Por Luis Toledo Sande
Si las obras que merezcan tal nombre han de respetarse, ¿qué deci
r de la debida a José Martí, Obra por excelencia? Aunque formal o legalmente no se identifique como un símbolo patrio, lo es por su trascendencia, y ha de venerarse no menos que los emblemas nombrados con ese rótulo. Para asegurar el tratamiento que reclaman legados y alegorías de tal significación no bastan las leyes. La educación, la cultura y la civilidad influyen de manera directa, pero no vale obviar los requerimientos legales necesarios para que los respeten incluso quienes no se identifiquen con ellos.
Para solo hablar de Martí —pues de él se trata ahora—, no se le debe atribuir ninguna cita que no sea suya y, salvo quizás cuando las que realmente lo son resulten muy conocidas, se ha de indicar de alguna manera la procedencia de ellas, aunque medie la urgencia que puedan requerir la prensa diaria, la tribuna de circunstancia y otros medios afines. Ni la más puntillosa voluntad de rigor impedirá de modo absoluto que se yerre involuntariamente, pero el rigor se necesita para prevenir tergiversaciones que pululan, y no siempre por desconocimiento, sino también por intenciones fraudulentas.
A malas prácticas —frutos del dolo o de la desprevención— ya se ha referido el autor de este texto en otros localizables en la red. Entre ellos se encuentran “¿José Martí sirve para todo?” y “Cómo citar a José Martí”. Ahora intenta no repetir lo dicho en ellos, pero a veces las reiteraciones son útiles, necesarias.
La riqueza conceptual, ética y artística de Martí confiere a sus textos rasgos que permiten calificarlos de bíblicos, aunque metafóricamente, porque su personal religiosidad —o espiritualidad— no se atuvo a dogmas, ritos ni templos. “Religioso sin religión” lo llamó Fernando Ortiz en su prólogo a José Martí y la comprensión humana (1957), de Marco Pitchon, libro no ajeno al tema de estos apuntes, pero que no es del caso comentar aquí.
No pocas evidencias ha habido de utilización del fuego martiano para cocinar sardinas ajenas a él, y eso, medie la intención que medie, termina en falsificaciones. “Cómo citar a José Martí” recoge ejemplos de alteración de su legado cometida desde posiciones diversas. No se abundará ahora en razonamientos hechos en ese artículo; pero procede añadir una de las citas que se le endilgan y cuya prosperidad sería digna de estudio: “Triste cosa es no tener amigos, pero más triste es no tener enemigos, porque quien enemigos no tenga, es señal de que no tiene: ni talento que le haga sombra, ni bienes que se le codicien, ni carácter que impresione, ni valor temido, ni honra de la que se murmure, ni ninguna otra cosa buena que se le envidie”.
Un estudiante que vio ese texto en varias partes, y calzado con la firma y un retrato de Martí, quiso saber si era suya ciertamente. Se dirigió para ello a este articulista, quien le respondió que, por los términos y la orientación del pensamiento plasmado —algo como rabia y resentimiento, valoración de la hacienda a manera de mérito, afán de merecer murmuraciones y envidia—, la cita no era de Martí; pero buscaría para saber si, a pesar de eso, la había escrito. Pronto el estudiante se adelantó a comunicarle que ya había encontrado que era del escritor español Baltasar Gracián (1601-1658), lo que podría ser otra atribución incierta, pero no lo parece, y entre los fines de estos apuntes no está esclarecerlo. Quien desee comprobarlo podrá buscar en la obra de Gracián.
Una de las falsas atribuciones comentadas en “Cómo citar a José Martí” —“La política es el arte de lo posible”— también se les carga, de Aristóteles para acá, a distintos autores, entre ellos Maquiavelo, a quien sí retrata. Otra, similar de algún modo a la cita identificada como de Gracián, y glosada en aquel artículo, también se le ha endosado falsamente a Martí, aunque está asimismo lejos de su espíritu: "Si los que hablan mal de mí supieran exactamente lo que yo pienso de ellos, hablarían peor". En este caso resulta fácil hallar en las redes que la frase es del dramaturgo, escritor y cineasta francés, de origen ruso, Sacha Guitry (1885-1957).
A nadie —y menos a Martí, que tanto y tan bueno y bello, extraordinario, escribió —se le deben atribuir textos ajenos. Pero para usar a Martí contra la Revolución Cubana se han esgrimido, como suyas, citas que, hasta donde sabemos, no se han encontrado en ninguno de sus textos ni en fuente alguna merecedora de confianza. A propósito de la emigración cubana en años recientes se echó a rodar como suya la sentencia “cuando un pueblo emigra el gobernante sobra”. Por igual trillo en el plazo de pocos días un “citador” lanzó, de dos modos distintos y sin insinuar fuente, esta otra, que también se ha ilustrado con un retrato del héroe: “Podrá”, en un caso, “Podría”, en otro, “morir un hombre por los ideales de un pueblo, pero jamás ha de morir un pueblo por defender los ideales de un hombre”. Martí tenía muy claro el valor de los ideales —de personas relevantes o de pueblos—, pero las intenciones de esas presuntas citas son inocultables.
A lo ya dicho sobre el encanto que los escritos de Martí generan para bien —ejerce un hechizo que no viene de embustes, sino de la integridad y la coherencia—, añádase la colosal diversidad de asuntos que trató con la altura y la amplitud de su sabiduría y su solidez ética. Y con su también prodigiosa maestría estilística.
Si no persistieran las confusiones que este autor ha intentado subsanar con “Fidel Castro y el asedio de la gloria” y otros textos, no volvería ahora sobre la concreción “Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Esa concreción la hizo lema de su vida el líder de la Revolución Cubana a partir de una idea de Martí en su carta del 15 de diciembre de 1893 dirigida a Antonio Maceo: “Yo no trabajo por mi fama, puesto que toda la del mundo cabe en un grano de maíz”. A quien esto escribe le comentó alguna vez Fina García Marruz que la expresiva síntesis centrada en la gloria enaltece la grandeza de ese grano. El valor de la gloria justa lo reconoció el propio Comandante en su discurso del 1 de mayo de 1990, al expresar con respecto a la Cuba de heroica resistencia: “un pueblo como este merece un lugar en la historia, un lugar en la gloria”.
La condensación aforística hecha por quien tuvo el acierto de ver en Martí no solo al autor intelectual de sucesos ígneos que fraguaron el triunfo de la Revolución Cubana, sino también el fundamento moral de esta y el guía eterno del pueblo de Cuba, continúa repitiéndose como si fuera una cita textual de Martí, a pesar de las aclaraciones hechas, que parecen caer en el vacío. Recientemente y de distintos modos ha circulado la hipótesis de que la variación del original martiano podría deberse a Rafael G. Argilagos en sus Granos de oro, colecciones de “pensamientos de Martí”.
Pero el articulista buscó —y asegura que lo hizo cuidadosamente— en los volúmenes localizados de ese aforismario (1918, 1928, 1936, 1937, 1944, 1953 y 1956), y no halló la confirmación de la hipótesis. En las páginas 82-83 del publicado en 1944 —que Argilagos presentó como compendio de los anteriores y organizó por temas— figuran cinco fragmentos sobre la gloria, y ninguno corresponde a la cita en cuestión. Sobre la fama se lee uno, en la 67, y tampoco atañe a ella. ¿Habrá otras ediciones?
En cualquier caso, venga de donde venga, y aunque no altere sustancialmente el concepto de Martí, la síntesis ya vista no es una cita textual suya. Por tanto, no se le debe atribuir, lo que tampoco debió haberse hecho con el lema “Ser cultos para ser libres”, como en determinado momento se simplificó —¿quién duda que con las mejores intenciones?— su profunda máxima “Ser culto es el único modo de ser libre”.
Queda siempre la sospecha de que se abusa de las citas de Martí, cuando lo vital sería asimilar y aplicar su pensamiento, recta y creativamente, en la práctica diaria, como cuestión de sabiduría y, sobre todo, como guía para la conducta. Pero textos e ideas son inseparables, y el gran reclamo estriba en citarlo correctamente. Con todo, aun cuando siempre se hiciera así, procedería estar vigilantes contra el abuso de sus textos, aunque solo fuera para no cansar o aburrir al público lector, u oyente, con algo que en su centelleante creatividad resulta ajeno al agotamiento.
Una colega de buen juicio le ha preguntado al autor por una frase dada como de Martí, con foto de lujo, en la fachada de un edificio público habanero sito en Ayestarán, cerca de 20 de Mayo: “No hay imagen más falsa que el de haber reclamado derechos sin haber cumplido deberes”. El articulista no la ha encontrado en Martí, ni ha hallado indicios que la ubiquen en ella. Seguirá buscando, y agradecería colaboración en la búsqueda. Pero el texto, cuyo sentido habla más de actitud que de imagen, muestra una falta de concordancia impensable en Martí —“No hay imagen más falsa que el de haber”, en lugar de “No hay imagen más falsa que la de haber”—, y una forma verbal repetida innecesariamente —“haber reclamado sin haber cumplido”— donde cabía “reclamar sin haber cumplido”. Parece tratarse de una construcción para la cual se creyó buen crédito la firma de Martí, o se estimó “tan bonita” que no podía ser de otro autor.
Más allá de detalles como esos, y otros, los enemigos de Martí saben lo que él significa para la Revolución Cubana, y no cesan en el afán de tergiversarlo, menguarlo, mellarle el filo. Uno de sus detractores le ha hecho un homenaje involuntario: conjeturó que sus textos, de tan abundantes y grandiosos, no podrían ser obra de una sola persona, y lanzó la “tesis” de que los habrían escrito muchas manos. Ojalá hubiera habido —en Cuba, para no hablar de otros lares— una legión de autores de la talla de Martí.
Recientemente han vuelto a poner en duda la veracidad de su carta inconclusa a Manuel Mercado, síntesis testamentaria de su pensamiento político, social y ético, incluido su antimperialismo. Aducen que la dio a conocer, años después de muerto el héroe, un oficial español que podía estar interesado en dar una bofetada a los Estados Unidos por la humillación que esa potencia le propinó a España en 1898. Ocultan o minimizan el hecho de que ese militar propició el conocimiento de la carta con una fotocopia, también conocida, que no deja lugar a dudas sobre su autenticidad.
Contra empleos malintencionados de textos de Martí, o de hechos relacionados con su vida, las instituciones cubanas —escuela, prensa, cine, teatro, radio y televisión entre ellas— responsabilizadas con su estudio o con la divulgación de su legado, o con ambas tareas, y en general las llamadas a promover cultura, tienen el deber y la obligación de esmerarse en lograr que se le trate con pleno cuidado. No han de permitir que representantes o funcionarios suyos difundan citas, afirmaciones, juicios, fotos y otros documentos falsos, ni aparecer comprometidas, aunque solo fuera como escenarios prestados, con trabajos que —de pretensiones fácticas o artísticas— carezcan del rigor y la altura con que merece ser tratado uno de los mayores tesoros de la patria.
No se habla aquí de casos imaginados, sino de hechos indeseables que han sucedido, o tal vez estén ocurriendo ahora mismo. Muchos son los modos de profanación posibles. Sobre intenciones y “fundamentos” de los ultrajes se ha hablado, y será necesario seguir aportando luz. A la marginalidad se le da pábulo si se tolera que Martí sea juzgado con criterios de una supuesta picardía inmanente propia de la idiosincrasia nacional.
Por esa superchería ha circulado como obra de Martí una letra de canción que él no habría escrito ni en momentos de delirio febril. Es contraria a la fineza de quien, para calificar a los autonomistas y anexionistas que hoy siguen enrolados en las huestes de apátridas, los llamó “especie curial, sin cintura ni creación”. Lo hizo en su carta póstuma a Mercado, lo que también explica el interés de algunos en poner en duda particularmente la autenticidad de ese texto, mientras le atribuyen otros que no escribió.
Dondequiera que aparezcan citas no confirmadas como suyas, se debería llevar a cabo la debida comprobación, para mantenerlas o eliminarlas o, por lo menos, suprimir la impertinente atribución. Huelga decir que se deben rectificar errores de escritura, de ortografía incluso, que abundan e infaman a quien fue un creador literario inmenso.