lunes, 20 de marzo de 2017

A un año del viaje de Obama a Cuba




Foto: The White House.
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20 Marzo, 2017


Por:
 Arturo López-Levy, OnCUBA
En varias ocasiones, Barack Obama expresó una visión sobre la presidencia estadounidense como una carrera de relevo. La eficiencia de su gestión en la Casa Blanca implicaba la responsabilidad de entregarle el batón a su sucesor en una situación mejor que la que él heredó del presidente Bush en 2009.

Desde esa perspectiva, el viaje histórico que el entonces presidente de EE.UU. hizo a Cuba hace hoy un año, fue un éxito rotundo. Estados Unidos y Cuba están ahora en mejor situación para hacer avanzar sus intereses nacionales y valores, manejando más constructivamente sus conflictos.

La visión norteamericana oficial sobre Cuba, expresada en la directiva presidencial de octubre de 2016 es mucho más realista, y entiende mejor sus prioridades, oportunidades y retos que en ningún momento de la historia de las relaciones bilaterales después de 1959.

El legado del viaje

Tras la aproximación en las relaciones Cuba-EE.UU. con el acuerdo del 17 de diciembre de 2014, el viaje del presidente Obama a Cuba procuró acelerar las negociaciones entre los dos países, y hacer irreversible el cambio de imagen de Cuba en EE.UU. y de EE.UU. en Cuba.

El viaje a La Habana era, en sí mismo, un símbolo y mensaje nuevo a los pueblos cubano y estadounidense. El presidente Obama desplegó todo su carisma, enfatizando la utilidad de dialogar con países con los cuales EE.UU. ha tenido una relación accidentada y promover lógicas de ganancia mutua. Lo hizo a su aire, combinando la discusión respetuosa de gobierno a gobierno con iniciativas y mensajes dirigidos a una mayor interacción entre las sociedades a ambos lados del estrecho de la Florida.

A los norteamericanos les ratificó la pertinencia de actualizar su visión sobre Cuba. De ser considerada Cuba una amenaza a EE.UU. en el lenguaje oficial estadounidense —incluida injustamente en la lista de naciones patrocinadoras del terrorismo hasta mayo de 2015– la isla fue presentada en la cobertura del viaje en marzo de 2016 como un país en cambio, en transición a un modelo más abierto y más orientado al mercado, con más oportunidades y posibilidades para viajes, negocios, comercios e interacción.

Socavando la lógica de enemistad y prohibición de viajes, el ocupante de la Casa Blanca, de conjunto con la primera familia norteamericana de entonces, se convirtió en el viajero en jefe a un país donde las leyes estadounidenses todavía prohíben viajar. El presidente acompañó el nuevo discurso con una apertura sustancial de licencias generales y autorizaciones para vuelos comerciales directos que alivian el costo y la gestión administrativa de los viajes.

Con actividades difícilmente calificables como “no turísticas”, como pasear por La Habana Vieja, comer en sus restaurantes privados (denegación palpable de la imagen de La Habana como una Pyongyang en el Caribe), y mirar un juego de béisbol en el mismo palco con el presidente Raúl Castro, Obama incitó a sus connacionales a visitar una Cuba que los esperaba, saliéndose ya de los moldes de la guerra fría.

El desfile de hombres de negocios, instituciones científicas y educacionales, grupos filantrópicos y norteamericanos en general no se hizo esperar poniendo frente a las dos sociedades una nueva matriz de oportunidades de prosperidad e interacción constructiva dependiente del cambio en las políticas públicas a ambos lados.

Tras la visita de Obama, varios jefes de Estado de países aliados de EE.UU. en Europa, América Latina y Japón visitaron la isla, ratificando el espaldarazo al nuevo curso de relaciones entre los dos países, y aprovechando el deshielo con Washington para explorar opciones que avanzaban sus intereses económicos y políticos.

El deshielo con Washington creó también un ambiente favorable en las negociaciones económicas y políticas de Cuba con otros actores como la Unión Europea y el Club de Paris en materias de deuda. Difícilmente esas negociaciones habrían producido los resultados positivos alcanzados por Cuba si su obstrucción hubiese sido para la Administración Obama una prioridad.

Con su discurso en el Gran Teatro de La Habana, Obama tiró al ruedo público tanto la urgencia del fin del embargo / bloqueo de Washington como del abandono de la mentalidad de economía de comando y de control social predominantes en los círculos de poder en La Habana. Obama expuso con transparencia ante cubanos y norteamericanos, como ya lo había hecho en breve en su último discurso sobre el estado de la Unión, las bases para una política diferente.

El bloqueo y el intento de dominación por coerción fueron presentados como un anacronismo ante las potencialidades para Estados Unidos en Cuba de una política hegemónica y de persuasión. Los mejores instrumentos de EE.UU. en esa lógica no serían las sanciones ni las imposiciones de un cambio de régimen sino su poder suave, su capacidad de atraer, negociar, comerciar, exponer sus libertades.

Para el liderazgo cubano a emerger a partir de 2018, que carece del carisma de Fidel Castro y la legitimidad revolucionaria de la generación del centenario, el reto de una política de hegemonía por persuasión es más complejo pero menos dañino que el bloqueo y las amenazas de seguridad. Más viajes y más comercio e intercambio con EE.UU. representan un mundo más amistoso a las reformas cubanas en curso, que son esenciales para construir nuevas zonas de legitimidad intra-sistémica.

Obama puso sobre la mesa de cálculos de las nuevas generaciones de políticos cubanos en el Estado y la sociedad, la posibilidad de una normalización asimétrica, con respeto norteamericano por la soberanía cubana y deferencia cubana hacia el estatus de gran poder estadounidense.

Obama viajó a Cuba con impunidad. Pocos eventos han causado más desolación y destrucción al grupo pro embargo en Washington, que hasta entonces disfrutaba de una aureola de poder que no se justificó. Si algo quedó claro al señor Trump si se quiere enterar, es que los partidarios del embargo a los actos de Obama se tuvieron que calar el viaje completo sin poder montar ninguna resistencia ni en la opinión pública estadounidense ni en las instituciones. El precio a pagar en la presidencia o el Congreso por avanzar un curso constructivo de negociación con Cuba es apenas el de comprar los pasajes.

Después del viaje de marzo, Cuba y EE.UU. aceleraron múltiples negociaciones sectoriales coordinadas desde una comisión bilateral en la que se contemplaron también aquellos temas como soberanía, democracia y derechos humanos donde existen profundas diferencias. La administración Obama entendió que la dignidad de una gran potencia democrática y el peso de la asimetría de poder le permitían a EE.UU. negociar con un Estado pequeño como Cuba en su vecindad sin la cortedad de miras de un enfoque transaccional de tip por tat. Tal enfoque le produjo créditos políticos internos y de política exterior, como el reconocimiento recibido por el presidente Obama desde la ya muy dividida comunidad cubano-americana y en la cumbre de las Américas en Panamá.

El mensaje del presidente visitante a los cubanos también implicó un cambio en las narrativas. En las vísperas de la primera transición intergeneracional en la cúspide del Estado cubano post 1959, Obama llamó a los cubanos a no ser rehenes de conflictos históricos entre los dos países y buscar alternativas para construir un país más próspero y una relación constructiva entre las dos sociedades.

No le toca a EE.UU., no es su responsabilidad, conducir los cambios que Cuba necesita. EE.UU. abandonó, por lo menos temporalmente, el simplismo de mirar la política de Cuba con la obsesión por derribar a Fidel, Raúl Castro y el gobierno del Partido Comunista. Es difícil que después del viaje del presidente y sus diálogos con los sectores empresariales emergentes y la sociedad civil cubana, EE.UU. regrese a una visión tan estrecha de Cuba.

Las opciones del presidente Trump

Queda al presidente Donald Trump tomar la oportunidad de avanzar por un camino menos accidentado en los próximos años o insistir en retrotraer la relación con Cuba a las lógicas de confrontación que no produjeron nada positivo. Queda también a su equipo de política exterior evaluar con criterio objetivo las posibilidades de los actores y procesos políticos que tienen lugar en la isla.

Para ese ajuste, sería conveniente que el presidente Trump se informe mejor sobre las agendas y actores más relevantes en el panorama cubano. Si opta, por ejemplo, por escuchar a algunos de los opositores más rabiosos hacia el gobierno cubano, restituyendo sanciones o limitando licencias que Obama abrió, puede terminar dañando más al gobierno que a los nuevos sectores emergentes de mercado y propiedad privada en la isla. Esos sectores son hoy más relevantes que los opositores preferidos de Washington y Miami, en el proceso de liberalización.

El nuevo equipo diplomático y de seguridad en Washington tiene el reto de escapar a la versión reduccionista sobre derechos humanos y apertura en Cuba que predominó hasta los últimos años de la administración Obama. Hasta 2014, cualquier conversación sobre democracia, derechos humanos, o modernización en Cuba pasaba siempre en el Washington oficial por una exagerada referencia a elecciones multipartidistas inmediatas y la entrega del poder a aquellos sectores preferidos –ya fuese por el Miami más derechista o el Washington de Obama, más liberal pero no menos intervencionista. El viaje de Obama a Cuba en marzo de 2016 comenzó a cambiar esa perspectiva.

La política de Obama hizo más por los intereses comerciales y de inversión estadounidense, y por promover la agenda estadounidense de seguridad y migración en el Caribe que todas las décadas de hostilidad. Así lo afirmó en su momento el general John Kelly, hoy Secretario de Seguridad Interna, quien avanzó varios de los programas de comunicación entre las fuerzas armadas y de orden de Cuba y EE.UU., cuando era jefe del Comando Sur. Así lo registró la Cámara de Comercio de Estados Unidos, y los centenares de abogados y negociantes que visitaron Cuba después del viaje presidencial. Hoy, Starwood, una cadena de hoteles estadounidenses maneja su primera instalación en La Habana. Para avanzar más los intereses norteamericanos, la administración Trump debería ampliar y no reducir el diálogo, la negociación y los intercambios con Cuba.

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