Graziella Pogolotti •
2 de Septiembre del 2017
Formamos parte de un país que dispone de una brevísima e intensa historia. Nuestros primeros pobladores dejaron escasas huellas. Luego, fueron llegando los españoles que impusieron la inmigración forzosa de africanos. Nuestra demografía en los años que siguieron a la conquista se vio empobrecida por la partida de quienes se marcharon al continente, seducidos por el espejismo del oro y la plata. Con el andar del tiempo, los que radicaron en la Isla y sembraron familia, se fueron acriollando. Se modificó el habla, cambiaron las costumbres y, por razones de clima y de recursos, las ciudades evolucionaron con perfil propio. La mentalidad, los estilos y expectativas de vida acentuaron diferencias entre los nacidos en Cuba y sus padres. Aparecían también las contradicciones entre el monopolio expoliador de la metrópoli y los intereses económicos de los lugareños.
La agudización de las contradicciones con España se une a la conciencia de nuestra singularidad para forjar paulatinamente el sueño de la nación.
Los rasgos característicos de nuestro perfil se precisaban al contemplarnos ante un espejo. Los escritores asumieron esa tarea, punto de partida para la conformación de un imaginario colectivo. Era la obsesión de Heredia en sitio tan distante como las cataratas del Niágara, y el desgarramiento de Gertrudis Gómez de Avellaneda al abandonar la tierra en que había nacido. Estaba en el descubrimiento de la peculiar luminosidad de nuestro paisaje.
Con extrema prodigalidad y riqueza, el costumbrismo se expandió a lo largo del siglo XIX. Para los contemporáneos, fue un modo de afirmar nuestra singularidad. La posteridad ha podido descubrir en esos textos el registro de un ambiente de época a través del testimonio de un vivir cotidiano que incluye una significativa franja de la sociedad. La mirada del observador recorre mercados, el vestuario y la conducta de las vendedoras de una repostería hecha al gusto de los paseantes, en las celebraciones tradicionales, en la vida de los salones y en los sitios dedicados a la recreación.
El costumbrista resulta a veces complaciente en exceso, al extremo de eludir en sus viñetas las zonas más oscuras de nuestra realidad. Podemos tropezar con la zona marginal representada por los curros del manglar, pero el acercamiento al drama social y humano de la esclavitud es mucho más cauteloso.
Los reformistas condenaron la trata negrera, pero no pudieron plantearle la abolición radical al sistema. Precursor de una ciencia en formación, en su prosa reflexiva José Antonio Saco intenta un análisis sociológico de las razones de algunos de los males que hemos arrastrado en nuestro devenir; la vagancia y los juegos de azar, que se sumergen y renacen como el irreductible marabú que inficiona nuestras tierras.
Desde la publicación de Contradanzas y latigazos, Reinaldo González no ha abandonado el estudio de Cecilia Valdés, clásico indiscutible de nuestra literatura, lectura imprescindible para todos los cubanos. Con esa novela, Cirilo Villaverde dio término al ambicioso empeño de toda una vida. Encontró maestros en los escritores europeos de su época, pero su intuición de artista lo condujo a entrecruzar la perspectiva sociológica con una penetrante capacidad de observación sicológica. En su voluntad de descubrir las interconexiones subyacentes en una realidad compleja, conduce al lector a un recorrido por la capital y por las zonas rurales. Atraviesa los estratos de la sociedad cubana, desde el comerciante español hasta el quehacer de ingenios y cafetales. Pasa junto a los mestizos que desempeñan oficios. Mira de soslayo a los estudiantes del seminario San Carlos. Describe la condición de los esclavos y advierte, con notable perspicacia, la marca de esta infame institución en víctimas y victimarios. El acercamiento abarcador a conflictos que atraviesan la sociedad se complementa con la sagaz visión del ámbito familiar de los Gamboa y la manifiesta ambigüedad latente en el vínculo entre Leonardo y su madre.
La literatura del siglo XX tomó otros rumbos, aunque nos dejó el perfil crítico del trepador Juan Criollo. No faltó, sin embargo, la crítica de costumbres. Se hizo a través del periodismo. La ejerció de manera ejemplar Emilio Roig, quien supo compartir su tarea en los campos de la investigación histórica y de animación cultural con una acción pública en favor de la cimentación de la conciencia ciudadana. En las modalidades de la convivencia cotidiana se manifiesta también el sueño martiano de preservar, ante todo, la dignidad suprema del hombre en lo que tiene de esencial, el respeto al otro.
En el aquí y el ahora del obligado quehacer de cada día, observamos la vulneración creciente de normas de conductas básicas para garantizar, en lo espiritual, una adecuada convivencia entre los seres humanos y, en el orden de la práctica concreta, un mejor funcionamiento de la sociedad. Desde la espontaneidad, se socavan los valores que sustentan un imaginario que subvierte los momentos esenciales para un presente en que germinan las semillas del porvenir. La prepotencia se expresa en la actitud del vendedor con el cliente, del funcionario que maltrata al demandante, de los poseedores de bienes adquiridos al margen de la ley y los exhiben sin recato ante quienes disponen apenas, con su trabajo honrado, de un salario depreciado. Las bocinas estentóreas perturban el descanso del vecindario. Los basurales tupen nuestras avejentadas alcantarillas, propician el derrame de aguas negras y violan condiciones de higiene indispensables para detener la propagación de epidemias. La coreografía de las fiestas de quince rinde culto a la ostentación y a la más ramplona cursilería.
Hay espacios en nuestra prensa para el registro crítico de fenómenos de nuestra realidad. Más allá de la observación del hecho aislado, se impone profundizar en las causas de las cosas y abordar el problema de manera integral. El funcionamiento de las instituciones tiene que ofrecer muestras de ejemplaridad en el cumplimiento de las normativas legales, eludir la persistente tendencia justificativa, actuar con prontitud y eficacia al responder a los demandantes, convertirse en modelo de trato respetuoso, aplicar sanciones requeridas en caso necesario, restaurar el estricto cumplimiento de la ley.
El pueblo trabajador es el mayor tesoro de la nación. Desde el siglo XIX los visitantes de otros países admiraron nuestro paisaje, pero reconocieron, sobre todo las cualidades del cubano cordial. Preservar esa virtud es compromiso esencial en este momento histórico.
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