jueves, 25 de febrero de 2016

La investigación histórica fue el mayor éxito para el hallazgo de los restos del Che Guevara


Jorge González Pérez, uno de los forenses más reconocidos del mundo, es el médico legista que encabezó el equipo cubano que halló los restos de Ernesto Che Guevara el 28 de junio de 1997. Habló en La Habana, Cuba, con LARED21 y dio a conocer el proceso de búsqueda de los restos del guerrillero argentino y de otros 14 combatientes cubanos que lo acompañaron. El experto habló de lo que significan los datos históricos de los desaparecidos antes de comenzar a buscar cualquier tumba clandestina.



Georgina Mayo, Periodista en LARED21 y presentadora del informativo de la noche en TNU

Jorge González Pérez, hablando con LARED21 frente al Pabellón Eduardo Galeano, en la Feria Internacional del Libro de La Habana.







Jorge González Pérez, hablando con LARED21 frente al Pabellón Eduardo Galeano, en la Feria Internacional del Libro de La Habana.


Desde diciembre de 1995 Jorge González se internó en la selva boliviana para encontrar los restos óseos del Che Guevara, uno de los principales artífices del triunfo de la Revolución Cubana encabezada por Fidel Castro (1959). Jorge González recuerda con detalles su trabajo de búsqueda de los restos óseos. Explicó que Cuba se caracteriza por tener misiones de colaboración internacionalistas, y que en 1989 estuvo al frente de un grupo de antropólogos para identificar a más de dos mil cubanos que murieron en distintos países durante misiones militares y civiles. Le tocó ir a Angola, Mozambique y Nicaragua. Ese fue su antecedente.

González recordó en La Habana en entrevista con LARED 21 que el gobierno de Jaime Paz Zamora impidió en 1989 que cubanos ingresaran a territorio boliviano para buscar los restos del Che. Recién seis años más tarde, en 1995, con Gonzalo Sánchez de Losada frente a la presidencia de Bolivia el contexto político cambió. El presidente boliviano dijo que se investigaría el destino de los restos del Che Guevara para darle “cristiana sepultura” y decretó la creación de una comisión para verificar la información brindada públicamente por el general retirado Mario Vargas Salinas, quien advertía que los restos del comandante Che Guevara estaban en la pista aérea de Vallegrande, en el departamento de Santa Cruz.

Tuvimos 72 horas para compilar toda la información


En diciembre de 1995, Jorge González partió desde Cuba hacia Bolivia representando a los familiares de los quince guerrilleros que combatieron en Bolivia, entre ellos Ernesto Che Guevara. Previamente a encarar ese viaje-misión tenía 72 horas para compilar toda la información posible de los combatientes: fotografías, edades, sexo, raza, estatura, fracturas pasadas, dentigramas, anomalía al caminar, talle de la ropa.

Esta información previa- explica González- era imprescindible para facilitar la investigación. Relata que hasta le entregaron cabellos de Guevara que fueron cortados una vez que bajó de la Sierra Maestra y añade que cuando se resolvió que viajara a Bolivia, Guevara lo hizo pelado, con lentes, zapatos especiales para simular una estatura mayor y una prótesis sobre sus dientes para cambiar la conformación de su rostro.

González recuerda que viajó solo desde Cuba “porque allá estaba el Equipo Argentino de Arqueología Forense”. Hacia fines de 1995 se hallaron las tumbas clandestinas de tres combatientes pero aún faltaba encontrar la tumba de otras doce personas, entre ellas, la de Ernesto Che Guevara. El médico legista cubano recuerda que “llegó fin de año y los argentinos se fueron a pasar las fiestas a su país” y agrega que “el grupo volvió el 8 de enero de 1996”. Mientras, Jorge González se contactó con la Asociación de Familiares de Desaparecidos Bolivianos presidida por Loyola Guzmán, la activista de derechos humanos había acompañado la guerrilla del Che en Bolivia.
González subraya que “logramos encontrar a la persona que hizo la fosa donde se enterraron los restos del Che Guevara y dijo que no sabía para qué era”.



“Cuando haya algo nuevo nos avisan”


A finales de marzo de 1996, el Equipo Argentino de Antropología Forense decidió irse de Bolivia “porque no había un estudio histórico hecho”, dijo González a LARED 21. Explica que lo ideal es tener ese estudio antes de iniciar la búsqueda pero “nosotros debimos involucrarnos en forma abrupta porque había que aprovechar el contexto político dado por el gobierno boliviano”. González relata que “los argentinos decidieron irse y dijeron que cuando hubiera algo nuevo que les avisaran”. Describe que “la búsqueda fue errática en su primera etapa”, aunque agrega que aun así se halló “una cuarta tumba clandestina” de uno de los combatientes que acompañaron al Che.


Lo cierto es que a fines de marzo- resume González- “todo el mundo se fue y quedé junto al antropólogo cubano Héctor Soto y otros especialistas de mi país, entre ellos geofísicos e historiadores”, encabezando la misión de búsqueda de los restos del Che y el resto de los guerrilleros. Ese grupo de cubanos resolvió dividir Bolivia en dos grandes áreas: al norte del Rio Grande donde operaba la VIII División del Ejército Boliviano y al sur, donde operaba la IV División. González relata que los cubanos sabían que “la guerrilla se movía a lo largo del Rio Ñancahuazú- que se extiende unos 150 km- y a lo largo del Rio Grande que se extiende unos 200.  El médico legista al mando de la misión armó un proyecto de investigación científica con un protocolo que incluía componentes históricos, antropológicos, geofísicos y de prospección del suelo, que se instrumentó durante 1996. González dice que como lo más probable era el dato de la pista aérea, investigamos hasta el origen de su construcción para “vincular la geología con la historia”. Así, pues, dividimos los diez mil metros cuadrados de pista aérea en sectores. Se hicieron doce cuadrantes teniendo en cuenta un solapamiento para que siempre hubiera en común un tramo de un cuadrante con el contiguo. Hicimos más de dos mil perforaciones en la pista. González sostiene que “el mayor resultado o éxito que tuvo la búsqueda de los restos del Che en Bolivia fue la investigación histórica”. Desde que había muerto el Che, en Cuba se habían reunido “13 versiones sobre los destinos posibles de Guevara” y en poco más de un año en Bolivia “recogí otras 88”. González cuenta que hicieron un estudio científico de búsqueda de información y que clasificaron las respuestas de los entrevistados entre las versiones dadas por la gente que habitaba la zona de Vallegrande y la gente que no pertenecía a ese lugar cuando ocurrieron los acontecimientos. Se clasificaron, además, las respuestas provenientes de militares y de civiles.


González indica que “establecimos una diferencia significativa entre ambas porque los militares tenían como objetivo la desinformación”. El grupo de cubanos en Bolivia hizo más de mil entrevistas pero trescientas de ellas resultaron las más verosímiles. González apunta que esas entrevistas también fueron clasificadas en función del nivel de participación en las acciones militares que llevaron a la muerte de los guerrilleros y en la credibilidad de esas personas. “Llevaban diez puntos quien había enterrado a los guerrilleros y también los llevaba el chofer de quien enterró a Guevara y al resto”. González agrega que “es claro que el chofer no participó en el enterramiento pero fue hasta el lugar y por eso tenía la máxima credibilidad para nosotros”. El que desinformaba llevaba cero punto. Los números intermedios en esa escala se referían a quienes no estuvieron en el lugar pero “estaban vinculados con los oficiales, como por ejemplo sus esposas”.



La zanja donde estaban los restos del Che


Se hizo entonces una base de datos. Se trató de establecer el día que desapareció el Che, quiénes estaban físicamente en Vallegrande y adonde estaban los oficiales de guardia y su nivel de visibilidad con respecto a los lugares de búsqueda. “Tú puedes estar en el terreno de un partido de fútbol pero cuando se produjo el gol capaz que te picó un mosquito, te agachaste y no viste el gol”. Es decir, “se puede estar en el lugar y no ver necesariamente lo que sucede”. González sostiene que “la gente te narra lo que no vio y por eso en medicina legal diferenciar esos relatos es muy importante”. Gracias a la información recabada “escribimos lo que pasó con el Che y con los otros 14 guerrilleros”. González comentó que supieron que “el Che estaba junto a los otros combatientes en la zona de la lavandería del hospital. Que en la noche, en ese pueblo (Higueritas) se apagaba la luz a las 22 horas y fue cuando los militares se llevaron sus cuerpos en un camión”. Y siguió: “supimos, además, que los militares abrieron una zanja con un tractor”.


González detalla que buscaron cuántos tractores tenía el Batallón de Ingenieros. Tenía uno solo y encontraron a quien lo había conducido esa noche, calculamos la estatura del hombre para conocer qué veía y que no cuando estaba sentado en el tractor haciendo la zanja para el enterramiento. Calculamos el ancho de la fosa y nos dijimos que tendría que tener unos 4 metros de ancho porque la pala medía 3,20 metros y nunca pasaba exactamente por el mismo lugar. Calculamos que la fosa tendría unos 2 metros de profundidad y unos 15 de largo por la medida del tractor”. González levantó un poco su tono de voz para concluir: “lo que buscábamos no eran los restos del Che sino el lugar de la pista aérea de Vallegrande donde había una zanja de 2 metros de profundidad, por 15 de largo y 4 metros de ancho y eso lo logramos saber-relata aliviado- en junio de 1997, ese día logramos saber dónde estaba esa zanja tapada”.



El Che fue enterrado con su uniforme


González subraya que “logramos encontrar a la persona que hizo la fosa donde se enterraron los restos del Che Guevara y dijo que no sabía para qué era”. El 26 de junio de 1997 la estrategia fue abrir una fosa en la zanja hallada. Se abrió otra fosa a la izquierda pero luego supimos que los restos del Che estaban en la fosa que finalmente hicimos a la derecha. González describió cómo en la fría noche del 27 de junio el Jefe de Seguridad del Estado nos recordó que teníamos dos días para terminar los trabajos. Para Jorge esa fue una señal positiva: “El hecho que nos avisaran que teníamos poco tiempo significaba que estábamos cerca. Alguien estaba viendo qué hacíamos”. Al otro día era sábado y continuamos el trabajo con máquinas de una empresa que ese día construían un alcantarillado. La tumba clandestina del Che estaba a 167 cm de profundidad en la fosa. La pezuña de la máquina enganchó el cinto del Che y así salieron las osamentas. El Che había sido enterrado con su uniforme, pero sin zapatos.


En el momento del hallazgo estaba con el antropólogo cubano Héctor Soto y un camarógrafo del Ministerio del Gobierno Boliviano, el tractorista y mirando desde arriba alumnos de una escuela. “Los argentinos se habían ido desde marzo y no estaban. Los primeros de ese grupo llegaron el 1º de julio de 1996. Le avisamos para que vinieran”.


González dijo que para “nosotros su experiencia era importante” además de que ellos se fueron con el compromiso de que cuando “aparecieran los restos óseos volverían”. En la fosa donde finalmente fueron hallados los restos del Che-continúa González-, se encontraron, además, los restos de otro de los combatientes. González contó que se quedaron en la noche con la fosa abierta como custodia.



El ADN no fue necesario


Para saber que el Che era quien estaba enterrado en esa fosa inicialmente no fue necesario practicar ADN. González explicó que tenían información de la morfología de la frente del Che, quien tenía unas prominencias muy importantes y que le faltaba un molar. También sabían que luego de muerto le habían cortado sus manos. González recuerda que el antropólogo Soto tocó el hueso de la frente y que también verificó la falta del molar y de esa manera se dieron cuenta que, sin duda, esos restos eran los del guerrillero asesinado en Bolivia. González y el resto del equipo realizaron la exhumación y recuerda que por seguridad vivió- hasta su traslado a Cuba- “en la morgue del Hospital Japonés” ubicado en Santa Cruz de la Sierra. También por seguridad “para el traslado de los restos” pidió ayuda a los periodistas” para que registraran los hechos “porque podían secuestrar los restos hasta por dinero”, cuenta González. Salí al aeropuerto con una caravana de seguridad.



“Es ilógico excavar sin saber a quién se busca”


González se explaya en cuanto a la identificación de los restos hallados en Vallegrande. “Consideramos que no teníamos necesidad de ADN” pero de igual manera “lo realizamos para saber qué nivel técnico teníamos. Yo tenía la certeza absoluta de que era el Che. No hay dos personas que puedan tener la misma posición de los dientes”. LARED 21 consultó sobre qué experiencia podría trasladar al grupo de personas que en Uruguay están vinculadas a las excavaciones para encontrar restos de detenidos desaparecidos durante la dictadura. González explica que en su experiencia personal “lo más importante es el trabajo histórico que te da la certeza de cómo desapareció la persona, qué lesiones pudo tener antes de su muerte, elementos de identidad… para saber qué buscar. Lo que no tiene lógica es de excavar sin saber a quién se está buscando”.


González relató que en Bolivia no era conocido y mucha gente no respondía a sus preguntas por falta de confianza. “Paulatinamente logré persuadir”, asegura. De aquellas trescientas entrevistas más creíbles, González indicó que al final trabajó la versión número uno que decía que el Che estaba enterrado, contradiciendo la versión de que había sido incinerado y sus cenizas esparcidas en la selva boliviana, que estaba en Virginia, EEUU, en sótanos de la CIA o que estaba en Panamá.


La versión que trabajamos era que la que indicó que la tumba clandestina estaba “en la parte posterior del cementerio en la zona del aeropuerto”. González indica que esa versión explotada se conformó como si fuera un ‘puzzle’ porque no hubo una única persona que señalara eso, sino varios testimonios que conformaron el relato que resultó más creíble. González sostiene que es imprescindible discriminar la validez de los testimonios.


(*) Jorge González Pérez es director de docencia del Ministerio de Salud Pública de Cuba, coordina la formación de las Universidades de Ciencias Médicas de Cuba. Fue Director del Instituto de Medicina Legal de La Habana y Rector de la Facultad de Ciencias Médicas de La Habana.


Artículo de Georgina Mayo. La Habana, Cuba.



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