miércoles, 14 de diciembre de 2016

Encuentro de gigantes: ¿Cómo nació la amistad entre Fidel y Chávez?

Por: Rosa Miriam Elizalde, Luis Báez



Hugo Chávez y Fidel Castro, la noche de su primer encuentro en La Habana, el 13 de diciembre de 1994. Foto: Estudios Revolución





Cubadebate comparte con sus lectores el primer capítulo de El Encuentro, libro escrito por Rosa Miriam Elizalde y Luis Báez en el año 2005, que relata el nacimiento de una amistad y la trama que unió por primera vez al teniente coronel Hugo Chávez Frías y al Comandante en Jefe y líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, el 13 de diciembre de 1994.

Ese día, hace 22 años, al pie de la escalerilla esperaba a Chávez el Presidente Fidel Castro, quien le tributó al revolucionario bolivariano un recibimiento de Jefe de Estado y lo acompañó durante toda la visita en Cuba. El joven militar, quien encabezaba entonces el Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 que lo llevaría al poder cinco años después, ofreció el 14 de diciembre una Conferencia Magistral en la Universidad de La Habana.

Escrito con el testimonio de primera de Hugo Chávez y algunos de los principales protagonistas este histórico encuentro, el libro es también un repaso histórico de la amistad entre los pueblos de Cuba y Venezuela a través de los recuerdos de ambos mandatarios.

Descargue completo el libro El Encuentro

El huracán


(A modo de introducción)

Este libro nació una tarde de domingo, en La Habana, sin más preámbulos que un gesto de amistad. Hugo Chávez había llegado a Cuba la noche antes, cuando se desvió el avión que lo llevaría de República Dominicana a Caracas, tras una travesía internacional que había comenzado en Brasil. Decidió pasar unas horas por La Habana, solo para saludar personalmente al amigo que había sufrido un accidente en Santa Clara y se recuperaba de una operación en la rodilla izquierda.

Esa misma noche, al calor de la conversación y la alegría de la visita, surgió la idea de conmemorar el primer y singular encuentro de ambos, ocurrido el 13 de diciembre de 1994. Faltaba algo más de un mes para que se cumplieran diez años del recibimiento de Jefe de Estado que le concedió Fidel Castro al joven teniente coronel, pero Chávez aún recordaba con asombro y todo lujo de detalles el momento en que la aeronave de Viasa se detuvo en un lugar desacostumbrado del Aeropuerto Internacional José Martí, donde se desplegó la alfombra protocolar y un funcionario de la Cancillería lo llamó por su nombre para informarle que al pie de la escalerilla lo esperaba el Presidente cubano.

Sin que aún hubiéramos definido qué rumbo darle a este libro nacido con otros planes para el aniversario, Hugo Chávez nos concedió la primera entrevista, que se produjo en pleno vuelo a Caracas, poco después de despedir al amigo en el edificio del Consejo de Estado con un «¡Hasta la victoria siempre, Fidel!». En una cabina de ocho plazas, con butacas dispuestas de dos en dos, unas frente a otras, y el perfil sombrío de Ezequiel Zamora dibujado detrás de la silla presidencial, Chávez nos dio las claves esenciales para ese repaso histórico, permitiendo que escudriñáramos generosamente en sus recuerdos, desde la salida de la cárcel el 26 de marzo de 1994 y los primeros meses de reorganización del Movimiento Bolivariano Revolucionario-200, hasta el abrazo de Fidel en La Habana y el retorno del líder bolivariano, recibido en Caracas con insultos de la prensa y gestos de aprobación de la Venezuela humilde y profunda.

Yendo y viniendo por los desvanes de su memoria, el Presidente nos reveló intacta la hermandad que ha sido, en definitiva, el sentimiento más fuerte que lo ha unido a Fidel. Revivió anécdotas, nombres, calles, frases y titulares del pasado con sorprendente precisión, pero fue inevitable que comentara hechos más recientes. Es decir, el motivo que lo había traído horas antes a La Habana. Pesaban las emociones de la víspera, no solo por el ardor con que Chávez había amparado la idea de este libro que para él significaba una especie de balance sentimental de la amistad que unen a Venezuela y a Cuba, sino porque nosotros éramos conscientes de la emoción de los cubanos, cuando se dio a conocer la noticia de que había venido a la Isla expresamente a interesarse por la salud de Fidel. Al hacerle al Comandante en Jefe el regalo de su presencia en la Isla, también gratificó a nuestro pueblo. «En realidad –comentó en voz baja, conmovido–, fue un autorregalo», y pasó a relatarnos cómo se enteró de la caída en Santa Clara que destrozaría la rótula del amigo:

Estaba esa noche en una reunión y cuando se terminó, el edecán de guardia me dijo de pronto: «¿Usted sabe lo que le pasó a Fidel?». Recuerdo que transcurrieron fracciones de segundos, pero en ellos se me vino encima una nube de dolor: «No, ¿qué pasó?». Vi que el edecán hizo un gesto: «Llamó su hermano Adán y dijo que Fidel se cayó». «¿Cómo?» . «No, no sé.» Lo primero que pensé fue que le había dado un decaimiento, como hace un par de años. Logré comunicarme inmediatamente con Adán: «No fue un decaimiento, Hugo; se cayó, iba caminando», y luego, hablé con Felipe, el canciller, que estaba en La Habana: «El Comandante viene hacia acá por tierra; puedes llamarlo, está bien». Conversé un rato con Fidel, cuando estaba todavía en la ambulancia que lo trasladaba desde Santa Clara… Solo entonces me tranquilicé.

La conversación no terminó cuando aterrizó el avión en Caracas a la una de la mañana del 8 de noviembre de 2004 y se asomaron por la ventanilla las luces afantasmadas de una ciudad recién dormida. El Presidente se despidió con una invitación explícita: «Nos volveremos a ver», algo que ocurrió más pronto de lo que esperábamos. Lo acompañamos ese mismo día a una gala dedicada al 80 aniversario de la muerte de Pedro Pérez Delgado, conocido por «Maisanta», su bisabuelo y héroe legendario de la guerrilla popular contra el dictador Juan Vicente Gómez. También, a Cartagena de Indias, donde se reunió con el presidente colombiano Álvaro Uribe para articular un modelo de integración latinoamericana, al margen de los intereses norteamericanos en la región. Un concepto que estaba perfectamente estructurado en el pensamiento de Hugo Chávez cuando conversó por primera vez, diez años atrás, con Fidel Castro en La Habana: «Creo que Colombia y Venezuela deberían preocuparse más bien por potenciar sus relaciones –dijo en una entrevista para el diario El Tiempo, de Bogotá, el 31 de julio de 1994–. ¿Por qué no pensar en un gran mercado binacional que salga por la costa colombiana hacia el Pacífico?».

Pero tal vez el momento más emocionante de todos los que compartimos con el Presidente venezolano mientras armábamos este libro, fue la tarde del 13 de noviembre, en el Fuerte Tiuna, cuando él se dirigía a clausurar la primera gran asamblea de gobernadores y alcaldes bolivarianos después de la victoria en las elecciones regionales.

Chávez llegó manejando el vehículo que antecedía la escolta presidencial. Tenía los minutos contados, pero al descender del auto, inesperadamente, unas 20 personas se abalanzaron sobre él, con el ruego de que las atendiera. Mujeres, niños y hombres pobremente vestidos le hablaban a la misma vez. Tenían problemas diferentes, pero un drama común: cierto funcionario los engañó. Habían recibido un cheque en blanco y no tenían qué comer, ni dónde dormir, ni atención médica. Una anciana, cuyo hijo vegetaba en algún lugar del llano venezolano después de haberle caído un rayo durante una tormenta eléctrica, se desmayó virtualmente en los brazos del Presidente, a causa de la emoción y las horas sin probar alimentos. Chávez dio una extraordinaria lección de humildad. Atendió personalmente a la señora, rezó con ella y dispuso para todos un ómnibus que los llevaría a un lugar donde recibirían atención médica y se tendrían en cuenta sus reclamos.

Escuchó con paciencia a aquella pequeña Corte de los Milagros y le habló con ternura a cada uno. No se separó de ellos hasta que un teniente, nombrado jefe para la atención de este grupo, advirtió que el ómnibus había llegado. Se despidió de cada hombre y mujer, de cada niño. Mientras esperaba su turno para el abrazo, un anciano murmuró: «Este Presidente sí que no se pone egoísta y deja que todos lo agarren».

Chávez comentó el incidente en el encuentro con los líderes bolivarianos, unos minutos más tarde:

¿Cómo puede acostarse alguien a dormir tranquilo, sabiendo que puede hacer más por esta pobre gente? Nosotros no podemos descansar mientras haya miseria en nuestro alrededor; nosotros no podemos permitir que el pueblo esté desamparado. No podemos tolerar que se le mienta. Cualquier ciudadano consciente –y sobre todo quienes tenemos un mandato popular–, no podría quedarse de brazos cruzados si sabe que hay alguien, cualquiera que sea, que está sufriendo…

Cuando terminó la reunión en Tiuna, ocho horas después, regresamos a Miraflores en el mismo automóvil. Nuevamente estaba Chávez en el timón y nosotros a la carga: diez años antes, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, él prefiguró una revolución para los humildes, por los humildes y con los humildes, como la que se instauró con Fidel en 1959. ¿Siente Hugo Chávez que ha triunfado?

¿Tú me preguntas a mí? –respondió con extrañeza–. Yo no he triunfado todavía. Tengo por delante un gigantesco compromiso y es demasiado temprano para cantar victoria… Ellos –los más humildes y olvidados de mi país– me trajeron hasta Miraflores, pero no para cantar victoria, sino para luchar a su lado y para que no los olvide. Si miramos hacia atrás en perspectiva, creo que desde niño me fui llenando de esa fuerza y, sobre todo, de sus sueños. Aprendí con ellos a mirar lejos en la sabana y no solo hacia el horizonte físico, sino hacia el horizonte espiritual. Aprendí también con el tiempo –como dijo Carlos Marx–, que los hombres hacen la historia con las condiciones que la realidad les impone. Es decir, si yo hubiera nacido en 1930 o en otra época, en otras circunstancias, seguramente no estaría aquí. Me trajo la confluencia de diversas circunstancias históricas, políticas, sociales…

Si hubiera tenido éxito el Pacto de Punto Fijo –el ensayo «democrático» que comenzó en esta misma casona, en 1958 –, yo no estaría aquí. Sería el coronel o el general Hugo Chávez a punto de retirarse del ejército, el padre de familia, pero no este hombre que les habla. Estoy aquí empujado por las circunstancias, por ese pueblo que ustedes vieron. Bolívar dijo en Angostura, el 15 de febrero de 1819: «En medio de este piélago de angustias no he sido más que un vil juguete del huracán revolucionario que me arrebataba como una débil paja.» A mí me ha traído hasta aquí ese huracán que es el pueblo, la fuerza del pueblo. En abril de 2002 me sacaron de Miraflores; sacaron a Chávez, una débil paja. Me sentaron allá atrás, preso. Por estas mismas puertas salimos, pero el huracán del pueblo me trajo de vuelta. A las 47 horas estaba entrando otra vez con vientos huracanados. Fue una decisión del pueblo. Él es el que me tiene aquí, tal y como le ocurre a Fidel. Solo el huracán de un pueblo podría sostenernos.

Crónica de un encuentro no anunciado


Martes, 13 de diciembre de 1994 (Caracas-La Habana)

El avión sobrevuela Caracas, ciudad velada sobre las colinas, urbe irregular en los recodos íntimos de ese valle que ya se aleja con un millón trescientas mil personas suspirando, gritando a lo lejos. Los dos pasajeros que habían subido casi de últimos, se acomodan a mitad de la nave que cubre la ruta hacia La Habana, e intentan descansar. El más joven se quita los espejuelos, los guarda en el bolsillo de la camisa y un minuto más tarde, cabecea un cansancio milenario en el incómodo asiento de la clase económica del Boeing 727 con capacidad para 131 viajeros, en la aerolínea Venezolana Internacional de Aviación (Viasa). Su compañero, de rostro familiar, vestido de liquilique beige y boina roja de paracaidista que ahora reposa sobre una de sus rodillas, cierra los ojos y cavila la conferencia que impartirá sobre Simón Bolívar, motivo que los lleva a Cuba.

Pero el descanso dura poco. En cuanto el avión toma mayor altura y encara el mar, se produce cierta descompresión en cabina, una parte del techo se desprende y quedan colgando las máscaras de oxígeno. Ambos se miran, impresionados. El más joven se persigna. «En nombre de Dios», dice y cuando levanta la vista, advierte que una muchacha se ha inclinado sobre su compañero: «Perdón, ¿es usted Hugo Chávez?».

El interrogado no termina de responder que sí y ya los dos viajeros tienen en torno suyo varias caras sonrientes que los reclaman, olvidadas del incidente que unos minutos atrás había elevado un rumor de alarma dentro de la nave. Por cortesía, Rafael Isea Romero*, que viaja en calidad de ayudante del teniente coronel, se incorpora en el asiento, se coloca los espejuelos y sigue atentamente el diálogo, en silencio.

Logro precisar bastante bien los detalles de ese viaje. Me dediqué a hablar con algunos pasajeros, cubanos y venezolanos que iban para allá. Una linda cubana me preguntó: «¿Es la primera vez que usted viene a Cuba?» Le contesté: «Sí, es la primera vez que vengo a Cuba físicamente, porque ya he venido en sueños muchas veces… (Hugo Chávez)

Y les comenta que en la cárcel de Yare, de donde salió hace apenas unos meses, leyó dos libros relacionados con Fidel: el alegato de autodefensa en el juicio del Moncada, La Historia me absolverá, y la extensa entrevista que el Presidente cubano le concedió a Tomás Borges, recogida en Un grano de maíz:

De esas lecturas saqué varias conclusiones, como soldado prisionero, y una de ellas fue que hay que mantener la bandera de la dignidad y los principios en alto, aun a riesgo de quedarse solo. (Hugo Chávez)

A Isea no le sorprende la actitud de los viajeros. Las expresiones de simpatías son las mismas que encuentra Chávez en Caracas y en cada pueblecito del interior venezolano, cada vez que descubren su presencia:

Los pasajeros empezaron a levantarse y a saludar al Comandante, a expresarles apoyo, reconocimiento. Llegó un momento en que estábamos los dos sentados y en el pasillo no se podía dar un paso, porque allí se había congregado un grupo de personas que hablaban y preguntaban a la vez. Hasta el propio piloto salió un momento a saludar, conversó con el Comandante Chávez y regresó luego a su cabina. (Rafael Isea)

Es la primera vez que Rafael Isea viaja fuera de Venezuela y aunque su historia se entrelaza a la de Chávez desde hace unos años, no hace mucho tiempo que trabaja a su lado, día y noche, en una batalla tenaz por reorganizar el Movimiento Bolivariano Revolucionario-200 y evadir la cacería y las trampas de la Dirección de Servicios de Inteligencia y Protección (DISIP). Mientras la gente requiere la atención del líder, piensa que apenas han transcurrido unas semanas desde que Chávez le propuso que fuera su ayudante personal, y pocos meses del reencuentro de ambos, después de la salida del Comandante de la cárcel y del traumático período que, en lo personal, le ha tocado vivir fuera de la Fuerza Armada Nacional. El joven subteniente retirado del Ejército en mayo de 1992, había participado en la rebelión del 4 de Febrero. Fue hecho prisionero ese día, junto con 967 soldados de baja graduación y 133 coroneles, mayores y capitanes, entre los que se encontraba Hugo Chávez Frías, líder del alzamiento militar:

A todos los jóvenes de menor jerarquía se nos sobreseyó la causa, porque se consideró que habíamos actuado según la «ley de obediencia debida». Pero estábamos bajo la mirilla de los oficiales leales al gobierno. Me trasladaron a una unidad en el Estado de Guárico y un buen día, mientras estaba de guardia, hice un pequeño discurso y me acusaron de andar cazando soldados para el Movimiento Bolivariano. Me enviaron detenido a Caracas y a las dos semanas, estaba yo botado del Ejército, enfrentando como muchos otros compañeros la realidad del desempleo y de la persecución política. Viví del sueldo de mi madre, una maestra pensionada, hasta que logré conseguir un trabajo modesto en la clínica de un primo. Cuando anunciaron que el Comandante Chávez saldría de la cárcel el 26 de marzo de 1994 ya estaba en contacto nuevamente con el MBR-200. Fui uno de los que salió a buscarlo ese día a Fuerte Tiuna… (Rafael Isea)

La propuesta de que Isea lo acompañara a Cuba es tan reciente que a él le cuesta aceptar que se haya hecho realidad. Menos de una hora los separa de la costa cubana. Sonríe al recordar cómo surgió la idea y aquel giro súbito que tomó la reunión en una casa amiga del barrio de Vista Alegre, en Caracas, dos o tres días antes de tomar este avión. Hablaban de los pormenores del viaje a la Isla, algo totalmente ajeno al subteniente y, de pronto, el Comandante le clavó la mirada y le preguntó a boca de jarro: «Isea, ¿quieres acompañarme?».

A mí, de verdad, me sorprendió muchísimo, pero no dudé en contestarle: «Sí, por supuesto»… «Bueno, pues prepárate, porque nos vamos en dos días.» No tenía pasaporte y salí corriendo de aquella reunión para ver cómo podía conseguírmelo… Contactamos con Miquilena, que era amigo de alguien en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Agitamos los trámites y con el pasaporte en la mano, al otro día, salí disparado a la Embajada de Cuba, que entonces quedaba por la avenida Francisco de Miranda. Y luego, al aeropuerto. Eso fue una corredera. (Rafael Isea)

La aeromoza pasa recogiendo los restos de la cena e Isea vuelve a prestar atención al diálogo en el punto en que el Comandante explica por qué viaja a Cuba: ha recibido una invitación del Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, para dar una conferencia en la Casa Bolívar, de La Habana Vieja. «¿Y verás a Fidel?», pregunta alguien con familiaridad.

Lo único que nosotros teníamos en mente era el discurso en la Casa Bolívar de La Habana, nada más. Sabíamos que habría tiempo libre y soñábamos con la idea de poder saludar a Fidel. Ante aquella pregunta de los pasajeros, el Comandante Chávez dijo:

«Bueno, si tengo la oportunidad de saludar a Fidel, lo haré; cómo no. Me encantaría conversar con él algunas cosas, tener oportunidad de intercambiar cómo va el proceso venezolano.» Pero era algo tan remoto, que ni siquiera nos hacíamos la ilusión… (Rafael Isea)

El joven ayudante sabe que antes de tomar el avión en Caracas, Chávez habló con el embajador cubano Germán Sánchez Otero para coordinar un posible encuentro donde pudiera saludar a su Presidente. Germán le prometió comunicarlo, pero no le dio seguridad de que este se produciría. Las conversaciones con el embajador ocurrieron con suma discreción, pero la visita a la Isla no es un secreto. El diario Últimas Noticias acaba de publicar una breve nota que reseña el viaje a Cuba y especula sobre la posibilidad de algún contacto con funcionarios del gobierno, sin mencionar a Fidel.

Yo estaba convencido de que no vería a Fidel. La visita, además, era por muy poco tiempo: apenas un solo día. Llegábamos en la noche de un martes y regresábamos en la mañana del jueves. Me imaginaba que el Presidente estaría muy ocupado y me decía a mí mismo: «si no me reciben ni los líderes uruguayos, que no son jefes de Estado todavía; si me sacan el cuerpo los del Partido Comunista de Venezuela, que ni siquiera me dan la palabra en sus reuniones, ¿por qué Fidel tendría que dedicarme una parte de su precioso tiempo?». (Hugo Chávez)

Cuando el avión aterriza y comienza a desplazarse por la pista, el piloto informa por el altavoz interno que el avión se detendrá en un lugar que no es el habitual. «Solo van a descender dos pasajeros», se escucha, y no dice quiénes son esos viajeros. Unos segundos después –todavía está el Boeing en movimiento–, se abre la puerta de la cabina y aparece el copiloto con expresión misteriosa. Se acerca al sitio que comparten Chávez e Isea: «Nos han dado instrucciones de que nos detengamos en otro lugar del aeropuerto, para que ustedes dos desciendan del avión. Los espera alguna autoridad cubana.» «¿Quién?», pregunta el Comandante Chávez. «No, no sabemos. Simplemente informaron desde la torre de control que nos movamos hacia ese otro sitio.» El avión se detiene y extienden rápidamente una alfombra protocolar. Son las 9 y 40 de la noche.

Los dos venezolanos toman cada uno su respectivo equipaje de mano y comienzan a avanzar hacia la puerta: Chávez, al frente, e Isea, detrás. Miran de soslayo por la ventanilla y ven luces, cámaras y gente que se arremolina detrás de la escalerilla del avión. En el primer golpe de vista, no distinguen a nadie conocido. Piensan que tal vez vendrá algún ministro a recibirlos. Cuando han avanzado apenas unos pasos, se asoma por la puerta del avión un hombre alto, sobrio, que pregunta por el teniente coronel Hugo Chávez Frías. «Bienvenido a Cuba», dice, y se presenta: «Mi nombre es Ángel Reigosa. Soy el director de Protocolo de la Cancillería».

El Comandante Chávez le preguntó, con cierta ansiedad: «¿pero quién está ahí esperando?», y el director de Protocolo le contestó: «el Comandante en Jefe Fidel Castro.» Miramos y, efectivamente, era Fidel en persona, con su traje de campaña, que avanzaba hasta el pie de la escalerilla. Chávez me entregó su equipaje y bajó. Yo le seguí un poco después, con dos maletines, una serigrafía de Bolívar, unos papeles… Ellos se saludaron, en medio de las luces y de las cámaras y de la sorpresa… De repente, el Comandante Chávez dio un paso a un lado y me presentó al Comandante Castro. No supe qué hacer; me quedé paralizado. Se ve en la foto que yo estoy así… tieso, y con todos los paquetes encima… El Presidente me saludó, pero antes trató de ayudarme un poco. Tengo todavía una foto donde se ve a Chávez y a Fidel intentando quitarme las cosas de encima. (Rafael Isea)

Después del abrazo, los periodistas se abalanzan sobre el líder del Movimiento Bolivariano. El diario El Nacional, de Caracas, en su edición del 15 de diciembre, reseña sus palabras y le dedica al encuentro buena parte de la portada de ese día, con una foto desplegada y el titular «Se juntaron dos comandantes». Según la versión periodística, Chávez dijo a EFE: «Para mí, como soldado, como bolivariano, hoy se hace realidad un sueño de muchos años y debo decirles a todos los cubanos que me siento muy honrado de estar en Cuba y más honrado aún de que el Presidente Castro se encuentre recibiéndonos aquí». Le sigue una pregunta capciosa –¿por qué tantos honores para Chávez?– y el testimonio de Fidel: «No tiene nada de extraño. Ojalá tuviera muchas oportunidades de recibir a personalidades tan importantes como él».

¿Saben una cosa? No recuerdo qué le dije a la prensa. Estaba tan emocionado, tan sorprendido, tan admirado, que se borraron de mi mente las palabras que pronuncié aquella noche. Cuando bajé los escalones del avión, no sabía qué iba a decir, y no sé qué dije. Sí recuerdo que le dije que esperaba poderlo recibir pronto en Venezuela. Recuerdo su abrazo y sobre todo su mirada. Nunca voy a olvidar esa mirada que me traspasaba y que veía más allá de mí mismo. (Hugo Chávez)

*Rafael Isea Romero actualmente es acusado e investigado por la Gobernación del estado Aragua, el Consejo Legislativo del Estado Aragua y la Fiscalía General de Venezuela por la paralización de 5 obras y el desvío de 58 millones de dólares y de 9 millones de euros. Huyó a Estados Unidos, donde fue declarado testigo protegido de la DEA.


No hay comentarios:

Publicar un comentario