viernes, 19 de febrero de 2016

Pesaje, sí; pero y la honestidad qué


Para dar el peso exacto de un producto se requiere de equipos de medición en buenas condiciones, pero para que el vendedor no robe se requiere de algo más...

Por Alfredo Martirena Hernández / Cubahora)



En los primeros años de la Revolución, cualquiera tenía un arma de fuego. Cuando aquel Colt calibre 32 fue puesto en mis manos para saciar mi curiosidad, el precavido, que nunca falta, regañó: no jueguen con eso, que se les puede ir un tiro, a lo cual repliqué: no se disparará porque no está cargada. Creyeron que lo sabía por el peso, y me quitaron el revolver y volvieron a dar dos veces más, y siempre acerté a adivinar si tenía municiones o no, lo cual fue por obra de la casualidad y no de que lo supiera por los gramos de más o de menosdel artefacto.


Como mi niñez transcurrió en una bodega en la cual dedicaba un tiempo a atender a los clientes, se corrió la voz de que yo era una especie de pesa humana, lo cual era falso, pero quienes lo desconocían, me consultaban, y en par de ocasiones quiso la casualidad que diera en el blanco: en una, “aseguré”: le faltan dos onzas para cinco libras; y en otra: con una onza completas las dos libras.


En este contexto de medir y pesar con jarras, pergas, potes, vasos y latas, no dudo que realmente alguien pueda tener tales facultades que ni lejanamente poseo, pero de lo que sí estoy seguro es de que cuando antes de 1968 los bodegueros le vendíamos una libra de algo a un cliente, estaba con sus 16 onzas (460 gramos), y no era exclusivamente porque con frecuencia comprobábamos si la balanza estaba o no al fiel, y en caso necesario, le hacíamos las correcciones con pedacitos de plomo.


Claro que no eran momentos como los de hoy en que las posibles víctimas colocan rejas a las puertas, ventanas, patios y portales para autoencerrarse y dejar al aire libre a los delincuentes. Se trataba de años en que se parqueaba un auto por doquier, y al recogerlo después de un tiempo, estaba intacto. Y por supuesto, no había lo que actualmente llaman “balanza de comprobación” para detectar si el vendedor robó o no.


Muy bueno que se adquieran equipos de cuantificar pesos y volúmenes, que les den mantenimiento periódicamente y reemplacen los defectuosos, y también resulta digno de elogio un cuerpo de inspectores en cantidades suficientes y respaldados efectivamente por disposiciones legales, pero… a la altura en que ya están el delito, las indisciplinas sociales, el robo y la corrupción, no es descabellado poner en duda que le agregarán artimañas a las existentes: colocar la balanza debajo de un ventilador de techo, echarle agua a las carnes, adicionar envoltorios, distraer al cliente para que mire hacia otro lugar y no a la pesa, mezclar los productos de inferior calidad para cobrarlos como si fuera todo de primera… La lista no es corta.


Mejor todavía será que al comercio minorista lleguen los productos envasados y embalados herméticamente, lo cual es una garantía de higiene y exactitud en cuanto a cantidades, pero el asunto no es únicamente de infraestructura material, pues la solución definitiva será cuando esté completo, más bien sobrante, un producto intangible como la honestidad.



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