Una de mis frases favoritas cuando era profesor de filosofía venía directamente de Nietzsche: “cuando miras el abismo, él también te mira a ti”. La posibilidad de terminar convertidos en aquello contra lo que se lucha, la capacidad que tiene el abismo de influir sobre nosotros y el peligro de perdernos en él. Esto debe preocuparnos a todos los que participamos en el debate político cubano, más aún si lo hacen en escenarios desventajosos, más aún apelando a la crítica como herramienta.
¿Cómo mantener la perspectiva y la ética en el debate? ¿Cómo permanecer dentro de los límites de la crítica revolucionaria?
Quien crea que edulcorando la realidad se defiende un proyecto, está tan errado como el que lo defiende ante peligros externos y no dedica una línea a los desafíos internos. Ambos sufren el riesgo de ser “revolucionarios” a medias cuando de seguro son mejores que eso. También están los que solo tienen ojos para ver sombras y esto les impide ver la luz, algunos por error y otros por malicia. Cuando se camina en la oscuridad y sin compañía es inevitable perder la orientación, si no tienes quién te guíe, lo mejor es recordar por qué estás ahí en primer lugar, regresar a las raíces y retomar el rumbo.
Los errores de cada persona son proporcionales al número de ocasiones que intente algo, quien participa poco se equivocará poco entonces, pero también acertará menos del que lo hace a menudo.
Resulta absurdo planificar críticas y alabanzas por igual en busca de un equilibrio artificial sobre cualquier fenómeno. En el caso del debate político nacional, es importante ver todos los colores de una Cuba que no es blanco y negro, alejado del paraíso o el infierno que se empeñan en mostrar algunos. Esos que no logran captar la atención de un pueblo al que le enseñamos a discernir. ¿Tienen apatía los cubanos? No, es la incapacidad nuestra últimamente de crear una narrativa creíble con la que puedan identificarse a fondo, y aún así son tan sabios que no se dejan atraer por fórmulas anexionistas. Tan empeñados en enseñarle cosas al pueblo, podríamos aprender una que otra de él.
Cada artículo publicado es un acto de desnudez política, no exento de errores. Siempre es difícil mantener ese balance, evitar perderse en el intento de participar, cuando no pocos lo han hecho. Como durante mucho tiempo la blogosfera cubrió los vacíos informativos que dejaba la prensa, podría parecer que el contrapeso a la crítica la hacían de por sí los medios tradicionales, tan dados a la omisión de nuestros errores, y no.
Ellos no eran los únicos en el panorama, una industria de blogs y medios de prensa tendenciosos fue construida por la contrarrevolución. Entonces, ¿cómo insertar las voces críticas sin confundirlos con los apóstatas? ¿Cómo evitar que estos sean empujados hacia el abismo de la derecha por quienes los malinterpretan en la izquierda? ¿Cómo elogiar lo que nos distingue positivamente sin repetir los discursos gastados en nuestros medios? La crítica es más fácil que el reconocimiento de lo alcanzado, pero sin este es incompleta.
El debate público tiene vida propia, el mismo discurso que en un momento parece correcto luego puede ser mal visto, y viceversa. ¿Será que sus límites dependen del contexto? La idea que hoy puede parecer aventurada mañana será un hecho, si es efectivamente revolucionaria.
Cuando ingresamos desde La Joven Cuba al debate hace años, todavía algunos consideraban a los emigrados como traidores en Internet. El derecho a emigrar de nuestros ciudadanos lo defendimos a capa y espada en esos primeros tiempos, recibiendo numerosas críticas. Tiempo después recibimos una visita de quienes se encargaban del tema migratorio al máximo nivel, buscando consultaría al respecto, el límite había cambiado.
Hasta que no se invente un revolucionómetro, la legitimidad de la crítica se medirá según los conocimientos y quizás los prejuicios de quien la juzga.
Cada cierto tiempo es bueno tomar una pausa, regresar a tus orígenes y recordar cuál es el objetivo. Porque mientras se teclea sin pausa el ritmo sigue en las calles, la vida es más rica que la circunstancia, y a veces nos dejamos arrastrar por ella. Toca entonces recordarnos las cosas necesarias por defender, las líneas que no se deben cruzar y que el trayecto es tan importante como el fin en sí mismo.
Hay que seguir echando la pelea en dos frentes, contra aquellos que nos quieren arrastrar al pasado de la dependencia y la pérdida de la soberanía sin siquiera un proyecto político que no sea la negación del nuestro. Y contra nuestros propios defectos, contra el atrincheramiento que solo conduce al aislamiento, que cuando se intenta convertir en política de Estado, solo conduce al sepulcro donde han terminado los proyectos socialistas.
Hace poco un hombre me miró a los ojos y me dio un consejo útil: “no te dejes usar”. No le pedí más explicaciones y pensé automáticamente en los dos polos, quienes apuestan por restaurar el capitalismo usando jóvenes como nosotros, y quienes silencian la crítica en el socialismo invitándonos a pactar a cambio de una posición en el estatus quo. Creo que se refería a lo primero, pero también existe lo segundo. La mejor prevención contra ambos será el uso responsable de la crítica y que el resultado de ella, sea en beneficio de todos. Entonces mirar al abismo será un ejercicio más seguro.
Para contactar al autor: haroldcardenaslema@gmail.com
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