miércoles, 17 de febrero de 2016

Mitos, mitomanías y mistificaciones


Por Juan Nicolás Padrón


 Todo mito se relaciona con narraciones maravillosas que condensan una realidad humana permanente en el tiempo y de alcance planetario; asociados a personajes o temas sagrados y heroicos, su sentido puede presentarse fuera de la divinidad y lo épico. El mito, que a veces se entiende popularmente como engaño, posee una base objetiva, condición que lo hace creíble o atractivo para ser creído; pero en ocasiones, la fantasía sobrepasa tanto lo factual, que se convierte en una tendencia casi morbosa a desfigurar la realidad, simplificándola o reduciéndola al ángulo sobre el cual se quiere llamar la atención: entonces el mito se mistifica y la realidad queda apresada, inmóvil, en estereotipos. Los pueblos contribuyen a crear mitos y estereotipos, y cuando dos naciones tienen una larga historia de enfrentamientos, la mitomanía abunda por la frecuencia en que se encadenan mitos y prejuicios, y si se cultiva en una cultura la exageración o la hipérbole, como resulta en la cubana, el proceso de mistificación se acelera.


Cuando a Cuba llegaba ―¿llega?― un norteamericano, se pensaba en “un agente de la Cia” o un pagado por una organización encubierta del imperialismo “para subvertir el orden u obtener información valiosa”; ante cualquier pregunta curiosa se respondía ―¿se responde?― con suspicacia duplicando el habitual “secretismo” sobre informaciones que pueden encontrarse en cualquier sitio; en algunos casos, la cuestión se aproximaba ―¿se aproxima?― a la paranoia. Asimismo, si un cubano visitaba ―¿visita?― a Estados Unidos en compromiso profesional o académico, estaba ―¿está?― sometido a la sospecha de ser “un agente de la Seguridad del Estado que viene a espiar al gobierno norteamericano”; incluso, si decide quedarse allí, deberá lavar sus posibles culpas de la Isla en el Jordán de las declaraciones públicas antigubernamentales, y vincular las razones por las que se queda, no a cuestiones personales, sino al “régimen” ―dicho así, con énfasis: “rrrégimen”― y a Fidel y a Raúl, culpables de cuanta cosa sucede en Cuba, desde contraer el Sida hasta no saber enfrentarse a alguien que le hizo la vida imposible. Algunos mitos de la mitomanía se llegan a mistificar: todo el que llega a Cuba de los Estados Unidos debe representar al “imperialismo yanqui”; todo el que pisa suelo norteamericano desde la Isla, está vinculado al “castrismo”.


También se mitologiza la condición social: “todos los norteamericanos son ricos, casi millonarios, y por lo tanto, tienen todo el dinero del mundo para botar, gastar, dar propinas, dilapidar…”; no resulta posible creer que algunos ahorraron mucho tiempo para viajar y tienen el dinero contado, y si alguno no malgasta, es un “tacaño”; en sentido contrario, “todos los cubanos son unos indigentes, unos muertos de hambre”; tampoco se concibe que algunos vivan holgadamente y hasta con riquezas, por lo que si trabajan o realizan algún servicio hay que pagarles poco, muy por debajo de lo normal, pues “los cubanos se contentarán con un plato de comida o alguna ropa, eso sería suficiente para ellos”, y el que no lo acepta es un “malagradecido”. Hay la tendencia a pensar entre muchos cubanos que los Estados Unidos son Miami, o quizás Hialeah; y entre norteamericanos, que Cuba es La Habana, y a veces, los alrededores del hotel donde se alojan; por ahí ambos sacan sus conclusiones de cada país. Otro mito muy popular es la apariencia física: “los que vienen de los Estados Unidos son rubios, blancos lechosos, de ojos celestes” y ropas “características”, no hay trigueños de ojos negros como los chicanos, ni negros como los llamados afroamericanos, pues no existen ciudadanos de allí con otro aspecto que no sea el tipificado por las “características”; por otra parte, si son de Cuba, entonces los de allá están convencidos de que deben ser “negros, mulatos o mestizos”, vestidos con el “uniforme” de muchos cubanos miamenses.


Generalmente entre cubanos se considera que los norteamericanos son más “mundanos” y menos “provincianos”, y hay una idea generalizada de que no son rurales o ruralistas; parecería que solo viven en populosas ciudades ―aunque una buena parte no habiten esas grandes urbes, algunos no las hayan visitado nunca y ni siquiera tengan interés en conocerlas―, que suelen dominar temas que aquí resultan evidentes y que por su diversidad aceptan con frecuencia la posición del “otro” ―imposible creer que los haya muy nacionalistas, a veces localistas, pues es el país que más banderas tiene por kilómetro cuadrado: desde sus abundantes iglesias hasta viviendas. Para muchos de los estadounidenses, los cubanos no están al tanto de los avances de la tecnología, apenas conocen películas y músicas de moda, son muy “atrasados” ―quienes así piensan no tienen la menor idea del “paquete semanal”, ni se imaginan la necesidad de conocimiento en un pueblo que desde hace muchos años vive sin analfabetos y con un alto grado de escolarización―; nos acusan con frecuencia de “nacionalistas” porque  en sentido general tienen un vínculo estrecho con su cultura y defienden con pasión su derecho a la independencia y a la soberanía: eso es ser “nacionalista” para algunos de los que piensan bajo ciertos mitos, aunque esta Isla sea una de las naciones más abiertas al conocimiento en el mundo.


Mientras mayor es el desconocimiento sobre Cuba, de la mitomanía se pasa con mayor facilidad a la mistificación. Una sistemática y prolongada propaganda política contra la Isla en los medios norteamericanos, ha provocado un envenenamiento muy arraigado en diferentes tipos de públicos, que aseguran que aquí Fidel, y ahora Raúl, deciden absolutamente todo lo que se mueve en el país, desde la compra de la pasta dental hasta la decisión de vender el tomate a 25 pesos la libra en el mercado, y estas convicciones han sido reforzadas por las pésimas políticas informativas cubanas, también demasiado prolongadas y sistemáticas, y el abismo creado entre lo público y lo que se publica; en esas condiciones, imposible convencer a nadie de que en Cuba los poderes están repartidos, aunque a veces mal compartidos, incluso en ocasiones en un sentido contrario a como generalmente se propagandiza, y frecuentemente desperdigados, pues el famoso control “totalitario” del que tanto se habla, aquí está multiplicado mil veces por la apariencia en relación con la realidad, y no pocas veces se esconde la negligencia entre maquillajes de eficiente vigilancia. Por otra parte, quienes se imaginan un país en que nadie puede criticar nada contra las decisiones del gobierno, cuando llegan se encuentran con el pueblo más hablador, protestón y “bocón” del mundo.


Por el contrario, el “sueño americano” ha hecho creer que sus “valores universales” garantizan un estado de bienestar y felicidad suprema, añorado por cualquier ciudadano del mundo; sin embargo, la realidad demuestra que el sueño puede convertirse en pesadilla, sobre todo para los pobres, que nunca salen en los medios y permanecen ocultos trabajando en una sociedad bajo una nueva esclavitud: trabajas y compras, vives para trabajar y consumir, trabajas para comprar y compras para consumir, incluso lo que no te hace falta. Y hay más: leyes caprichosas e injustas, como las que rigen las deportaciones, muy difíciles de anular a pesar de las inconformidades hasta en el propio Congreso; ciudadanos bajo una vigilancia tecnológica sutil y total, sin que nadie se dé o quiera darse cuenta; enemigos reales o ficticios que acechan de manera constante y terrible, en imágenes que manipulan el miedo e inducen al pavor para mantener la maquinaria y la hegemonía militar ―con 18 años un adolescente ha visto 40 000 asesinatos frente a la televisión, dominada por 6 poderosas corporaciones, sin contar video-juegos en los que gana quien más mata―; una población penal que es la más alta del planeta ―el 25% de los presos del mundo están en los Estados Unidos, una gran parte negros y latinos―; la mayor cantidad de armas de fuego del orbe y con la Policía que más asesinatos ha ocasionado, pues no hay otra con igual cantidad de muertes a ciudadanos en un año, incluso adolescentes; gastos de salud pública que van a parar al bolsillo de los negociantes; más del 30% del total de los alimentos que se botan ―unos 50 millones de toneladas al año―; el récord en el consumo de drogas ilegales y antidepresivos... No obstante, se pretende hacer creer que los Estados Unidos son el reino de la felicidad, con todos los derechos humanos garantizados.


Mitos, mitomanías y mistificaciones se reproducen tanto en Cuba, por su ineficiente política informativa, como en los Estados Unidos, debido a lo contrario, por su eficiente política informativa. Estas políticas se ponen de manifiesto de diferentes maneras: para muchos en Cuba, el país, la nación y el gobierno son lo mismo; los indígenas latinoamericanos son siempre pobres y de izquierda, nunca ricos, de derecha, conservadores o reaccionarios; todos los estudiantes que vienen a hacer carrera de Medicina a la Isla se irán a ejercerla a los lugares más pobres; Rusia sigue siendo casi la URSS, y hasta confunden a Putin con Brezhnev; los enemigos de mis enemigos son mis amigos... y así sucesivamente; quizás por esa razón, no encuentran muchas explicaciones cuando se rompen algunos mitos. Mientras que para algunos norteamericanos, el universo son los Estados Unidos y no hay por qué pensar que alguien no los quieran imitar; todos los árabes son terroristas porque es su naturaleza, potenciada por la religión musulmana que estimula la violencia; toda medicina que el Estado paga es dinero botado que se les quita a los que trabajan para dárselo injustamente a los que no trabajan, con el consiguiente alimento a la corrupción; toda la política exterior de Rusia, el enemigo principal de los Estados Unidos, es para amenazar a la nación norteamericana, y es imposible que exista la cooperación con ellos; los enemigos de mis enemigos son mis amigos… y así sucesivamente; de esta forma, se encuentran sin argumentos cuando la realidad les demuestra otra cosa.


Siguiendo los mitos entre Cuba y los Estados Unidos, según muchos norteamericanos, a los cubanos no los dejan salir del país, viven como en una cárcel, y los que logran “escapar”, pasan muchos trabajos para llegar a “la tierra prometida”; sin embargo, los ciudadanos norteamericanos son los más libres del mundo y pueden viajar a cualquier sitio cuando quieren. No sé qué sucederá cuando se enteren de que desde hace mucho tiempo la inmensa mayoría de los emigrados cubanos son puramente económicos ―como ocurre en el resto del mundo―, que pueden salir tranquilos y legalmente por el aeropuerto si deciden marcharse legalmente, si obtienen una visa para cualquier país, como exigen las normas internacionales, y, claro, si cuentan con el dinero para pagarlo, que es menos fácil ―como ocurre en el resto del mundo― ; que mantienen una aspiración de llegar a los Estados Unidos donde tienen a muchos familiares, alentados por la Ley de Ajuste Cubano ―ahora, con el rumor de que están a punto de derogarla, el afán se ha multiplicado―, un privilegio otorgado que ofrece a los naturales de la Isla protección, trabajo y vías para obtener la ciudadanía, y que a otros extranjeros se les niega. No me imagino qué pensarán cuando sepan que los ciudadanos norteamericanos que no cumplen una docena de categorías  ―que excluyen el turismo― para viajar a Cuba, no pueden hacerlo. La Ley de Ajuste Cubano garantiza el falaz argumento de “refugiado político” y estimula la emigración ilegal; al mismo tiempo, se “regula” la entrada a la Isla de norteamericanos, aunque se mantiene con una publicidad muy baja para que sus ciudadanos sigan creyendo que pueden viajar en libertad a donde se les ocurra: se trata de mistificaciones complicadas, insostenibles y absurdas para mantener vivos mitos propios de la Guerra Fría. ¿Qué sucederá cuando arriben más y más estadounidenses a la Isla?


Será imposible mantener tantos mitos en un futuro inmediato, con las crecientes visitas de norteamericanos aquí y de cubanos a los Estados Unidos. Sería risible pretender enraizarlos ante el desarrollo vertiginoso de las comunicaciones y los contactos personales que facilitan el acceso a la información, pues cada vez será más diversa y compleja la opinión del “otro” y menos creíble la información vertical de “esclarecidos orientadores”. La sabiduría milenaria de la Biblia ya nos había dado una clave: “Ve y mira”.





Juan Nicolás Padrón

Por Juan Nicolás Padrón

JUAN NICOLÁS PADRÓN (Pinar del Río/Cuba, 1950): Poeta y Licenciado en Filología y especializado en Lengua y Literatura Hispánica. Posee postgrados en Filosofía y Lingüística, además de Cursos de Pedagogía y Sicología. Actualmente es Investigador del Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas de Cuba. También ha sido Director de Literatura del Instituto Cubano del Libro; Director de la Editorial Letras Cubanas y Subdirector de la Editorial Casa. Su desempeño en el ámbito de las letras lo ha desarrollado como editor, profesor, jurado, poeta, ensayista, coordinador de encuentros literarios y artísticos, prologuista, articulista, antologador y conferencista en distintos países como Cuba, España, México, Argentina y Canadá. Ha participado en la Ferias Internacionales del Libro de Cuba, Ciudad de México, Guadalajara, Buenos Aires y Santiago de Chile. Su obra poética se encuentra en la edición de los siguientes libros: "El polvo finísimo del tiempo" 1983; "Desnudo en el camino" 1988; "Peregrinaciones" 1991; "Crónica de la noche" 1995. Su última publicación es el ensayo sobre la identidad cubana "La Palma en el Huracán" (Ediciones Rodriguistas, Santiago-Chile 2000).



1 comentario:

  1. Excelente articulo, es un deleite conocernos y no, enfrentarnos a las nuevas perspectivas confrontando las viejas problematicas, el ser o no ser en tiempos de "reconciliación".

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