Por J. Á. Téllez Villalón
Como cada año, con el inicio del verano, comienza la difícil tarea de los padres cubanos de ocupar el extendido tiempo libre de sus hijos. Un tiempo que si bien resulta sumatoria de aquel ocupado durante 10 meses por la instrucción y la educación por parte de los que laboran en las instituciones docentes, culturales o deportivas y del otro que siempre nos corresponde; no debe estar libre, un solo segundo, de la formación y el cultivo de los valores que ha de convertir a nuestros vástagos en mejores mujeres y hombres, por más cultos, prósperos y libres.
De modo que para inaugurar nuestra propia etapa estival - asumiendo los lemas públicos de Sumando alegrías y Cultiva tu tiempo -, decidimos en familia, llevar a nuestras dos niñas, a una actividad infantil anunciada para el sábado 2 de julio en el Anfiteatro del Parque Metropolitano de La Habana, que creíamos conocer, porque en el mismo lugar lo habíamos hecho en la etapa anterior. Por aquello de que es mejor “malo conocido que bueno por conocer” y porque las nuestras son demasiado pequeñas para construir valoraciones críticas propias y discernir lo virtuoso de lo banal y por lo tanto demasiado volubles o influenciables desde cualquier canal de interacción, sobre todo el visual y el sonoro, como pequeñas homo videns que son.
Y para ser justos, el espectáculo del año pasado, concebido estructuralmente como el de este, fue aceptable, con actuaciones más profesionales que no lo relacionaría únicamente al hecho de que fue elegido en aquella ocasión para inaugurar la programación del Verano en La Capital y la participación, como es de imaginar, de directivos de la Dirección Provincial de Cultura.
Como en el del 2015, un payaso fue el protagonista en la escena, pues además de preponderar sus actuaciones y juegos, animó y presentó al resto de los participantes: unas cuatro coreografías danzadas por niñas y adolescentes de un proyecto local y un joven mago, necesitados de más ensayos, soltura y un disfrutar más lo que hacen.
Vale decir, que el payaso de esta vez, pese a su juventud, demostró contar con habilidades histriónicas que le permitan - de proponérselo - mejores resultados escénicos. Lo criticable, es el uso - y abuso - de gajes y juegos demasiados comunes y faltos de enseñanzas. Tendencia creciente entre los que incursionan - al menos en La Habana -, en este difícil arte de ser clown.
Imposibilitados de provocar la sonrisa infantil, recurren a contagiar a estos con chistes para los mayores, con doble sentido incluso. Se acomodan de recursos manidos y poco exigentes; principalmente de la burla de los niños del público, de la ingenuidad de los otros en escena. No narran una historia aleccionadora y dignificante, todo lo contrario.
La verdad que un “pagliaccio” es un payaso y su función es hacer reír a grandes y pequeños, hacer chistes y piruetas, pero también hacer reflexionar, cultivar. No es la vestimenta extravagante, la peluca llamativa o el maquillaje excesivo y los zapatos grandes lo que convierten al Arlequín, al Polichinela o al Pierrot en un artista. Y hoy - como quizás siempre lo fue - resulta más fácil importar un disfraz que formar un clown.
Si muchos son los vestidos de payasos, muchos los riegos que corremos. Tal vez por la crisis económica, y su autorización como una de las casi doscientas actividades de trabajo por cuenta propia (Animador de fiestas, payasos o magos); sin requisitos o evaluaciones por alguna institución o comisión calificada. O la práctica cada vez más popular de “ostentar” un payaso en cada cumpleaños. Sin negar que el fenómeno sea bien complejo, por estar determinado y condicionado por una matriz de variables psicológicas y socio-culturales, del payaso y de los receptores que disfrutan, valoran y pagan.
Pero compartimos que el profesionalismo del artista es primordial. Provocar la burla, y la risa fácil pueden algunos, pero no todos pueden jugar desde las esencias, cultivar la risa que haga sentir y trasmitir virtudes o derrumbar los muros que levantamos alrededor de nosotros mismos, ridiculizándolos. El arte de hacer reír a las personas, involucra la creatividad, el humor, la agilidad mental, la imagen, entre varios elementos que en conjunto hacen al artista.
Pero mejor, que lo expresen dos payasos genuinos.
En primer lugar, la mejor referencia de Payaso que tenemos la mayoría de los actuales padres cubanos, “Trompoloco”, defendido por el extraordinario artista que fue Erdwin Fernández y quien nos legara muchas de sus consideraciones sobre este difícil Arte en sus textos La carpa Azul (Letras cubanas, 1998) y Cuentos de payasos (Extramuros, 2007). Precisamente en este último - en un pasaje que me sirvió como referente principal para estas valoraciones, titulado Los payasos hablan de payasos -, un viejo payaso le trasmite a otro más joven:
“El trabajo del clown es como un juego. Un juego en el que la primera regla es la observación. (...) Después selecciona elementos de la observación y hace las parodias. La segunda regla es la veracidad; la autenticidad. En el juego, el clown tiene algo que contar y su relato debe ser veraz”. (1)
En igual sentido el payaso chileno “Petete” ha dicho: “Ser un payaso es convertirse en un niño y esa inocencia del niño es lo que debe transmitir el payaso, hay muchos que tienen otras ideologías que son groseros y hacen bullying y ese no es el mejor payaso, porque el objetivo de ellos es hacer feliz a las personas, no ofenderlas ni hacerlas sentir mal”. (2)
En el texto mencionado, a través de otra anécdota, Fernández defiende que el payaso “tiene la obligación de no traicionar a su origen” y “dignificar a los suyos”. De ahí lo rebatible de otra práctica del payaso del Anfiteatro y de otros –demasiados - de no dignificar la condición de nacional, de cubano.
Que lo primero que se haga sea solicitar un fuerte aplauso, “en divisa”, y se califique al primero, sin entusiasmo de en “moneda nacional”. O que, en uno de los juegos de participación, consistente en identificar unas cinco películas animadas por su tema musical, no se seleccione una sola cubana. Por poner solo dos ejemplos.
No sé si estos seudo-payasos han leído estos textos, pero me atrevo a asegurar que “Trompoloco” no aprobaría tales conductas; ni como payaso, ni como padre.
Notas:
(1) Ver Los payasos hablan de payasos de E. Fernández en: Cuentos de Payasos, Ediciones Extramuros, 2007, pp.80-95.
(2) http://www.laprensalibre.cr/Noticias/detalle/17186-el-arte-de-ser-payaso
Fuente CUBARTE
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