viernes, 28 de julio de 2017

Qué “conviene” a Cuba. (…opina la ideología socialdemócrata).

Por Carlos Luque Zayas Bazán

“al refutar la existencia de la lucha de clases, la socialdemocracia ha negado la misma base de su propia existencia”
Rosa Luxemburg. 

Un confeso sionista y sincero socialdemócrata sostiene todas las tesis contenidas en su artículo La moderación probada del espíritu de Cuba, en esta concluyente afirmación: que la tolerancia al pluralismo ideológico NO es hoy un “estigma” cultural en la sociedad civil cubana. 

Como en otras ocasiones, aquí el deseo se expone como realidad, con ese modo de generalizar que tiene la cubanología, que por ser además académica, debiera evitar las generalizaciones absolutas indemostradas.

Como no precisa con claridad qué concepciones, cosmovisiones, principios o fundamentos ideológicos integrarían esa supuesta tolerada pluralidad cubana de hoy, el lector se ve en la necesidad de llenar su propia brecha comprensiva haciéndose varias interrogantes:
  • ¿Acaso en esa pluralidad se incluye la tolerancia y la aceptación de la ideología y las prácticas neoliberales, o imperialistas?
  • ¿Acaso se tolera, o simplemente la sociedad cubana es indiferente ante un pro imperialismo anexionista militante?
  • ¿Quizás incluye la negación o dejación del internacionalismo?
  • ¿O tal vez la tolerancia del cubano incluya en su noble “pluralismo” la aceptación de esos grupos que se disputan ferozmente entre ellos la paga imperial?
  • ¿También a los que ahora se desmarcan con cuidado de la contrarrevolución desembozadamente financiada, esos que marcan una diferencia como “opositores leales” al socialismo, y prometen acompañar “pacíficamente” un cambio de régimen en Cuba?
  • ¿Es una tendencia ideológica preponderante en Cuba el abandono de la integración regional bolivariana, la cultura de la independencia y su consecuente antimperialismo y, en fin, las aspiraciones del proyecto socialista?
No es posible saber de momento si en ese soñado existente pluralismo el autor incluye la aceptación de las ideologías y las prácticas contrarias a los basales conceptos anteriores. Pero el autor desliza sutiles generalizaciones, que como tales, son evidentemente falsas. Por ejemplo, se pregunta si ha habido un corrimiento al centro en la discusión política cubana en la última década – (término que en el bloguero revolucionario Iroel Sánchez quizás inspira más recordar a Fernando Martínez Heredia que al mencionado de Cuba Posible), – como si la “discusión política cubana” que refiere como tolerante de cierta pluralidad, fuera algo más amplio y diverso que la delimitada por la frontera bien precisa de las puntuales plataformas digitales, y los “laboratorios de ideas” nacidos con apoyo, y aceptados vínculos foráneos que incluso amenazan con ampliar, y con sus más importantes foros celebrados en sillones de instituciones extranjeras, bajo la presencia y auspicio de personalidades claramente relacionadas a las políticas de cambio de régimen en Cuba. Falta saber si en esa “discusión política cubana” tolerante del pluralismo ideológico, el autor incluye, más que aquellos bien acotados simposios a los que intenta elevar a rango de representación, los amplios y repetidos exámenes populares de los documentos económicos y políticos cubanos, donde, si hay una pluralidad, no es precisamente la que agradaría al autor. O si incluye también los últimos debates de la Asamblea Nacional donde el pluralismo es el que siempre ha existido en Cuba, que es el de las diversas ideas de cómo hacer avanzar nuestro socialismo, y sobre todo, ese pluralismo ideológico que no es al que aspiran los que quisieran esparcido en Cuba el falso pluralismo de las falsas democracias, es decir, el pluralismo dentro de la unidad.

En cambio, sí es posible la certeza de que ese deseo generalizado como una absoluta verdad, atribuida nada menos que a toda una sociedad, cuando sus escenarios de origen y exposición están bien a la vista, revela la intención de fundamentar la absoluta afirmación que inicia el párrafo donde sostiene la idea. Esa tesis es que “la sociedad cubana ha experimentado los límites de esa radicalidad” (se refiere a la radicalidad revolucionaria), “como parte de los agotamientos del ciclo revolucionario”.

Frecuentemente asistimos a exposiciones similares a la anterior, a ligeritas pero intencionadas generalizaciones no fundamentadas, como la que afirma el fin del ciclo del progresismo latinoamericano de las últimas décadas. Nada nuevo, nada que espante ya, si no fuera por su dañino veneno cognitivo. Al fin y al cabo, alguien se atrevió a decretar nada menos que el fin de la Historia. Claro que como preludio y epifanía de la inmortalidad de la civilización capitalista. La radicalidad revolucionaria ha muerto, proclaman, y agregan: también nosotros repudiamos el capitalismo, pero también el comunismo: viva la socialdemocracia y vengan en nuestra salvación las terceras soluciones. Es el mensaje subrepticio. Afirma, que repitiendo llegará a convertirse en una verdad. Es la era de la postverdad.

Tal pareciera que quien se arriesga a retar la simple inteligencia del cubano informado (que no es una masa crítica mínima, como algunos quisieran ver), gozara de una privilegiada perspectiva, desde un cómodo sillón situado en un futuro suficientemente lejano, como para divisar desde allí todo un gran panorama histórico y pontificar con gran aplomo que un proceso o ciclo ha llegado a su fin y nada menos que el de las revoluciones.

En estudios o valoraciones de este corte, el umbral analítico se estrecha curiosamente hasta reducirse a un angosto embudo por la cual filtrar y valorar los hechos. De ello resulta una limitada e ideológicamente interesada visión que se aplica a magnificar los errores o las insuficiencias internas de las gestas revolucionarias y socialistas, pero con muy ponderadas y académicas valoraciones (cuando aparecen) de los factores externos contra los que han tenido que lidiar, no sólo los proyectos claramente socialistas o comunistas como el cubano, sino, hoy mismo, simplemente todo gobierno cuyas promesas de campaña sean una amenaza o para los intereses globales imperialistas, o para sus acólitos nacionales. Ejemplos ya bien abundantes en nuestra región, incluso si se trata de meros intentos de suavizar la depredación del capital buscando gobernabilidad o un capitalismo de “rostro humano”, como los casos recientes de Argentina y Brasil.

Así, en análisis de este tenor, es habitual que ante preguntas incómodas, propongan ajustarnos a la cuestión nacional, pero que a la vez olvidemos la historia y nos atengamos a lo que nos conviene, todo ello como veremos más adelante, está en el arsenal de nuestro comentado autor. O cuando miran allende los mares, sobre todo a la historia de los intentos socialistas que en el mundo han sido, lo hacen con aprovechamiento intelectual interesado del “fracaso” comunista, o el agotamiento de las revoluciones, y eso les obliga a realizar estas abstracciones, o alegres generalizaciones y manipulaciones de la historia. Se echa mano a la mera manipulación de los procesos y al pensamiento de personalidades históricas. Veamos a continuación, en el caso del autor socialdemócrata y sionista, sólo una de las posibles escandalosas contradicciones manipuladoras que este proceder espurio comete con el beneplácito de los círculos donde se produce “la discusión política cubana”.

Para la mejor comprensión de este punto es necesaria una breve consideración inicial. Una línea del pensamiento centrista común a varios de sus representantes, es el intento de separar, como si en la historia de Cuba fueran compartimentos estancos no relacionados, el independentismo y el patriotismo por una parte, de la Revolución, del socialismo y del antimperialismo, de la otra. Y cómo no, por supuesto que también del marxismo.

Así pues, luego de reconocer que “la demanda de independencia total es hoy un valor hegemónico en la sociedad cubana”, nuestro comentado autor afirma que el independentista cubano fue partidario de “una república social con conciliación de clases” y corona la ocurrencia con José Martí. Nótese ahora que sólo dos o tres párrafos más abajo, el académico aconsejará que “la pregunta central de este debate sobre opciones ideológicas (se refiere al centrismo) hoy no debe formularse en términos históricos, sino políticos”.

He aquí el arte de la prestidigitación ideológica centrista socialdemócrata en todo su ambivalente y bipolar despliegue: si apenas líneas arriba acude a la historia para poner de su parte el independentismo nacionalista, y de otra a la Revolución, el socialismo y el comunismo, todo bajo el manto de Martí, – y de paso olvidando a Baliño, a Mella y a Guiteras -, proclamando la herencia a respetar de una pretendida conciliación de clases como valor universal para toda época, ahora afirma, obamianamente, que el debate actual no amerita ir hacia la historia pasada, sino a la política de hoy, aunque tampoco sepamos cómo se las arregla, incluso desde la academia, para separar una de otra cosa, es decir, y en Cuba, la historia de la política.

¿En qué quedamos, pues? ¿Y en qué nos quiere ilustrar? Pues en que no debe ser lo que hubiera hecho Fidel hoy, nos aconseja, pero sí lo que dijo e hizo Martí otrora. Y por si esta contradicción no fuera un escándalo para la inteligencia, hay más. El mismo autor nos regala el concepto clave mágico que atraviesa toda su propuesta de “moderación”: Cuba debe hacer lo que le sea conveniente. Conveniente es un concepto que está a horcajadas, bamboleándose entre lo ético y lo que comienza a traspasar su delgada frontera. Y DE ELLO nuestro autor HACE USO. Efectivamente, a esta corriente de pensamiento le “conviene”, y lo hace sin sonrojo, evocar y utilizar, en el peor sentido del término, la estrategia política unitaria de Martí, (con todos y para el bien de todos) genial en su época y una necesidad política para la guerra necesaria anticolonialista, en la que fue parte de su táctica allegar los recursos y el apoyo incluso de los potentados, o las clases medias acomodadas que también se interesaran por quitarse de arriba el nefando poder metropolitano, pues los intereses de la clases explotadas y sus explotadores, allí podían converger ante el expoliador europeo. Pero si de la historia se acuerda cuando no le convenga olvidarla, lo que Martí hizo y haría, aunque indirectamente, siempre estuvo regido por su antimperialismo avizor y militante, y, hacia finales de su corta vida, regido por la progresiva radicalización revolucionaria de su pensamiento. Sólo habría que acudir a los análisis que hizo Martí de las luchas obreras en Norteamérica, lo que fue aprendiendo de ellas, al estudio comparado, las coincidencia y las diferencias entre las valoraciones de Engels y Martí acerca del tema, para constatar que Martí llegó a comprender y apoyar, desde una posición inicial en que dudó de la conveniencia de las huelgas obreras, a distinguir con claridad el abismo entre las razones y causas de clase de los trabajadores y los que llamó los acaudalados. Aquí no puedo extender esta argumentación. Remito al lector interesado al texto de Carmen García Gómez, Algunas reflexiones acerca de Federico Engels, José Martí y el movimiento obrero de los Estados Unidos, en Marx Ahora, No 26 del 2008, a la ensayística de Roberto Fernández Retamar y al imprescindible investigador martiano Luis Toledo Sande acerca de la evolución de la radicalidad revolucionaria martiana. Sólo traigo a colación esta conclusión de la autora citada, de amplio conocimiento, aceptación y consenso entre los investigadores martianos:

“Por otra parte, en Cuba, cuya independencia era el objetivo esencial de las actividades del Apóstol, el capitalismo y el movimiento obrero eran todavía incipientes y él no estaba interesado en desatar la lucha de clases entre los cubanos, pues ello obstaculizaría su proyecto independentista”. Ibíd., p. 160.

No es lícito, y falta a la verdad si vemos el pensamiento martiano en su devenir, el relativismo con que el autor que comentamos cristalice el legado martiano en una “moderación” desconocedora de quien se puso del lado de los débiles, quien aplicó para la circunstancia cubana una táctica unitaria necesaria, entre otras razones porque en el suelo patrio cubano colonial no estaba aun claramente delimitada una clase social obrera como para trasplantar las tácticas de una lucha económica e ideológica que en los mismos EEUU todavía estaba en confusa formación, incluso para Marx y Engels. En todo caso es incoherente acudir a esa cristalización ahistórica de la estrategia política martiana, para después negar que el análisis histórico es improcedente cuando se trata de valorar las corrientes ideológicas que quieren echar al ruedo de la “discusión política cubana” sus propias aspiraciones.

Martí, como después Fidel y todo el que sea un preclaro político, en toda circunstancia procuraría la unidad, pero unidad nunca ha significado en el pensamiento revolucionario, en el radicalismo que consiste en ir a las raíces, olvidar que hay intereses de clases que a su vez se radicalizan (van a las raíces fundamentales de sus intereses), en las precisas circunstancias de las definiciones, y devienen “incorregiblemente” contrarrevolucionarias, y que allí entonces el llamado a la conciliación de clases es traición a las causas de los oprimidos, y, por cierto, de todo patriotismo.

Por añadidura, nuestro sionista reescribe el apotegma de Fidel en Palabras a los intelectuales, sustituyendo la palabra Revolución por la palabra Patriotismo. Ya sabemos que ese sortilegio ideológico forma parte de esta corriente. Se ve repetido una y otra vez. Pero ya vamos viendo que se trata de la antítesis del patriotismo, cuando nos llama a la “conveniencia” egoísta, al olvido de ciertos aspectos de nuestra historia o a su mistificación. ¿No es definición martiana que patria es humanidad? ¿Que el amor a la patria es el odio invencible a quien la oprime y ataca? ¿Qué es el centrismo, entre otras cosas, que un llamado pretendidamente “amoroso” y conciliatorio a la moderación abstracta y ahistórica, y nada menos que al escamoteo de lo que a estas alturas ni los mismos grandes capitalistas han negado, es decir, al olvido de la lucha de clases e intereses contrapuestos y antagónicos, lucha en la que ellos se han declarado cínicamente vencederos? Después de tanta historia, pasada y presente, resulta insólito escuchar estas propuestas. Hay aquí un llamado que se podría calificar de mayúsculo egoísmo y desmemoria histórica, para resultar bien respetuoso: si en algún momento el autor habló de la sangre cubana derramada en África, ahora nos advierte que la Cuba actual pertenece a las actuales generaciones de cubanos y que debemos limitar nuestra soberanía, aunque ello implique no respetar, o torcer, el legado de nuestros grandes próceres. De allí surge aquello de que no argumentemos con la historia, sino con lo que conviene a la política actual, aunque, cuando le haga falta, acuda a la historia del pensamiento martiano.

En todo caso, ¿cuáles son los límites donde se ha detenido la radicalidad y contra la que choca y se agota y detiene la Revolución? ¿Es que la radicalidad revolucionaria, sobre todo la cubana, tiene límites, cuando lo que significa ser radical es ir a las raíces y en consecuencia analizar las soluciones concretas a las realidades concretas? Las revoluciones existen porque los oprimidos (y los que sobreviven a las torturas y los asesinatos) tienen que enfrentarse a las dominaciones. Solo acabando el ciclo de las dominaciones puede agotarse el ciclo de las revoluciones, al menos las que hasta este punto de la historia hemos conocido, pues siempre habrá algo que deba ser cambiado, sea de raíz, sea sin prisas o con ellas, sea sin pausas o asaltando al cielo. ¿Qué propuesta civilizatoria es la que va a las raíces de las posibilidades de soluciones, no sólo de la nación cubana, sino de los graves problemas actuales de la humanidad?

El autor nos tiene una respuesta preparada para la pregunta anterior: confía en la confianza y la seráfica inocencia que tiene la socialdemocracia en el Capital, y propone que ante el peligro de las revoluciones y sus epifenómenos totalitaristas, es más “conveniente” procurar la convivencia y la “persuasión” del capital, una “dinámica basada en persuasiones”, nos dice, como si nada, lo que debe caracterizar el pluralismo cubano. Hasta nos proponen ya soportar cristianamente en el proceso pequeños golpes de corte hegemónico, algo así como tenues bofetadas, y de vez en cuando un garrotazo cuando no aceptemos comer de la zanahoria, y toda esa sabiduría a cambio que nos salpique la riqueza que la explotación derrama. Asombra que a estas alturas del juego tengamos que leer semejantes consejos ¿Esa es la esperanza distinta del socialismo que nos quieren endilgar? Aceptando sólo el más mínimo rasgo socialista democrático que pueda caracterizar a la reciente experiencia bolivariana, ¿cuál ha sido la actitud del imperialismo en un país que no ha hecho ni incluso la temida revolución radical, donde el capital interno coludido con el internacional campea y mata, dueño todavía de los medios de información? Persuasión…! ¡Oh dios…! Seguramente, persuadiendo al imperialismo y soportando una que otra vez “algún gesto de corte hegemónico”, seremos más libres y democráticos los cubanos…

Confieso que debo estudiar a Stiglitz y su demostración de que las convenientes intervenciones del estado pueden mejorar los resultados que la competencia del mercado produce, como afirma el autor. Pero los hechos del pasado reciente en Grecia o España, por solo mencionar dos escenarios, no me han servido de alguna prueba demostrativa, sino todo lo contrario. Un solo ejemplo: la votación democrática de la población griega contra la deuda, e incluso la intervención del estado a su favor, esta vez en manos de un gobierno de izquierda que le deseaba plantar cara a la Troika, no pudo “persuadir” a la banca europea, que aplastó las aspiraciones helenas. El lector cubano debiera informarse atentamente de la situación del pueblo cuna del saber filosófico, para tener una prueba de la santa inocencia del consejo que nos endilgan, de cuando la “moderación ideológica” puede parecerse mucho a un crimen intelectual. Lo dijo también Martí: no prever en política es un crimen, porque efectivamente crímenes propicia. Y esa historia se repite en una u otra latitud. La esperanza del autor quizás se base, como dice, en que el capitalismo no siempre es salvaje, vaya consuelo, y al menos, los pobres de esta tierra debemos consolarnos con un poco de menos salvajismo. ¿Qué es y cómo se comporta el capitalismo cuando no es salvaje? Tenemos un ejemplo: ¿cómo Obama?

Pero seguramente estas no son las cuestiones que están detrás del aserto de nuestro socialdemócrata, que no se esconde para proclamar su anticomunismo y sionismo. Aunque cuando le es necesario, mira un poco más allá de Cuba. Cuando le es “conveniente”, mira a la historia, sus próceres y su legado, y cuando no, le teme y la evita, y, como a la cabeza de Medusa, nos exhorta a no mirarla de frente, sino a nuestras conveniencias y como dice, sin sesgos ideológicos. He aquí el fantasma que recorre la galaxia centrista: el fantasma de la desideologización pero apoyando el “pluralismo” ideológico.

Pero si se hace un pequeño esfuerzo por contornear con claridad los bordes visibles de los límites a que habría llegado la radicalidad revolucionaria, a partir de las pistas y las afirmaciones del autor, encontramos las coordenadas en esas tolerancias de la “sociedad civil” cubana, una de las cuales abordamos al inicio de estos comentarios, y que serían: el mercado, la propiedad privada, el pluralismo económico, el pluralismo religioso, a más del referido pluralismo ideológico, que engloba, en cierto modo, todas las demás, pero cuyo pleno florecimiento se juega a la carta del debilitamiento de la propiedad social, del estado, y el desarrollo, cuando más mejor, de la gran propiedad privada.

En ese apunte nuestro pensador cubanólogo hace una instantánea del precioso y preciso momento histórico que desea capturar para la posteridad, enmarcando en primer plano el rostro demacrado de la radicalidad revolucionaria: la sincronía, el instante que detiene en su análisis, aquí es engañoso, parcial y manipulante. En este comentario que desearía ser lo menos extenso posible, pero que el amable lector me ha de permitir dada la importancia del tema , resulta imposible hacer la historia, pero sólo es necesario recordar que ninguno de los aspectos apuntados es nuevo en la historia de una Revolución que, por serlo, precisamente ha tenido que ir cambiando todo lo que ha debido y ha podido ser cambiado, con errores y aciertos, una veces con errores debidos a insuficiencias meramente internas, otras con errores condicionados por los asedios externos a nuestra economía, a nuestra cultura y al imaginario de las aspiraciones socialistas, y unas veces con aciertos a pesar de todo; esas “conquistas”, que nuestro autor entrecomilla como para no resultar tan entusiasta.

Nuestros amigos y acompañantes analistas, sobre todo aquellos que prefieren acompañarnos y estudiarnos desde mullidos sillones, congresos y viajes al Norte, esos que cantan las exequias de la radicalidad revolucionaria y el agotamiento de su ciclo, acostumbran a descontextualizar o desconocer la dialéctica de los hechos, decretando rupturas cuando conviene o continuidades cuando calzan sus teorías. Acabamos de ver la manipulación de Martí.

En efecto, el cuentapropismo, las empresas mixtas, la búsqueda de las inversiones extranjeras, las cooperativas como pequeña propiedad comunitaria, la existencia de la propiedad privada campesina, la gestión de la propiedad privada a veces casi familiar, o no, la compleja conciliación del mercado capitalista y sus asimetrías voraces con los objetivos socialistas si se trata de países pobres, los nunca cejados intentos de abrirnos al mundo, el intento de conectarnos con la “sociedad transnacional”, datan de antes del llamado del Papa, cuando nunca fue Cuba quien se negaba a abrirse al orbe, como difundía la propaganda negra, si no mediaba la exigencia de la renuncia de sus prerrogativas soberanas y el derecho a su autodeterminación. Fue cierto “mundo”, sus oligarquías, por ejemplo, la europea, que con aquella su “posición común” genuflexa a los EEUU, que obligaba, y obliga a Cuba, a buscar cada resquicio en todo el mundo posible que le hiciera un hueco al estrecho cerco del vecino. Si hay una diferencia esencial es que las condiciones regionales y mundiales, y sus gravitaciones internas, son distintas y ante ellas, lo que no ha sido nunca Cuba es inmovilista. Pero el término tiene éxito también entre sus coreutas nacionales y los medios digitales aupados en becas, cursos rápidos y congresos académicos. Nada de eso es esencialmente nuevo. Ahora la radicalidad revolucionaria cubana no muere ni se agota, porque en virtud de las “tolerancias” apuntadas sigan la soberana revolución (no simple evolución reformista) que dictan las injustas realidades de este mundo, si no es en el deseo de quienes lo afirman, quién sabe bien por qué, pero sin dudas porque las perspectivas socialdemócratas, e hijas de todos los centros en política, y sobre todo si es sionista, resulta arisca a una radicalidad que se apresura a declarar agotada, cuando simplemente es la gesta estratégica tremendamente heroica y dolorosa de un pueblo que no quiere renunciar, aunque algunos flaqueen u otros se detengan definitivamente en las sillas que con elegancia nos ofrece, precisamente una socialdemocracia que si no se agota en su moderación, nada ha hecho tan bien como sostener el estado de cosas capitalista en el mundo, otra historia que es imposible ilustrar aquí, pero que no es tan imprescindible porque está transcurriendo ante los que tengan ojos para ver e historias de las que aprender.

La historia es pura diacronía, movimiento en el tiempo y en las circunstancias, y en su decurso doliente, las revoluciones son intentos de hacer estallar los límites de lo posible. De la socialdemocracia, de los intentos de componendas parlamentaristas con el capitalismo, aunque en los mejores hombres sea ceguera bienintencionada, puede decirse lo que el poeta, que de lo posible ya sabemos más que dolorosamente demasiado. En su tránsito, la radicalidad revolucionaria, vista con la suficiente perspectiva, nunca puede agotar su ciclo, sino sólo adecuar temporalmente su paso, y sólo morirá cuando se detenga o renuncie, porque deje de ser una revolución, o cuando triunfe la contrarrevolución interna, o sea aniquilada desde el exterior, o cuando los centristas socialdemócratas tuvieran éxito en su persuasión.

Todos estos casos se han dado en la historia, desde el asalto a la Bastilla acá, y siempre renace la revolución de sus aparentes cenizas porque su pervivencia inagotable tiene la razón de todas las sublevaciones mientras existan las dominaciones.

Pero claro está que nuestros socialdemócratas no pueden adoptar esas perspectivas. Sencillamente porque ellas pertenecen por naturaleza a la radicalidad revolucionaria y a la cultura del marxismo, limpio de las hojarascas.

No importa que para redactar el decreto de la muerte de la Revolución cubana olvidemos, evitemos por todos los medios que el lector tenga presente – y así sólo se quede con la imagen del fenecimiento inmanente y solamente motivado por causas internas – que el control mundial del mercado, la información, la tecnología y la cultura lo ejerzan vastísimos oligopolios que funcionan como virtuales supra estados globales. Nada les importa esa realidad. No la encontraremos en sus plurales plataformas, como aquella que censuró varios párrafos de un texto valiente, para no ofender a ese círculo de pensamientos, a ese laboratorio desde el que se promueven textos como el de nuestro sionista.

La realidad del orbe ante la cual una revolución es hoy doblemente más difícil de llevar adelante es un poco más fatigoso de visualizar para el hombre común, y así se le puede pasar gato por liebre al grueso de esa masa de la “sociedad civil” en todo el planeta, cada vez más apresada en el férreo control de la manipulación informativa. Nada importa que les hagan creer a las “sociedades civiles” en las bondades de las supuestas democracias, esos famosos contrapesos que más bien funcionan como balanzas marcadas, la separación de poderes que más resultan matrimonios de conveniencia, allí donde el hombre común, si es que no se abstiene, legitima cada año con el regalo de su cuota de soberanía a un mundo político alabardero del poder económico, que invariablemente lo traiciona, mientras su “voto” lo legitima una y otra vez. Son los ilusionistas prestidigitadores de un cambio que nunca llega, sino para reproducir lo mismo. Eso nada importa en los análisis que pasean su lupa académica sobre los “estados totalitarios” socialistas, mientras que la verdadera dictadura, la del mercado capitalista, no les merece sus cánticos de agotamiento y sus desgarraduras. En cambio, optan por martillar sobre de las “bases estado céntricas” de Cuba y de su “cultura totalitaria”, pero nunca disertan sobre el totalitarismo verdadero, o, para aparentar, lo tocan de soslayo, con cuidada objetividad y pudor académicos; y ponen al debe de las revoluciones, no sólo sus errores, sino lo que no han podido hacer. Y no sólo eso.

Nuestro sionista declarado, – y debo decir que nunca podré comprender cómo alguien supuesto defensor de nobles causas, puede declararse sionista sin sonrojo, o sin sonrojo será precisamente que se declara porque es sionista – nuestro también sincero socialdemócrata tiene el temple de afirmar que las bases estatistas cubanas “han sido disfrutadas e impulsadas por el liderazgo revolucionario”, cuando antes ha deslizado ciertos reconocimientos para todo el pueblo cubano, elogios a los resultados en los que luego es muy difícil creer que no haya una dosis de académica hipocresía. No importa que las promesas socialdemócratas de una tercera vía no capitalista, pero tampoco comunista, haga ruidosamente aguas en su cuna europea y en sus satélites capitalistas tercermundistas, mientras transcurren nuestros días y noches. Hoy desmantelan, obcecadamente, con bastante prisa y sin pausa alguna, cuando ya no les sirve de instrumento disuasivo, aquello que llamaron estados del bienestar, permitidos en aquel período para oponerlo a la experiencia comunista, porque era necesario hacerlo para erosionar el peligroso ejemplo. Hoy eso sucede ante nuestros ojos en Grecia, España, Brasil y Argentina, y otros países. No importa que la tradición socialdemócrata y todos los centrismos hayan abrazado con naturalidad a los capitalismos nacionales durante las guerras mundiales, traicionando una y otra vez la solidaridad obrera internacional, esa misma clase que ahora dicen defender contra el estado cubano, sin ningún pudor, posando de socialistas democráticos y amantes republicanos sin que se les tiemble una ceja, y después, y ahora, al neoliberalismo cuando agotaron, sí, esa alambicada energía que se necesita para sus precarios equilibrios equidistantes, como sucedió desde el laborismo inglés, hasta el “socialismo” español, o la socialdemocracia alemana, repitiéndose esencialmente la historia después en toda la geografía europea. Todo ello debe quedar fuera de foco en la instantánea agorera de nuestro analista pero, bien destacado, en primer plano, un gran close up al fantasma del estado, el intento de universalizar como fatales e insuperables las dificultades y errores de la primera experiencia de la humanidad por rebasar la animalidad de un orden insostenible, y en nuestro país, ahora decretando el agotamiento deseado del intento de un pueblo pequeño por asaltar el cielo para bien de toda la humanidad. Otras no son las técnicas, conscientes o no, de la guerra cultural a la que se suman, quiéranlo o no, quienes en gesto de supuesta pluralidad, le hacen eco sin hacer sus propios análisis, sin pensar con su propia cabeza.

El nacionalismo socialdemócrata a ultranza, no la sana y natural defensa de la nacionalidad y las prerrogativas de la independencia y la soberanía frente a los imperialismos, siempre ha sido reaccionario, retrógrado y, al final, acaba abrazando o es funcional a los intereses de la derecha y el Capital. Un sionista lo debe saber mejor que nadie. QUIZÁS algún socialdemócrata honesto sincero y convencido, coherente, que no guste de afirmar aquí lo que niega acullá, en alguna específica coyuntura, si descubre que la conciliación de clases antagónicas es un engaño, y la persuasión al Capital para que humanice su trato es imposible, pero tampoco comprenda o acepte la necesidad vital del socialismo para la humanidad, pueda ser, en algunos aspectos, un martiano. Nadie es monolíticamente igual y coherente todo el tiempo, dudar es humano, avanzar contra la incertidumbre también. Pero creo que jamás, lapidariamente jamás, un sionista verdadero podría siquiera aspirarlo. Ni aún lo esencial de la socialdemocracia realmente existente. No puedo ya ceder a la tentación de hacer un poco de la historia de la socialdemocracia. Sólo recordar finalmente estas palabras de Rosa Luxemburg: “al refutar la existencia de la lucha de clases, la socialdemocracia ha negado la misma base de su propia existencia”. Quizás aquí no le convenga a algunos acudir a la madre historia. Entonces, en cambio, ¿quiere alguien acudir a la política actual de la socialdemocracia? Y no puedo evitar una última afirmación, menos aún en la fecha que redacto y firmo este comentario. Alguien que aprecio me decía, con mucho dolor para mí en la nefasta ocasión de un lamentable malentendido, que algunos conceptos ofenden. Si uno de los componentes de la doctrina socialdemócrata es aconsejar la “conveniencia” de que los cubanos de hoy tengamos como divisa que Cuba le pertenece a las actuales generaciones de cubanos, pero en el contexto total del texto que lo enuncia y con las implicaciones que lo afirma, no queremos, como Hatuey, disfrutar de ese paraíso, pero menos vivir en ese páramo de la desmemoria. Sólo el peor de los egoísmos individualistas y la erosión de la misma civilidad, y el más increíble de los desagradecimientos, podrían olvidar que si Cuba perteneciera a alguien, es sobre todo y únicamente, a todas aquellas generaciones que se sacrificaron sin saber ni esperar por el goce de su sacrificio. Hasta aquellos que llamamos primitivos respetaban la memoria y el legado de sus muertos. 


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