miércoles, 31 de mayo de 2017

La tercera vía o centrismo político en Cuba


Una aproximación desde la historia...
Por ELIER RAMÍREZ CAÑEDO

El principal obstáculo que siempre ha enfrentado el centrismo es que jamás ha logrado anclar sus ideas en el pueblo. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

Centrismo político: en su origen es un concepto de raíz geométrica: el punto equidistante de todos los extremos. Posición política que se colocaría entre la izquierda y la derecha, entre el socialismo y el capitalismo. 

Lenin calificó esta postura de “utopismo traicionero producto del reformismo burgués”. 

Desde ya hace algún tiempo se ha estado moviendo, esencialmente en medios digitales, la idea de un “centrismo político” en la Cuba de hoy, como parte de una de las estrategias de Estados Unidos por subvertir el modelo socialista cubano, ante los rotundos fracasos y el desprestigio de la llamada “contrarrevolución cubana”. (i) Uno de los cables revelados por Wikileaks en el 2010, mostró como Jonathan Farrar, en ese momento Jefe de la Sección de Intereses de Washington en La Habana informó al Departamento de Estado el 15 de abril de 2009, como esa “oposición” realmente estaba desconectada de la realidad cubana, no tenía ningún poder de influencia en los jóvenes, y estaba más preocupada en el dinero que en llevar sus plataformas a sectores más amplios de la sociedad. (ii)

El centrismo político en su origen es un concepto de raíz geométrica: el punto equidistante de todos los extremos. Supuestamente sería una posición política que se colocaría entre la izquierda y la derecha, entre el socialismo y el capitalismo, una tercera vía que hace “conciliar las mejores ideas” de los extremos que le dan vida y donde se postula la moderación frente a cualquier tipo de radicalismo. Lenin calificó esta postura de “utopismo traicionero producto del reformismo burgués”. Y es que ciertamente las denominadas terceras vías, o centrismos, nunca han sido una opción revolucionaria, sino estrategias para instaurar, salvar, recomponer, modernizar o restaurar el capitalismo.

Cuando se pondera la moderación frente al radicalismo revolucionario cubano –que es ir a la raíz, para nada asociado al extremismo que es otra cosa- (iii) , me es inevitable no encontrar determinadas analogías entre ese centrismo que hoy se intenta articular en Cuba, con el autonomismo decimonónico.

El autonomismo como corriente política surge desde la primera mitad del siglo XIX, pero se conforma como partido político a partir de 1878, como uno de los frutos que produjo la revolución del 68. (iv) Fue una corriente que compartió tiempo histórico con el independentismo, el integrismo y el anexionismo. Era la corriente por excelencia de la moderación, de la evolución, enemiga de los radicales independentistas cubanos. Asumían una posición también “equidistante”, entre el integrismo –la defensa del status quo- y la independencia, pero en momentos de definición, cerraban filas junto al integrismo para frenar y atacar la revolución, la cual consideraban el peor de los males. Algunas figuras célebres del autonomismo terminaron compartiendo las ideas anexionistas al producirse la intervención-ocupación estadounidense en Cuba. Sus principales líderes brillaron por sus dotes intelectuales, eran grandes oradores, pero con un pensamiento de élite, esencialmente burgués, de ahí que jamás pudieron arrastrar detrás de sí a las masas cubanas. El pueblo cubano en ese momento lo menos que necesitaba era ideas de laboratorio, de ahí que cuando se produjo la nueva arrancada independentista de 1895, el partido autonomista quedara totalmente descolocado ante la nueva realidad nacional. El autonomismo defendió un nacionalismo moderado y excluyente de las grandes mayorías, cuyas aspiraciones fundamentales no estaban en romper el vínculo con “la madre patria española”, sino en modernizar su dominación en la Isla, no en el balde la vanguardia patriótica cubana, encabezada por José Martí, combatió tanto sus ideas. El 31 de enero de 1893, en uno de sus extraordinarios discursos, Martí expresó: “…dábase el caso singular de que los que proclamaban el dogma político de la evolución eran meros retrógrados, que mantenían para un pueblo formado en la revolución las soluciones imaginadas antes de ella…”. (v)

Sin embargo, la idea de apoyar en Cuba una tercera fuerza –moderada, de centro o tercera vía- adquirió mayor fuerza en la política exterior de Estados Unidos a finales de los años 50, con el objetivo de evitar que el Movimiento 26 de Julio llegara al poder, algo que se convirtió en una obsesión para la administración Eisenhower en los últimos meses del año 1958. Esta tendencia debía estar en una posición equidistante entre Batista y Fidel Castro y se estimuló su desarrollo tanto en el plano militar como el político. La estación local de la CIA en La Habana fue la primera en manejar esta idea y luego sería su principal ejecutora. Así lo confirma el oficial David Atlee Philips en su libro autobiográfico The Night Watch, cuando señala que James Noel -a la sazón jefe de la estación local de la CIA en la capital habanera- le había informado en una de sus pocas frecuentes reuniones, sobre su recomendación al gobierno de los Estados Unidos de patrocinar discretamente la acción de una tercera fuerza política en Cuba, “un grupo entre Castro a la izquierda y Batista a la derecha (…)”. (vi)

En febrero de 1958 se había incorporado al II Frente Nacional del Escambray que dirigía Eloy Gutiérrez Menoyo, el agente de los servicios secretos estadounidenses, William Morgan, que tenía la misión de convertirse en el segundo jefe de aquella guerrilla, algo que logró en poco tiempo al igual que sus grados de Comandante. Morgan no sería el único agente que infiltró Estados Unidos en esa zona con la intención de estimular una tercera fuerza guerrillera que pudiera enfrentarse e imponerse en determinado momento a las fuerzas de la Sierra Maestra lideradas por Fidel Castro. (vii) Estados Unidos también se involucró en otros complots donde se manejaron diversos nombres de figuras que podían integrar una opción política que arrebatara de las manos a Fidel Castro el triunfo revolucionario, entre ellas: el coronel Ramón Barquín, Justo Carrillo, jefe de la Agrupación Montecristi, y Manuel Antonio, Tony, de Varona. Todavía el 23 de diciembre de 1958, en una reunión del Consejo de Seguridad Nacional, Eisenhower expresaba su esperanza en el crecimiento, fortaleza e influencia de una “tercera fuerza”. (viii)

La creación de una “tercera fuerza” no solo era promovida por los Estados Unidos, sino también por algunos políticos que la propugnaban a lo interno. “La Tercera Fuerza –señala Jorge Ibarra Guitart- fue un movimiento de instituciones cívicas privadas que representando el sentir de sectores importantes de la burguesía y la pequeña burguesía promovió gestiones de paz y conciliación con el régimen. El impulsor, bajo cuerdas, de todas las gestiones fue José Miró Cardona, quien desde la Sociedad de Amigos de la República ya había planeado la táctica de movilizar a las instituciones burguesas para forzar al régimen a llegar a un acuerdo. Este era el momento de poner en práctica dicha táctica, pues había circunstancias que la favorecían: la burguesía, al notar que cada día más organizaciones revolucionarias ganaban terreno, estaba alarmada por el peligro que representaba para sus intereses políticos y económicos el desarrollo de una guerra civil con una participación popular activa”. (ix)

Al resultar imposible para los Estados Unidos lograr evitar el triunfo de la Revolución Cubana y la llegada al poder de las fuerzas del 26 de julio, en los primeros meses del año 59 el objetivo fundamental de Washington consistió en respaldar y aupar a las figuras que dentro del gobierno revolucionario se consideraban “moderadas”, de centro, frente a los que calificaban de “extremistas”, para a través del predominio de esta línea evitar que la Revolución profundizara su alcance social. (x)

Cuando Fernando Martínez Heredia, señala que en Cuba existe hoy un nacionalismo de derecha con pretensiones de centro que tiene “una acumulación cultural a la cual referirse” (xi) , está haciendo mención a la larga historia de ese nacionalismo que tiene en el plano de las actitudes políticas antecedentes en el autonomismo; que durante los años de la República Neocolonial Burguesa admitió y defendió la dominación, y que en muchas ocasiones fue utilizado por el propio gobierno de los Estados Unidos, con el propósito de frenar, evitar o lograr situaciones posrevolucionarias que mantuvieran a salvo las estructuras de dominación capitalista en Cuba, bajo mejores consensos.

Hoy vemos como ese nacionalismo de derecha que se estimula por quienes nos adversan, bajo el ropaje engañoso de centrismo, no tiene otro objetivo que el intento desesperado de restaurar el capitalismo en Cuba. Una vez más, será un ensayo frustrado, pues el principal obstáculo que siempre ha enfrentado esta corriente, es que jamás ha logrado anclar sus ideas en el pueblo. Ese pueblo que en su mayoría ha abrazado a lo largo de la historia la tradición independentista, patriótica, nacional-revolucionaria y antiimperialista; jamás la del autonomismo, el anexionismo o el nacionalismo de derecha.

NOTAS

(i) Véase el texto de Esteban Morales: La contrarrevolución cubana nunca ha existido, en: Esteban Morales y Elier Ramírez, Aproximaciones al conflicto Cuba-Estados Unidos, Editora Política, La Habana, 2015, pp.363-367. Morales se cuestiona en ese trabajo que pueda considerarse cubana dicha contrarrevolución, en tanto se suicidó prácticamente al nacer al asumir una agenda impuesta por el gobierno de los Estados Unidos.


(iii) En discurso pronunciado el 3 de septiembre de 1979, en la sesión inaugural de la Cumbre de los NOAL celebrada en La Habana, Fidel expresó: “¿Qué se le puede impugnar a Cuba? ¿Qué es un país socialista? Sí, somos un país socialista (APLAUSOS), pero a nadie ni dentro ni fuera del Movimiento pretendemos imponer nuestra ideología y nuestro sistema. ¡Y no tenemos nada de qué avergonzarnos por ser socialistas! ¿Que hicimos una revolución radical en Cuba? Sí, somos revolucionarios radicales, pero no pretendemos imponer a nadie, y mucho menos al Movimiento de los No Alineados, nuestro radicalismo”. Véase en: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1979/esp/f030979e.html

(iv) Véase Elier Ramírez Cañedo y Carlos Joane Rosario Grasso, El autonomismo en las horas cruciales de la Nación Cubana, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2008.

(v) José Martí, Discurso en Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1889, en: Discursos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, p.195.

(vi) Citado por Andrés Zaldívar Diéguez y Pedro Etcheverry Vázquez, en: Una fascinante historia. La conspiración Trujillista, Editorial Capitán San Luis, La Habana, 2009, p.50

(vii) Ibídem, pp.41-42.

(viii) Francisca López Civeira, El Gobierno de Eisenhower ante la Revolución Cubana: Un nuevo escenario, en: http://www.radiolaprimerisima.com/articulos/2527

(ix) Citado por Andrés Zaldívar Diéguez y Pedro Etcheverry Vázquez en: Ob.Cit, p.51.

(x) Mucha información al respecto puede encontrarse en la obra de Luis M.Buch y Reinaldo Suárez, Gobierno Revolucionario Cubano. Primeros Pasos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2004.

martes, 30 de mayo de 2017

Adiós Hollywood

Por Harold Cárdenas Lema

Hollywood quiere filmar en Cuba y no puede. Desde el segundo semestre del pasado año vienen cada vez menos producciones estadounidenses a la isla. No hay una negativa escrita, pero se presentan proyectos sin recibir respuesta. El temor de que la 82 División Aerotransportada llegue a la Habana a través de la cultura, se suma a los errores cometidos en producciones anteriores. Entonces la solución es decir no o evitar responder a quienes solicitan acceso. Pues para un país tan instruido, no es muy cortés que digamos.

Cuba pasó de patico feo a cisne, de cenicienta a princesa, de fea en la escuela a la muchacha con la que todos quieren. Y a Hollywood le encantan estas historias. Lo único que le gusta más que la fantasía o la superación personal, es lo prohibido, y eso es Cuba también. Así fue que la película más taquillera del 2017 vino a filmar a la Habana. Después se interesaron en venir otras sagas: Transformers, Misión Imposible, incluso series completas fueron presentadas a las autoridades cubanas. Algunas lograron algo, otras menos, ahora es nada.

La cultura trae implícita ideología y cada producto cultural tiene valores políticos. Pero cuando veo alguien referirse a los cubanos como ingenuos, manipulables y susceptibles al norte, no entiendo cómo la generación más penetrada por el capitalismo pudo hacer una revolución en Cuba. Si hay un pueblo latinoamericano que ha sido preparado para lidiar con el colonialismo mental, es el cubano. Subestimar nuestra capacidad de asimilación cultural o alistarse medio siglo para temerle luego a esa pelea, es absurdo y suicida.

La prueba de fuego con Hollywood fue Rápidos y Furiosos 8. La película es mala malísima y ojalá viniera Martin Scorsese en su lugar, pero generó empleo y mostró una Habana que atraerá turismo. Nunca habíamos tenido una producción de cine con esa envergadura, no solo por las ganancias sino por brindar una experiencia técnica sin precedentes. Hoy Cuba podría darse el lujo de acoger producciones internacionales sin necesidad de incentivos fiscales, pero renunciar a los 15 minutos de fama movidos por el temor, es costoso.

Conviene que se filme en Cuba. Cuando lo hacen en otros países simulando que es aquí, aumentan los clichés. Y yo estoy cansado de ver escenas en una supuesta Habana llena de violencia, soldados y ametralladoras. Salgo al balcón y no la encuentro.

Tampoco es bajarse los pantalones ante la industria de los sueños y carteles lumínicos, pero sí aprender a vivir con ella, porque es lo que Engels llamaría una “realidad objetiva”. Es cierto que los permisos de rodaje para Rápidos y Furiosos 8 fueron más rápidos que para nuestras producciones, pero eso no refleja dominación, es una prueba de que el cine cubano necesita renovarse, una ley que lo regule y un fondo de fomento. Si fueran los 60 ya Fidel se hubiera sentado con los cineastas a resolver estas y otras cosas, pero vivir del pasado no vale.

El mayor problema fue logístico y de comunicación. Calles cerradas, tráfico desviado e incomodidad gratuita. Un país sin experiencia en superproducciones de Hollywood, es normal que le cueste coordinar así su primera vez. Lo innecesario es recibir críticas por no dar explicaciones a la opinión pública: cuántos millones generó la película y en qué serán empleados. Mientras los funcionarios públicos no entiendan que su gestión es pública, que esa no es una palabra cualquiera y rendir cuentas no es voluntario sino que viene con el cargo, seguiremos así. Recibiendo críticas que pudieran ser aplausos.

El cine a menudo se regodea en el desastre. Nuestras películas parecen estancadas en la marginalidad habanera, fachadas destruidas y familias disfuncionales. Rápidos y Furiosos 8 muestra clichés de la industria, pero su equipo de producción vino en busca de belleza y no la pornomiseria, punto a su favor. Quien quiera ser realista en nuestras producciones futuras debe mostrar a Cuba, los solares de centro-Habana, los edificios de microbrigada y las casonas de Siboney. El pan racionado y el champagne, porque existen ambos.

Durante años hemos hecho informes sobre el impacto del bloqueo en nuestra economía. Hoy existe interés en venir a filmar. Posiblemente algunas producciones que se presentan sean maliciosas o quieran falsear la realidad, todas no. El hecho es que hemos cerrado la puerta en la cara a Hollywood últimamente. Sería bueno escuchar el porqué de esta decisión y por cuánto tiempo será. Con gusto publicaríamos las razones para ello, no todo es prejuicio, a veces hay argumentos de peso que nunca llegamos a saber. Pero se siente como que hemos vuelto a botar el sofá, negando acceso por facilismo o viejos dogmas. ¿Quién presenta ese informe? ¿Quién contabiliza el impacto de nuestros errores? ¿Adiós Hollywood o hasta pronto?

lunes, 29 de mayo de 2017

A seis meses de la partida física de Fidel



Por Fidel Antonio Castro Smirnov

Mensaje escrito en el libro de visitantes del Cementerio de Santa Ifigenia, el pasado 25 de marzo, por el Dr. Fidel Castro Smirnov, profesor titular de la UCI, nieto del líder histórico de la Revolución Cubana.

Querido abuelo:

Ante todo quiero expresarte que esto no es una despedida. Junto a millones de cubanos, de revolucionarios dentro y fuera de Cuba, junto a tu familia, como nieto agradecido, nunca querré dejar ir al Comandante en Jefe, ni al padre de la Revolución, ni al más universal de todos los cubanos del siglo XX y XXI, ni al guerrillero, ni al entrañable amigo, ni al educador, ni al científico. ni al creador, ni al compañero, ni al invicto y eterno Fidel, ni a mi abuelo.Serás siempre mi guía, quien a diario me inspira y me motiva.

Escribiendo en este libro breves ideas, cumplo hoy un compromiso con el excelente colectivo de trabajo de Santa Ifigenia, con los compañeros de las FAR y el batallón de ceremonias. Todos ellos, quienes considero como mi familia, cumplen a diario con el esmerado deber de cuidarte y rendirte merecido homenaje. Mucho me reporta saber que continúas muy bien cuidado y rodeado de amor.

En cada visita, como bien sabes, no solo traigo la flor y el sentido homenaje de todos los que quisieron y no me pudieron acompañar; me sumo también a los miles que a diario vienen a presentarte un profundo respeto, infinita admiración y especial cariño. En cada visita a este lugar sagrado, me lleno de fuerza para enfrentar cada nuevo desafío, y uno de los principales (que cada vez me resulta más difícil): paliar el dolor indescriptible que me causa no poder estrechar tu mano, de no poder besarte, abrazarte, buscar y encontrar tu mirada, acompañarte, compartir peligros y desvelos, velar tus sueños, ayudarte en lo posible e imposible, preguntarte, cuidarte, bromear y sonreír juntos, de brindar contigo, de atenuar la ansiedad de verte en cada encuentro; de leer una nueva reflexión encendida, una oportuna llamada de atención, un nuevo y merecido jaque al adversario; de aprender de ti, de saber de ti; de escuchar tu susurro conspirativo, tus discursos apasionados, tus recuerdos e ilusiones, tus tiernos halagos ante cada modesto logro personal que con devoción te dedicaba, te dedico y te dedicaré.

Estas líneas constituyen un nuevo intento de abrazo y caricia escrita, un nuevo intento de expresar sentimientos inefables que brotan en mi desde que aprendí siendo muy niño a quererte, un franco desafío a la irreversibilidad de los procesos al acompañarte en tu reciente travesía, un nuevo intento consciente de disfrutar tu presencia, de llamarte, buscarte y encontrarte.

Hasta la próxima, hasta siempre,

Te abraza, te extraña, te besa, te acompaña, te cuida, te quiere, quien no se suelta de tu mano, tu nieto y amigo

Fidel Antonio Castro Smirnov
Santiago de Cuba 25 de marzo de 2017


viernes, 26 de mayo de 2017

“Comandante”, exposición fotográfica dedicada a Fidel en Canadá

En este artículo: Alberto Korda, Canadá, Cuba, Cultura, Exposición, Fidel Castro Ruz, Fotografía, Liborio Noval, Roberto Chile
26 mayo 2017 | +


Palabras de Rafael Acosta: “Fidel Castro y la fotografía”
Texto introductorio de Rosa Miriam Elizarde para el libro “Hasta siempre, Comandante”



“Reflexión” (2005). Foto: Roberto Chile.

En el salón de actividades de la Embajada de Cuba en Ottawa será inaugurada este viernes 26 de mayo la muestra fotográfica “Comandante”, que reúne fotografías de Fidel Castro, líder histórico de la Revolución Cubana. A lo largo de este año, la muestra recorrerá las ciudades canadienses de Montreal, Kitchener, Toronto y Vancouver.

En un total de 31 instantáneas, este homenaje póstumo abarca diferentes facetas de la vida del Comandante en Jefe, en imágenes tomadas por los fotógrafos cubanos Alberto Korda, Liborio Noval y Roberto Chile, éste último presente en Canadá para la inauguración.

Como expresa el escritor Rafael Acosta de Arriba en sus palabras introductorias a la exposición, “en las imágenes de los tres artistas, aparecen retratados con imaginación y detalle el rostro del revolucionario, sus atributos simbólicos, sus costumbres, sus manos, su forma de caminar y hablar… Se trata de tres fotógrafos muy talentosos que hicieron de Fidel un modelo en movimiento, una figura en constante accionar, como lo fue toda su vida”.


“Comandante en Jefe ¡Ordene!” (1962). Foto: Alberto Korda.

A la inauguración asistirán autoridades del país norteño, miembros del cuerpo diplomático, cubanos residentes y amigos de Cuba.

La muestra ha sido patrocinada por la institución cultural The Museum, de la ciudad de Kitchener, así como por organizaciones políticas amigas y grupos de solidaridad.

(Con información de la Embajada de Cuba en Canadá)

Palabras de Rafael Acosta: “Fidel Castro y la fotografía”


“Jugando pelota en el Instituto Cuqui Bosh, Santiago de Cuba” ( 1964). Foto: Liborio Noval.

La fotografía siempre fue concebida por el líder de la Revolución Cubana como un arma de difusión de ideas, una herramienta de trabajo en la construcción y defensa de la causa revolucionaria.

Se trata de una relación de larga data, que comenzó tan temprano como 1955, cuando en Nueva York, en ocasión de recaudar fondos para la expedición que proyectaba hacer para comenzar la lucha guerrillera, Fidel, acompañado del periodista Vicente Cubillas, fue al encuentro del fotógrafo emigrado Osvaldo Salas para que le hiciera algunas fotos a él y a Juan Manuel Márquez, uno de los lugartenientes del movimiento revolucionario cubano. Aquellas fotos de los actos de recaudación y agitación política que realizaron en la ciudad norteamericana, dan fe de ello. También en la Sierra Maestra, las fotografías documentaron el proceso de la guerra. La dirección rebelde tuvo el cuidado de realizar esa crónica histórica, para que no se perdiera en la posteridad.

Pero fue después del triunfo revolucionario de enero de 1959, que esa confianza de Fidel Castro en el poder movilizador de la fotografía, encontró un cauce extraordinario. Desde luego que eran necesario diestros fotorreporteros, y ellos existían, además de que eran firmes aliados de la naciente Revolución. Las imágenes del triunfo, de los primeros momentos de la consolidación del poder revolucionario, las batallas de Playa Girón, las tensiones de la Crisis de Octubre, las grandes movilizaciones populares, los rostros de los héroes y las batallas económicas y culturales, todos esos hechos cardinales de los años sesenta del siglo pasado, fueron registrados por un grupo de notables fotógrafos que construyeron toda una crónica de la Revolución.

Fidel Castro los animó y estimuló, les brindó el periódico Revolución, en el que personalmente discutió ideas de diseño e imagen con ellos; los llevó como fotógrafos acompañantes en sus constantes giras por el país y en sus viajes al exterior. Esto facilitó el registro fotográfico de un amplio espectro de la vida del país en revolución, con las ideas más modernas en cuanto a publicidad gráfica y política. Tal conjunto de imágenes se ha conocido posteriormente como “fotografía de la épica”.


“Fidel” (1963). Foto: Alberto Korda.

En la presente muestra fotográfica aparecen obras de dos de aquellos legendarios fotorreporteros, Alberto Díaz (Korda) y Liborio Noval, y de un artista más joven, pero que en las décadas más recientes acompañó a Fidel Castro como camarógrafo en sus intensas jornadas de trabajo, Roberto Chile. Entre los tres ofrecen un panorama representativo de la vida y obra del líder de la Revolución Cubana.

En las imágenes de los tres artistas, aparecen retratados con imaginación y detalle el rostro del revolucionario, sus atributos simbólicos, sus costumbres, sus manos, su forma de caminar y hablar, gestos y actividades como gobernante. Se trata de tres fotógrafos muy talentosos que hicieron de Fidel un modelo en movimiento, una figura en constante accionar, como lo fue toda su vida.

Finalmente, la antigua relación de Fidel con la fotografía se expresó en el hecho de que se convirtió en uno de los hombres más fotografiados del siglo XX. Pasó de impulsor de la fotografía documental en Cuba a ser uno de los modelos más asediados del planeta. En los años finales de su vida tuvo momentos de reconocimiento para los fotógrafos, y en una reunión de 2001 con cuatro de ellos (Raúl Corrales, Korda, Liborio y Roberto Salas), documentada no casualmente por Roberto Chile, les confesó que, sin su trabajo, la obra de la Revolución no hubiese sido conocida como en realidad lo ha sido.

Artísticamente hablando, los tres artistas aquí reunidos, son fotógrafos de altos valores estéticos en sus obras, y de personales y sensibles poéticas de la visualidad. Aquí están las imágenes que hablan por sí solas.

Texto introductorio de Rosa Miriam Elizarde para el libro “Hasta siempre, Comandante”


“En el Valle de Caujeri,Guantanamo” (1977). Foto: Liborio Noval.

Cuesta creer que el dolor pueda resultar poético. Pero surgen aquí como estrofas de un poemario vivo las carreteras iluminadas y a oscuras (o alumbradas débilmente al paso de la caravana con el destello de los celulares y las velas); los altares con imágenes recortadas de una vieja Bohemia; Raúl Castro acariciando la pequeña urna funeraria en el Cementerio Santa Ifigenia; los techos, las puntas de las lomas, las mejillas y los brazos grabados con un nombre; los crespones negros en los árboles; el paso del armón militar entre lágrimas, brazaletes, flores arrancadas con premura y mil y un gestos de desolación; el tapiz de una muchedumbre apretada en una plaza donde flotan al mismo tiempo la bandera, la lluvia y el silencio.

Este es un espejo en el que nadie habría querido mirarse y que retrata la noticia de la muerte del líder de la Revolución cubana, el 25 de noviembre de 2016. Son estas fotografías el testimonio del abatimiento colectivo en los nueve días de duelo nacional que siguieron a esa fecha, pero también la demostración empírica de que habrá que pasar por encima de millones para arrebatarle a este archipiélago la memoria y el amor por Fidel Castro.

El Comandante en Jefe de los pobres, el guerrillero y el estadista, aquel que se extraña cuando apenas se ha ido, descansará dentro de una piedra tan sencilla como la almendra de un río y es para Cuba, en su partida, el vínculo más fuerte que a esta hora la une.


“Sí por Cuba” (2005). Foto: Roberto Chile.


Fidel y el Che en el torneo de pesca de la aguja Ernest Hemingway (1960). Foto: Alberto Korda.


Fidel en el Jimmy’s Cafe del Bronx, Nueva York 25 Octubre 1995. Foto: Liborio Noval.


Collage “Fidel”. Fidel, Fotos de Enrique Meneses, Robert Taber, Perfecto Romero, Luis Korda, Alberto Korda, Osvaldo Salas, Roberto Salas, Raúl Corrales, Liborio Noval, Mario Collado, Andrew St. George.


Collage “Yo soy Fidel”. Fotos de Roberto Chile.


Collage “Yo soy Fidel”. Fotos de Roberto Chile.

Las fotos de la exposición “Comandante”


miércoles, 24 de mayo de 2017

Con José Martí, por una prensa cada vez mejor


Publicado: 2017-05-23
Fuente: CUBARTE


La Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) honró a dos colegas amigos, Pedro de la Hoz y el autor de estas líneas, con la responsabilidad de intervenir en su espacio Catalejo este 19 de mayo, aniversario 122 de la muerte de José Martí en combate. Cualquier día es adecuado para rendir tributo al héroe y defender sus lecciones, abrazándolas con la firme voluntad de ponerlas en práctica; pero la efeméride añadió una especial dosis de convocatoria a ese propósito.
Al hablar para un público formado en buena parte por profesionales que tienen en su currículum el Premio Nacional de Periodismo José Martí —como lo tiene el propio De la Hoz—, los dos panelistas asumieron por distintas aristas, y con voluntad de ser útiles para hoy, la tarea de referirse no solo en general al legado martiano, sino en especial a lo que sigue aportando para el logro, en plenitud, de la prensa que la nación necesita y merece tener.
Entre las características pilares del quehacer de Martí en ese terreno señalaron su respeto al público, lo que evidenció en logros como el alto dominio del idioma. Naturalmente, no se trata de algo que pueda imitarse a voluntad: Martí fue un escritor, un poeta extraordinario, y especialmente en casos tales puede la mera imitación terminar —o empezar— en facturas patéticas. Pero vale asumir como guía en el quehacer cotidiano, cada quien a su modo y con la mayor voluntad creativa, el valor de la calidad de la expresión para trasmitir eficazmente información e ideas.
En ese camino dio Martí otra saludable lección que día a día se muestra cada vez más necesaria: creó un periodismo personalísimo que no tuvo ni podía tener su cimiento en el uso o abuso de la primera persona gramatical ni en giros que pueden llegar a tonterías narcisistas, sino en la profundidad raigal, la altura y la firmeza de las convicciones expresadas. Para eso, también naturalmente, el cimiento mayor estuvo —y sigue estando— en la consistencia de su personalidad.
Aquí se habla de personalidad y dominio expresivo en relación con uno de los terrenos en que no hallarían buen sostén sino a partir de la solidez del conocimiento. Para conseguirlo puso en tensión Martí su insaciable curiosidad intelectual, su sed cognoscitiva, que lo era a la vez de justicia y de belleza, y de la cual dan fe, como frutos, sus textos publicados, y ofrecen íntimo testimonio las anotaciones recogidas como cuadernos de apuntes o acopio de fragmentos en sus Obras completas.
Todo ese arsenal, sin embargo, habría sido manco, o estéril, o no habría dado el saldo extraordinario que alcanzó, si no hubiera tenido raíces profundas en una ética invulnerable: en un sentido de la responsabilidad que él nunca confundió con ocultamientos inmorales. En medio de los preparativos de una revolución que debía vencer escollos tremendos y enfrentar enemigos poderosos, no vaciló en repudiar las debilidades y los defectos que podían hallarse entre sus compatriotas. Lo hizo sin salirse de su permanente voluntad edificante, educativa, y sin temor a la claridad de la denuncia.
En general, siguió una norma de conducta por la que un escritor cubano —Guillermo Rodríguez Rivera, fallecido un par de días antes de celebrarse el encuentro de la UPEC, en el que fue recordado por ponentes y público— dijo que había aprendido más del Maestro que en los textos de los teóricos de la libertad: la convicción de que la libertad es el derecho que cada ser humano tiene a pensar y hablar sin hipocresía. El propio Martí abonó también la certidumbre de que ser sincero, no hipócrita, tampoco autoriza a desconocer las exigencias de la responsabilidad.
Fue recordado asimismo su criterio de que un periodista tiene mucho de soldado, pero con igual precisión se apuntó que, por el sentido de ese juicio y el contexto en que lo sostuvo el Apóstol, la coincidencia se daba, más que en lo tocante a disciplina y obediencia —como a veces parece que se quiere creer, sobre todo quizás para explicar omisiones indeseables—, en la capacidad y la disposición para encarar riesgos: no solo en la guerra, sino también en la paz.
Entre lo mucho y fundamental que resulta claro en el desempeño de Martí —nutrido siempre de ideas sembradoras que ponía en acción—, estuvo su consecuencia con la idea de que la palabra se ha hecho para decir la verdad, no para ocultarla. En circunstancias cruciales pudo, por ejemplo, entender necesario mantener en silencio que la guerra revolucionaria que él preparaba no era ya solamente ni en lo fundamental contra la vieja metrópoli española, sino contra la neometrópoli que desde los Estados Unidos se aprestaba a ensayar en nuestra América un nuevo sistema de colonización.
Proclamar esa verdad podía agravarle a la revolución la hostilidad del imperio, hostilidad que era real y el dirigente revolucionario conocía: la vio a lo largo de años, y en enero de 1895 se la confirmaron los hechos ocurridos en el puerto floridano de Fernandina. Pero no mantuvo en silencio su antimperialismo, ni las opiniones, denuncias, advertencias, condenas merecidas por la potencia que se disponía a apoderarse de las Antillas, de nuestra América toda, como un paso hacia el logro de la hegemonía mundial.
Esa meta la alcanzaron los Estados Unidos al imponerle a Cuba lo que Martí se propuso impedir a tiempo con la guerra de liberación a cuyos preparativos consagró su vida y en cuyos inicios murió arma en mano, en arremetida contra una columna enemiga: la intervención del poderoso y voraz vecino en la guerra que el pueblo cubano merecía y pudo haber ganado contra el ejército español. Para que no fuera así llevaron a cabo los Estados Unidos las maniobras con que en 1898 las fuerzas de esa nación frustraron la independencia de Cuba y crearon las condiciones para que el 20 de mayo de 1902, un día después de cumplirse siete años de la muerte de Martí, se constituyera una república neocolonial.
En la cita de la UPEC pudo haberse dicho, y de alguna manera lo pusieron sobre el tapete las ideas allí expuestas, que el pueblo cubano tiene derecho a reivindicar, como algo positivo, una dimensión de lo ocurrido al proclamarse aquella república: frente a la lucha heroica protagonizada por la vanguardia del pueblo cubano —representada en sus tropas mambisas—, el imperio interventor empleó su poderío y urdió todo tipo de trampas, pero no pudo convertir a Cuba en una mera colonia. Tuvo que conformarse con reducirla a república neocolonial.
Sería esa la única razón, si la hubiera, para que, con motivo de aquella fecha, el césar de turno en el imperio felicitara hoy al pueblo cubano. Pero la razón mayor para felicitaciones coherentes y dignas se halla en el hecho de que el pueblo cubano se irguió sobre la frustración que para su patria significó la dominación imperial y, tras décadas de lucha, el 1 de enero de 1959 alcanzó la victoria revolucionaria que libró a su patria del imperio y de sus cómplices vernáculos. Ese triunfo la puso en camino de proponerse constituir la república moral y justiciera en pos de la cual José Martí unió a sus compatriotas y organizó la guerra necesaria, y aportó para el futuro de su país un legado irrenunciable.
Fiel a ese legado sigue Cuba siendo república, y abraza el deber y la vocación de perfeccionarse como tal con su proyecto de construcción socialista. Su mayor logro estribará en que asuma ese afán sin concederle al recuerdo de la humillación necolonial —sería un grave despropósito hacerlo— el favor de menospreciar, no digamos ya satanizar, la dignidad que representa, como conquista de la humanidad en su devenir, el buen funcionamiento republicano.
Como parte del pueblo cubano, hace bien la Unión de Periodistas de Cuba al asumir a José Martí, el mayor maestro de Fidel Castro, como lo asumió este, su mayor discípulo si de revolución transformadora y de base ética se trata: no solo como autor intelectual de los sucesos del 26 de julio de 1953, sino como su guía eterno.

martes, 23 de mayo de 2017

Orígenes y vigencia del pensamiento político de Fidel (+ Video)


Por: Fernando Martínez Heredia



Fidel Castro. Foto: Archivo.


Conferencia inaugural en el XXII Encuentro Nacional de Solidaridad con Cuba, del Movimiento Mexicano de Solidaridad con Cuba. Universidad Obrera de México, San Ildefonso no. 72, Ciudad de México, 18 de marzo de 2017.
Agradezco esta oportunidad a las mexicanas y los mexicanos tan abnegados y generosos que realizan y mantienen estos encuentros.
Comienzo mi intervención por el primer indicador de la vigencia de Fidel.
El homenaje que recibió, en los nueve días que siguieron a su partida, fue una consigna de hoy, una invención de jóvenes que hizo suya todo el pueblo de Cuba: “yo soy Fidel”. Así se demostró que Fidel es del siglo XXI, y no solo del XX, y también que cuando el pueblo entero se moviliza con conciencia revolucionaria es invencible. En esos días del duelo, Fidel libró su primera batalla póstuma y la ganó; al mismo tiempo, volvió a mostrarles a todos el camino verdadero, como vino haciendo desde 1953.
Entiendo que ha sido muy atinado el tema que me han fijado los organizadores, porque en la compleja y difícil situación que estamos viviendo en nuestro continente los orígenes, los rasgos fundamentales y la vigencia del pensamiento político de Fidel pueden constituir una ayuda inapreciable. Hoy podemos avanzar mejor con esa ayuda de Fidel, pero a condición de emular con sus ideas y sus actos, para sacarles provecho en lo decisivo, que serán nuestras actuaciones. No imitando simplemente a Fidel, que nunca imitó a nadie, sino traduciéndolo a nuestras necesidades, situaciones y acciones.
Fidel brinda un gran caudal de enseñanzas, tanto para el individuo como para las luchas políticas y sociales. Puede aportarnos mucho conocer mejor sus creaciones y sus ideas, las razones que lo condujeron a sus victorias, cómo enfrentó Fidel las dificultades y los reveses, su capacidad de identificar lo esencial de cada situación y los problemas principales, plantear bien la estrategia y la táctica, tomar decisiones y actuar con determinación y firmeza. Si lo hacemos, será más grande su legado.
En el transcurso de la vida de Fidel pueden distinguirse tres aspectos: el joven revolucionario; el líder de la Revolución cubana; y el líder latinoamericano, del Tercer Mundo y mundial. El segundo y el tercer aspecto suceden simultáneamente. Vamos a asomarnos a la extraordinaria riqueza del pensamiento político del joven que se rebelaba contra todo el orden de la dominación, y no contra una parte de él, del combatiente revolucionario, del artífice de la victoria de la insurrección cubana y del despliegue y la defensa del nuevo poder revolucionario, y del conductor supremo de la creación de una nueva sociedad latinoamericana liberada, socialista, internacionalista y antimperialista.
Fidel fue hijo de una tradición que es fundamental dentro de la historia del pensamiento revolucionario cubano: la corriente radical, que ha tenido puntos en común y ha establecido una trayectoria singular. Esos radicales se fueron por encima de las respuestas políticas que parecían posibles frente a los conflictos de su tiempo y su circunstancia, y las propuestas que ellos hicieron eran llamados a violentar la reproducción esperable de la vida social. Enumero solamente a hitos dentro de esa pléyade, como son Carlos Manuel de Céspedes, José Martí, Julio Antonio Mella y Antonio Guiteras.
Si exceptuamos al pensador original y colosal que fue José Martí, las prácticas revolucionarias fueron lo predominante en la historia de las posiciones y propuestas de los radicales entre 1868 y 1959. Pero, en su conjunto, ellos elaboraron un cuerpo de pensamiento que constituye una acumulación cultural de un valor inapreciable, que siempre es necesario rescatar y asumir conscientemente. Fidel partió también de la práctica, pero al mismo tiempo fue presentando y elaborando un pensamiento radical excepcional, que lo fue llevando a ocupar un lugar cimero en toda esta historia cubana, junto a su maestro José Martí.
Para el radicalismo de las revoluciones por la independencia, la república fue al mismo tiempo un gran logro y una gran frustración. La tremenda guerra revolucionaria de 1895 y el sacrificio en masa del pueblo cubano en ella constituían un legado que exigía liberar al país del dominio neocolonialista impuesto por la invasión norteamericana, y liberarlo del dominio de los ricos explotadores del trabajador y los políticos corruptos, tan voraces como sometidos al imperialismo. Mella y Guiteras habían sido las figuras máximas del gran aporte que trajeron las luchas del siglo XX: un socialismo cubano, que no era calco ni copia del socialismo europeo y que se propuso ir al asalto del cielo desde el suelo insular y latinoamericano, desde el mundo que fue colonizado. El joven Fidel Castro, dirigente estudiantil y abogado de reclamos populares, encontró y asumió muy pronto todo aquel legado de su patria y de los combates y las ideas por la libertad, la justicia social y la liberación nacional.
Fidel aprendió a ser, a la vez, patriota y socialista. A alimentarse del magisterio de Martí y a estudiar a Marx y Lenin, para poder plantearse bien la época en que vivía, sus conflictos fundamentales y las vías y métodos de la lucha por la liberación. A mi juicio, esta es una lección invaluable que nos ha brindado a la mayoría de los seres humanos del planeta, que hemos sufrido durante medio milenio la gigantesca empresa criminal de la universalización del capitalismo, genocida, ecocida y destructora sistemática de las vidas, las cualidades y las esperanzas de miles de millones de personas. De cinco siglos de colonialismo, que sigue vivo en sus formas actuales, tanto mediante sus poderosos medios económicos, culturales, de agresiones violentas y rapiña de todo tipo, como convertido en un cáncer dentro del corazón y el cerebro de los colonizados.
Fidel comprendió muy temprano que la lucha tendría que librarse al mismo tiempo contra el conjunto de las dominaciones, contra lo viejo, lo moderno y lo reciente. Pero, ¿cómo llevar esa comprensión a la práctica y volverla capaz de atraer a la mayoría oprimida, cómo crear instrumentos capaces de organizar y concientizar, de crecer en fuerzas reales y de ir ganando preeminencia, de obtener la victoria? Porque mientras no caen en crisis, los que dominan basan el ejercicio cotidiano de su poder en la hegemonía que tienen sobre la sociedad, en su capacidad de imponer su cultura, obtener consensos, engañar, ilusionar y dividir a la mayoría dominada.
El joven Fidel participó en el movimiento político cubano que fue más lejos en los intentos de utilizar la acción ciudadana, el democratismo y el sistema electoral y representativo avanzado que existía durante la segunda república, para lograr cambios realmente positivos para el país. El líder de masas Eduardo Chibás y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxos) concitaron el entusiasmo y la esperanza de la mayoría del pueblo, y el miedo a su triunfo fue una causa del golpe militar del 10 de marzo de 1952. La burguesía y el imperialismo demostraban que las reglas del juego de su sistema son las de un juego sucio, y que cuando es necesario son sacrificadas al valor supremo del sistema, que es mantener su poder.
Y precisamente una de las convicciones principales del joven estudioso y activista político, desde algunos años antes de 1952, era que tomar el poder resultaba un requisito indispensable para cambiar a Cuba. La nueva situación, en la que todo parecía estar mucho más lejos y había un bajo nivel de protestas, fue sin embargo entendida por Fidel como una coyuntura en la que las formas radicales de lucha podían ser viables, porque el sistema político en el que se basaba la hegemonía había sido totalmente deslegitimado. Fidel no descuidó referirse a la evidencia de que el régimen violaba la legalidad y no admitía recursos en su contra, pero se dedicó por entero a la vertebración y preparación para pelear de un movimiento clandestino, con gente sencilla del pueblo que tuviera ideales y decisión personal, y asumiera la férrea disciplina y las ideas revolucionarias como suelo común. Ninguno de sus miembros era una personalidad conocida, y muchos pertenecían a los sectores más humildes de la sociedad.
El asalto al Moncada tomó por sorpresa al país. La audacia, la valentía y el sacrificio de los participantes les granjeó la admiración popular, pero ninguna fuerza política los apoyó. Fidel lanzó La historia me absolverá, manifiesto deslumbrante que contenía hasta medidas de gobierno, pero él y sus compañeros quedaron prácticamente solos. La segunda lección que nos aportó fue el hecho mismo del Moncada, rebelión contra las oligarquías y contra los dogmas revolucionarios, como lo definió el Che, el motor pequeño que debería poner en movimiento al motor grande. La tercera lección fue asumir la etapa de prisión como el lugar de la firmeza inquebrantable, y proponerle al país una gran revolución, aunque su realización pareciera tan lejana.
Al salir de cárcel fundó y dirigió el Movimiento 26 de Julio, de honda raíz martiana: los fines públicos, los medios secretos; la convocatoria a todo el pueblo sin exclusiones, pero en una organización férreamente unida en sus ideales, su estructura y su disciplina, decidida y con vocación de poder. Y el carácter radical de la revolución, ajeno a las discusiones bizantinas acerca de los sujetos históricos abstractos: de los humildes, por los humildes y para los humildes.
Al desatar la guerra revolucionaria en diciembre de 1956, Fidel abrió la brecha para que lo imposible dejara de serlo y el pueblo se levantara, y le brindó un lugar donde pelear a todo el que quisiera convertir sus ideales en actuación. En la cárcel había sido un visionario, ahora comenzaba a ser el líder del pueblo que iba pasando de la simpatía al compromiso y a la participación en la insurrección. Aunque sus fuerzas eran pequeñas todavía, ya era uno de los dos polos de la contradicción principal de un país que a través de prácticas tremendas comenzaba a adquirir una conciencia política revolucionaria.
En El Coco, Sierra Maestra, Fidel Castro y Juan Almeida Bosque, en octubre de 1957. Fuente: Libro "La Victoria Estratégica"/ Sitio Fidel Soldado de las Ideas.
En El Coco, Sierra Maestra, Fidel Castro y Juan Almeida Bosque, en octubre de 1957. Fuente: Libro “La Victoria Estratégica”/ Sitio Fidel Soldado de las Ideas.
Todo era sumamente difícil, y cada paso lo fue. Crear el órgano político militar capaz de combatir, crecer y llegar a vencer, y fundar y desarrollar la escuela de la guerra revolucionaria que debía producir individuos nuevos, compañerismo a toda prueba, cuadros capaces para esa etapa y para las que vendrían después de la victoria. Concebir y poner en práctica la estrategia y las tácticas acertadas, cuidar los métodos para mantener limpios los fines, no hacer concesiones que comprometieran la naturaleza de la revolución e ir consumando su liderazgo. Sumar cada vez más fuerzas del pueblo, y generalizar la convicción y la decisión de que no bastaría derrocar la dictadura, que la causa y la lucha eran para transformar a fondo la patria, y hacer realidad aquella consigna de “independencia económica, libertad política y justicia social”.
Y en todos esos terrenos y en todas las tareas que conllevaban Fidel fue el maestro, el jefe, el ser humano superior y el que veía más lejos. El 6 de junio de 1958, cuando la gran ofensiva enemiga cernía un riesgo de muerte sobre el bastión de la Sierra Maestra, le escribió a Celia Sánchez que luchar contra el imperialismo norteamericano iba a convertirse en su destino verdadero. Ahora que ya era muy difícil considerarlo un iluso, Fidel avizoraba un enfrentamiento que no parecía inminente, pero que él sabía ineluctable. Pero ahora vislumbraba el futuro con un arma en la mano y una revolución en marcha.
El segundo hecho decisivo fue consecuente con el primero, pero muy diferente a él. La resistencia y la guerra popular ganaron fuerza suficiente, derrotaron y desmoralizaron al enemigo y desembocaron en una victoria completa. En enero de 1959 la Revolución venció a la dictadura y, al mismo tiempo, destruyó los aparatos militar, represivo y político del Estado burgués.
Se hizo realidad aquella frase suya de 1955 sobre la única opción cubana: la tiranía descabezada. Pero en medio de la inmensa alegría, Fidel no se confundió. El día 8 lo dijo, al llegar a La Habana: lo más difícil comienza ahora. Porque el proceso cubano podía transcurrir, como otros, con la restauración de instituciones civiles, estado de derecho y modos democráticos, pero en un progresivo desmontaje de las fuerzas y las iniciativas de la revolución, y de la movilización y la conciencia populares. Y corromperse, dividirse y retroceder, cada vez más parecido al funcionamiento “normal” de los sistemas de dominación, hasta ser uno más entre ellos, en el mejor de los casos con una dominación modernizada.
Entonces sobrevinieron un alud de acontecimientos y un proceso vertiginoso que transformaron muy profundamente a Cuba y a los cubanos, desarmaron, vencieron y les quitaron a sus enemigos toda esperanza de recuperación, y concitaron el entusiasmo y la admiración en nuestra América y en el mundo. Fidel completó durante esta etapa su estatura de líder, fue el principal protagonista de la generación y conducción de los hechos y fue el mayor productor de las nuevas ideas revolucionarias que hasta hacía muy poco habían sido impensables.
Este es el lugar de un aporte supremo en el arte más difícil, el de la revolución verdadera. En Cuba se logró unir en una sola revolución al socialismo y la liberación nacional. Contra el capitalismo industrial europeo y su criminal expansión mundial mediante su colonialismo y su mercado, Carlos Marx y sus seguidores consecuentes desarrollaron una propuesta radical de transformación humana y social, el socialismo, y un nuevo pensamiento, el marxismo. Esta teoría social es la más capaz de proveer la comprensión de todo el capitalismo y brindar ideas acerca de la revolución contra todas las dominaciones, un alcance totalizador que se ha convertido en el requisito obligado para los que pretendan crear sociedades nuevas, liberadas. Pero en el mundo que fue colonizado había que asumir el marxismo en sus cualidades y su propuesta creadora, como un instrumento, no como un dogma, y sin actitudes de colonizado de izquierda, para enfrentar la extrema diversidad de situaciones y de culturas. La historia real de las asunciones del marxismo en el mundo que fue colonizado está llena de dificultades y desencuentros entre la cuestión social y la cuestión nacional, que más de una vez han llegado a ser trágicos.
Para vencer frente al nuevo reto, la revolución cubana fue socialista de liberación nacional. La victoria de la insurrección fue convertida en liberación nacional y social por la unión de una vanguardia que supo utilizar de manera óptima el poder revolucionario y darse cuenta de que la opción más radical era la única viable, y de un pueblo que multiplicó una y otra vez sus acciones y su conciencia, y se volvió capaz de transformarse a sí mismo y a la sociedad. La Cuba revolucionaria logró, por primera vez en este continente, fundir en una sola entidad los más altos valores de la lucha patriótica con los más altos valores de las luchas de clases, un logro trascendental de las ideas revolucionarias conseguido en la práctica de un gigantesco laboratorio social. La trascendencia de esa victoria se apreció enseguida a lo largo de América Latina, y hoy sigue vigente en la cultura de liberación latinoamericana.
La Revolución cubana provocó un avance extraordinario del pensamiento de izquierda, porque lo puso ante la opción de luchar por los ideales de cambio total de la vida y no solo por reformas, de confiar en las capacidades del pueblo y no en los intereses de determinados sectores de las clases dominantes. Probó que tenía razón y que su conducta era factible mediante sus prácticas, pero también supo exponer sus nuevas ideas y recuperó otras de la mejor tradición revolucionaria. Fidel y el Che pusieron el socialismo y el marxismo en español desde la América Latina, y lo hicieron decididamente antimperialista e internacionalista. Rescataron y asumieron la profunda propuesta revolucionaria de José Martí, crítico radical de todos los colonialismos al mismo tiempo que de la modernidad civilizadora, y promotor de una república nueva y una segunda independencia continental. Y rescataron y asumieron el socialismo cubano, que habían fundado Mella, Guiteras y las experiencias radicales de la Revolución del 30. La nueva época revolucionaria convirtió en un hecho natural que los problemas sociales principales fueran los problemas fundamentales para el pensamiento.
Fidel, un hombre muy culto y un gran lector del pensamiento europeo, se transformó entonces en un educador popular, que supo utilizar la más reciente tecnología como instrumento. Incansable, fue el primer dirigente político en el mundo que usó la televisión para llevar a cabo una campaña colosal de concientización revolucionaria de un pueblo entero. Se comenta con sonrisas la extensión de sus discursos, pero es que se trataba de la comunicación del conductor con la masa más humilde de la nación y con los que habían considerado que la política era oficio de demagogos y delincuentes. Fidel es el jefe máximo, pero conversa con todos y su comunicación es horizontal. Por eso se le escucha siempre con emoción, no solo con la razón, y nadie lo llama por sus cargos, sino solamente por su nombre de pila, Fidel. Es demasiado grande para necesitar títulos.
Fidel Castro en la Mesa Redonda. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate
Fidel Castro en la Mesa Redonda. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate
El Che ha descrito con acierto singular al maestro Fidel en un párrafo de El socialismo y el hombre en Cuba que invito a leer, en el que dice que su “particular modo de integración con el pueblo solo puede apreciarse viéndolo actuar”.
En menos de dos años, la vanguardia se fue multiplicando y la mayoría del pueblo abrazó la Revolución, y la explotación del trabajo ajeno, las humillaciones, las discriminaciones y los desprecios dejaron de ser hechos naturales para convertirse en crímenes. Fidel fue el principal protagonista de la gran revolución socialista, que cambió las vidas, las relaciones sociales, los sueños de la gente y de las familias, las comunidades y la nación. Para lograrlo se convirtió, como para todo lo importante, en el conductor, el líder amado, la pieza maestra del tablero intrincado de la unidad de los revolucionarios y del pueblo.
En aquel tiempo la actuación tuvo que consistir, para todos y al mismo tiempo, en estudio, trabajo y fusil. Ahora los individuos de vanguardia se elegían en asambleas y el trabajo realizado era el mayor timbre de honor. En las grandes jornadas nos unimos todos. Fidel fue –como cantara el poeta—la mira del fusil, y el pueblo todo –como dijera el Che—se volvió un Maceo. La nueva y mayor victoria de Fidel fue que el pueblo entero se cambiara a sí mismo y se armara con nuevas cualidades, valores y capacidades, y la conciencia social confundiera sin temor los nombres de comunista y fidelista. A la sombra de aquel árbol tan frondoso, las conquistas se convirtieron en leyes, y las leyes en costumbres. Y a diferencia de los vehículos corrientes, el carro de la Revolución no tiene marcha atrás. Fidel dijo de manera tajante, hace más de veinte años, que en Cuba no volverá a mandar nunca una nueva clase de ricos.
El antimperialismo ha sido uno de los rasgos principales de la Revolución cubana, desde el designio que le expresara José Martí a Manuel Mercado en mayo de 1895, porque Estados Unidos ha sido siempre enemigo de la existencia de Cuba como país soberano y libre. Los revolucionarios radicales del siglo XX fueron antimperialistas, y Fidel heredó la comprensión de ese requisito básico de todo proyecto de liberación verdadera del país y de imperio de la justicia social. No emplearé tiempo en referirme aquí a la sistemática, ilegal, inmoral y criminal política de agresión permanente contra Cuba que mantiene Estados Unidos desde 1959 hasta hoy, que incluye una supuesta ofensiva de paz desde hace poco más de dos años. El antimperialismo es una constante permanente de la política revolucionaria cubana.
De Fidel hay que decir que durante toda la vida combatió al imperialismo norteamericano, y supo vencerlo, mantenerlo a raya, obligarlo a reconocer el poder y la grandeza moral de la patria cubana. Pero, sobre todo, enseñó a todos los cubanos a ser antimperialistas, a saber que esa es una condición necesaria para ser cubano, que contra el imperialismo la orden de combatir siempre está dada, que como dijo un día el Che –su compañero del alma—, al imperialismo no se le puede conceder ni un tantito así. La soberanía nacional es intangible, nos enseñó Fidel, y no se negocia.
El legado de Fidel es muy valioso para combatir confusiones y debilidades que resultarían suicidas, y para denunciar complicidades. Nos ayuda a comprender que Estados Unidos hace víctima a este continente tanto de su poderío como de sus debilidades, como una sobredeterminación en contra de la autonomía de los Estados, el crecimiento sano de las economías nacionales y los intentos de liberación de los pueblos. La explotación y el dominio sobre América Latina es un aspecto necesario de su sistema imperialista, y siempre actúa para impedir que esa situación cambie. Por tanto, es imprescindible que el antimperialismo forme parte inalienable de todas las políticas del campo popular y de todos los procesos sociales de cambio.
Desde 1959 en adelante, Fidel fue el mayor impulsor y dirigente del internacionalismo, ese brusco y hermoso crecimiento de las cualidades humanas que le brinda más a quien lo presta que a quien lo recibe. Cuba ha aportado apoyo solidario sin exigencias. Combatientes, médicos, maestros, técnicos, el ejemplo impar de quienes jamás dieron lo que les sobraba, un paradigma revolucionario, con Fidel siempre al frente, audaz y fraterno.
Fidel amplió y desarrolló en muy alto grado el contenido y el alcance de las prácticas y las ideas revolucionarias mundiales mediante el internacionalismo cubano. Sería una iniciativa fecunda recoger y publicar una amplia selección de sus criterios y consideraciones acerca de este tema, cuya importancia es estratégica en la coyuntura mundial que estamos viviendo.
El internacionalismo es, además, la antítesis del bloqueo. Sometiendo a Cuba a esa prueba terrible solamente lograron hacerla más unida y más fuerte en su decisión, más socialista a su sociedad y a su poder revolucionario, más humana a su gente en la capacidad de ser solidaria y volverse un haz de trabajo, voluntad y amor compartidos, más consciente políticamente frente a todas las circunstancias, hechos, desafíos y necesidades, y también frente a las maniobras más hábiles de nuestros enemigos. La conciencia desarrollada es el escudo y el arma de un pueblo culto, y permite a las personas ser muy superiores a lo que parece posible.
El internacionalismo practicado durante más de medio siglo por cientos de miles de cubanas y cubanos, sostenidos por el amor y la admiración de sus familias y sus paisanos, ha sido y sigue siendo una rotunda victoria sobre el bloqueo. Creyeron que podían acorralarnos y aislarnos, rumiando miserias, y Cuba se ha multiplicado entre los pueblos del planeta, ha sabido darse al acudir a colaborar y a hermanarse con tantos pueblos que no conocíamos, contribuyendo así al desarrollo de una cultura muy superior y ajena a la del egoísmo y el afán de lucro capitalistas. Al mismo tiempo, el internacionalismo nos ha dado mucho más que lo que hemos aportado, en términos de desarrollo humano y social.

Fotografía del 19 de mayo de 1998 que muestra al presidente cubano, Fidel Castro, junto al presidente sudafricano, Nelson Mandela, durante una ceremonia celebrada con motivo del 50 aniversario del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) durante una conferencia ministerial de la Organización Mundial del Comercio (OMC) celebrada en Ginebra (Suiza). PATRICK AVIOLAT EFE

No debo extenderme mucho más, para no quitarle tiempo al intercambio, que siempre es tan valioso. Permítanme comentar, o enumerar al menos, otros aspectos de sus ideas y su trayectoria que me parecen muy importantes a la hora de referirnos a su legado.
1-Partir de lo imposible y de lo impensable, para convertirlos en posibilidades mediante la práctica consciente y organizada y el pensamiento crítico, conducir esas posibilidades actuantes hacia la victoria, a la vez que se forman y educan factores humanos y sociales suficientes para poder enfrentar situaciones futuras. Mediante las luchas, los triunfos y las consolidaciones, convertir las posibilidades en nuevas realidades.
2- No aceptar jamás la derrota. Fidel nunca se quedó conviviendo con la derrota, sino que peleó sin cesar contra ella. Me detengo en cinco casos importantes en su vida en que esto sucedió: 1953, 1956, 1970, el proceso de rectificación y la batalla de ideas. En 1953, respondió a la derrota del Moncada con un análisis acertado de la situación para guiar la acción y un apego a los fines mediatos para mantener la moral de combate. Cuando todos creían que era un iluso, se reveló como un verdadero visionario. En 1956, frente al desastre del Granma, respondió con una formidable determinación personal y una fe inextinguible en mantener siempre la lucha elegida, porque él sabía que era la vía acertada.
En 1970, comprobó que lograr el despegue económico del país era extremadamente difícil y tardaría mucho más de lo pensado, pero entonces apeló a los protagonistas, mediante una consigna revolucionaria: “el poder del pueblo, ese sí es poder”. En1985, fue prácticamente el primero que se dio cuenta de lo que iba a suceder en la URSS, que le traería a Cuba un gran desastre económico y una agravación del peligro de ser víctima del imperialismo, pero su respuesta fue ratificar que el socialismo es la única solución para los pueblos, la única vía eficaz y la única bandera popular, que lo necesario es asumirlo bien y profundizarlo. Entonces movilizó al pueblo y acendró su conciencia, y sostuvo firmemente el poder revolucionario. En el 2000, ante la ofensiva mundial capitalista y los retrocesos internos de la Revolución cubana en su lucha para sobrevivir, lanzó y protagonizó la batalla de ideas, con sus acciones en defensa de la justicia social, su movilización popular permanente y su exaltación del papel de la conciencia.
3- La determinación de mantener la lucha en todas las situaciones, cualesquiera que fuesen. Al estudiar a los revolucionarios, a aquellos que se lanzan a pelear por transformaciones sociales profundas, sería muy conveniente considerar como concepto a la determinación personal.
4- Organizar. Esa fue una constante, una verdadera fiebre de Fidel. Ojalá que ese aspecto primordial dentro de su legado no sea descuidado, y sea comprendida su importancia vital.
5- La comunicación siempre, con cada ser humano y con las masas, en lo cotidiano y en lo trascendente. Esta es una de las dimensiones fundamentales de la grandeza de Fidel, y es uno de los rasgos básicos del liderazgo.
6- Utilizar tácticas muy creativas y estrategias impensables, que eran, sin embargo, factibles.
7- Luchar por el poder y conquistarlo. Mantener, defender y expandir el poder, que es un instrumento fundamental para los cambios humanos y sociales. En términos abstractos se puede discutir casi eternamente acerca del poder, pero solo las prácticas revolucionarias logran convertir al poder en problemas que puedan plantearse bien, y resolverse.
8- Crear los instrumentos revolucionarios y formar a los protagonistas. Tomar las instituciones para ponerlas a nuestro servicio, no para ponernos nosotros al servicio de ellas.
9- Ser más decidido, más consciente y organizado, y más agresivo, que los enemigos.
10- Enseñar y aprender al mismo tiempo, con los compañeros y con la gente del pueblo con la que se comparte, y en cuanto sea posible, con todo el pueblo. Recuerdo que el Che tituló “Lo que aprendimos y lo que enseñamos” a un texto breve que escribió un mes antes del triunfo, para la prensa revolucionaria. Es una pieza de análisis profundo y previsor, testimonio de la gran escuela que estaban pasando.
11- Ser siempre un educador. Fidel considera que la educación es un elemento fundamental para que el ser humano se levante por encima de sus necesidades y sus propensiones más inmediatas, y se vuelva capaz de actuar con propósitos cada vez más elevados y de albergar motivaciones y valores correspondientes a ellos. Solo de ese modo crecerán los seres humanos y la sociedad socialista, violentando la escasez material y la multitud de obstáculos de todo tipo que se levantan contra ella, y se crearán cada vez más fuerzas y capacidades que desarrollen la nueva sociedad.
En la medida en que el pueblo se levante espiritualmente y moralmente, será participante consciente del proceso liberador y será capaz de todo, complejizará sus ideas y sus sentimientos y enriquecerá su vida.
12- Que la concientización y la movilización estén en el centro del trabajo político, no solo para que se cumplan los fines de este, sino para que la política llegue a convertirse en una propiedad de todos.
13- Avanzar hacia formas de poder popular. En un buen número de aspectos de la gran aventura de la creación de la nueva sociedad y la participación en la revolución mundial de los oprimidos, Fidel vivió los afanes y las vicisitudes de los límites que les ponen a la actuación las limitaciones del medio, los obstáculos y los enemigos. La transición efectiva del capitalismo al comunismo, había escrito el joven Marx, no será tan fácil como ganar una discusión conceptual, tendrá que suceder en una etapa histórica a la que el gran pensador alemán calificó de prolongada y angustiosa. Fidel fue el mayor promotor y el abanderado del desarrollo de un sistema de poder popular que gobernara en grado creciente la transición socialista. Desde los inicios de la Revolución estuvo creando y defendiendo experiencias prácticas e instituciones, y exponiendo ideas en ese terreno que constituyen una herencia inapreciable.
Ese legado también resulta muy necesario hoy, cuando el capitalismo enarbola su democracia desprestigiada, corrupta y controlada directamente por oligarquías, y les exige a los gobernantes tímidos y a los opositores respetuosos que se atengan a sus reglas como a artículos de fe, una actitud que sería suicida, porque esas reglas están hechas para conservar el sistema de dominación capitalista.
Sería interminable la exposición de la inmensa riqueza del pensamiento político de Fidel. Señalo solo como ilustración su planteamiento en 1969 de que, a diferencia de lo que estimaba el marxismo originario, que el socialismo sería consecuencia del desarrollo del modo de producción que llamamos desarrollado, en la gran mayoría del planeta que fue colonizada el desarrollo tendrá que ser consecuencia de la existencia de poderes socialistas.
Pero debo detenerme. Hay que aprovechar la cantidad enorme de maravillosas historias humanas de Fidel, ese es un regalo invaluable. Pero no podemos quedarnos ahí: hay que rescatar a Fidel completo, todo su caudal inagotable de cultura política y de línea política revolucionaria práctica, de maestría en la conducción, de cuidar siempre al pueblo por sobre todas las cosas, de mantener firmemente el poder en todas las situaciones y crear y cuidar los instrumentos del poder, combinar la ética y la política, entender la educación como palanca eficaz para lograr tanto las transformaciones que hacen crecer y ser mejor al ser humano como las que permiten crear el socialismo, defender la soberanía nacional y practicar el internacionalismo. Y muchos aspectos más.
Quisiera, sin embargo, reclamar que no nos quedemos solamente con el legado de su pensamiento, ni con la impresionante suma de su actuación pública. No olvidemos nunca al ser humano altruista que no aceptó gozar de triunfos personales y lo compartió todo con su pueblo y con los pueblos, al individuo preocupado por cada persona con la que hablaba o le planteaba un problema, por los compañeros que colaboraban directamente con él, sin guiarse por los cargos ni los niveles de cada uno. Lo que se publicó en diciembre pasado acerca de este ser humano Fidel es solo la punta del iceberg de su personalidad.
Mil facetas podrían ser evocadas. El austero, ajeno a la ostentación y el oropel, el comandante de abrumadora sencillez para todos los que le conocieron. El individuo infatigable, ejemplo con su actuación que sin palabras de reproche estimulaba a los que se cansaban. El cautivador, presto a gastar su tiempo en cada tarea de enseñar, mostrar o convencer. El dirigente que sabía escuchar, que no temía oír, y era un temible preguntador. El que recordaba los nombres de la gente común, y les preguntaba por sus familiares. El que era siempre el centro, donde quiera que se presentaba, y nunca era el autócrata ante el que hay que bajar la cabeza y obedecer.
Baste añadir que la vida de Fidel es imposible de encuadrar. Y que su última voluntad, retorno después de una vida en el proscenio al magisterio de José Martí, el que dijo que todas las glorias del mundo caben en un grano de maíz, es una lección para que aprendamos a identificar bien la verdadera grandeza.