Hoy es más necesaria que nunca antes la promoción del pensamiento latinoamericano
Por ARMANDO HART DÁVALOS
Es América, la de Martí, la de Ingenieros, la de Mariátegui, la que tiene tradición para probar los fundamentos científicos e históricos de la subjetividad y su fuerza revelada en la cultura, en tanto segunda naturaleza, creada por el hombre.
Cuba lo puede realizar porque es una consecuencia histórica de los mejores ideales de la Edad Moderna. Cuando tales valores han sido lanzados por la borda por el materialismo vulgar y grosero impuesto en el mundo que llaman unipolar, debemos defender con más fuerza las ideas del humanismo, la justicia y la dignidad humana.
En nuestra América existe una larga y arraigada tradición de espiritualidad y de eticidad, que se manifiesta en la búsqueda de un mañana mejor de alcance universal, dije en 2003 a profesores y estudiantes de la Universidad de Córdoba, en Argentina. Esto explica los importantes movimientos de ideas que han tenido lugar en el último medio siglo:
La renovación del pensamiento socialista que generó la Revolución Cubana y que representamos en Fidel Castro y Ernesto Guevara.
La explosión artística y literaria, y el pensamiento estético que se relaciona y tiene su fuerte en Alejo Carpentier y lo real maravilloso.
El pensamiento social y filosófico, y la dimensión ética que observamos en la teología de la liberación cuando la analizamos en función del reino de este mundo.
El movimiento de educación popular.
Hoy es más necesaria que nunca antes la promoción del pensamiento latinoamericano.
Latinoamérica debe presentar, como respuesta a la fragmentación y decadencia bien evidentes del pensamiento occidental, la solidez de nuestra tradición cultural y su valor utópico encaminado al propósito de la integración y del equilibrio entre los hombres y las naciones. Mucho es lo que pueden realizar en este sentido en nuestra área. No llegaremos nunca a una identidad de propósitos con debates simplemente teóricos, nos podríamos perder en discusiones que a nada conducen, sin embargo, si estudiamos la historia concreta de nuestros mejores pensadores y próceres y sus ideas concretas, podríamos encontrar mejor el camino de nuestra identidad común.
De Simón Bolívar dijo el Héroe Nacional cubano que tenía todavía mucho que hacer en América. De Martí podríamos decir que todavía tiene mucho que decirle a Cuba, a América y al mundo. Los cubanos solos no podemos sostener el peso inmenso de esta herencia espiritual. Por eso solicitamos de los pensadores de nuestra América que extraigan de la copiosa literatura martiana enseñanzas válidas para el debate intelectual contemporáneo y nos ayuden en el empeño de mostrar esas ideas.
Nuestro homenaje a Córdoba consistió en exhortarlos a buscar los nexos que unan el pensamiento de todos los sabios que en el mundo han existido, de todos los grandes que han pensado ideas luminosas a lo largo de la historia, y hacerlo sin sectarismo de tipo alguno, sin rechazo de ninguna clase desde Jesucristo y aún de antes, desde los orígenes de la civilización, hasta el Che Guevara, sin excepción. Si esto hacemos, no habrá nadie excluido, nadie rechazado, ningún valor perdido, ninguna heroicidad dejada de reconocer; no habrá ninguna tragedia o maldad que se oculte, no habrá injusticia a denunciar que sea olvidada; no habrá impiedad ni siquiera para el impío, no habrá nada justo que se deje de resaltar. Todo está en que con la brújula del pensamiento latinoamericano y con la guía y heroicidad del ejemplo de nuestros grandes, sepamos comprender la síntesis de ciencia y amor que está presente con fuerza en la América que Martí llamó de los trabajadores, en la América explotada, en la América mestiza, en la América que el Libertador caracterizó como nuestro pequeño género humano.
Superemos definitivamente los ismos que dividen y procuremos con métodos electivos, tal como postulaba la filosofía cubana de principios del XIX, el camino de la verdad y hallaremos con esta selección el pensamiento social y filosófico que necesita América. No lo hallaremos jamás con debates bizantinos.
Dedicamos nuestras palabras a aquellos académicos que tuvieron conciencia de que la cultura, y por tanto la enseñanza universitaria, no era solo para estudiar o describir el mundo, sino para orientar la transformación revolucionaria de la sociedad. Las dedicamos a los universitarios que en Córdoba dieron una lección de la cual estamos orgullosos porque nos ha servido de sustento, de santo y seña, para los combates que hemos librado y estamos dispuestos a librar. En la esencia de estos planteamientos está el papel de la cultura, cuyo valor primigenio es la justicia y que está en los mejores investigadores y humanistas de la historia
Basta de hablar de la cultura sin entender que su valor primero es la justicia. Hace falta ser instruido, pero hay que aspirar a la cultura en su acepción más plena, hay que exaltar la justicia al más alto plano, válido para defender los intereses de todos los hombres, ya sean neoyorkinos, afganos, iraquíes, cubanos, argentinos, franceses, chinos o vietnamitas. En fin, de todos sin excepción. Lo afirmó el Héroe Nacional Cubano: Dígase hombre, y ya se dicen todos los derechos.
Para sintetizar mis palabras concluí entonces con dos ideas del presidente Fidel Castro que me pudieron servir de colofón acertado:
Las grandes crisis conducen a grandes soluciones.
El gran caudal hacia el futuro de la mente humana consiste en el enorme potencial de inteligencia genéticamente recibido que no somos capaces de utilizar. Ahí está lo que disponemos, ahí está el porvenir (…)
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