viernes, 19 de febrero de 2016

Los «hijos de papá»


Autor: Rodolfo Romero Reyes, Alma Mater


 No recuerdo qué edad habré tenido yo cuando escuché por primera vez la frase: los «hijitos de papá». Sí recuerdo los contextos. Amigos o familiares hablaban de sus escuelas, diferencias sociales o recuerdos de juventud y hacían alusión a ellos, casi siempre de forma despectiva. «LaLenin siempre fue la mejor porque allí estudiaban los “hijos de papá”» o «A todos nos castigaron menos a él, por ser hijo de quién tú sabes», eran frases comunes. Aunque debo admitir que no siempre se referían en tono de reclamación: «Ella era una muchacha súper sencilla, para nada parecía ser “hija de…”».


Poco a poco, y con el paso del tiempo, entendí el significado de aquella frase que no aparecía en los diccionarios. «Hijos o hijas de papá»: dícese de los descendientes de alguien de la alta esfera pública: un intelectual destacado, un político, ministro, diputado, militar o funcionario de renombre.


El estereotipo dice que estos padres deberían tener mucho dinero, influencias, recursos (desde celulares modernos, computadoras, autos, etc.), salir por televisión, entre otros aspectos a considerar.


En mi caso particular, debo admitir, para mi desdicha económica, que siempre me he mantenido al margen del concepto. Mi madre y padre, ambos son graduados de técnico medio, excelentes trabajadores, mas siempre ganaron el salario propio de los obreros en Cuba. Por lo tanto, yo y mi hermano éramos hijos de papá y de mamá, claro, sin las comillas que entrañaba el otro concepto (las comillas y todo lo demás, valga la aclaración).


Uno podría pensar que esa desigualdad entre padres, genera en las escuelas determinadas diferencias. Ahora, después de ciertos análisis epistemológicos, he llegado a la conclusión de que esas diferencias no existen. En mi caso tuve la suerte de que en mis escuelas no había «hijos de papá». ¿Por qué? Porque los «papás» no viven en Guanabacoa.


Tiempo después, interactuando con otros amigos y amigas de municipios capitalinos como PlayaPlaza de la Revolución, descubrí que, al parecer, los «hijos de papá» asisten juntos a las mismas escuelas, que quedan cerca de sus casas o trabajos, lo cual resulta una bendición porque de esta forma tampoco se observan en el ámbito diferencias sustanciales.


En el pre y en la universidad el asunto toma otros matices porque los «hijos de papá» —y a veces «de mamá»— tienen ladas particulares, el último modelo de laptop que salió al mercado y mucho dinero para gastar en fiestas y en bares. Ahora incluso, después de enero de 2013, van de vacaciones a Europa, Estados Unidos y algún que otro país latinoamericano.


Ojo, tener todo eso no es para nada un delito. No por eso podríamos decir que son malas personas. Conozco a muchos que son inteligentes, buenos profesionales, personas solidarias y justas.


Por eso, desde hace mucho comprendí que no debía hacerles la guerra, sino tratar de entender a estos «hijos» y «nietos» para poder sumarme a su maquinaria y ser parte de. Mi primer análisis fue: debería hacerme amigo cercano de varios de estos muchachos y así disfrutar de sus recursos. Luego deseché el plan cuando me percaté de que mis mejores amigos obviamente proceden de mis mismas escuelas y por tanto, están en mi misma condición económica.


La segunda opción, de carácter literalmente utópica, es transformarme en «hijo de papá». Cuestión imposible por el simple hecho de que mis padres van a seguir siendo los mismos.


Por tanto, y en virtud de lo antes expuesto, mi nuevo plan, puesto en marcha desde enero de 2016, es convertirme yo en un «papá». De esta manera, mis hijos se ajustarán al concepto en discusión. Los llevaré a la escuela en mi carro, utilizarán la última tecnología y vestirán ropa a la moda. Serán los primeros «hijos de papá» que vivirán en Guanabacoa. Aunque, pensándolo bien, cuando logre mi propósito voy a mudarme para Siboney o para Nuevo Vedado y de esta forma contribuir a que en la escuela de mis hijos se mantenga determinada equidad social.



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