Por Domingo Amuchástegui 2016-07-19
En un reciente artículo publicado en el diario español El País, el periodista Pablo de Llano, desde México, concluía sus comentarios sobre las actuales tensiones y reveses de la economía cubana, en los siguientes términos: “Hoy La Habana mira preocupada a dos capitales. A Caracas, donde se cierra el horizonte, y a Washington, donde no termina de abrirse”.
Lo referente a Caracas no es casi noticia. Desde la maltrecha victoria electoral de Maduro –e incluso desde antes, aún en vida de Chávez– muchos de los mayores proyectos prometidos por Venezuela a Cuba luego de los acuerdos de 2002 –con excepción de la refinería y terminal de Cienfuegos– han terminado olvidados en alguna gaveta. Mientras, los flujos petroleros en calidad de pago por servicios médicos y otros servicios y ventas, se han visto seriamente amenazados por el sostenido descenso de los precios del petróleo; todo ello unido a una pésima gestión económica de parte del presidente Maduro y su equipo, así como la creciente inestabilidad política luego de los resultados de las elecciones parlamentarias de medio término.
El horizonte no se cierra ahora. Solo un ciego, o un mutismo oficial negado a abordar descarnadamente todas las implicaciones de semejantes tendencias, podían abstenerse de admitir y, peor todavía, a no prever lo que dicho horizonte, desde hacía tiempo, podía depararle a la economía cubana. ¿Había plena conciencia en la dirigencia cubana de tales peligros? Más allá de su renuencia a admitirlos y discutirlos a plenitud y en público, el empeoramiento de la situación era algo que gravitaba sobre todo su quehacer y era un tema de creciente preocupación en los más diversos círculos en La Habana. Si alguien ha quedado sorprendido ha sido porque andaba en “Belén con los pastores”.
Si los niveles de recortes e impactos se mantienen de acuerdo a los números y medidas presentados por el vice-presidente Marino Murillo, entonces puede hablarse de “un mal menor”. Si, por el contrario, “el horizonte venezolano” llegara a cerrarse en números mayores, las cosas pueden llegar a empeorar: hipótesis que no descartó en sus palabras el presidente Raúl Castro. Aunque es incuestionable que Cuba está hoy en una mejor situación para neutralizar las posibles consecuencias de una crisis de gran envergadura; mucho mejor preparada que cuando ocurrió el llamado “Período Especial” de comienzos de los 90, del cual algunos han comenzado a especular como “posible” y, para algunos delirantes, incluso “deseable”.
Habrá que seguir muy de cerca los acontecimientos y tendencias, tanto en “el horizonte venezolano”, como en la economía y la sociedad en Cuba (con los dedos cruzados, con todas las invocaciones y rezos posibles, con velas, vasitos de agua y ofrendas, tirando los caracoles) pero, sobre todo, poniendo en práctica las políticas más atinadas y pertinentes ante una contingencia como la presente y que entrañen una ampliación y flexibilización de los esquemas de reformas a aplicar de aquí en lo adelante.
No olvidemos que, en paralelo al despeñadero venezolano de los últimos años, la dirigencia cubana trabajó, seria y certeramente, para normalizar sus relaciones con la Unión Europea y con Estados Unidos (el horizonte “que no termina de abrirse”, según la fórmula piadosa y demasiado incompleta del periodista Llano), además de renegociar su deuda externa con diversos actores internacionales.
Más allá de negociaciones y arreglos en áreas de relativa importancia, o completamente secundarias, el embargo/bloqueo sigue gozando de perfecta salud, todavía es imposible conducir transacciones financieras en dólares, se mantienen en pie todos los programas de “cambio de régimen” administrados por la USAID; y en el Congreso, con independencia de algunas iniciativas loables de parte de algunos legisladores (todas fracasadas y ninguna aprobada hasta ahora) hay una mayoría de ellos que continúan “bloqueando” todo lo que tienda a normalizar la relación con Cuba, mientras introducen toda suerte de enmiendas o perchas para crear más restricciones al comercio, a los viajes, a diversas transacciones, al turismo y otras. El horizonte con Washington no es que “no termine de abrirse”, sino que cada vez se cierra más. Las recientes acciones en el proceso de aprobación del proyecto de Apropiaciones así lo confirman con creces, con el añadido de mayores incertidumbres en torno a las elecciones de noviembre en la nación norteña y lo que estas puedan depararle a Cuba, no solo por quién resulte electo a la presidencia, sino por saber en qué dirección cambiará el Congreso, pues es allí donde se ventilan los temas cruciales que lesionan los intereses soberanos y materiales de Cuba, para bien o para mal, en particular en las circunstancias actuales.
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