martes, 7 de marzo de 2017

Tiene la palabra el camarada Ambrosio


Raúl Roa, y otros compañeros en presidio, a causa de su militancia en la Revolución “del 30”.

Por Julio César Guanche

Este breve diálogo con Ambrosio Fornet data de 2005. En él, Fornet rememora detalles de la célebre entrevista que le hizo a Raúl Roa García, texto que acuñó la frase “la revolución del 30 se fue a bolina”.

Esa imagen se ha usado desprolijamente, pero hace ya unos años viene generando estudios que “revisan” esa idea, entre otros, de Fernando Martínez Heredia, Rolando Rodriguez, Ana Cairo y Berta Álvarez.

El propio Roa dio en profundidad su opinión sobre esa revolución en “Escaramuza en las vísperas”. (Se reproduce en El santo derecho a la herejía. El socialismo cubano «por la libre» en Raúl Roa García (1934-1959), (Compilación y prólogo de Julio César Guanche), Ruth Casa Editorial/ICIC Juan Marinello, 2011. Consultar aqui

Reproduzco ahora aquel diálogo con Fornet, para contribuir al muy loable empeño de Dayron Roque, profesor de la Universidad de la Habana, de hacer de sus clases, además, un espacio virtual y colaborativo. Se puede consultar aquí lo que viene haciendo:


Esta es aquella entrevista:

Donde se hace la historia de cómo un “luciferino entrevistador” se enfrentó al único canciller del mundo que ha puesto por escrito la expresión “músculo primo”.

En 1967, en las páginas de la revista Cuba, apareció, sin crédito, una entrevista a Raúl Roa que a poco devenía célebre. Su autor padecería en el anonimato aún después, cuando publicado el libro La Revolución del treinta se fue a bolina, por Ediciones Huracán, tampoco se dio a conocer el nombre del que Roa calificara de “luciferino entrevistador”. A diez de últimas, se sabría que fue Ambrosio Fornet, y no otro, el responsable de aquella entretenida y densa relación de preguntas, que provocó que la ya de por sí lengua suelta de Roa, se soltara con entusiasmo mayúsculo. Todavía pesan, cual macizos baldones, sus frases sobre aquellos a quienes Roa les infligió sus invectivas, de una gracia que a varios de ellos seguramente les arrancó una sonrisa. Más allá de ello, sus ideas continúan cargando hoy toda la sabia provocativa que le fuera tan consustancial al autor deBufa subversiva. Para los lectores de La Jiribilla, Ambrosio Fornet devela los pormenores de aquella histórica entrevista.

Usted, en el prólogo a La Revolución del treinta se fue a bolina, refiere haberse abalanzado, en acción al parecer “espectacular”, sobre la mesa de la librería donde se hallaban los últimos ejemplares de la edición que hiciera Samuel Feijóo de Retorno a la alborada. ¿Qué motivaba aquel entusiasmo?

Los dos tomos de Retorno a la alborada —de 1964, si mal no recuerdo— recogen numerosos ensayos y artículos de Roa, de diferentes épocas, y en aquellos años era imposible encontrar en librerías esos textos. Para sus admiradores, como era mi caso, la simple idea de quedarse sin la edición, y tener que pedirla prestada o ir a leerla a una biblioteca, resultaba aterradora. Por eso me lancé de cabeza sobre aquellos solitarios ejemplares.

¿Qué significa Roa, además de ser el “tipo más simpático” de ella, dentro de esa heterogénea generación que solemos llamar “del 30”?

Roa era como la confirmación del arquetipo, no de toda la generación, sino de parte de ella, porque jóvenes simpáticos y dinámicos eran otros también, como es el caso de su gran amigo, Pablo de la Torriente Brau. Pero además Roa representaba la integridad y la fidelidad a sus principios, lo que no puede decirse de todos los que habían sido sus compañeros de lucha durante el machadato.

¿Podría usted, Ambrosio, describir pormenores de cómo fue concebida y escrita aquella entrevista que se haría famosa apenas publicada en la revista Cuba, con el título de “Tiene la palabra el camarada Roa”?

Bueno, la idea se le ocurrió a Ernesto González Bermejo, periodista uruguayo que en aquella época era jefe de redacción de la revista. Conociendo mi admiración por Roa, me preguntó si me gustaría que lo intentáramos, y yo, naturalmente, le dije que sí. Roa aceptó enseguida, pero estaba tan complicado entre el trabajo y las tiñosas —los rollos diplomáticos y las siembras de café, como decía él mismo— que me sugirió que le sometiera por escrito un cuestionario, para ir respondiéndolo en sus ratos libres. Yo, por supuesto, me despaché preguntándole sobre lo humano y lo divino, pensando, te lo confieso, que él iba a escoger unas preguntas y desechar otras, pero resultó que en un tiempo récord, una o dos semanas, me parece, las respondió “todas”. Y no solo eso, sino que me dio una cita, en su oficina de Relaciones Exteriores, para ventilar cualquier duda que pudiera haber quedado. Para mí, fue una experiencia memorable. Era la primera vez que hablaba personalmente con él.

Parece que los lectores recibieron la entrevista no solo con interés, sino también con regocijo…

Sí, porque Roa no se cuidaba, era bastante deslenguado, en privado y en público, y hablaba del “músculo primo” y ese tipo de cosas, lo que parecía impropio de un Ministro de Relaciones Exteriores… salvo si ese Ministro resultaba ser él, precisamente. Por cierto, la entrevista apareció muy bien ilustrada, pero con una lamentable omisión involuntaria: sin el nombre del “luciferino entrevistador”, como me había calificado Roa. Así que en el número siguiente se procedió a hacer la aclaración.

¿Nunca hubo planes para un “continuará”, para una segunda ronda de preguntas y respuestas?

Me hubiera gustado —con sus recuerdos y comentarios podía haberse armado un magnífico testimonio—, pero no se nos ocurrió. Sin embargo, me quedó la satisfacción no solo de la entrevista, sino de la confianza que Roa me dispensó, porque un buen día me llamó Rolando Rodríguez a su oficina —era entonces director del Instituto del Libro, donde yo trabajaba— y cuál no sería mi sorpresa —como diría un novelista decimonónico— al ver que Roa estaba allí y me pedía que yo le prologara su nuevo libro, Aventuras, venturas y desventuras de un mambí, que aparecería en 1970. Era algo insólito —creo que lo he comentado en otra ocasión—, algo que solo a alguien como Roa podía ocurrírsele: que un desconocido, bastante joven todavía, prologara un nuevo libro suyo. El discípulo presentando al maestro a petición suya. No recuerdo un caso semejante en toda la historia de la bibliografía cubana, salvo quizás el de Fernando Ortiz.


Ambrosio Fornet

Para remedar el tono de aquella entrevista: “¿Podría usted retratar o definir con una frase” a un hombre como Roa, como lo hizo él con algunos de sus contemporáneos?

La verdad es que no. No tengo ni su ingenio ni su capacidad de síntesis. Además, Roa era tan polifacético que es imposible encasillarlo.

¿Qué ganarían los jóvenes cubanos, intelectuales o no, descubriendo o redescubriendo a Roa?

Lo que gané yo, y habrán ganado otros tantos como yo: la sensación de estar en contacto con un ser humano excepcional y de poder sostener un diálogo vivo con tu propia historia. Como otros revolucionarios del 30 que fueron también revolucionarios de los 60, la sola presencia de Roa nos aportaba algo fundamental en aquellos tiempos de rupturas, que era el sentido de continuidad. Eso les daba coherencia a nuestras búsquedas.

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