Ricardo Ronquillo Bello • Cuba
La partida física de Fidel Castro tiene ahora su prueba irrecusable en una humilde piedra de granito en el cementerio Santa Ifigenia, de Santiago de Cuba, pero a sus enemigos aquellas sagradas cenizas no sirven de mucho, porque su gran pregunta, la que les atormentará siempre, es si definitivamente estará muerto.
De la muestra expositiva Fidel es Fidel. Foto: Roberto Chile
No es nada supersticiosa la interrogante que se hacen. Hay que destacarlo cuando el pasado 18 de febrero se recordaron los 60 años de la entrevista entre el renombrado reportero y editorialista del The New York Times, Herbert Matthews, y el entonces líder rebelde en la Sierra Maestra; así como de la aparición, en dicho diario, el 24 de febrero de 1957, del material que, burlando las mentiras y la férrea censura de prensa de la dictadura de Fulgencio Batista, anunció que Fidel estaba vivo y combatía con su ejército guerrillero tras el desembarco del yate Granma y la derrota de Alegría de Pio.
Cuando el 24 de febrero de 1957 se leía, en la portada del New York Times, que «Fidel Castro, el jefe de la juventud cubana, está vivo y peleando duro y exitosamente en los inhóspitos y casi impenetrables parajes de la Sierra Maestra, al extremo sur de la isla», el suceso marcaría como un signo la existencia del líder revolucionario más influyente del siglo XX: se desmentía la primera de todas sus «muertes», o de sus singulares «nunca muertes».
Indagaciones conservadoras realizadas en la red de redes ubican en más de 300 las veces en que se anunció su fallecimiento, al menos, de manera digital, aunque hay quienes llegan a ubicar ese tipo de informaciones en número superior a las 800.
Lo más maquiavélico no fue esta enorme sarta de anuncios necrológicos falsos, sino las veces en que los enemigos políticos de Fidel actuaron para hacerlo realidad. La saña fue tan demencial, que el libro de Récords Guinness lo incluyó como la persona que más han intentado matar. Los actos criminales documentados en su contra superan los 600, en su gran mayoría financiados por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos.
Portada del New York Times, 24 de febrero de 1957. Foto: Internet
Lo cierto es que la entrevista de Matthews, que fue seguida de otros dos reveladores materiales sobre la situación cubana en el New York Times, no solo fue determinante para la causa guerrillera como destacó Ernesto Che Guevara tras el triunfo de la Revolución —…«la breve visita de Matthews (a la Sierra Maestra) fue más valiosa que una victoria militar»—, también fue inaugural en otros aspectos que marcan el actuar político de Fidel.
Fue en ese diálogo que el Comandante revolucionario comenzó a usar su firma, de puño y letra, como prueba de vida. Tras las casi tres horas que duró el encuentro, el columnista norteamericano, visiblemente satisfecho, le pidió que firmara la libreta de notas para darle autenticidad a los datos.
El Jefe Rebelde no solo accedió a la petición, sino que agregó la fecha del histórico momento, una práctica que se hizo común a lo largo de su vida, sobre todo en los últimos años de su existencia, cuando las especulaciones y nebulosas resultaron particularmente comunes.
Aquel encuentro en las lomas orientales ofrece señales significativas sobre el valor que ofreció desde sus años juveniles a la prensa en la lucha revolucionaria, y muy especialmente de cómo, en circunstancias excepcionales, se apoyó genialmente en la norteamericana para desmontar mentiras y manipulaciones o alcanzar grandes propósitos.
En ese sentido, muchos años después, fue determinante la forma en que hizo partícipe a la CNN en el desmontaje del golpe de Estado contra Hugo Chávez del 11 de abril del 2002. En ese caso se trataba, curiosamente, de demostrar también que el líder bolivariano estaba vivo, además de que no había renunciado a su condición de presidente.
Fidel y Herbert Matthews en la Sierra Maestra, 1957. Foto: Internet
Otros aspectos premonitorios en aquella entrevista fueron la ingeniosidad política de Fidel para enfrentar la falsedad y falta total de escrúpulos de sus adversarios, al alterar ante Matthews el entonces verdadero tamaño y poder del núcleo guerrillero, así como su enorme capacidad de seducción, pues el destacado editorialista murió, el 30 de julio de 1977, en la ciudad de Adelaida, en el sur de Australia, perseguido y acusado de periodista tendencioso, por su indeclinable posición a favor de la justeza de la Revolución Cubana.
En el libro El hombre que inventó a Fidel, de Anthony DePalma, también reportero del New York Times, se narra precisamente el escándalo, la persecución política, las amenazas de muerte, el espionaje de la CIA y el FBI y la censura dentro del New York Times, a los que fue sometido el periodista por aquella entrevista y su postura siguiente hacia el proceso liderado por Fidel.
Es como si con esa indeclinable postura, y a 60 años de aquella entrevista histórica en la Sierra Maestra, Matthews nos revelara, a cintillo gigante, que no importa cuán cierto sea que las cenizas del Comandante Rebelde estén al amparo de una piedra de granito en Santiago de Cuba, lo imposible es que esté definitivamente muerto.
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