El actor cubano Patricio Wood está dotado por una braza de cualidades que le fortalecen, que apuntan hacia lo sustantivo y esencial en su trabajo como intérprete a la hora de enfrentar y asumir los más variopintos roles escénicos. El protagónico Miguel, en el filme de Fernando Pérez, Últimos días en La Habana, es la más reciente huella de esa verdad.
La contención como recurso eficaz, el profundo estudio del personaje, las fraguas por las que debe transitar ante el ejercicio pensado del guion, los conflictos y los imprevistos del rodaje son tan solo algunos de los capítulos enunciados en este diálogo con un actor de amplio registro y sabias ideas.
“Yo anhelaba que la vida me diera la oportunidad de compartir algún trabajo con Fernando Pérez. Y un día me llamó y me propuso participar como actor en la película que estaba preparando, pero no imaginé que se tratara del protagónico. Sencillamente me dijo: esta es la historia de Miguel, léetela y después conversamos.
Fotograma de la película
“Sentí que estaba frente a un ofrecimiento sumamente atractivo, que se avenía a mis intereses profesionales. Soy un actor que persigue el drama serio, profundo, real. Además, me encanta dejarlo caer en una pieza. O sea, que la vida corra cotidianamente, no haya sobresaltos y aparentemente no pase nada”.
El guion fue el primero en sembrar las expectativas de Patricio a favor de esta película: “Se trataba de un reto a la profundización. Miguel es un personaje de muy pocas palabras y de abundante presencia escénica, variables que pueden hacer muy difícil el trabajo del intérprete.
“No dotar al personaje de diálogos, implica para el actor imprimirle un alto nivel de pensamiento, capaz de justificar su presencia en escena de manera espectacular.
“En mi opinión, el guion se presentaba un poco egoísta; es decir, muy escueto en acotaciones. Dichos textos tienen la posibilidad de explicar literariamente el qué, el por qué y para qué ocurren los hechos; es una de sus prerrogativas. En este caso, se centraba más en el qué ocurre y no ofrecía muchas aristas para entender el porqué. Sin embargo, en esa misma medida ofrecía libertad para buscar una historia en la historia, aquella fabricada porel actor en consenso con el director”, explica el actor.
Con palabras serenas, meditados acentos y llanas declaraciones, el también protagonista de El brigadista añade que el guion que le presentó Fernando Pérez le tentó, además, por haberle hecho recordar una película chilena, La luna en el espejo, muy impresionante debido a que en su transcurso aparentemente no ocurre nada, pero al final sumerge al espectador en un relato conmovedor.
Pero la admiración de Patricio Wood por Fernando Pérez es mucho más vetusta, se remonta a Clandestinos (ópera prima del director): “Me emocionó tanto que estuve llorando toda la segunda parte de la película y, desde entonces, he seguido muy de cerca su obra”.
Desde su experiencia como actor, Patricio piensa que el guion es un cofre donde está contenida toda la maravilla de la película. “Hay que ver de qué manera el director puede descubrirla, hacerla brotar. En este sentido, Fernando se me presentó muy interesante, como un boxeador que está a la riposta, esperando a que yo lanzara un golpe para calificarlo y devolverme un almohadazo. De esos que no duelen, pero aturden. Él fue contundente desde la sencillez y me hice la imagen de un director que tenía un gran cofre, pero con muchas ventanas o huecos por los que se podría penetrar.
Con todas estas motivaciones, el actor inició el proceso de elaboración del personaje, “fase que también tiene sus particularidades”. Cualquier detalle o inquietud que me surgiera en el estudio del guion, él lo tomaba en cuenta para contribuir a mi comprensión del personaje, acota Patricio. “Por ejemplo, ¿es tartamudo o tiene barba? ¿Es distraído o desfasado en su comportamiento sicofísico? Estos son elementos que a los intérpretes siempre nos gusta conocer.
“Fernando es preciso y agudo cuando algo no le gusta. Es muy amplio, para bien, en el estímulo de lo que le sorprende. Entre nosotros se produjo como un ping pong intelectual donde la pelota era Miguel. Y así, el proceso de pre filmación se fundió con el del rodaje”.
El diálogo no es diálogo hasta que el actor no lo dice
Al contar sus experiencias en la etapa de filmación de Últimos días en La Habana, Patricio asegura que las expectativas que se había forjado durante años respecto a Fernando no se desvanecieron. Todo lo contrario.
“En los primeros días de grabación él estaba muy a la caza de lo que era criticable o podía ser estimulado, de lo que era aceptable o no. Yo recordaba que hacía tiempo me había dicho que el diálogo no es diálogo hasta que el actor no lo dice. Ya sabía que él pensaba así, y me di cuenta que dejaba correr un poco la pita para en un momento determinado halarla, para que el personaje pudiera ser atrapado por él y por los demás intérpretes.
“Yo trato de ser un actor laborioso, un actor que estudia, fabrica una biografía y no se lanza al ruedo hasta que no siente que va a disfrutar. Por eso me preparo, investigo. Hago lo posible por dotar al personaje de una inteligencia que pueda incluso sorprender. Siento el hechizo, el esplendor de mi trabajo cuando eso pasa.
“También tengo la costumbre de proveer al personaje de posibilidades, pero a Miguel había que dotarlo de limitaciones. Había momentos claves en los que yo pensaba: es interesante el personaje porque tiene una vida sin testigos. Entonces la cámara funcionaba como un intrépido escudriñador que miraba por un hueco. Eso se ha logrado en buenos momentos del cine cubano. Lo importante es dar la sensación de que la cámara interrumpe la vida de la gente. Yo soñaba con que ocurriera eso. Y, a la vez, tenía la responsabilidad de ser lo más auténtico posible en mi trabajo”.
La conversación se extiende en una noche calurosa del diciembre cubano, mientras Patricio revela su pasión por Miguel. Al caracterizarlo explica que su personaje no niega la vida, “lo que sucede es que la vida puede hacerle daño a su proyecto. En ese sentido, me costó entender a Fernando cuando me decía que el personaje era inteligente.
Fotograma de la película
“Miguelito es como un caracol, está forrado de una gran coraza y se dota de una escafandra espiritual. Yo me lo imaginé así. Y me metí tanto en el caracol del personaje que resultó sorprendente para mí mismo. Inclusive, el sonidista me dijo una vez que escuchaba mi voz diferente. Y yo le respondí: yo también. Eso fue impresionante porque me hizo comprobar el hechizo que se logra cuando el actor consigue representar que otra vida es posible. Y este personaje me regaló esa oportunidad”.
Los distingos o facetas humanas de Miguel son su sensibilidad oculta, su tenacidad y una precisión obsesiva en sus objetivos, añade Patricio.
“Él está muy claro de lo que quiere. Tiene un solo propósito: partir. Igual está consciente del gran obstáculo que tiene que salvar para conseguirlo, que es ayudar a su amigo. Esa es su dicotomía porque él no sabe cuándo su amigo va a morir. Es un hombre entregado a un destino incierto; él no lo labra, no lo forja. Es un antihéroe, porque no puede convocar sus esfuerzos y acciones en el logro de sus fines. Al contrario, tiene que anularse prácticamente para que la vida no lo contamine ni le perjudique. La vida entendida como ese gran azar de circunstancias a favor o en contra que puede profesarse uno mismo. El simple acto de abrir y cerrar una puerta, le genera a nuestro querido Miguelito un pánico subyacente. Por eso camina del modo en que lo hace. Estudié su mirada: es cabizbaja, aunque mire hacia arriba”.
La película tuvo un alto por ciento de doblajes, explica el actor. “Yo me había enfrentado a esa especialidad en otras ocasiones, pero esta vez, cuando tuve que doblar a Miguelito, percibí franjas de invenciones, matices, tonos, colores 'muy herméticos y pequeños, cerrados'. Si lo extrapolamos al béisbol, tiene él una zona de strike muy chiquita, muy apretada, casi del tamaño de una pelota. Fue muy impresionante para mí.
“Creo que también Fernando lo vivió, porque era quien lo exigía. A veces en los doblajes tratas de remover las cosas, de mejorar, de buscar otras maneras de hacerlo, pero en este caso era impresionante. Había que repetir el 'color' de la voz, porque si no, no era Miguelito. Qué cuerda floja tan interesante logramos ¿no? ¡Qué pisada de gato! Yo me quedé enamorado de este trabajo”.
Otra de las oportunidades que le dio a Patricio Wood protagonizar Últimos días en La Habana fue la de compartir escena con Jorge Martínez.
“Como ser humano es muy bello, además es un profesional infinito. No tiene para cuando acabar en el trabajo. Es muy preciso. Es de esas personas que, si tiene que clavar un clavo usa un martillo, y nada más. Eso ayuda mucho. Además, es admirable en las condiciones en las que hizo a Diego, porque lo remitía, desde el punto de vista emocional y físico, a una ansiedad peligrosa. El balón de oxígeno del personaje era verdaderamente el de Jorge, el de su casa, y hay escenas donde tiene que representar falta de aire, casi a punto de morir. Esas no debían repetirse para que nuestro colega no tuviera que esforzarse más de la cuenta. Él también tuvo que ayudarme, porque yo tengo dificultades físicas. No puedo hacer fuerza, y hay una escena en que debo cargarlo. Tuvimos que falsear la acción. Fueron circunstancias difíciles y bellas a la vez.
Foto: Internet
El imaginario: un perenne desafío
Una tesis en el trabajo del actor es la imaginación. Patricio Wood la concibe como un recurso dúctil que debe ser alimentado de muchas maneras, especialmente en el cine.
“La imaginación del actor no debe ser estática. Lo que hay que imaginar en la escena, igual puede ser alimentado de la experiencia propia o de la figuración, a través de equivalencias, de hechos no vividos.
“Si se trata de una situación deprimente que el personaje tiene que enfrentar, el actor debe dotarse de varias maneras para llegar ahí, porque siempre debe pensar que va a repetirlo muchas veces. En ocasiones, las escenas quedan resueltas en una o dos tomas, pero hay que estar preparado para renovar las fuerzas. A diferencia del cine, en el teatro solo se tiene la posibilidad de imaginar una vez.
“Por otra parte, a veces pensamos en escenas que generan o requieren una emoción importante y que predisponerse para ello significa pensar solo en aquello que nos emociona. Sin embargo, en esa medida nos apartamos de la vida. La vida no es así.
“La tarea del actor es estar claro de cuál es el estado anímico del personaje. Lo subrayo porque en la escuela no me hablaron de esta dicotomía. Allí se ejercitaba el recurso de la emoción, pero no se valoraba al estado anímico como una alternativa en la actuación.
Ahora, ¿cómo se llega al estado anímico? Ahí está la efectividad del estudio del actor. Un elemento crucial es tener claro cuál es el estado anímico con el que el personaje encara una situación. Otro, es creer en las circunstancias de la escena. Estos dos ingredientes dan al traste con la emoción. Asimismo, la imaginación interviene en todo el proceso. Es como el software o el libro que hilvana, que cose. Hay quienes pueden coser, otros son capaces de bordar”.
Suma de facetas
Apuntes teóricos sobre la actuación señalan que el actor, desde el punto de vista sicológico, asume al personaje como una simulación de la realidad. Según las concepciones de Patricio, un personaje es una reunión de facetas, un molde a donde estas van a parar.
“Un personaje que pueda asumir una historia lo más profundamente posible es aquel que asume lo social, lo familiar, lo íntimo y lo afectivo. En lo social están los amigos. Desde esta perspectiva, Miguelito es un hombre mutilado, pero llena la arista de la intimidad. Por eso, Últimos días en La Habana es una película intimista.
“A través del amigo, el protagonista cubre lo social. Su única comunicación social es la amistad: grande y sentida. Es la única vía mediante la cual socializa. Entonces es un personaje que hay que explotarlo en estas dos grandes facetas, porque tiene limitaciones. No sabemos ni de su familia ni de su profesión. De ahí que es dotado de ese encaracolamiento del que hablábamos antes.
“Mi complemento en este trabajo fue Jorge Martínez. Su Diego está impedido desde el punto de vista físico, pero abierto a la vida espiritualmente. Miguel es todo lo contrario. Y eso es lo que nos hace fundirnos en un solo personaje y justificar todo lo que ocurre en la película. Esa es la esencia de esa unión humana.
“Estos personajes tienen la edad de la Revolución y somos portadores y resultado del proceso que ha vivido la sociedad cubana. De todas las cosas que pueden ser criticadas o admiradas.
“Últimos días en La Habana es un filme que aboga por la solidaridad humana, es una historia sin exabruptos, sin grandes sucesos, como no sea el rigor aristotélico de un clímax al final de la película, para satisfacer la demanda del espectador, porque el público se hace espectador cuando tiene expectativas”, subraya Patricio.
Tocado por los dioses
Como un duende que mete sus narices en todas partes, con suavidad, con fino y delicado tacto, Patricio Wood caracteriza al laureado director Fernando Pérez:
“Con él no puede hablarse de otra cosa que no sea de trabajo. Siempre está uniendo a su equipo, se preocupa por lo que está haciendo cada cual, desde lo más sencillo hasta lo más sublime. Es un hombre de gran detalle, muy intenso en su labor.
“Fernando también tiene un arte, que yo pocas veces he visto, para aglutinar a las personas que rodean la filmación. La gente se percata cuando hay alguien realmente entregado al trabajo y hace lo que él les pida. Con esa ligereza que le permite su físico, anda de acá para allá. Olvida su apariencia, no se peina. Irradia esa pasión. Pienso que todo eso hizo que la película fluyera muy bien, aunque se filmaba en lugares muy agrestes. La Habana profunda es muy dura en los meses calurosos.
“Además, en el proceso de grabación hubo una pincelada curiosa. En casi todas las películas de Fernando, llueve. En esta los dos únicos días que llovió en La Habana durante la filmación fueron los que estaban señalados en el guion. Yo digo: Fernando está tocado por los dioses”.
La pregunta de rigor conduce al epílogo de la entrevista, a la requerida profundización de otros temas atemporales pero necesarios.
¿En cuáles nuevos proyectos está enrolado Patricio Wood?
Estoy en la pre filmación de la última película de Arturo Sotto. Voy a hacer un campesino de los años 50 que tiene una gran contradicción con su hija. Es un personaje muy interesante.
“Si antes dije que el guion de Fernando fue egoísta, en este nuevo rodaje el egoísta es Arturo, porque nada más me ha dado las escenas en las que yo trabajo. Por lo que él nos contó, es una historia que va a las esencias del amor, más allá del que pueden lograr los seres humanos. Transita por medio siglo. Pienso que va a desbordar los límites de la Isla en cuanto a la dimensión de la historia. Auguro que va a funcionar muy bien.
“Por otra parte, estoy editando un documental sobre mis padres. Es un homenaje a Salvador Wood y a Yolanda Pujols, que en el 2015 cumplieron 68 años de matrimonio. Está producido por la de la Casa de Documentales Octavio Cortázar, de la UNEAC. Ya logramos el primer corte de 30 minutos y tenemos muchas cosas a favor. La fotografía es de Raúl Rodríguez.
“En el filme —concluye Patricio—, tenemos la presencia de los dos. Ella cuenta la vida de él y él, la de ella, con insistencia en los años prerrevolucionarios, que son los menos conocidos, la parte inicial del matrimonio. El documental da la medida de una unión real, sumergida en un mundo complejo de intelectuales y artistas. Se debe titular Una leyenda costeña, que es un verso de un poema que mi padre le escribió a mi madre”.
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