lunes, 8 de febrero de 2016

RETÓRICA


Por Eduardo del Llano, 


Según la prensa cubana, todas las provocaciones son burdas.



Es curioso, ¿no? Después de tanto tiempo provocando, el enemigo –el que sea, el norteamericano, el interno, la región del mundo con que estemos peleados en ese momento– debería cogerle la vuelta al negocio de las provocaciones, tener cierto know how, digo yo, ir logrando provocaciones cada vez más brillantes y refinadas. Pero no, son invariablemente burdas, esto es toscas, obvias, elementales. Esa gente no aprende. Con lo hábiles que son en otros ámbitos, y ya ves, resultan incapaces de lanzar una sola provocación decente. Y sin embargo, alguna vez tuvo que existir un modelo, digo yo,  una provocación ingeniosa y bien urdida con la cual comparar las que siguieron. Es evidente que ya no las fabrican como antes. Tendríamos que diseñarla nosotros, mostrarles cómo se hace…


Otra frase muy frecuente en la prensa y en discursos: hace más de veinte años. O los años que sean: el punto es que da la impresión de que nadie sabe calcular bien, y tiran la primera cifra que se les ocurre, siempre que cumpla el requisito de ser levemente menor que la cifra real. Requisito que, por otra parte, puede jugarte una mala pasada: cierto cantante hoy emigrado, en ocasión de ganar un importante premio en Japón, quiso dedicarlo a los muertos en Hiroshima hace más de… eh… de… perdonen, es que estoy muy emocionado… Pues haber sacado la cuenta antes, bróder, o haber dicho hace más de quince minutos para ir al seguro. Otra variante es en la Plaza se congregó más de un millón de personas. Bueno, pero ¿cuánto es eso? ¿Un millón y apenas diez personas más, o un millón ochocientas cincuenta mil? Si contaste un millón, ¿qué trabajo te da decir el resto con exactitud? Claro que puede que algunas personas no pusieran de su parte y se la pasaran entrando y saliendo de la Plaza, haciendo por consiguiente muy difícil la decisión de si se las consideraba o no en el guarismo final. Bueno, pues regáñalos y exígeles que se estén quietos, que una manifestación, aunque casi obligatoria, es una cosa seria.


 En la aristocracia de las frases sacralizadas por el uso en nuestros medios masivos campea por suerte estas manifestaciones negativas no son mayoría entre nosotros…  mira tú qué consuelo. Me están tratando mal, me están tirando a mierda, pero es reconfortante saber que se trata de una excepción y no de la regla; en otras palabras, que de veinte usuarios que reciben atención en un momento dado, sólo me están ninguneando a mí. Es increíble lo que el conocimiento de ese hecho puede hacer por tu autoestima. Otra aplicación del concepto: descubrieron a un administrador que robaba, pero por suerte los demás no son así. Qué afortunados somos, era ese crápula concreto y ya. Aunque, si lo piensas un poco, hasta el momento de ser expuesto a la luz pública el malhechor de marras era tenido por un funcionario ejemplar, tan ejemplar como los demás administradores. Es el tipo de cosas que te hacen dudar un poco, ¿no?


Ahora bien, mi favorita entre esas formulaciones es la que se refiere a errores que todavía subsisten. Todavía. O sea, que desaparecerán alguna vez; es más, ya deberían haberlo hecho, tendrían que haber tomado ejemplo de otros errores que se portaron bien y desaparecieron a tiempo y sonrientes. Por lo general, esos errores son además rezagos del pasado, y vienen rezagándose por más de medio siglo. Serán negativos, pero nadie puede negar que disfrutan de una vitalidad asombrosa. Cosas positivas como la carne de res o la posibilidad de que los profesionales de la salud puedan viajar libremente al extranjero han durado mucho menos. Con toda humildad sugiero que en alguno de esos laboratorios y centros científicos de la periferia habanera dediquen algo de tiempo y dinero a descubrir y aislar el principio activo de los errores, para aplicarlo más tarde a las cosas buenas y efímeras.


Retórica. Frases hechas, repetidas automáticamente, despojadas ya de todo sentido. Frases en las que nadie cree, y el que las escribe menos que nadie, pero que la prensa cubana no atina a expresar de otra manera. Palabras que no describen la realidad para una prensa que tampoco lo hace. Sucedáneos.


Mentiras.



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