Elier Ramírez Cañedo
Es imprescindible, si se quiere lograr un análisis exhaustivo del fenómeno autonomista, y de la respuesta que encontró en los seguidores irreductibles de la vía independentista, remitirse al pensamiento martiano. José Martí encarnó las posiciones más avanzadas del pensamiento democrático radical cubano de su tiempo, no por casualidad sus ideas signaron proverbialmente la lucha revolucionaria y progresista de Cuba y del resto de los países latinoamericanos durante muchos años. En la actualidad, su pensamiento es aún estandarte de lid.
Martí tuvo una total comprensión de la necesidad del debate de ideas como vía para que el proyecto revolucionario y los lineamientos generales del modelo de república al que aspiraba, y consideraba viable y necesario en nuestras condiciones históricas, pudieran ser concientizados por las masas humildes que, a su juicio, debían dirigir la revolución. Sabía que a la práctica revolucionaria debía anteceder una enconada lucha de pensamiento, como antesala indispensable para la reorganización política e ideológica y militar de las fuerzas revolucionarias. Asimismo, entendía necesario ganar el sentimiento patriótico, y a la vez, la conciencia de los más amplios sectores de la población. Era también de importancia ir anulando las dudas sobre la posibilidad de la victoria militar, a pesar del fatídico recuerdo de los fracasos anteriores. A su vez, se hacía vital la unidad de las distintas tendencias dentro del movimiento patriótico y en fin, que se generalizara el convencimiento de la capacidad de los cubanos para el gobierno propio. Por tales motivos, en su ardua labor organizativa de la nueva acometida mambisa, Martí dedicó una significativa parte de su tiempo, para referirse al autonomismo, trasmitiendo en sus discursos, escritos y cartas: análisis, valoraciones y críticas profundas respecto a esta corriente política. Se percataba de que el autonomismo podría convertirse en un poderoso dique de contención frente al ideal independentista. A sus preocupaciones se le añadía, su acertada valoración de lo ponzoñoso que resultaba para la causa revolucionaria, que los autonomistas gozaran de la ventajosa posición de desplegar su labor propagandística al interior de la Isla, mientras que su radio de acción quedaba restringido fundamentalmente a la emigración cubana. Conocía muy bien que las figuras más egregias del autonomismo: Rafael Montoro, Eliseo Giberga, Antonio Govín, Rafael Fernández de Castro, etc, eran prestigiosos intelectuales y que, sus excelsas aptitudes para hacer vibrar las sensibilidades de los cubanos desde los púlpitos, podía devenir en la suma de simpatías a su bandera política en desmedro de la causa redentora. Ante tal situación, Martí justipreciaba que los autonomistas resultaban mucho más perniciosos que los anexionistas y los propios integristas. Hacia esta corriente política quedó entonces enfocada la mayor parte de su artillería ideológica.
El 21 de abril de 1879, encontrándose Martí en la Isla conspirando por un nuevo estallido revolucionario, fue invitado a un banquete que el Partido Liberal le ofreció en los altos del Louvre al periodista Adolfo Márquez Sterling, director del periódico La Libertad. El “Sinsonte del Liceo de Guanabacoa”, como le llamaban por su elocuencia, tuvo allí la posibilidad de mostrar su inmensa valentía política y sus excelentes dotes como orador dentro de la misma patulea autonomista:
“…por soberbia, por digna, por enérgica, yo brindo por la política cubana. Pero si, entrando por senda tortuosa, nos planteamos con todos sus elementos el problema no llegando por lo tanto a soluciones inmediatas definidas y concretas; si olvidamos como perdidos o deshechos, elementos potentes y encendidos; si nos apretamos el corazón para que de él no surja la verdad que se nos escapa por los labios; si hemos de ser más que voces de la patria disfraces de nosotros mismos; si con ligeras caricias en la melena, como el domador desconfiado, se pretende aquietar y burlar al noble león ansioso, entonces quiebro mi copa: no brindo por la política cubana”.[1]
Después de electrizado el auditorio ante las hermosas palabras de Martí, estallaron los aplausos, que fueron una transacción entre la cortesía y la disciplina del partido. José María Gálvez, presidente de la organización autonómica, inmediatamente pasó un recado discreto a Montoro, y este se levantó a contestar. Se produjo entonces el duelo entre dos de las mentes más ilustradas de la época, pródigos en el arte de la palabra. El ideólogo del partido defendió entonces las proyecciones de la organización en la que con orgullo militaba, y a partir de este momento, los campos quedaron dramáticamente escindidos.[2]
No sería muy difícil para Martí desentrañar, con mucho juicio, la mezquina defensa de intereses económicos dentro del movimiento autonomista como una de las causas primordiales que condicionaba su actuación política. De lo que se percataba no era más que el basamento clasista del autonomismo. Sabía que el sector que lo conformaba, esencialmente los de su cúpula dirigente, convertida en hegemónica desde sus inicios, cuando centralizó de forma férrea la dirección del Partido; se aferraban al mantenimiento o satisfacción de intereses clasistas, uno de los motivos reales por el que condenaban la vía insurreccional como solución para Cuba. Temían a una verdadera revolución de amplio contenido social, que pusiera en peligro nuevamente sus riquezas e intereses, ya afectados durante la pasada insurrección. A su vez, veían con rechazo una guerra independentista que podía afectar, según ellos, la aspiración de alcanzar el advenimiento de un capitalismo desarrollado. Esto fue así, aún en los momentos en que se hacía más que evidente que no había otra opción que la ruptura definitiva con España y el sentir de la mayoría de los cubanos se inclinaba hacia la vía emancipadora.
Para Martí, “el deber de procurar el bien mayor de un grupo de hijos del país”, no podía ser superior “al deber de procurar el bien de todos los hijos del país”.[3] No era para él, la caja lo que había que defender, “ni con poner en paz el débito y el crédito, o con capitanear de palaciegos unas cuantas docenas de criollos”, se acallaba “el ansia de conquistar un régimen de dignidad y de justicia”.[4]
La nación que ensoñaba Martí, “Con todos y para el bien de todos”, nada tenía que ver con la que aspiraban los personeros del autonomismo, en la cual los intereses de un solo sector de la población cubana encontrarían complacencia. Después de una “conmoción tan honda y ruda” como lo fue la Guerra de los Diez Años, decía Martí, los autonomistas se equivocaban al pensar que podían ser “bases duraderas” para calmar la agitación: “el aplazamiento, la fuerza y el engaño”. Los criticaba por tratar de elevar a “categoría de soluciones, que para ser salvadoras” habían de ser generales y satisfacer al mayor número de cubanos, sus “aspiraciones acomodaticias sin precedente y sin probabilidad de éxito” y por negarse a poner sus “manos sobre las fibras reales de la patria, para sentirlas vibrar y gemir”, cerrando “airados los oídos” y cubriéndose “espantados los ojos, para no ver los problemas verdaderos”.[5]
Sin embargo, Martí distinguía muy bien los diferentes elementos que componían el Partido Autonomista. Reconocía dentro de su membresía, no solo a los que actuaban según intereses económicos, y por tanto defensores a ultranza de una solución inoperante en aquellas circunstancias históricas, sino también a los cubanos que tenían un pensamiento patriótico y progresista dentro de sus filas y que auguraban en el autonomismo una vía para el adelanto de la nación, a los independentistas que esperaban la hora de volver a la manigua, a los que francamente creían que España podía hacer concesiones honorables a la Isla y a los que con honestidad no eran partidarios de una guerra, por las terribles consecuencias que provocaría:
“Honra y respeto merece el cubano que crea sinceramente que de España nos puede venir un remedio durable y esencial, – porque hay uno, o dos, cubanos que lo creen: honra y respeto al que, en la certidumbre de que un pueblo no ha de disponerse a los horrores de la guerra por el convite romántico de un héroe frustrado, dirija su política (…) Al que se engañe de buena fe, y al que se prepare, sin traición a la política de paz insegura, para atender con el menor desconcierto posible a las consecuencias naturales, en un pueblo empobrecido e infeliz, del fracaso de una tentativa de paz tan inútil como sincera, honra y respeto. Pero al que finja, blanqueando el corazón, aquella creencia en el remedio imposible que afloja las fuerzas indispensables para el remedio final; al que prefiere su bien inseguro, impuro, al servicio franco de la Patria, o contribuye con su silencio y su favor,….; al que oculta sabiendo la verdad, y promete lo que no cree, con labios prostituidos, y pretende demorar la obra sana de la indignación, …, a esos enemigos de la república, a esos aliados convictos del gobierno opresor, ¡ ni honra ni respeto! [6]
Es sabido que la política oficial de la organización autonómica respecto a la independencia fue de condena total, pero no se quedó ahí, sino que prestaron un servil apoyo al gobierno español en su combate por extirpar de raíz la revolución. Así lo hicieron durante la Guerra Chiquita y frente a los distintos intentos separatistas que se produjeron durante el período fraguador. A esto se refería Martí cuando decía que: “ni por su espíritu, ni por su constitución, ni por sus prácticas y relaciones, ni por la fe en la paz española de algunos de sus miembros, ni por la lealtad de unos y el miedo de otros”,[7] se había puesto el Partido Autonomista a favor de la solución radical, sino que su objetivo fue siempre enterrarla.
Martí insistía continuamente en la importancia, la inevitabilidad y la necesidad de una nueva contienda para resolver las urgencias del país, y por demás, la única forma de llegar a la raíz del problema. La guerra era “por desdicha el único medio de rescatar a la patria de la persecución y el hambre;…”[8]
Asimismo, para El Apóstol, eran inadmisibles las soluciones intermedias, desde pequeño había resuelto el dilema planteado: “Yara o Madrid”, eligiendo con plena convicción y total entereza la entrega total a la causa redentora; lo que devino luego en su bregar incansable por acreditar la revolución, explicando sus causas, su necesidad, procedimientos, fines, errores cometidos y los previsibles. Por suma, el argumento fundamental de la Revolución lo apreciaba en la incapacidad de España en conceder “el sistema ineficaz de la autonomía en el plazo en que pueden esperarlo sin estallar la dignidad y la miseria de Cuba,…”[9]
Para Martí, era evidente la taimada actitud de las autoridades metropolitanas que pretendían suavizar con reformas vacuas el descontento desembozado que se vislumbraba en el pueblo antillano. Lo hacían según él, con la intención de mitigar el peligro de un nuevo estallido independentista, que se acrecentaba por las labores que desplegaba el Partido Revolucionario Cubano en la emigración:
“ ¿Y cuándo, sino cuando está la revolución a puerta; cuándo, sino por la virtud y poder de los partidarios de la revolución; cuándo, sino por la necesidad apremiante de quitar vigor a la idea de guerra en la isla, que las emigraciones impulsan y apremian; cuándo, sino por esta espuela que llevamos los emigrados al talón; cuando, sino por el miedo que inspira al gobierno nuestra ordenación revolucionaria obtendría Cuba, de la metrópoli que aún después de diez años se burla de ella, esas migajas de apariencia con los que da a los tímidos pretexto para acatar y con los que ya no puede engañar a la isla escarmentada?[10]
Paralelamente, Martí divulgaba sus reflexiones, de que hasta la base legal en la que los autonomistas erigían su labor y sus súplicas indignas al gobierno español, no eran más que un corolario de la propia revolución, y que la metrópoli mudaba únicamente su política, cuando el peligro de una nueva llama insurreccional se sentía quemándole los pies.
Los autonomistas, principalmente los de su cenáculo directivo, se empeñaron en la espera agónica de que España cediera a sus reclamos, cerrando los ojos ante una patria que se desangraba, víctima de un colonialismo salvaje y expoliador, que no tenía, ni podía conceder absolutamente nada, pues el entramado de intereses de la metrópoli, de los sectores y grupos privilegiados peninsulares y la oligarquía españolista de la Isla, no se lo permitía. Esto sin contar que en la mayoría de los sectores gubernamentales españoles, la autonomía era vista como una forma solapada de buscar la independencia.
Martí, conocedor de esa realidad cubana y a la vez, de los intereses que se movían en la Península, por el tiempo que vivió en ella exiliado, no desaprovecha oportunidad para referirse a la inviabilidad de la autonomía. Consideraba que era una solución que no iba a la esencia del problema isleño e impracticable bajo las cadenas coloniales metropolitanas. Estaba convencido de que había que llegar a la raíz del problema cubano, y la única manera de hacerlo era alcanzando la libertad sin cortapisas:
“Si la revolución tuviese por objeto mudar de manos el poder habitual de Cuba, o cambiar las formas más que las esencias, caería naturalmente la obra revolucionaria en los que, por profesión o simpatía o liga de intereses, están entre los habitantes de la isla, abocados al ejercicio del poder (…). Rudo como es el refrán de los esclavos de Luisiana, es toda una lección de Estado, y pudiera ser el lema de una revolución: “Con recortarle las orejas a un mulo, no se le hace caballo” (…) Ni dentro de la ley, ni dentro de su esperanza agonizante, ni dentro de su composición real, podría más el partido autonomista, ni insinúa más, que reconocer la ineficacia de impetrar de España, con la sumisión que convida al desdén, una suma de libertades incompatibles con el carácter, los hábitos y las necesidades de la política española”.[11]
Estas ideas saltan a la vista en muchos de los escritos y discursos que se conservan de Martí. Los remedios, a su entender, eran impotentes cuando no se calculaban en relación con la fuerza y la urgencia de las enfermedades. La pelea lenta y sin cesar burlada de los autonomistas no hacía otra cosa que entretener al pueblo cubano sin resolver sus verdaderos problemas.[12]
Creía el Apóstol que Cuba no tenía que lograr autonomía, como las colonias inglesas, para convencerse, como lo estaban ellas, de que la autonomía era insuficiente y tenía necesariamente que ceder, bajo la fuerza de las circunstancias, ante la solución independentista.[13]
Ante la actitud cómoda y sumisa de los autonomistas más recalcitrantes, la respuesta martiana fue siempre enérgica:
“¿Qué esperan esos hombres que afectan esperar todavía algo de sus dueños? ¡Oh! Yo no he visto mejillas más abofeteadas, yo no he visto una ira más desafiada; yo no he visto una provocación más atrevida… ¿Qué afectan esperar, cuando con desdeñosa complacencia, no perdonan sus dueños ocasión de repetirles que no cabe pedir allí donde se ha de tener por entendido que no hay nada ya que conceder?[14]
Sin embargo, Martí no cerró nunca las puertas a los autonomistas que quisieron unirse a la revolución. A su entender, eran hombres que seguían un camino equívoco, pero que una vez convencidos de este error se podía contar con ellos para construir la República a la que aspiraba al terminar el conflicto bélico. No por casualidad en agosto de 1889, cuando Montoro y Giberga pasan por Nueva York, en tránsito hacia Cuba, después de haber librado una de sus batallas elocuentes e inútiles en las cortes españolas, Martí se dirige al hotel a cumplimentarlos.[15] Para él, los autonomistas por su derecho pleno de cubanos podían y debían unirse a la obra revolucionaria, al abandonar las ideas autonomistas. La patria cubana como concepto martiano, tenía una relevancia vital que trascendía toda enemistad política con los autonomistas. Se trataba de sumar todas las voluntades posibles en el camino de la Revolución. Sus ideas al respecto no dejan dudas de esta intención:
“Es grato esperar, por el ardimiento propio del corazón del hombre y por los consejos de un justo interés, que estén juntos en la hora definitiva de crear la república, los confesos de la política pacífica y los preparadores de la guerra inevitable”. [16]
En su discurso del 10 de octubre de 1891, pronunciado en Hardman Hall, Nueva York, retoma estos criterios:
“…ni blandimos el marchamo para señalar las frentes culpables del terrible desorden espiritual, ni le señalamos con manos rencorosas la agonía de un pueblo que pudo mantenerse, y se debió mantener, en la campaña de la prudencia, disciplinado para la de la resolución; sino que abrimos los brazos, pensando solo en que somos pocos, aún cuando fuésemos todos, para reparar el tiempo perdido, para encender en la fe nueva los ánimos vibrantes…”[17]
Un ejemplo muy ilustrativo de la excepcional capacidad política de Martí, en su lucha por organizar la nueva contienda independentista, se produjo cuando al regresar Enrique Loynaz del Castillo a New York, después del fracaso de su intento de desembarcar un cargamento de armas por Nuevitas, debido a la delación de Antonio Aguilera, miembro de la junta autonomista de Camagüey; se dispuso a contestar a las calumnias, que sobre su persona estaba esgrimiendo la propaganda autonomista. Para este fin, redactó un manifiesto que circuló con fecha 30 de abril de 1894 en la emigración y en la Isla. Este documento según testimonio del propio Loynaz del Castillo,[18] fue leído dos veces a Martí antes de darlo a la imprenta, el cual quiso se le suprimieran algunas palabras que le parecían muy duras, por más que Loynaz creía que se las merecían los autonomistas. Al utilizar la frase “el horror de su conducta”, Martí corrigió “horror por error”. El ataque debía centrarse sobre todo contra su propaganda, no debía ser personal.
Su labor aglutinadora, abierta a incluir a los autonomistas, también la podemos percibir en su artículo “El Lenguaje reciente de ciertos autonomistas” publicado en Patria en 1894, cuando profirió a través de brillantes líneas: “El templo está abierto, y la alfombra está al entrar, para que dejen en ella la sandalias los que anduvieron por el fango, o se equivocaron de camino”.[19]
Martí vislumbró, como gran estadista que era, cuál iba a ser el destino del Partido Autonomista y de sus seguidores. Manifestaba que a la hora del estallido revolucionario, muchos autonomistas irían a parar a la manigua, mientras que sus más connotados y fieles representantes se unirían a España o terminarían en la emigración: “La masa sana, que siguió siempre al autonomismo porque creyó que con él se iba a la independencia, se irá entera a la revolución”.[20]
Valorando la situación en que se encontraba el Partido Autonomista en septiembre de 1894, Martí enfatizaba:
“Pero el autonomismo, como organización política, y como entidad actual de Cuba, ha cesado ya de existir, y solo entraría a la vida real si obedeciendo a la voluntad clara del país, la encabezase en vez de echarla en brazos de sus opresores. Desertado en Oriente, vencido ya en la conciencia camagüeyana, que un día lo ayudó de buena fe; reducido en Las Villas al aplauso curioso de los teatros incrédulos; postergado en occidente, que es donde más pudiera fungir…”[21]
De esta manera, Martí refleja la crítica situación en que se encontraba el Partido Autonomista en los preludios de la nueva arremetida independentista. Se había convertido en un partido escuálido, de minorías, que se oponía a la voluntad, al sentir y a los intereses de la mayoría de los cubanos. Por tal razón, para aquel tiempo se indignaba de pensar que aún hubiera autonomistas que permanecieran dóciles al compás de una política insuficiente, a pesar de no haber recibido más que agravios del gobierno español:
“A silbidos ha echado España del Congreso la autonomía de Cuba. A balazos, dice el jefe del gobierno español que echará atrás la autonomía. Ya no hay en Cuba autonomistas. No los debe haber. El honor no permite que los haya.”[22]
Pero ya desde su discurso del 10 de octubre de 1889 en el Hardman Hall de Nueva York, Martí se había referido a lo errado del camino que seguían los autonomistas y manifestado sus juicios más claviridentes sobre el papel histórico de esta corriente política:
“No es que no debió existir el partido de la paz, sino que no existe como debe, ni para lo que debe. Es que jamás ha cumplido con su misión, por el error de su nacimiento híbrido, por la falta de grandeza en las miras. Es que no abarca en la lucha del país contra sus opresores, todos los elementos del país. Es que no ha podido allegarse a las fuerzas indispensables para el triunfo, ni para el goce pacífico de él, ni para la vida sana de la patria, aún dentro de la libertad incompleta, o desdeña el trato verás con todos aquellos que se hubieran puesto del lado de la libertad contra España, si hubiese citado a la guerra común por la libertad, como debió citar, a los que por culpa de España padecen como nosotros de falta de libertad, (…) Es que el Partido Autonomista por su debilidad, su estrechez y su imprevisión, ha hecho mayores los peligros de la patria”[23]
Según él, jamás había sido el Partido Autonomista, como algunos cándidos propalaban, el partido de la evolución:
“…,dábase el caso singular de que los que proclamaban el dogma político de la evolución eran meros retrógrados, que mantenían para un pueblo formado en la revolución las soluciones imaginadas antes de ella, y que los que en silencio respetuoso les permitían el pleno ensayo de su sistema inútil, eran, aunque acusados de enemigos de la evolución, los verdaderos evolucionarios” [24]
Para Martí, la falta mayor de los presupuestos teóricos de los autonomistas, fue su desconfianza en las condiciones y capacidades de los cubanos para emprender un camino independiente. Los cambios demográficos, políticos, económicos y sociales del país, planteados por el Partido Autonomista, suponían el reconocimiento de los paradigmas de la ideología liberal en el continente. La creación de un país moderno, racialmente homogéneo o al menos predominantemente blanco, nutrido de una amplia clase media de hacendados criollos y de emigrantes de origen europeo ligado a Europa por vínculos con la metrópoli española que avalara su seguridad y autogobierno, y económicamente enlazado a América por vínculos económicos con Estados Unidos que permitieran su prosperidad, fue interpretado por Martí como una absurda utopía carente de realismo y sensatez. Imposible de llevar a efecto en la práctica.[25]
Estas y muchas otras aristas, que pudieran abordarse sobre el pensamiento martiano con respecto al autonomismo, son de extraordinaria importancia para lograr un mayor acercamiento a esta corriente política que irrumpió en la segunda mitad de la centuria decimonónica cubana, como una vía que confrontaba peligrosamente los postulados independentistas. Esto fue vislumbrado por Martí desde fecha muy temprana y por tal motivo se detuvo con regularidad a analizar este movimiento, para poder combatirlo con la fuerza de su pensamiento. El impetuoso combate ideológico desarrollado por Martí en la emigración frente a las ideas autonomistas, ayudó a que muchos cubanos desentrañaran el basamento clasista que caracterizó a la agrupación política, su inoperancia histórica, la heterogeneidad de sus filas y su ostensible antindependentismo. Asimismo, contribuyó a encumbrar la solución independentista como el único derrotero posible a seguir para resolver los males de Cuba, encaminado a la coronación de una nación pletórica de dignidad, libertad y justicia.
No fue necesario para Martí que sus ideas sobre el autonomismo llegaran a Cuba, para que el sentimiento mayoritario del país se inclinara hacia la independencia. La propia rigidez y brutalidad del colonialismo español hizo más contra el autonomismo al interior de la Isla, que la labor ideológica del Apóstol, la cual solo tuvo una notable circulación entre los emigrados cubanos. No obstante, en su incansable lucha contra quienes fueron son más dignos rivales en el campo de las ideas, José Martí aportó a nuestro proceso histórico, la importante experiencia de lo trascendental de la labor ideológica en una causa revolucionaria.
NOTAS
1 José Martí: Discurso en los altos de el Louvre, La Habana, 21 de abril de 1879, en: Obras Completas. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1975. t.4. p.178.(Y Martí, según se dice, unió a sus palabras la acción de quebrar su copa)
2 Mañach, Jorge. Martí. El Apóstol. La Habana. Editorial de Ciencias Sociales, 1990.p.103.
3José Martí: “La Política”, Patria, New York, 1892, en: Ob.Cit., t.1. p. 335-336.
4José Martí: “Autonomismo e Independencia”, Patria, New York, 1892, en: Ob.Cit., t.1. p.355.
5 José Martí: Discurso en Steck Hall, New York, 24 de enero de 1880, en: Discursos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974. p.56.
6 José Martí: Discurso en Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1889, en: Ob.Cit., p.96-97.
7José Martí: “La agitación autonomista”, Patria, New York, 1892, en: Ob.Cit., t.1. p.233.
8José Martí: Discurso en el Masonic Temple, New York, 10 de octubre de 1887, en: Ob.Cit., p.78.
9 Ibídem., p.195.
10 José Martí: “¿Conque consejos y promesas de autonomía?”, Patria, New York, 1893, en: Ob.Cit., t.2. p.288-289.
11 José Martí: “La agitación autonomista”, Patria, New York, 1892, en: Ob.Cit., t.1. p.332-333.
12 José Martí: “Política Insuficiente”, Patria, New York, 1893, en: Ob.Cit., t.2. p.193-195.
13 José Martí: “Los Cubanos de Ocala”, Patria, New York, 1892, en: Ob.Cit., t.2.p.50-51.
14 José Martí: Discurso en Steck Hall, 24 de enero de 1880, en: Ob.Cit., p.63.
15 Ver: Mañach, Jorge en: Ob.Cit., p.171-172.
16 José Martí: “La agitación autonomista”, Patria, New York, 1892, en: Ob.Cit., t.1. p.333.
17 José Martí : Discurso en Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1891, en: Ob.Cit., p.140
18 Ver: Loynaz del Castillo, Enrique. Memorias de la Guerra. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1989.p.80.
19 José Martí: “El lenguaje reciente de ciertos autonomistas”, Patria, New York, 1894, en: Ob. Cit., t.3.p.266.
20 José Martí: Ibídem., t.3.p.265.
21 Ibídem., p. 264.
22 José Martí: “Las Reformas en Cuba”, Patria, New York, 1894, en: Ob.Cit., t.3.p.426.
23 José Martí: Discurso en Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1889, en: Ob.Cit., p.100.
24 José Martí: Discurso en Hardman Hall, New York, 31 de enero de 1893, en: Ob.Cit., p. 195.
25 Alejandro Sebazco. “José Martí y el Autonomismo: Dos alternativas de la nacionalidad cubana”en: Ob.Cit., p.168-169.
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