia patria o ser ingenuo al afrontar los retos políticos impuestos al Estado cubano por la geografía, sino aceptar que cualquier modelo político cubano si es natural -para usar una expresión realista martiana que ambos invocamos- requiere ser tan plural dentro del patriotismo como incluir cotas que impidan la organización de partidos racistas, anexionistas, o plattistas.

Es loable que admita que sería soberbio juzgar las intenciones de los demás y acusar a alguien de estar al servicio o la paga de agendas imperialistas sin pruebas. Así que como no hay pruebas, todas esas acusaciones de querer obtener lo mismo que la ley Helms por otros medios, es sano que se las guarden. Usted infiere -y aquí empieza un punto de discrepancia, pues dice que “constata”- que abogar por un paradigma económico de economía social de mercado como la postulada por el pensamiento socialdemócrata y un modelo más afín a la Declaración Universal de derechos humanos y sus interpretaciones legales, es otro vericueto hacia un “capitalismo dependiente del imperialismo” en Cuba. En ese punto reposa una divergencia porque lo que infiere para un futuro plausible, es mi diagnostico del presente.

Quisiera estar equivocado, pero en mi diagnóstico el camino más directo al capitalismo dependiente va por la incapacidad de construir una economía sustentable para las conquistas de la Revolución. Como indique en el articulo “La moderación probada del espíritu de Cuba”, existe sustancial evidencia, compilada incluso en la primera tabla del libro de Joseph Stiglitz (“Hacia una sociedad de conocimiento”) que demuestra como las economías centralizadas de comando tuvieron un record muy inferior a un grupo de economías de mercado cercanas; incluso aquellas en el mundo postcolonial, que tenían un nivel similar de desarrollo en 1947. Esas economías de mercado no siguieron, en general, un patrón neoliberal en el cual la política pública fue esclava del mercado; sino paradigmas en las cuales el Estado intervino para eliminar fallas de coordinación, complementar y aumentar las eficiencias y orientarlas como sociedades de bienestar y acceso universal al conocimiento, no de mercado.

Tiene usted razón al mirar al capitalismo como un sistema global en el cual las economías neoliberales en el sur terminan reforzando su dependencia, aun cuando aumenten sus estándares de crecimiento; pero decir que Cuba está destinada a eso es ignorar varias experiencias de países de industrialización tardía, principalmente en el Este de Asia, pero también en el norte de Europa, y otras latitudes. La afirmación teleológica por la cual cualquier economía de mercado en Cuba implica el “retorno” al capitalismo dependiente elimina la capacidad de agencia y autonomía que creó la Revolución mediante la modernización del Estado y su capacidad reguladora; una de sus mayores conquistas estratégicas si fuese propiamente implementada, capaz de producir importantes saltos de desarrollo económico y bienestar.

Nunca he abogado por una economía de mano invisible de mercado, porque la teoría moderna sobre las economías de información la ha probado falsa. El neoliberalismo es una construcción ideológica sin evidencias y teóricamente tan débil como la propuesta leninista de arribar al socialismo empezando por “el eslabón más débil” y construyendo una economía estatizada. Una estrategia integral de economía de mercado regulado requiere la mano visible de un Estado autónomo de los sectores de negocios nacionales o internacionales, como el creado por la Revolución que dirigió Fidel Castro; pero mucho más eficiente, y con instituciones capaces de gobernar y ser regulado. No es de izquierda defender un Estado ineficiente, donde la corrupción aumenta. El compromiso con los pobres “del arroyo y la sierra”, con los humildes que comparten su visión ideológica pero también el socialismo democrático, se sirve mejor por un mercado competitivo regulado y monitoreado por el Estado, que por las estructuras monopólicas sin balance significativo que pululan en la actual situación de reforma parcial en Cuba. Experiencias internacionales contra la evasión fiscal, la corrupción, las desigualdades asociadas al mercado, la mejoría en la calidad del sector público (desarrolladas en experiencias socialdemócratas y desarrollistas) constatan, para usar su palabra, que puede lidiar con esas falencias mejor que una economía estatizada con segmentos reprimidos de mercado.

Abordaré otro punto donde descansa la polémica, desde un punto de vista personal, porque allí usted lo ubicó. Agradezco que aprecie la transparencia y considere loable luchar por el respeto a la soberanía de Cuba, pero no puedo seguir su exhortación a abogar por el comunismo como forma óptima que se ha dado el pueblo cubano para realizar su independencia. No creo en ella, y ni usted ni los demás que la asumen como premisa o principio han aceptado someterla a una discusión de razones. No considero a mis antiguos compañeros comunistas mis enemigos; pero no puedo abogar por ideas que considero anacrónicas dado el contexto actual del país.

La soberanía es de las generaciones vivas. Lo que el pueblo cubano expresó con su acción en la víspera de la batalla de Girón fue el apoyo por una Revolución socialista y democrática en aquellas circunstancias. La política de hoy nos corresponde a los cubanos de hoy decidirla a partir de nuestros intereses, valores y prioridades; sin amnesia, pero también sin nostalgia o idealización de las posturas tomadas entonces.

El día que no haya una situación de emergencia coaccionando al pueblo cubano desde fuera (como el bloqueo), el PCC debe someterse a la competencia con cualquier grupo de cubanos leales al proyecto de nación. El PCC y Fidel Castro tienen un lugar primordial en el nacionalismo cubano, pues lograron estructurar una resistencia de la cual cualquier proyecto de nación soberana será deudor; pero la historia no es el elemento decisor del futuro. Si el PCC es el mejor instrumento para avanzar ese proyecto de nación (dígase desarrollo económico con equidad social y soberanía), no debe temer someterse a un escrutinio público en competencia contra una oposición leal con claras regulaciones contra la injerencia extranjera. Si no es el mejor instrumento en las nuevas condiciones históricas, ¿bajo qué preceptos reclamaría ser “vanguardia” de la nación cubana toda?

Como ve, las inferencias sobre el rumbo al que llevan los ordenamientos políticos y económicos del país pueden ser diversas, incluso partiendo de una matriz martiana común. La diversidad es lo natural porque diversos son los intereses, valores, identidades que conforman pueblos nuevos como el nuestro, y diversas las experiencias de sus componentes. Martí llamaba a una política de unidad y conciliación de intereses con concepciones de libertad más allá del liberalismo; pero también alertó sobre los peligros de la idea socialista, que la evidencia ha demostrado son mayores en torno al papel del funcionariado estatal en el comunismo, que en las propuestas socialistas de su época o socialdemócratas posteriores.

Justo es su reclamo de tratar cada idea suya sin agrupamientos artificiales con intelectuales afines. No fui yo quien hablo de una corriente “centrista” y asumir un pensamiento en colectivo. Su llamado es compartido, pues es un progreso para definir los estándares por los cuales resolvemos los puntos polémicos o simplemente coincidimos en que no coincidimos. No trate como un liberal a quien no lo es. A usted lo trato como un martiano y comunista.

Si escribí “La moderación probada del espíritu de Cuba” fue porque quería ser tratado con justicia y no dañar con agrupamientos absurdos de “centrismo” a otras personas. Al escribir desde una posición socialdemócrata aclaré que no lo hacía a nombre de Cuba Posible, sino como mero participante en la positiva experiencia de un “laboratorio de ideas”. No quiero que mi postura sea usada para cuestionar a amigos que admiro como el profesor Alzugaray, o el cantautor Silvio Rodríguez, mi oponente de tesis en el ISRI e intelectual reconocidísimo Aurelio Alonso, o el fundador del blog “La Joven Cuba”, Harold Cárdenas. Esas personas creen que el PCC como partido de la nación cubana puede ser la gran tienda donde quepa la pluralidad patriótica que Cuba produce desde su diversidad política. No es mi caso.

La evidencia de 25 años después del IV congreso del PCC es, por lo menos, ambigua sobre esa posibilidad de un sistema unipartidista, plural en lo ideológico, como un frente patriótico; y no toda la cerrazón se debe a presiones externas. El PCC se ha abierto hoy a un mayor pluralismo en lo económico y social, incluso en lo político; el presidente Raúl Castro ha hablado de que no hay que ser miembro del mismo para desempeñar funciones oficiales.

Pero en lo ideológico, que coincido con usted es de primera importancia, lo “comunista” sigue prevaleciendo sobre la apertura de lo “martiano”. De ello infiero, no constato (pues el proceso de decisiones en Cuba es bastante opaco y mis evidencias serían limitadas), que la preocupación comunista por el control social es responsable de que problemas concretos de la población (como los mangos que se pierden o la baja inversión extranjera para el desarrollo), no se discutan en los marcos adecuados y sin sesgos anti-mercado. En Cuba, cuando hay un problema económico en el que la economía estatal falla, se prueba dos y tres veces con otra solución estatal. Solo cuando el desastre sea bien grande, como en la coyuntura de 1993, se han abierto “avenidas” a soluciones amistosas al mercado, como los mercados agropecuarios.

Por tanto, creo -sin reír ni llorar, sino tratando de comprender- que el reloj para que los que aboguen por una pluralidad política e ideológica y una economía eficiente dentro del sistema de un solo partido está sonando en tiempo de descuento. Fue un comunista, y no un socialdemócrata, quien afirmó que el tiempo de caminar por el borde del abismo se acababa.

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