miércoles, 21 de junio de 2017

Ignacio Agramonte: evolución y juridicidad

Por ARMANDO HART DÁVALOS 

La ocasión de recordar algunos aspectos de la apasionante vida de esta figura paradigmática de nuestra historia que fue Ignacio Agramonte nos muestra un ejemplo de pureza en su conducta personal y ciudadana y por su amor sin límites a la patria cubana. Asimismo, nos permite reflexionar sobre la impronta que ha dejado en la tradición jurídica de la nación cubana y en el proceso que condujo a la aprobación de la Constitución de la República en Armas el 10 de abril de 1869.

La mejor manera de hacer frente a los desafíos que estos inicios del siglo XXI han puesto ante nosotros es precisamente profundizando y enriqueciendo la conciencia histórica acerca de cómo surgieron nuestra nación, nuestra Revolución y nuestro Estado. 

Constitución de la República en Armas

El 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, liberó a sus esclavos y proclamó la independencia del país. Así, tras dilatada gestación, emergía la nación cubana. Casi seis meses después, el 10 de abril de 1869, en la Asamblea de Guáimaro, Camagüey, se proclamó la Constitución de la República en Armas. Fue un proceso antecedido de debates y contradicciones que culminó con la unidad de los cubanos que abrazaron la causa de la independencia alrededor de los principios jurídicos y políticos más avanzados de su época. Quedó plasmado un régimen de derecho en medio de la manigua redentora que contenía los más altos valores morales y políticos de la llamada civilización occidental. Ahí está la raíz de su importancia para todas las épocas.

En esa Asamblea, sobresale Ignacio Agramonte, un gigante de la palabra y del pensamiento que con sus 27 años fue uno de sus principales actores y del surgimiento de la primera República de Cuba en Armas. La Constitución allí aprobada, la primera de la nación cubana, proclamó la libertad del hombre de manera radical, convirtiendo a todos los habitantes de la naciente República –incluyendo a los antiguos esclavos–, en hombres enteramente libres. Ignacio Agramonte y Antonio Zambrano redactaron el texto de aquella Constitución, acordado con muy pocas enmiendas.

Allí en la Asamblea de Guáimaro fue donde, como señaló Fidel, tuvo lugar “aquel esfuerzo de constituir una República en plena manigua, aquel esfuerzo por dotar a la República en plena guerra de sus instituciones y sus leyes”.

Céspedes y Agramonte

En el período que precedió la celebración de la Asamblea de Guáimaro, se enfrentaron dos concepciones contradictorias acerca de cómo dirigir la guerra, representadas por Céspedes y Agramonte.

Céspedes defendía la idea de organizar y dirigir la guerra a través de una autoridad fuerte, centralizada en un jefe, con el objetivo de lograr, en el más breve plazo, la derrota de España. Agramonte abogaba por otorgar las máximas prerrogativas a una asamblea poco numerosa que reuniera a los mejores representantes del independentismo y con un pensamiento social muy influido por la Revolución francesa. Era partidario de la abolición inmediata de la esclavitud, la separación de la Iglesia del Estado y del establecimiento de una república federada. Rechazaba las concepciones de Céspedes por considerar que conducían a un militarismo dictatorial.

El texto de la Constitución aprobado en Guáimaro refleja un compromiso entre ambas posturas, aunque la corriente representada por Céspedes fue la que más concesiones hizo. Martí refleja lo sucedido del siguiente modo:

“El 10 de abril, hubo en Guáimaro Junta para unir las dos divisiones del Centro y del Oriente. Aquella había tomado la forma republicana; esta la militar. –Céspedes se plegó a la forma del Centro. No la creía conveniente; pero creía inconvenientes las disensiones. Sacrificaba su amor propio– lo que nadie sacrifica”.

El 10 de abril de 1869 cristalizó en Cuba una república que llevaba, junto a la grandeza de haber superado inicialmente estas contradicciones, los gérmenes de posteriores dificultades insalvables. Martí nuevamente con su análisis certero caracteriza la situación: “La Cámara; ansiosa de gloria –pura, pero inoportuna, hacía leyes de educación y de agricultura, cuando el único arado era el machete; la batalla, la escuela; la tinta, la sangre…”.

Y más adelante, refiriéndose a las mencionadas contradicciones que se desarrollaron posteriormente entre Céspedes y la Cámara apunta:

“Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente”.

Como podrá apreciarse, no es posible caracterizar la figura de Agramonte sin referirse a este debate de ideas.

Nosotros, los latinoamericanos y caribeños, desde el siglo xix empezamos a enriquecer el pensamiento liberal y a vincularlo a la abolición de la esclavitud y a alcanzar la plena independencia frente al colonialismo.
Nuestra revolución fue forjadora de la nación

Nuestra revolución fue forjadora de la nación, la de Céspedes, Agramonte, Maceo y Martí; la de Mella y el Directorio del 27 y el del 30, la de los fundadores del Partido Comunista, la de los héroes y mártires del Moncada, Girón y la Crisis de Octubre, la de los internacionalistas de las últimas décadas, la de nuestros Cinco Héroes. Nuestro liberalismo, el de Céspedes, Agramonte, y los demás próceres de la primera mitad del siglo xix, nos condujo a Martí, a Mella y a Fidel Castro, es decir, al pensamiento más progresista de la modernidad. 

Es importante destacar que si la República en Armas tuvo una Constitución del más elevado pensamiento democrático del mundo de su época, la neocolonial también recogió parte de esa tradición intelectual y moral en la Constitución de 1901, pero que fue mancillada por la imposición de la Enmienda Platt, ajena al espíritu de los constituyentistas.

Juan Gualberto Gómez ha quedado como el símbolo más alto de la Asamblea Constituyente de 1901 y de la oposición consecuente al engendro aprobado por el Congreso yanqui.

Asimismo, más tarde, durante la república neocolonial nuestro pueblo fue capaz de producir, en 1940, un texto constitucional que se situó en lo más adelantado de su tiempo. Es importante estudiar estos tres textos legales (1869, 1901 y 1940) porque en ellos se puede encontrar la evolución del pensamiento jurídico cubano antes de la Revolución, que precisamente sirvió de antecedente al proceso iniciado en el Moncada y continuado con la proclamación del carácter socialista de la Revolución.
respeto a la institucionalidad y a la Constitución como garantía de la continuidad del socialismo

Por eso hay que dejar bien claro en la conciencia revolucionaria del país que quienes mañana traten de quebrantar la ley, cualesquiera sean sus propósitos o motivaciones, provocarán la división en el pueblo y, por tanto, facilitarán la acción del enemigo. De ahí la insistencia del compañero Raúl en el respeto a la institucionalidad y a la Constitución como garantía de la continuidad del socialismo en nuestro país. En la recién concluida Cumbre de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe, el compañero Raúl reiteró el “compromiso de oponernos con firmeza a todo intento de desestabilización del orden constitucional en nuestros países’’.

La historia me absolverá

Todos estos temas se relacionan estrechamente en nuestros días con la defensa del Derecho y de la juridicidad. Por eso he venido destacando la importancia de nuestra cultura jurídica y de una tradición que tiene como punto inicial la proclamación de la República en Armas, en Guáimaro, el 10 de abril de 1869 y está jalonada por acontecimientos jurídicos de gran importancia como La historia me absolverá.

Aquel célebre alegato de autodefensa de Fidel ante el Tribunal de Urgencia se presenta en el nuevo milenio como el documento revolucionario más importante del siglo xx cubano, con alcance latinoamericano y mundial. Es el acta de nacimiento del período histórico de los últimos 50 años, es decir, de la Revolución triunfante en 1959.

En las actuales condiciones, la defensa de la ley y del derecho se ha convertido en la clave necesaria para abrir vías a un cambio social y para defender la propia existencia de la Humanidad.

La ruptura del orden jurídico internacional y el desprecio por las más elementales normas de la ética por parte del imperialismo y sus aliados, están en el trasfondo de los graves problemas que hoy enfrenta la Humanidad y que debemos afrontar sobre el fundamento del Derecho, la ética y la justicia con alcance y valor universales, que es lo que caracteriza la mejor tradición política y jurídica cubana.

Me interesa resaltar la enorme significación para la tradición jurídica de nuestro país y la trascendencia política, social e histórica de aquellos acontecimientos que condujeron al alumbramiento de la República en Armas. Asimismo, debemos exaltar también su sabiduría como jefe militar y la osadía en el combate, que le valió el calificativo de El Mayor, y por su amor cargado de poesía hacia Amalia Simoni. Es una historia que debía ser más conocida por nuestros niños y jóvenes.

El rescate de Julio Sanguily, protagonizado por Agramonte el 8 de octubre de 1871, será recordado siempre como un ejemplo de coraje y de inteligencia de los combatientes mambises de aquella guerra cruel y desigual. Rubén Martínez Villena, con la sensibilidad del poeta, nos presenta así aquel hecho: “ordenando una carga de locura/ marchó con sus leones al combate/ y se llevó al cautivo en la montura”.

Como conclusión, en la conciencia cubana están grabadas dos categorías esenciales que andan divorciadas en el mundo de hoy: ética y derecho. Ambas solo pueden alcanzar plenitud de desarrollo cuando se articulan entre sí y orientan la acción popular en búsqueda de un mundo mejor. Nuestro pueblo escogió el socialismo como la única posibilidad de garantizar el equilibrio social indispensable para gobernar, y lo hicimos porque con Martí aprendimos a creer en la vida futura y en la utilidad de la virtud.

cpl

No hay comentarios:

Publicar un comentario