No voy a hablar de aciertos estéticos (que los tiene) en Latidos compartidos, sino de asuntos que se dramatizan, en mi opinión, con matices adecuados. Bajo la dirección de Consuelo Ramírez y Felo Ruiz, con un guion de Amilcar Salatti, Gabriela Reboredo Iglesias, y Yunior García Aguilera, la obra ha ganado televidentes y provoca debate.
Uno de los temas que miro detenidamente es el de la mujer testigo de Jehová (Magdalena, interpretada por Loreta Estévez Canto), que no tiene un tratamiento ni despectivo, ni irónico.
La creyente se sumerge constantemente en contradicciones, desde sus relaciones sexuales hasta su obsesión de bautizar a un hijo adolescente, que, enamorado, no quiere reaccionar al placer por un bautizo, para el que no ha sido preparado.
El marido (Martín, actuado por Jorge Luis Fernández Treto) insistente en su necesidad erótica, cambia la actitud cuando su esposa conoce que padece de cáncer. Las contradicciones en ese núcleo familiar no se que solución tendrán, porque, además, Martín es un ex -recluso tratado con toda naturalidad, tal y como se le pide a la población que interrelacione con hombres y mujeres que cometieron algún delito y ya “pagaron” su deuda.
Hace años una siquiatra a la que admiré mucho, ante actitudes homofóbicas me decía “la gente no se da cuenta que el homosexualismo no es ni bueno, ni malo, sencillamente es”. Creo que bajo esa premisa se trabajó el guion y la dramaturgia de Latidos… Rogelio (Alberto González Corona) y Fabián (Luis A. Batista Bruzón) son no un par de gays, son una familia, su comportamiento no se acerca para nada al amaneramiento caricaturesco.
Con buenas relaciones de amistad y respeto con sus amigos, la pareja se enfrenta a la homofobia raigal de Macario (Manuel Porto Sanchez, de nuevo una buena actuación), padre de Rogelio que duda, más que eso, teme decirle a su padre que Fabián es su pareja, no su amigo. Esta actitud de presentar a los jóvenes en una actitud ética, que se enfrentan al sufrimiento ocasionado por Macario, hará que cuando este reconozca (así lo espero) que debe no tolerar sino aceptar a su hijo, los televidentes –al no ser algún retrógrado- aplaudirán ese reencuentro humano.
Darío, defendido por Alejandro Cuervo Aguiar, es ¡al fin ¡ un médico de carne y hueso: se enamora de una paciente que tiene al marido en estado de coma, por un accidente en el que intervino el propio Darío. Generalmente, los médicos en la televisión cubana son impolutos, este actúa como lo que es: un hombre que sucumbe ante el amor.
Otro aspecto novedoso es que el guion abarca dos paladares Vereda y Tropical (ese era el titulo, pero no lo pudieron usar por derecho de autor) en las que se ve eso que se llama cuenta propismo, que no se rige por el modo estatal cubano y que hasta ahora en un alto por ciento da buenos resultados.
Las dueñas de los establecimientos Luz Marina (Ariana Álvarez) y Tamara Morales (Omayda) representan dos puntos de vista distintos de ver la vida, aunque las dos estén enamoradas del mismo hombre, el abogado Maikel Yunior (Leonardo Benítez), y en sus vidas amorosas una es “honrada” y otra “casquivana”. Pero las dos exigen por igual el cumplimiento de sus empleados, “luchan” los abastecimientos e incluso compiten con la contratación de músicos para amenizar los locales.
En la propia relación con Maikel en ningún momento se habla de que es un negro y Omaida es blanca. Como escribí en algún momento no hay mejor mensaje antirracista que las manos blancas, acariciando, arañando la fuerte musculatura negra del hombre que posee a la mujer.
Luz Marina es voluptuosa, libre en sus relaciones, rasgos que ofrece convincentemente Ariana Alvarez, y que tiene un misterio con su embarazo. Habrá que esperar si este personaje sigue siendo un cascabel o en algún momento Ariana enseñe el rostro de alguien que parece no poder parir.
Hay otros dos tipos que resultan no comunes: el delincuente de cuello blanco Pedro Pablo (Ulik Anello Sánchez) y el buscavidas Buey de oro (Jorge Martínez). El primero es proxeneta, mentiroso, abusador, irrespetuoso con su esposa, en fin, un Lucifer envuelto en una tez blanca y el segundo en verdad juega a la ilegalidad pero es un buen tío, buen jefe, caritativo y noble, a pesar de su lenguaje ambientoso.
En fin. creo que latidos que comparto (aunque no me gusta el título) es una buena entrega para ese espacio que se debe respetar en nuestra tv: el mensaje de Rogelio y Fabián es más efectivo que decenas de cuartillas que se escriban en pro de que se imponga la aceptación con los personas de diferentes opciones sexuales. Y bueno, volveré sobre Latidos… hay otros aspectos a tener en cuenta.
(Tomado de Portal de la televisión Cubana)
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