viernes, 7 de julio de 2017

Sobre la entrevista a Enrique Ubieta en Cubadebate en torno al “centrismo”.

Por: Domingo Amuchástegui. Cuba Posible| 2017-07-07 

Ahí están, y son los mismos de siempre (aunque no lo parezcan). Algunos hoy con edades y ropajes diferentes, pero alimentados desde las latitudes y fuentes habituales. Los que con la sección “Aclaraciones de Hoy” siguieron buscando implantar y consolidar la inspiración estalinista en la experiencia cubana; los que se enfrentaron a nuestras herejías, las de Fidel y el Ché, con “micro-fracciones” y apoyos del PCUS y comparsa, en Europa del Este y en América Latina; los que persiguieron -desde melenas hasta cultos u opciones sexuales- y lograron hasta destruir la brillante experiencia del Departamento de Filosofía y de Pensamiento Crítico (al amparo de una lucha contra “el diversionismo ideológico”); los que quisieron uniformar y encasillar en moldes rígidos la cultura, los patrones sociales, el pensamiento y el debate hasta convertirlo en un discurso monocorde y aburrido de los 70 en adelante (que nuestros jóvenes estudiantes, sabiamente, bautizaron como “baba”); los que pretendieron hacer del mal llamado “ateísmo científico” en una cruzada estéril; los que intentaron convertir el término “pro-perestroiko” en anatema y chivo expiatorio del colapso de la vertiente estalinista de una “cosa” que se llegó a llamar “socialismo real” (más bien irreal, como demostraría la vida misma); y como penúltimo intento -porque siempre se trata del penúltimo- el tardío y sucio “caso CEA”, contra un talentoso y creativo grupo de jóvenes académicos en los 90. Los intentos de monopolio de tesis, ya sea en el campo de las ciencias, la teología, las artes o la política, no generan otra cosa que estancamiento y oscurantismo. ¿Es acaso “el centrismo” el último de tales tristes e inaceptables capítulos o, simplemente, otro penúltimo? Atentos todos porque esto no termina aquí.

¿El método? El de siempre: el de descalificar, adjetivizar, el de las insinuaciones tenebrosas, agentes de algo o de alguien, colgar “sambenitos”, acusaciones y culminar en la crucifixión del santo epíteto de contrarrevolucionario y, con ello, procurar anular al oponente o contrario, al portador de una crítica rigurosa o animador de un debate inteligente entre hombres y generaciones que todo lo dieron por la Revolución. La vida muestra que el mejor revolucionario es el revolucionario crítico, rebelde, contrario a las simplificaciones, hereje por naturaleza y que no hay nada más contrarrevolucionario que la obediencia en nombre de la disciplina y la uniformidad, del “quedarse callado para no quemarse”, de la mediocridad y la cobardía. Ahí está Mella expulsado del propio partido que fundó; ahí está nuestro Fidel que se lanzó contra los imposibles de su época; ahí está el Ché que les cantó “las 40” al “socialismo real” y nos recordó que siempre es preferible vivir y morir como Quijote que como mediocre. A contracorriente siempre y por eso fueron fundadores y gozan del respeto de muchos.

Pero, lo que se intenta hacer ahora es una manera burda y poco educada de fomentar el insulto y el odio. Hechos, resultados y, a partir de estos, las interpretaciones más consistentes es lo que se impone, no catilinarias repletas de fraseología hueca al estilo de la mejor “baba”. Se habla de muchos errores cual entelequias bien abstractas, cual meteduras de pata con la mejor intención del mundo, sin percatarse, o buscando escamotear, de llamar las cosas por su nombre y contextos bien exactos para poder juzgar con propiedad y señalar responsables e irresponsabilidades por su nombre. Es un deber y una responsabilidad que tenemos para con las presentes y nuevas generaciones.

Estos “vientos de fronda” -como diría Alejandro Dumas- no son algo nuevo, aislados, ni terminan con la entrevista a Ubieta. Vienen soplando con fuerza desde hace más de dos años bajo diversas fórmulas como “socialdemocracia”, “tercera vía” y “centrismo”. Se aprestan las armas y arreos para una nueva “cacería”. Sólo falta que empiecen a designar con nombres y apellidos gentes, instituciones y medios que serán tratados como “enemigos del pueblo” y llevados a la hoguera de la condena oficial y el ostracismo del silencio, pésima manera de adentrarnos en el 2018 y el ya tardío relevo generacional.

Lo que tiene que prevalecer es el debate serio, riguroso, a carta cabal, cara a cara y sin maniobras sucias ni lenguaje tramposo, y con la debida reciprocidad mediática, aspecto éste de muchísima importancia, a fin de lograr el equilibrio justo en la difusión de las ideas y del debate. No puede ser de otra manera y el que le tenga miedo a esta manera de abordar las discrepancias y enfrentamientos de ideas, por favor -como dice el sabio refrán- “que se compre un perro”.

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