SANTIAGO DE CUBA. Oscar Báez es el comunista más próspero del núcleo de jubilados
260-A. Cuando asiste a las reuniones no es el primero ni el último en hablar, por lo regular necesita que le pregunten, que lo pongan en situación. Pero lo que habla, digamos, no es muy diferente a lo que plantean los otros comunistas respecto a la agricultura o a la corrupción y la crisis de valores.
Su finca agroecológica de cultivos varios “La Amada” pertenece a la Cooperativa de Créditos y Servicios Roberto Macías, situada apenas a la salida de la ciudad de Santiago de Cuba: cocoteros, aguacates, habichuela entre maíz y quimbombó, sembrados intercaladamente porque tiene poco espacio.
Lo visitamos buscando una respuesta acerca del impacto del efecto El niño (los campesinos de la zona tienen prohibido regar por la sequía), pero según Oscar desde el desastre del Sandy, —principio según él del actual desorden climático-, no le había ido tan bien con los frutales. Desde noviembre del 2015 comenzaron a gotear mangos de los árboles, pero aún después del huracán hace dos años ya, los gajos comenzaron a florear y según Oscar “a parir” durante todo el año. Si para algunas personas esto es un síntoma siniestro, para él es una fiesta. Los frutos fuera de época no merman en sabor y calidad.
Nos pasea por la finca de una hectárea con ochenta partes de propiedad y otra 0,64 hectárea en usufructo, y nos muestra la tierra negra que se desgrana en su mano; nos dice que su futuro, tiene 63 años, está en los frutales: mangos, marañón, aguacate, para que no le atajen los 70 años con un azadón en las manos.
Ser talentoso y trabajador no implica el triunfo. Una finca de referencia, limpia y organizada no implica necesariamente solvencia. Para que el campesino sea solvente, dice Oscar, debe tener (y aquí resumo) además de un mejor clima, herramientas a precios que el terreno pueda pagar, un sistema jurídico severo que prevenga verdaderamente los robos, y el pago a tiempo, ya que si —calcula él— el Estado es capaz de distribuirlo a precios no-especulativos para que la gente pueda comprarlos, debe al menos preocuparse por pagar bien y a tiempo.
La última venta de Oscar fue en enero y todavía no ha visto pago, que por norma suele demorarse meses. Hace unas semanas —cuenta— fue a una reunión de la Cooperativa, y la mujer que debía hacer el trámite dijo que ya estaba el dinero depositado en el banco pero ella no lo había cobrado. “No hay interés en que llegue el dinero al productor”.
Con su brazo hinchado —es un problema circulatorio de nacimiento— nos señala cómo levantó este pequeño paraíso desde cero sin pedirle posturas a nadie, y que la mayoría de las faenas las hace “el trabajador”, un solo hombre, una sombra que pasa a veces de aquí para allá. “Un trabajador absoluto”, me dice Rafael, el jefe de núcleo del PCC al que pertenece Oscar.
Se llama Yaser y sabe hacer de todo: electricista, albañilería, manejar los bueyes, atender las parcelas, alimentar los animales. Es un joven de menos de 30 años, que habla poco, que le da vueltas a la hermana enferma de Oscar, que tiene dos hijos y dos hijastros, que vive con la sobrina de Oscar en esa misma propiedad. Todas las pulsiones buenas y malas que Yaser pudiera llevar dentro, se manifiestan en todo lo que es capaz de hacer con sus brazos. Este paraíso es el paisaje que sostiene por dentro a un hombre como Yaser.
¿Cómo y de dónde le llega la prosperidad a Oscar? La mayoría de los campesinos no son prósperos. La mayoría de las casas a la orilla de la carretera en el tramo Habana-Santiago dan cuenta de ello.
“Si te pones a ver es hasta una alcancía”, dice refiriéndose a la crianza de puercos. Gracias a esta alcancía viva, es que ha hecho su vivienda y dos casas más (prepara una cuarta). Oscar no es un hombre dado a filosofar, hay otra forma de conocer cómo piensa: situó las casas de sus familiares en el extremo de la propiedad que colinda con la carretera, “para evitar robos”, argumenta.
Junto al largo corral de puercos que atiende hay una cámara de biodigestor donada por una organización china: un tubo de lona plástica de unos 5 metros de largo, con un estimado de 15 años de duración. Este digestor (bacterias anaeróbicas que al accionar en excrementos expulsan gases combustibles) le permitirá, cuando esté terminado, poder generar gas para la cocción de alimentos, sustituir el método polutivo de quemar leña y así acercarse más a la doctrina ecológica, de la cual parece convencido.
Sin embargo, la entrega del biodigestor donado por el gobierno significa, para él, regresar al desafío de un convenio porcino con el estado. “Comenzó a darme pérdidas —explica—, alquilabas un camión para ir a buscar el pienso, y al llegar no había, y cuando había, muchas veces el pienso era de mala calidad. Me sucedió varias veces, e igual tenía que pagarle el viaje al camionero”. Oscar entregó una última producción antes de tiempo —le habían vendido un pienso húmedo, que podría acabarle en diarreas toda la producción— y decidió continuar solo.
Nos lleva hasta los límites de su propiedad, del otro lado de la cerca hay otro trozo de hectárea libre y sin cultivar. Sueña con tenerla, “porque es una lástima, fíjate”. La extensión de su terreno actual apenas le da cobertura en producción para pagarle al trabajador. Le pregunto cómo es que le paga entonces y responde que, a veces, con la moto. Con el vuelto de una permuta Oscar compró una moto que explota como taxi. Esa entrada diaria —valiéndose de un piloto— le sirve para vivir. Porque —acota— “no tengo un kilo en el banco”. Todo lo que gana debe retoñar.
La prosperidad de Oscar es modesta, las casas que ha construido, aunque de mampostería, tienen techo de zinc. No puede pagarse unos días de recreo en la Cayería Norte, señala la telefonía móvil como un gasto degradante. La producción que genera le permite, eso sí, ahorrar para comprar artículos como una nevera de 350 CUC (“el refrigerador es incómodo”) sin tener que pedírselo a nadie.
Con eso, más la idea de producir alimentos ecológicos para su autoconsumo y para la población, genera un círculo ético que incluye el valor del trabajo y su beneficio inmediato. Para el cubano medio que vive en la Isla, asumámoslo, esto es desconocido. Incluso en el imaginario de una buena parte de la diáspora, es poderoso el aliciente de llevar una subsistencia equilibrada en los límites éticos de la legalidad, con esto —que parece poca cosa— muchos sobrellevan la lejanía respecto a sus familiares y la renuncia a sus sueños vocacionales. Con buena parte de este ingrediente, diría Max Weber, se sostiene el capitalismo.
Podríamos asegurar que no todo lo que logra Oscar está en el límite de lo legal. Es difícil llegar a esa ecología moral, pero él se acerca bastante.
Foto de portada: Guillermo Salas
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