Un buen día, mientras iniciaban el Servicio Militar Activo, les explicaron que se incorporarían a una importante, aunque «misteriosa» misión. Inesperadamente, terminaron implicados en uno de los últimos grandes sueños del líder histórico de la Revolución, y muy cercanos a él
Yuniel Labacena Romero
«Están las condiciones creadas para que el país comience a producir masivamente Moringa Oleífera y Morera, que son además fuentes inagotables de carne, huevo y leche, fibras de Seda que se hilan artesanalmente y son capaces de suministrar trabajo a la sombra y bien remunerado, con independencia de edad o sexo».
Fidel (17.06.2012)
Han regresado a un sitio que marca sus vidas. En una de las paredes de la unidad que fue escuela y hogar —cuando apenas rebasaban los 20 años de edad— están las fotos de un inesperado encuentro. Se detienen expectantes frente a las imágenes. Cada uno trata de encontrarse.
Sus rostros han cambiado. Algunos tienen unas libritas de más, otros se han dejado crecer la barba, hay quienes vuelven pelados con diferentes estilos, o más robustos... y los menos mantienen parecida figura de hace dos años. Ninguno puede esconder la emoción, el placer, la enorme alegría que vivieron implicados en uno de los últimos grandes sueños del líder histórico de la Revolución.
Corría el año 2014 cuando Lázaro Tapia Correa, Luis Alberto Morales Cárdenas, Gerardo Leyva Domínguez, David Noa Gómez y Hansel Pérez Infanzón cumplían con su etapa en el Servicio Militar Activo (SMA) en áreas dedicadas al desarrollo de la Moringa Oleífera y Morera, cultivos expandidos en Cuba por iniciativa de Fidel en los últimos años de su vida.
Ninguno jamás pudo imaginar que cumplir con su deber militar los llevaría a una proximidad inesperada. Sabían que un hombre como el Comandante en Jefe comprendía el valor de la agricultura sostenible y orgánica en Cuba, pero no de su amor por el desarrollo de este cultivo, al que consagró horas de estudio y a comprobar en los campos los posibles beneficios.
El desarrollo de esta iniciativa lo confió a los jóvenes como de los de esta historia. Ninguno de los entrevistados se conocía antes. Llegaron desde distintos municipios de la capital y otros territorios del país. Tampoco se habían desempeñado en la agricultura, pero asumieron con entusiasmo y confianza la misión encomendada, cuando fueron los seleccionados en la Unidad de Abastecimiento Logístico, enclavada en el capitalino municipio de Cotorro, donde ya efectuaban su SMA.
Nos eligieron dentro de un grupo de muchachos que pasábamos el Servicio en esa unidad, narró Luis Alberto. «En ese momento comenzaron a hacernos entrevistas, investigaciones, lo mismo allí que en el barrio. Ninguno sabía a dónde íbamos. Nos dijeron que se trataba de una importante misión. Con esa incertidumbre estuvimos varias semanas, hasta que llegó el traslado. Nuestros padres tampoco sabían los detalles. Todo era un misterio y nosotros, como muchachos al fin, no nos preocupamos mucho», explicó.
«Recuerdo que nos dieron el uniforme que usa el Ejército Juvenil del Trabajo (EJT) y nos hablaron de lo valiosa que es esta fuerza para el país, de lo que habían aportado quienes se integraban a ella y hasta de los beneficios que traería nuestra incorporación», apuntó Gerardo, y añadió: «Como el resto de mis compañeros me dije: “No debe ser tan malo a lo que vamos, pues tienen confianza en nosotros”».
Al día siguiente de esta última cita con los oficiales llegaron a una finca en el municipio capitalino de Playa bajo rigurosas medidas de seguridad.
«Aquí fue donde nos explicaron concretamente lo que íbamos a hacer, aunque en ningún momento nos dijeron que estábamos en las mismas áreas de la casa del Comandante en Jefe ni que él recorría a menudo la finca. Al otro día empezamos nuestra faena en la agricultura», develó David, mientras sus compañeros sonreían con picardía.
«El primer día de trabajo fue duro. Nunca mis compañeros ni yo habíamos hecho este tipo de labor. Vernos frente a esos surcos inmensos llenos de Moringa fue todo un suceso, solo cuando conocimos el deber que ello entrañaba no hubo surco ni sol que nos venciera», afirmó satisfecho Hansel.
Este muchacho recuerda que durante el tiempo en que cumplieron con el SMA hicieron de todo: guataquear, regar, rastrillar, moler, almacenar... en fin, atender delicadamente el cultivo de la Moringa, aunque también hicieron otras labores relacionadas con la agricultura.
Así transcurrió la vida de estos jóvenes por más de un año, en que cada uno trabajaba en un área específica. Unas veces lo hacían juntos, otras separados. En ese ambiente ocurrieron los encuentros con Fidel, nunca previstos, pero sí muy reconfortantes para el trabajo, como cuentan Lázaro, Luis Alberto, Gerardo, David y Hansel.
Aseguran que esos intercambios quedaron entrañablemente en sus corazones y sus conciencias, pues aprendieron de la sensibilidad humana y la inteligencia de quien, como dice el pueblo con su intuición, «se las sabía todas».
Algo era común en los diálogos de Fidel. Cuentan que él, siempre en los primeros minutos, preguntaba cómo se sentían, cómo los trataban, sobre las condiciones en que vivían en la Unidad, sobre las horas de trabajo y si tenían los recursos para desarrollar su labor, cómo se superaban profesionalmente. Quizá por ello, estos muchachos son unos convencidos de que para cualquier joven conversar con el Comandante en Jefe, además de un honor, significaba una inmensa alegría.
El jefe lo sorprendió
Si algo le viene a la memoria a Lázaro de sus primeros días en aquella tarea eran las expresiones de quienes ya trabajan allí. «Todo el mundo decía: el Jefe pasa por aquí, pónganse a trabajar que el Jefe los sorprende en cualquier momento. Pero lo que nunca imaginábamos era que el Jefe al que se referían era a Fidel. Yo mismo me decía: “¿Quién será el Jefe?”».
—¿Y el día que lo viste?
—Aquello fue tremendo, quedé como atolondrado. Recuerdo que el auto en que recorría los campos se detuvo por unos minutos y después continuó su marcha. Se detuvo, como lo hizo después muchas veces para saludarnos, conversar u observar cómo trabajábamos.
—¿Hablaste con él?
—Ese día no. Fue en otra ocasión y cuando ello sucedió recuerdo que me preguntó de dónde era. Le respondí que de La Habana. Uno de sus acompañantes bromeó: «La gente de La Habana no trabaja». Fidel no dijo nada, solo comenzó a reírse. Modestia aparte, yo soy de la capital, pero trabajaba y mucho.
—¿Fue el único encuentro con Fidel?
—Otro de los momentos fue cuando nos tomamos las fotos. Ocurrió luego de dos días intensos de trabajo hasta altas horas de la noche, en las que cortamos no pocas toneladas de tritonia para una exportación que iba hacer el país. El último día él llegó de sorpresa, como casi siempre hacía.
«Quien estaba al frente de la escolta nos dijo: “Muchachos vengan, que Fidel quiere saludarlos”. Fuimos pasando uno a uno y le estrechamos su mano, esa mano grande que durante buen tiempo estuvo apretando fuertemente muchas manos. No dijo palabra alguna. Su rostro trasladaba felicidad y confianza. Fidel siempre fue un hombre muy preocupado por quienes estaban a su alrededor».
—Seguro le contaste a la familia de estos encuentros...
—Hablaba del tema con la familia y en el barrio con mucha discreción. Cuando se enteraron dónde estaba, de lo que hacíamos y de que había conocido personalmente a Fidel, todo el mundo se volvió como «loco». Se preguntaban cómo había logrado eso, y la respuesta era: disciplina, disposición y entrega. Fueron esas las lecciones que aprendí en el tiempo que cumplí el SMA en ese lugar.
—Después de esta experiencia, ¿cómo es Lázaro?
—Sigo siendo el mismo. Trabajo en el hospital Calixto García. Allí muy pocos conocen esta historia. El hecho de haber conocido al líder de la Revolución te hace sentir más que orgulloso, pero por eso no puedes creerte superior a nadie. Fidel siempre nos enseñó eso.
Una misión fuerte
Una misión más fuerte que cualquier otra. Así le dijeron a Luis Alberto que sería su nueva tarea y, como el resto de sus compañeros, quedó sorprendido.
—¿A pesar de eso no te preocupaste?
—(Sonríe). Sí, solo que cuando a uno le hablan del Servicio Militar se asusta, pues uno ha escuchado muchos cuentos sobre esta etapa de la vida... Mis padres se preocuparon mucho, y cuando les dije que solo sabía que nos trasladaban del Cotorro para Playa pusieron el «grito en el cielo». Imagina, yo vivo en Managua.
—¿Y cuando supieron a lo que te dedicabas?
—La alegría reinó en casa. Me dieron fuerza, conversaron mucho conmigo, me dijeron que echara pa’lante, sobre todo en el surco. Uno chapeaba en la Unidad anterior, pero de ahí a coger la guataca era bien grande el tramo. Uno se impresiona mucho, pero al final se le coge la vuelta.
—Esa foto que tienes en tus manos, ¿qué representa para ti?
—Nos las regalaron cuando nos licenciamos del Servicio. Fue fruto de una misión grande como la calificó el propio Fidel, esa de la que ya han hablado mis compañeros. Hay que agregar que el último día terminamos muertos de cansancio y en ese momento uno lo que quiere es ir para la casa o la Unidad. Entonces el Comandante en Jefe nos sorprendió con su visita. En ese momento el cansancio desapareció. Fue un gesto reconfortante.
«Después de ese encuentro vinieron otros. Una vez estaba recogiendo las vainas de la Moringa y él pasó. Detuvo el auto y me preguntó para qué servía. Le respondí que para prevenir el cáncer, la hipertensión, los dolores, la diabetes, y que se utiliza como alimento animal. Tras mi respuesta sonrió, me saludó y continuó su camino. Ello fue muy conmovedor: que el líder de tu Revolución converse contigo en medio del surco, siendo joven y, además, pasando el Servicio Militar Activo, te emociona mucho».
—El trabajo que realizaban ha tenido una continuidad…
—Sí, lo hemos visto en los jóvenes que hoy están aquí y laboran por hacer sostenible este proyecto después de la partida física de Fidel. A ellos les digo que le pongan mucho amor y dedicación. El Comandante no está, pero están otros de su generación que también confían en los jóvenes.
Sigue vivo en estos campos
«Fidel está vivo. Lo sentimos aquí, con su vitalidad de siempre, recorriendo estos campos, conversando con cada uno de nosotros y con quienes han seguido plantando la semilla de este gran proyecto. Vuelve siempre con sus consejos para que sigamos siendo mejores seres humanos», apunta Gerardo, otro de esos muchachos.
«A las tres semanas de estar aquí, junto a otros de mis compañeros, tuve una larga conversación con Fidel. Fueron casi dos horas de un diálogo informal debajo de unas matas de pino que había cerca del área donde laboramos. Sabíamos de sus recorridos por la finca, de sus encuentros con jóvenes de los que trabajan en ella y siempre pensaba: ¿Me tocará algún día a mí? ¿Cómo será?
«Recuerdo que ese día lo primero que hizo fue preguntarme por mi salud. No era que estuviera enfermo, pero usted sabe que eso era muy importante para él. Después vino una ráfaga de preguntas, hasta que me tendió su mano y yo, nervioso, se la estreché. Sentí una sensación hermosa por dentro, una autoestima muy grande. Estaba muy orgulloso.
«Como ese hubo otros encuentros. Muchas veces hasta nos preguntó para qué servía la Moringa. Por suerte a nosotros nos interesó lo que hacíamos y buscamos información. Con ese gesto, en el que a veces lo sentíamos como un padre, Fidel nos ponía a prueba. Hay gente que nunca tuvo esta oportunidad y yo con 19 años, sin protagonizar grandes hazañas, como lo hicieron jóvenes de mi misma edad en condiciones más difíciles, pude saludar y conversar con el Comandante. Ese día se le veía saludable y con optimismo».
—¿Qué sentiste cuando conociste de la muerte de Fidel?
—Un gran dolor. Ya me había licenciado. Estaba en casa y fueron varios días pensando en cómo a una persona tan noble, llena de ideas, le había sucedido eso. Lo sentí mucho porque era nuestro padre y guía.
—Vives en el Cotorro, por donde entró a La Habana la Caravana de la Libertad...
—Eso hace que sea un enamorado de la historia. Fidel fue el guía de ese hecho histórico y todavía tenemos que seguir aprendiendo de él, defendiendo su legado y apostando por la historia de Cuba.
En la tarea jardín
Tantos días de incertidumbre habían hecho que Hansel se sintiera ansioso por llegar al lugar y saber la tarea que nos esperaba. «Solo conocíamos que íbamos a formar parte de la tarea Jardín. En realidad no sabíamos qué quería decir eso», afirma, a la vez que recuerda: «Aquí no hubo tiempo ni para respirar, como decimos en buen cubano. Llegamos un día y al otro ya estábamos en el surco. Ya te puedes imaginar cómo fue ese encuentro».
—¿Cuándo supiste que laboraban tan cerca de la casa del Comandante en Jefe?
—Eso fue cuando regresamos del pase de nuestra primera semana de trabajo. Me puse de lo más contento. ¡Yo tan joven y al lado de Fidel! Eso me parecía imposible. En ese entonces ya estábamos ubicados en las diferentes áreas.
—En tu caso, ¿cómo fue el primer encuentro con Fidel?
—Estaba junto a otros soldados de Ciego de Ávila. Se abrieron las puertas de la finca y se vio el auto en el cual siempre el Comandante recorría las diferentes áreas. Cuando sus acompañantes nos llamaron nos pusimos nerviosos. Nosotros estábamos solos en ese minuto, pues el oficial que nos atendía había salido a buscarnos agua. Creo que el corazón latía más que nunca. Fidel estaba frente a nosotros, de tú a tú.
«Me preguntó de dónde era, le dije que del municipio de Diez de Octubre. Y casi sin darme tiempo a responder expresó: Ahí fue donde nació el Comandante Camilo Cienfuegos. Le dije entonces que vivía muy cerca del Museo que lo recuerda y que había visitado ese sitio varias veces. Terminó su charla conmigo y entonces le tocó el turno al resto de mis compañeros».
—¿Cómo recuerdas a Fidel?
—Agudo en sus comentarios y con la visión de futuro que siempre lo caracterizó. El primero de nuestros encuentros pensé que no podía sostenerlo, pero su voz cautivadora resultó demasiado familiar, por lo que me sentí muy a gusto.
La primera pregunta
¿Qué te impresionó de los encuentros con Fidel? Esta fue la primera interrogante que hice a David y sin titubeos dijo: «Su lucidez, siempre atento a múltiples detalles de la realidad nacional y mundial. Despertaba admiración el modo en que hablaba, por ejemplo, de la situación agrícola del país. Yo lo escuchaba y me parecía estar oyendo a un experto en problemáticas actuales de esa actividad.
«No imaginé conocerlo personalmente. Cuando eso sucedió fue tremendo. Recuerdo el día del encuentro. A mí también, como a casi todos mis compañeros, me preguntó de dónde era. Le dije que del municipio de Playa y él, sonriente, con sus ocurrencias de siempre, exclamó: ¡Somos vecinos!
«En otros de nuestros intercambios nos dijo que la tarea que asumíamos él sabía que era nueva y dura, pero que teníamos que echar pa’lante como jóvenes que éramos, con nuestra frescura y ganas de hacer, pues lo que aportábamos era fundamental para el país, para su desarrollo».
—¿Cómo era la vida en la Unidad?
—Trabajamos en dos jornadas, una por la mañana y otra en la tarde. La mayoría de las veces nos daban pase cuando terminábamos y cuando ello no sucedía nos quedábamos en la Unidad. Veíamos el Noticiero, la novela y después, a dormir.
—¿Y aprendieron ustedes sobre la Moringa?
—No tanto como Fidel —dice risueño David. Pero siempre tratamos de aprender algo nuevo: cómo sembrarla, tratarla, echarle el abono, su crecimiento, importancia. Había que saber porque cuando el Comandante en Jefe conversaba con nosotros hacía miles de preguntas. En esos instantes recordé las muchas veces que en la televisión lo vi preguntando y preguntando, sin imaginar que me tocaría a mí también.
«Fidel nos dejó una obra inmensa que debemos estudiar y sobre todo su confianza infinita en que los jóvenes jamás fallaremos, la fe en la victoria, las energías y el amor que debemos ponerle a todo lo que hagamos».
Gerardo Leyva Domínguez.
Lázaro Tapia Correa.
Luis Alberto Morales Cárdenas.
David Noa Gómez (al centro) y Hansel Pérez Infanzón (derecha). Fotos cortesía de las FAR
Hoy, dos años después de aquellos sorprendentes encuentros con Fidel, estos jóvenes han conservado el recuerdo memorable de esos días y una entrañable amistad entre ellos. Foto: Roberto Suárez
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