Un inspector bien plantado, que luego de analizar pedazos de ladrillos y otros remanentes sea capaz de averiguar de dónde proceden (¿quién construye, quién tira sin escrúpulos?), llegue hasta la casa del irresponsable y con la contundencia de un cañonazo le haga saber que tiene una multa irrevocable.
Multa ejemplarizante que será comidilla del barrio. La misma comunidad que antes veló por su urbanidad y buenos modos y que hoy no solo ha perdido bastante de sus días florecientes, sino que amenaza con seguir cuesta abajo.
Sueño con un inspector incorruptible y de mano dura que se apueste en una esquina, detrás de un periódico, y desde allí sorprenda a los que, por no caminar unos metros, sueltan alegremente sus jabitas de basura, o envíen a su hijos pequeños sin la debida advertencia de “en el parque no, mijito, en los latones”.
Un inspector que a partir de su mano dura remueva conciencias de urbanidad y haga revivir viejas responsabilidades ciudadanas.
Por supuesto que tal sueño debe ir acompañado de otro no menos urgente: que la ciudad toda sea atendida en limpiezas como debe ser y más ahora que mosquitos invasores, portadores de una nueva enfermedad, amenazan con brincar fronteras y aprovecharse de lo que todavía estamos a tiempo de eliminar.
¿ Y en estos tiempo?
ResponderEliminar