lunes, 10 de julio de 2017

Familia Santamaría Cuadrado: la vida detrás de la historia


La historia de la familia Santamaría Cuadrado desde sus orígenes españoles hasta los hechos heroicos protagonizados por los cinco hermanos.


La familia Santamaría Cuadrado en la sala de su casa en Encrucijada. De izquierda a derecha: Abel, Aida, Benigno, Ada, Joaquina, Haydée y Aldo. (Fotocopia Ramón Barreras. Cortesía Museo Casa Natal Abel Santamaría).

Por Narciso Fernández Ramírez, narciso@vanguardia.cu

Procrear una familia es un don que nos da la naturaleza. Educarla y convertir a los hijos en hombres y mujeres de bien requiere de un enorme esfuerzo, dedicación sin límites, amor inconmensurable.

La familia Santamaría Cuadrado logró ambas cosas. Fruto del matrimonio entre los españoles Benigno Santamaría Pérez y Joaquina Cuadrado Alonso nacieron cinco hijos: Abel, Haydée, Aldo, Aida y Ada. Todos se convirtieron en seres humanos capaces de sentir en la mejilla propia el dolor ajeno, y de luchar contra todo tipo de abuso.

Abel fue el segundo jefe de los sucesos del Moncada. El alma del Movimiento, al decir de Fidel, y el más querido, generoso e intrépido de los jóvenes que en la madrugada del 26 de julio de 1953 intentaron tomar el cielo por asalto.

Haydée pasó a la posteridad como la Heroína del Moncada, y hasta su trágica muerte, el 28 de julio de 1980, fue un pilar de la Revolución en el campo de la cultura y la solidaridad internacional, al frente de Casa de las Américas.

Aldo, el otro varón del matrimonio Santamaría Cuadrado, formó parte del primer grupo internacionalista que marchó a Argelia en 1963 y se convirtió en Vicealmirante de la Marina de Guerra Revolucionaria.

Aunque no tuvieron la relevancia política de los demás hermanos, Aida y Ada también dieron su aporte al proceso revolucionario y de manera consecuente lo defendieron hasta el final de sus vidas.

Benigno, de Prexigueiro; Joaquina, de SalamancaBenigno, el patriarca de la familia, junto a su hijo Abel (Fotocopia Ramón Barreras. Cortesía Museo Casa Natal Abel Santamaría).

Como los padres de José Martí —Don Mariano y Doña Leonor—, como Don Ángel, el padre de Fidel Castro, los progenitores de los Santamaría Cuadrado también provenían de España.

De Prexigueiro, en Galicia, salió un día el joven Benigno Santamaría Pérez, nacido en 1896, en busca de mejor fortuna. Mientras de Salamanca, con similares aspiraciones, partió con su familia Joaquina Cuadrado Alonso, quien había venido al mundo el 2 de abril de 1902.

En Cuba se conocieron, y en Encrucijada, localidad rural de la entonces provincia de Las Villas, asentaron su hogar. Allí florecería el amor que les uniría toda la vida. Se casaron en el año 1920.

Fue Benigno una persona de pocas palabras, pero muy humano. Sus contemporáneos lo describían como un hombre alto de estatura y de complexión fuerte; de nariz prominente y algo cargado de hombros. El hijo de gallegos, y gallego él mismo, ahora aplatanado en Encrucijada, se hizo carpintero, un buen carpintero solicitado por pobladores y vecinos.

Joaquina era la clásica matriarca: la ama de casa dedicada por entero al marido y la crianza de los hijos, una mujer amable y cariñosa, pero temperamental, como buena salmantina.

Asentados en una casona de madera, situada en una céntrica esquina encrucijadense, fundaron un hogar humilde, pero muy unido. El propio Benigno elaboraría y tallaría los muebles, con sus manos de ebanista fino.

Años después se mudaron al batey del central Constancia —hoy, Abel Santamaría—, donde Benigno ejerció de maestro carpintero, un cargo de importancia dentro de la jerarquía de un central azucarero que aún usaba un porciento importante de madera en sus diversos procesos productivos: «Con el serrucho y el metro hacía lo que le daba la gana», afirmaba Antonio PolitoCabrera, quien trabajó bajo sus órdenes.

Niurka Martín Santamaría, hija de Aida, recuerda la ternura de su abuelo: «Era de las personas que más he querido en la vida. Lo veía hermoso, con unas manos lindas, suaves. Me defendía en todo y no dejaba que me regañaran. Me sentía protegida por él».

El 29 de julio de 1937, Benigno renunció a la ciudadanía española y optó por la cubana, según consta en documento original existente en el Museo Casa Natal Abel Santamaría. Falleció en 1964.

Joaquina nunca quiso irse del central. A los hijos y nietos los iba a ver a La Habana por temporadas y luego, invariablemente, regresaba a su casa del batey, donde era querida y venerada por todos.

De cuándo conoció a Fidel es la siguiente anécdota, narrada por Ligia Trujillo, viuda de Aldo Santamaría: «Joaquina me contaba que el día que Abel le presentó a Fidel en el apartamento habanero de 25 y O le preguntó qué le había parecido su amigo. Ella le dijo: “No me gusta”, y al indagar Abel el porqué, le respondió: “Porque es el único hombre que te empequeñece a ti”.

Otra anécdota que da una cabal idea de la recia personalidad de Joaquina, la contaba Margot Machado. Recordaba Margot que cuando murió su hijo, el mártir Julio Pino Machado, Joaquina se le apareció en la funeraria rodeada de policías y le dijo: «Yo no pude enterrar a mi hijo, pero quiero ayudarte a enterrar el tuyo, ¡vamos!», y cuando los esbirros de la dictadura trataron de impedirlo, «me tomó del brazo y bajó conmigo las escaleras de la funeraria hasta la calle, acompañándome hasta el cementerio local».

Después del triunfo de la Revolución los vecinos del central la recuerdan participando en las labores de la Federación de Mujeres Cubanas, en trabajos voluntarios y otras tareas afines. Le gustaba sentarse en el portal de la casa y conversar con los niños sobre su hijo Abel. La madre de los Santamaría Cuadrado murió el 16 de octubre de 1977, harán ahora 41 años.


Joaquina abraza a su hija Haydée a la salida de la cárcel de mujeres de Guanajay, en donde la Heroína del Moncada cumplió seis meses de prisión por su participación en las acciones del 26 de julio de 1953. (Fotocopia Ramón Barreras. Cortesía Museo Casa Natal Abel Santamaría).

Nació el 30 de diciembre de 1922. Resultó siempre la más apegada a Abel, y tras su idolatrado hermano marchó a La Habana. En el apartamento de 25 y O, en el Vedado, ofreció refugio seguro al núcleo inicial de los futuros moncadistas. Nadie como ella penetró en el espíritu soñador de Abel, a quien consideraba la persona más brillante y capaz que existía; al extremo de rechazar al inicio a Fidel, porque Abel le había dicho que era más grande e inteligente que él. Eso le llevó tiempo asimilarlo, hasta que comprendió que tenía razón.

Pero cuando Yeyé, como era conocida, llegó a esa convicción fue una ferviente e incondicional admiradora del líder del Movimiento. Del libro Haydée, hace falta tu voz es este relato: «Una de sus características más destacables fue su fidelidad extrema a Fidel. En carta desde la cárcel de Guanajay a sus padres, Haydée escribía: “Mamá, Abel no nos faltará jamás. Mamá, piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá, piensa que Fidel también te quiere, y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho”.

Nunca pudo hablar en pasado de su hermano. Ni de Boris Luis Santa Coloma, su novio asesinado también en el Moncada. El diálogo con los esbirros, cuando le mostraron el ojo ensangrentado de Abel, la inmortaliza en la Historia de Cuba. También su actitud cuando aquellas bestias le informaron que habían matado al entrañable hermano y a su novio. Siempre supo que no habían muerto, porque «morir por la Patria es vivir», tal y como les respondiera a aquellas hienas vestidas de uniforme.

Fidel, en el alegato de autodefensa La Historia me Absolverá afirmaría, con justeza, que nunca se puso en un lugar tan alto de heroísmo y dignidad el nombre de la mujer cubana.

Vivió traumatizada por lo visto y sufrido en las mazmorras del cuartel. Afirmaba el poeta Cintio Vitier que la muerte fue con Haydée desde el último disparo del Moncada. No obstante, su contribución a la ulterior lucha insurreccional que condujo al triunfo el 1ro de enero de 1959 resultó en extremo valiosa.

Imposible mencionar la Casa de las Américas sin hablar de Yeyé. A su instancia Silvio Rodríguez compuso la canción El Elegido y su vivienda sirvió de campamento y refugio para el Movimiento de la Nueva Trova que por entonces nacía. Fue madre espiritual de aquellos irreverentes jóvenes.

Incapaz de seguir soportando la pesada carga de los días tristes del Moncada dijo adiós a la vida un 28 de julio de 1980.

Aldo


El comandante del Ejército Rebelde Aldo Santamaría al lado de Raúl Castro. Foto tomada el 1ro de enero de 1959 en el cuartel Moncada. (Fotocopia Ramón Barreras. Cortesía Museo Casa Natal Abel Santamaría).

El encrucijadense Antonio García Lorenzo, conocido en el batey del «Constancia» como Aldo, decía en entrevista realizada en días recientes que cuando era niño, cada vez que pasaba por frente a la casa de Joaquina, la doña lo llamaba y le daba raspadura, galletas o cualquier otra chuchería, cosa que no hacía con los demás. 

«Un día uno de mis amigos me preguntó: “Aldo, ¿por qué a ti siempre Joaquina te regala cosas y a nosotros nunca nada?”. “No sé, respondí, pero lo voy a averiguar. Le pregunté, y la madre de los Santamaría me dijo: “Es que yo tengo un hijo que se llama Aldo, igual que tú. Está en España y hace años que no lo veo”. Esa era la razón: Joaquina extrañaba al mayor de sus dos varones».

Aldo Santamaría nació el 26 de septiembre de 1926 y fue el único de los hermanos que vivió en España, en la patria de sus ancestros. Llegó a Salamanca a los siete años, de la mano de su abuelo materno, y regresó a Encrucijada a los 19.

Supo de las acciones del 26 de julio de 1953 durante su estancia en Encrucijada, y enseguida partió para Santiago de Cuba convencido de la participación de sus hermanos Abel y Haydée. A partir de entonces se sumó a la lucha revolucionaria. Miembro de la Dirección Nacional del M-26-7, fundó la organización en Matanzas. Recibió uno de los cinco telegramas enviados desde México, anunciando la salida del Yate Granma. Sufrió prisión en el Presidio Modelo de Isla de Pinos.

Con posterioridad se sumó a la lucha en la Sierra Maestra. Fidel lo ascendió a Comandante del Ejército Rebelde el 28 de diciembre de 1958. Dirigió la Escuela de Reclutas de Minas del Frío hasta 1961, y en 1963 fue uno de los primeros internacionalistas cubanos en ir a luchar a Argelia. En 1972 fue nombrado Viceministro de las FAR al frente de la Marina de Guerra Revolucionaria, de la que sería Vicealmirante.

Falleció el 19 de mayo de 2003, a los 77 años de edad. En su despedida de duelo, el vicealmirante Pedro M. Betancourt, entonces jefe de la Marina de Guerra Revolucionaria, afirmó: «El vicealmirante Aldo Santamaría Cuadrado fue un hombre hecho para el combate, forjado en él. En cada batalla futura, en cada momento difícil y de definiciones, seguirá estando junto a nosotros, con la misma confianza y optimismo en el futuro que encierra la inmortal consigna guevariana: ¡Hasta la victoria siempre!»
Aida Y Adita

No tuvieron la trayectoria revolucionaria de sus otros tres hermanos, pero tampoco se mantuvieron al margen de las luchas. Aida y Ada colaboraron con su hermana Haydée en Casa de las Américas, y como Yeyé, se dedicaron a ayudar a un grupo de jóvenes músicos e intelectuales que surgían en la Cuba revolucionaria de los años 60.

Según refiere en el documental Los Santamaría: de Prexigueiro a Cuba, del realizador Louis Pérez Leira, Eusebio Leal agradece el apoyo que le brindó Aida cuando querían que él dejara el museo y su trabajo cultural, para incorporarse a encomiendas agrícolas: «Aida me acompañó a ver a Haydée, que se puso como loca de indignación. Ese día había llovido y Yeyé tomó un paraguas, lo arrojó duro al piso y dijo: “Esto no puede ser, Aida. No puede ser, porque para que no pasaran cosas como esta yo fui al Moncada. Y no va, ¡no va!”

El 24 de febrero de 2005, al morir Aida, la última de los cinco hermanos, su sobrina Celia María Hart Santamaría, hija de Haydée y Armando Hart Dávalos, hizo la siguiente valoración: «Si Haydée fue la dueña de la pasión más desbordada y de una inteligencia moldeada sólo por la emoción; si tío Aldo significó valor, en cuyo estómago descansó el secreto de la llegada del Granma y en cuya pericia militar se confió cuando la Crisis del Caribe (…); si fue Adita, la pequeña Adita; el símbolo de la alegría, el arte, y en su casa, de fiesta permanente, encontró Silvio y Pablo sus mejores tertulias; si por último … o más bien, por primero, fue Abel el símbolo de la entrega absoluta, ese santo inmaculado de ojos verdes; ojos con los que quisieron comprar el corazón de mi madre en las cárceles de Santiago de Cuba; entonces Aida Santamaría, a la que acabamos de dar sepultura, fue el símbolo de la serenidad, de la coherencia, fue esa persona a la que todos acudían cuando era menester sufrir o resolver alguna diligencia (…)».

Así fue la familia Santamaría Cuadrado: de la misma estirpe heroica de los Maceo-Grajales. Los hijos de Benigno y Joaquina resultaron ser hombres y mujeres valientes y, por derecho propio, tienen ganado un lugar de privilegio en el altar sagrado de la Patria.

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