El socialismo en el poder del siglo XX, es decir, el que llamaron “real” luego del derrumbe de las variables del campo europeo del Este, trasciende, en el ámbito de la participación democrática, el sistema de Partidos Políticos que hoy rige como democracia legítima en el panorama global occidental. Esta es una verdad que ha desaparecido a los ojos del imaginario político de la ciudadanía occidental gracias al recio entramado de opinión que los monopolios mediáticos producen. Monopolios al fin, responden a los intereses de un sistema de relaciones sociales que les permita seguir en crecimiento. La estrategia de descrédito del proyecto socialista es partenaire de la que estableció como cultura la producción refinada, y estilizada, de los bienes culturales y de los objetos que se convertirían en arte.

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Del mismo modo en que el capitalismo impone la revolución burguesa, la burguesía en el poder establece como norma civilizatoria la expresión simbólica de la clase dominante, o sea, las bases ideológicas de su conservación. Se hace conservadora tanto en política como en cultura artística. Las invasiones militares imperialistas se argumentan por la diferenciación cultural entre el occidente global y la nación ocupada militarmente y, sobre todo, por las diferencias esenciales respecto a las normas de conducta política. Se legitima la injerencia a través de la opinión pública, que a su vez establece el canon político-cultural occidental cuyo reconocimiento de la libertad ciudadana se fundamenta en la esencia de la producción capitalista. Las bases del Derecho comparten por antonomasia estos puntos de partida.
En el caso de la Revolución cubana es necesario tener en cuenta que triunfa en un momento importante de la Guerra Fría y se convierte de inmediato en referente para las ideas revolucionarias en América Latina y parte del África subsahariana. Genera así una reacción de hostilidad extrema en la estrategia política estadounidense, aliados a la minoría enriquecida cuyas empresas monopólicas fueron intervenidas por el proceso revolucionario y convertidas en propiedad social. De inmediato se aviene la reacción hostil del Bloqueo económico, comercial y financiero que firmara el presidente John F. Kennedy en 1962, luego de que fracasaran intentos de invasión y apoyo logístico al bandidismo armado.
Concretamente: si los cubanos contrarrevolucionarios no son capaces de frenar el desarrollo de la Revolución cubana, es necesario enfrentarle la acción de la potencia imperial.
A partir de ese momento el Bloqueo ha ido ganando en gradaciones de hostilidad y acoso, y ha extendido su extraterritorialidad a varias empresas que han sostenido comercio con Cuba. Difícil es, sin embargo, escuchar que los presuntos gestores de una democracia de centro en la Isla denuncien siquiera su obsolescencia y, sobre todo, su pobre sostén desde el punto de vista del derecho internacional. Aunque sí se acude con frecuencia al llamado al estado de derecho como ideal que no ha cumplido el proceso revolucionario cubano.
En el ámbito de la producción artística y literaria, se aplica la ecuación que equilibra el acto de emigrar con libertad de expresión y permanencia en el país con nulidad expresiva y consenso oficialista. Casi 30 años después de que se declarara su fin, las normas de percepción de Guerra Fría siguen vigentes para la cultura cubana. Se ignora el amplio espectro crítico de la producción artística y literaria cubana, pues de aceptarlo quedaría sin opciones el patrón más elemental de la censura por antonomasia y el ejercicio dictatorial sobre la creación. Esa producción literaria donde predomina una crítica extensa y relativamente variada se desarrolla bajo la subvención estatal, garantizando las publicaciones con el presupuesto que a las instituciones se asigna, sin que estas tengan que preocuparse demasiado por la quiebra. Y esta es solo una arista de un ejemplo de proceso cultural que ha de tenerse en cuenta a la hora de enjuiciar la sociedad cubana actual y su historia revolucionaria.
Toda estrategia política respecto a Cuba debe partir del reconocimiento explícito de la improcedencia del Bloqueo, pues implica la soberanía ciudadana y el desarrollo individual; y debe ser radical e intransigente al menos en tres líneas que José Martí concretó tempranamente: antimperialismo, nacionalismo cultural y conducción de la nación políticamente independiente a través del partido revolucionario. Fidel Castro y la revolución triunfante de 1959 no inventan artificialmente estos elementos: los introducen en la corriente socialista cubana e integran a la masa al proceso de transformación de la nación y de aplicación de los principios básicos del socialismo. Así, la ideología partidista se transforma en cultura y se reconstituye en la ética social.
 

Conversación con Jorge Ángel Hernández. Video: La Jiribilla

Hay que partir de estos preceptos para cualquier debate, para cualquier crítica, para cualquier proyecto político en la Isla. Si bien pudiera ser legítimo que algunos piensen en un modelo conservador para el sistema cubano, no es en nada legítimo que se despoje al individuo de las conquistas sociales que alcanzó gracias al proceso revolucionario que cambió su nivel expectativas. La proclamada ineficiencia económica del sistema socialista cubano es en verdad el resultado de resistir bajo precarias condiciones luego de haberse negado a la implantación de la racionalidad de la producción capitalista. Por su importancia, insisto y desgloso estos dos puntos: 1º. Resistir en condiciones adversas, de bloqueo; 2º. No sacrificar la resistencia a la racionalidad productiva del capitalismo. Los errores y desvíos, la aceleración artificial de ciertos modelos de transformación en las relaciones de producción internas, que deben ser analizados, rectificados y actualizados, son parte de esa resistencia y de ese encono por dar a la ciudadanía su dignidad soberana. Insisto porque también algunos economistas han intentado, sin atreverse con el discurso político, llamarnos a la lógica de la racionalidad capitalista como si esta fuese la inevitable solución del sistema.
La experiencia de Europa del este muestra que el cambio hacia la pretendida democracia lleva a enajenar de inmediato a la sociedad de sus conquistas socialistas. Es algo tan obvio, que asombra que las tendencias de confrontación centrista no lo tomen en cuenta. Concretamente pregunto: ¿cómo piensan —si es que lo hacen— evitar la regresión de la nación al capitalismo dependiente, si proponen una economía de mercado que renuncie a controlar la concentración de capitales y una política garante de esa economía de mercado desreguladora?
Por último, y en términos de cifras: tanto la llamada disidencia como los defensores y defensoras de corrientes centristas son tan minoritarios que no llevarían, en proporción, escaños ni siquiera en los Comités de Defensa de la Revolución. Hablamos de una minoría que apenas tendría presencia en el panorama nacional si no contara con la logística mediática que para la subversión del sistema se destina. Hay documentación y testimonios de ello, así que no me atengo a ninguna paranoia. Y no valdría la pena preocuparse si, como lo han dicho otros, no fuesen el caballo de Troya del neoliberalismo.
Abundan además las evidencias de que se intenta garantizar que los tópicos de descrédito y satanización del proceso revolucionario cubano se reconfiguren en un discurso que intenta presentarse como mediador de soluciones compartidas. La corporativización de la política, y del espectro básico de sociología política que intenta sustentar académicamente estas propuestas, les permite roer en los fenómenos para avalar sus argumentos. Hay más sofisma que ciencia en sus preceptos. Esta corriente artificial de pensamiento busca llegar a convertirse en “enemigo endógeno” de la Revolución cubana en el poder. La base fundamental que la sostiene es la práctica de Guerra Fría de usar a la “izquierda descontenta” a través del empleo de buena parte de sus efectivos, para reeditar sus métodos con variables de actualización en la posguerra fría.
  No lleva a más, por más que se argumente y se dispute.