jueves, 1 de septiembre de 2016

Una carta de amor.

 Por Carlos Luque Zayas Bazán

En el fragor de una polémica ideológica, o en medio del análisis de las tareas de un profesional de la información, resulta muchas veces imposible no mencionar a los autores por su nombre. Sólo aludirlas constantemente puede resultar más irrespetuoso que mencionarlas derechamente. Pero como nombrar a los responsables de sus ideas hiere últimamente susceptibilidades, me limitaré a ser lo más impersonal que pueda. Al polemista puede interesarle que su posible lector identifique al productor de los conceptos que critica, pues las ideas no surgen en el aire, y cuando se trata de un gestor de la opinión pública, su identidad pública forma, o debe formar, un todo único con sus concepciones personales. Pero a ciertas sensibilidades todo criterio claro y firme le parece enseguida un acoso injusto y personal. Se entona con frecuencia un cántico de amor y reconciliación no propio de las polémicas, cuando Cuba nunca ha sido objeto de miramientos, sino de todo lo contrario. Por otra parte, si se quieren refutar las opiniones adversas sobre la labor de un periodista, político, o intelectual, se deben atender a los argumentos que se le oponen. Otro procedimiento resulta un muy insuficiente e ineficaz proceder y el ataque que se señala se convierte en otro ataque que se ejecuta, o puede serlo.


En este blog, y en otros como Rebelión.org, autores cubanos y extranjeros, han estado publicando análisis sobre la tarea de un periodista- no lo nombremos, pero ahora la intención no es el irrespeto al no hacerlo, ya está dicho – que según varias opiniones de sus defensores ha sido, o está siendo, objeto de un injusto y vergonzoso ataque dirigido a su persona. Al respecto, recientemente se afirma que los últimos días han sido una vergüenza, y como ese juicio se refiere claramente a los trabajos aparecidos en este blog sobre la polémica de marras, se sobreentiende que determinados textos y sus autores, han cometido actos vergonzosos, pues en buen castellano según el sentido recto y figurado de la palabra, no cabe considerar otra interpretación. Según Aristóteles en Moral a Nicómaco. Libro cuarto, capítulo IX, “Del Pudor y la Vergüenza”, “una cosa vergonzosa sólo un corazón viciado es capaz de hacerla.”. Consideremos, no obstante, que el autor del juicio no ha hecho un ataque personal a los autores de los textos que avergonzaron sus días y sus noches, pero advirtamos que en todo caso hay que cuidarse de no cometer el mismo acto que se reprocha en los demás, o en cualquier caso, es conveniente evitar una frase infeliz que permita, sin mucho margen de error, suponerlo.


La tarea de llamar a las cosas derechamente por su nombre, siempre ha sido ingrata, y el argumento que se esgrime para descalificar a quien lo hace, bastante socorrido, es el de estacar a las personas cuyas ideas o actitudes se discuten, cuando lo que se impone es dar respuesta, o contra argumentar los puntos, conceptos e ideas expuestas por el adversario.


Si no se exponen argumentos sobre los contenidos concretos de la polémica, o al menos se intenta demostrar que los ajenos están errados, o que se miente, o que se fantasea con la mala intención de ejercer un linchamiento, curiosamente se produce una especie peculiar de ataque, que al no examinar o refutar ideas, podría considerarse personal: se está declarando que el otro es capaz de un ataque injusto, y además, vergonzoso, sin los argumentos que lo apoyen. En este caso me cuido de no hacer lo mismo, que no me interesa en lo más mínimo, y expongo y resumo el siguiente argumento: en efecto, afirmar solamente que otros hacen un ataque personal y lleno de palabras ofensivas, o basado en meras rencillas, qué palabra, es cometer el mismo acto que se reprocha, por cuanto se limita sólo a eso, a señalar que se es una persona de carácter vicioso, resentida, que produce vergüenza o dirime pequeñeces personales en el examen de las ideas. Ni más ni menos. El argumento del escrito a que aludimos es que se trata de una pelea entre personalidades, rebajada a una vulgar rencilla o, según una de las definiciones del diccionario, a una “cuestión o riña que da lugar a un estado de hostilidad entre dos o más personas”, si se tiene en cuenta que menciona con toda claridad al autor de este blog, y al periodista objeto de los análisis que se hacen en los textos “vergonzosos”. Para demostrarlo habría que analizar cada uno de los argumentos y datos expuestos en los textos publicados en este blog y otras fuentes. No se trataría, de ningún modo, de un debate equivocado, sino uno de los más necesarios y útiles, entre otros muchos posibles.


Otros de los argumentos que esgrimen los que se avergüenzan de esta polémica, es el de la manida frase de intentar matar al mensajero. Con ello quieren significar que los temas cubanos tratados por el periodista son los que se deben atender, que son objetivos, y están allí, y es cierto que se deben atender esos temas, pero que el periodista sólo los trasmite, por lo tanto, es únicamente un conducto inocente y seráfico, o al menos neutral y objetivo. Y por un lado eso es cierto, siempre y cuando el periodista cumpla cabalmente con la ética de su profesión, haga un profundo análisis multilateral, no sesgue su mensaje, y no ponga de su cosecha una óptica tendenciosa. Aparte de que en la tarea periodística nunca hay tal e incontaminado conductor objetivo y neutral, – y eso debe ser bien sabido por todo el que escribe sobre temas públicos y sociales -, además de eso, el periodista puede no ser sólo el mensajero, sino el productor de contenidos, y ya se ha estudiado con argumentos – que necesitan ser respondidos por sus avergonzados dolientes – por varios autores, cubanos y no cubanos.


Motivado por todo lo anterior, revisité algunos textos. No encuentro, por una de las partes, las ofensas personales, ningún indicio de rencilla. Encuentro, eso sí, argumentos, datos duros, citas analizadas, fuentes contrastadas. Encuentro análisis “sobre las ideas que cada uno propone”, como leo en el artículo del bloguero que comento, que no ha ocurrido en este tema. Como allí están los textos, me puedo limitar a remitir a su lectura (para su análisis objetivo. La tentación de analizarlos uno a uno es grande, pero el rechazo a los textos extensos parece que resulta mayor en la cultura digital que muchas veces conmina a masticar sin deglutir y saberlo es unas de las técnicas usadas para influir en las mentes y hacer pasar como suyas lo que contribuye a sembrar. Encuentro, sí, por otra de las partes, un llamado a estar atentos a “los escribas que pronto aparecerán”, una rara advertencia que descalifica con un término peyorativo (¿ofensivo?), y a priori, cualquier ajeno intento futuro del prójimo que pretenda hacer lo mismo que se quiere privatizar: el derecho de ejercer el criterio. Uno sería el buen periodista, otros, meros escribas, es decir, una descalificación en toda la línea. Y dentro de los muchos análisis posibles, solo traigo cai al final de esta nota uno a colación, en el afán de contribuir a precisar si siempre estamos ante un simple mensajero, o ante el productor de ciertos mensajes, y por lo tanto, si la cuestión es un debate equivocado o no. Para unos lo seguirá siendo, cómo no; para otros, de ninguna manera. Es el derecho de cada posición, aunque el derecho no siempre coincida con el acierto. El análisis de unos de los textos ajenos que se refieren al periodista de marras, nos serviría para ver con elementos de juicio si estamos o no ante “un profesional que escribe lo que piensa con honestidad”– y no me cuestiono su honestidad intrínsecamente personal, por lo menos hasta el punto que pueden diferenciarse ambas en el ejercicio público . Aunque visto desde otro ángulo, si la intención de un analista de la realidad social es recargar los tintes sobre un aspecto unilateral de la misma, subrayar unos elementos y escamotear otros en franca manipulación tendenciosa como demuestra Arnold August en algunos de sus trabajos, y con ello ese analista es consecuente con su forma de pensar, sin dudas que es honesto consigo mismo, pero dudosamente con la profesión que ejerce, ni con la objetividad de que presuma, y por lo tanto, no lo es con la realidad o los eventos sobre los que informa o analiza, y en ese caso difícilmente se pueda hablar de una profesionalidad que no haya que analizar, y llegado el caso, refutar y combatir.


Pero en relación con el análisis de la actividad periodística en el país, de ese o cualquier otro corresponsal, sobre todo se trata ahora de lo siguiente, lo cual no me parece un debate equivocado, y está allí mi mayor diferencia con el espíritu y el contenido de una de las tesis del bloguero que se confiesa avergonzado de este debate: la solución salomónica, noble en su intento, sin dudas, pero también sin dudas equivocada, según la cual el otro hace su tarea, y total, no va a transformar a nadie, por lo tanto dejemos que cumpla su misión tranquilo, sin los sobresaltos de la crítica que se le opone, sin que tengan motivo de alarmas los demás, porque a fin de cuentas, no lo haremos cambiar. Y ya está dado por bueno el orden universal, mediante un llamado casi angélico a la convivencia acrítica en el campo de las ideas con quien, mediante procedimientos dudosos, crea matrices de opinión con una visión de los problemas de Cuba que varios analistas han calificado de tendenciosa. Entre ellos Fidel, persona de fina diplomacia, aguda inteligencia, además de probada experiencia en lides mayores, y una rica relación con personas de todas las corrientes políticas e ideológicas imaginables a lo largo de su vida. No cito para aplicar una fuerza de autoridad, aunque aclararlo sé que no bastará para algunos. Lo hago por respetar la inteligencia ajena y la estatura indiscutible de un intelectual de fuste en cuyos juicios no sólo yo confío.


Razonemos, finalmente, sobre este llamado a la convivencia pacífica en un terreno sólo aparentemente pacífico, cuando se hace una guerra de pensamiento y no se avizoran las huestes, y ya se sabe que el cuarto poder es la ofensiva, la preparación artillera de lo que luego ya no será tan blando. Nos preguntamos: si no vamos a hacer reflexionar al periodista sobre su tarea, ni le vamos a cambiar su cosmovisión ni ideología, ¿dónde cabe la esperanza de que atienda los sabios consejos que le llegan, según uno de los cuales “sea responsable con sus lectores, (que) no se sume a sembrar el desaliento y la incertidumbre que generan otros medios, que sea profesional con sus colegas, incluso en momentos de tensión”?. Me resulta bastante seráfico ese llamado, como una carta de amor ideológica dirigida al que se acepta no es militante de la misma causa del emisor, y que además, antes se ha comprendido que no haremos cambiar. Quizás la exhortación que cito surge de percatarse que muchos de los textos del periodista, pese a ser sólo un mensajero, pueden efectivamente “sembrar el desaliento y la incertidumbre que generan otros medios”, o será un acto prosélito para que ello no ocurra. Yo pienso por mi parte que quizás es lo primero, pues muchas personas, y agudos analistas como Arnold August, coinciden en lo mismo. Pero esa es una suposición, pues no tengo derecho a afirmarlo por otra persona. Lo que me temo que es inobjetable es que se trata de un propósito noble e ingenuo, pero equivocadamente conciliador. Hay debates que pueden estar enojosamente extendidos para el gusto general, o para el que adversa criterios, perspectivas críticas más frontales, poco simpáticas para ciertas sensibilidades salomónicas, o que quieren recibir el aplauso de un auditorio por la bondad de su espíritu; cierto es que hay temas de mucha importancia, que deben ser tratados con más frecuencia, pero igualmente hay conciliaciones que pueden ser también fatales y dañinas en sumo grado. Por eso es necesario que existan, como bien se acepta, textos como los que se publican en La Pupila insomne, o intelectuales como Iroel Sánchez, que no buscan la mera simpatía, y comprenden que se está en un combate donde menudean los falsos llamados a los diálogos, los consensos espurios, y las convivencias de ideas y actitudes que no pueden convivir, o donde bajo el sombrero de la objetividad se hace, o se contribuye, a una labor de zapa y desacreditación, a sembrar el desaliento o la división. La confianza de que el adversario de ideas va a atender buenamente los consejos militantes de una causa, cuando se admite entender que no milita en ella, es una confianza infundada, y un error en las lides de la comunicación. Si se trata de matar a un mensajero, si es un debate equivocado, o es una lucha de ideas que es necesario librar, es algo sobre lo cual se pueden encontrar agudos análisis y argumentos en este trabajo de Arnold August: La delegada electa y el disidente en las elecciones municipales en Cuba http://www.rebelion.org/noticia.php?id=106384. Es uno entre varios. No hago el comentario del comentario, ni el análisis del análisis, aunque creo con firmeza en la utilidad de hacerlo. El que quiera seriamente pensar por cabeza propia si estamos ante un simple mensajero de los problemas cubanos que se pretende linchar injustamente, o ante un productor de mensajes tendenciosos que, quiéralo o no, como dice Arnold August, frecuentemente asume procedimientos que distorsionan las realidades cubanas y sus significados, como se demuestra en este trabajo sobre las elecciones cubanas, y contribuye así en buena medida y con bastante frecuencia, pese a los buenos consejos ya recibidos, “a sembrar el desaliento y la incertidumbre que generan otros medios”, lea y medite con sosiego y con justicia. O en todo caso, si no se está de acuerdo, dé a conocer argumentos que lo refuten, pero sobre los argumentos que se esgrimen, no sobre acusaciones de asedio injusto. No hay en este texto nada parecido a un linchamiento malsano, no hay nada parecido a una ofensa, y menos dirigida a la persona o su condición privada, no hay nada parecido a una animadversión o rencilla personal en ese y otros textos, no hay nada que avergüence con razón. Pero en este texto se comprende también que no hay nada más parecido a una manipulación, que la visión que contribuye a crear el periodista sobre uno de los temas centrales que, nuestros nietos, o algunos de ellos, seguramente van a agradecer que fueran atendidos en su momento.


Como se ha dicho que los cuestionamientos a la honestidad y profesionalidad del referido corresponsal solo proceden de una generación y sector, o peor aun que obedecen a un ataque personal de quienes no desean discutir los problemas de nuestra prensa, recojo a continuación enlaces a textos que -además de los citados en este artículo y sin incluir los de Iroel Sánchez ni los míos- lo han cuestionado con nombre y apellidos, todos publicados antes del debate actual. Sus autores pertenecen a sectores y generaciones diferentes y más de uno ha realizado críticas al trabajo de los medios de comunicación cubanos. De los autores de más de un texto sobre el tema, como ocurre en  varios casos, solo he enlazado el primero.

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