domingo, 10 de julio de 2016

Medias Reformas

Jorge Gómez Barata

Según Carlos Marx, el advenimiento del socialismo tendría lugar en los países más desarrollados como resultado de una mutación del capitalismo. La solución de salida sería una distribución justa de la riqueza social: “…A cada cual según su trabajo…” Faltó sin embargo exponer cómo un gobierno haría tal cosa, y cómo se sostendría el tiempo necesario para alcanzarlas.


Así surgió la idea de desplazar a la burguesía del poder y establecer la dictadura del proletariado, que entre otras cosas conllevó a la total estatización de la economía y al protagonismo del estado y del gobierno en todas las áreas de la actividad social. Bajo Stalin estas opciones, acompañadas del exclusivismo ideológico, legalidad supervisada, elecciones cooptadas, y otras fórmulas, fueron ineficaces.


No obstante, por razones locales asociadas al rechazo al despotismo zarista, las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, y la brutalidad de la contrarrevolución durante la Guerra Civil, el poder soviético disfrutó de un inequívoco apoyo popular, la economía, mediante los planes quinquenales, creció a ritmos espectaculares, y en pocos años llegó a producir más acero, tanques, cañones, y aviones que Alemania, cosa de la cual Hitler se percató demasiado tarde.


La Unión Soviética ganó la guerra y perdió la paz. Aunque relativamente ineficientes y atrasadas como consecuencia del bloqueo occidental, sus enormes capacidades productivas fueron absorbidas por la carrera armamentista, los compromisos con los países del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), y sobre todo porque el crecimiento material no fue acompañado por un progreso político equivalente.


Durante un siglo, de 1917 a la fecha, al menos en 14 países otros tantos partidos comunistas alcanzaron el poder, e inspirados en la lectura soviética del marxismo, han intentado “construir el socialismo” probando varios formatos: dictadura del proletariado, democracias populares, y socialismo con características chinas. Todos, con la excepción de Corea del Norte, intentaron reformas que no resolvieron los problemas esenciales, entre otras cosas porque no trascendieron la economía.


Los intentos de reformas, comenzando por las implementadas por Lenin durante la NEP, así como las que tuvieron lugar en varios países y las que hoy se llevan a cabo, admiten que en determinadas dosis es preciso utilizar los recursos económicos del capitalismo, sin comprender que no solo se trata de producción y consumo, sino de otras satisfacciones derivadas de estructuras institucionales regidas por la democracia.


En casi todas partes se reconoce que son inevitables las proyecciones relacionadas con el mercado, la inversión extranjera, la reintroducción de la propiedad privada, la explotación del trabajo asalariado por el capital, y concomitantemente con ello, la extracción de plusvalía. Sin embargo, la flexibilidad nunca ha alcanzado las estructuras y prácticas políticas. Ninguno de los proyectos de construcción del socialismo ha tratado de convivir con los preceptos clásicos del orden democrático.


¿Por qué se puede admitir que la propiedad privada, el mercado, la explotación del trabajo asalariado por el capital, la vigencia de la ley del valor, y la diferenciación clasista son compatibles con el socialismo, y no se acepta la separación de poderes, el estado de derecho, la prensa independiente que no tiene que ser necesariamente privada, y otras estructuras institucionales? Son preguntas, por ahora sin respuestas. Allá nos vemos.


La Habana, 5 de julio 2016


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*Este artículo fue escrito para el diario mexicano ¡Por Esto! Al reproducirlo o citarlo, indicar esa fuente

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