lunes, 2 de mayo de 2016

Finalmente, ¿qué es Cuba Posible?

Por Diosnara Ortega, Cuba Posible

Seré breve sobre un tema que nos ha llevado (y lleva) años de discusión a los cubanos y es, sin dudas, parte de nuestra cultura política. Declaro públicamente que yo he sido de esas cubanas  que ha tenido “sospechas” sobre Cuba Posible, esa cosa rara que une gente que no conozco -que no voy a calificar porque sería siempre reduccionista- con gente a la que me une una manera de entender la política y de pensar Cuba. La sospecha se instala en estos casos a partir de la incapacidad histórica con que nos hemos socializado para “entender” y vivir con “la diferencia”. Hemos producido un vínculo directo entre diferente y enemigo, reduciendo el primero al segundo.





En estas décadas -no solo las de la Revolución en el poder, sino en las de luchas políticas- el imaginario de una política transada en bandos, que lleva siempre a la exclusión, nos ha pasado la cuenta. Hacer política en contexto de guerra nos marcó, incluso cuando el escenario de la guerra forma parte del pasado –yo sé bien que es tan fuerte su inmanencia que muchos creerán que estoy equivocada o “confundida”.

El punto es que los cubanos y cubanas, donde quiera que estemos, miramos, leemos, escuchamos, pensamos, nos proyectamos y hasta soñamos, siempre bajo sospecha. Llevamos ese chip que intenta escanear y ubicar al otro dentro de un cuadrante ideológico preestablecido: “este es de la CIA”, “este se derechizó”, “este trabaja pa`los americanos”; o “este es del Partido”, “este es castrista”, “este es comunista”. Y ahí nos tenemos que mover, entre esos polos tan ridículos y obsoletos, que nos llevan al colapso cuando, de tanto en tanto, descubrimos que uno de esos líderes de derecha (esos supuestos disidentes) terminan siendo agentes de la seguridad del Estado encubiertos o viceversa. Algo así me dijo una vez un cuadro de la Revolución: “un día vamos a descubrir que Yoani Sánchez era agente del Estado cubano”.

Me partí de la risa y, a la vez, no han dejado de preocuparme dos problemas de los cuales esa frase es un síntoma: 1) el poco control político que tenemos sobre nuestra política, sus modos de gestión y con ello los elevados niveles de desconfianza, que llevan siempre a la incertidumbre; y 2) seguir reduciendo la diversidad de pensamiento individual y colectivo a las coordenadas políticas de ciertos actores políticos, como si fueran esos, además, los únicos legítimos. El problema no es siquiera de derechas, centros o izquierdas: el problema es que la cosificación de la política ha llegado al punto de adscribir toda postura política a un proyecto político X o Z , donde X y Z son incompatibles entre sí, de lo contrario no existen, no son.

Pues sí, yo soy de esas cubanas de “la sospecha” y a cada rato me descubro reproduciendo el escáner político con que hemos sido socializados a guerra/sangre fría. En mis luchas internas también he recurrido a la labor de espía: buscar ese dato último que me diga “qué es eso de Cuba Posible”, que en realidad es querer saber “pa´ quiénes trabajan”. Después de concientizar y pensar por qué ese enfermizo mal que nos lleva a tratar de “descubrir” al otro que piensa o se proyecta diferente, tal vez con cierta radicalidad o no con la que nosotros esperamos, o con el sentido que queremos; que tiene un modo de hacer política distinto, llegué a varias conclusiones:

1. Todos, absolutamente todos: yo, usted, Iroel Sánchez, Fernando Martínez Heredia, Rosa Miriam Elizalde, Lenier González, Roberto Veiga, Ailynn Torres, Julio César Guanche, todos, trabajamos para “alguien” o al menos para “algo”. Sabemos que “ese trabajo” puede ser, y tiende a ser, capitalizado por “alguienes”, desde cualquier lado. El problema está cuando las ideas se condicionan al resguardo de los medios de subsistencia, cuando se sostiene un discurso en el cual no se cree, pero que se mantiene solo porque es el que trae el pan o la seguridad a la mesa. O cuando se dice “representar” falsamente otras maneras de pensar y decir. En ese camino están, tanto disidentes como dirigentes, cuadros, blogueros, periodistas oficiales; asalariados todos de la política, por cierto.

2. Cuba Posible, al menos algo ha demostrado: 1) capacidad de organizar un proyecto plural donde, desde su misma dirección, uno puede vislumbrar posturas políticas distintas; 2) ha constituido una plataforma de observatorio sobre la realidad cubana y, a la vez, una instancia de diálogo con inmensa repercusión.  No sé si tanto dentro de Cuba, pero sí fuera (que no es un logro menor), no ya para el proyecto en sí, sino para la buena salud de la política en Cuba y los debates sobre sus caminos posibles.

3. Los accesos y articulaciones de Cuba Posible, tal vez con ritmos más acelerados de lo que estamos acostumbrados a vivir en cuanto a cambios y gestión de grupos dentro de Cuba, no debe ser motivo de sospechas y menos de envidias mezquinas. El éxito de los proyectos políticos, intelectuales, etc. -y lo sabemos los cubanos que hemos intentado generar sinergias dentro de Cuba- no depende, en esencia, de si se cuenta con dinero o no. Los cubanos sabemos hacer política, y un montón de otras cosas, sin un peso. El problema, tal vez mayor, es la poca cultura política en cuanto a lidiar y, más aún, avanzar con la diferencia, la que puede variar en una línea amplísima de matices.  Hacer política sumando, no restando. Comprender que la fortaleza está en constituirse desde la diversidad, y que aprender a respetar y lograr horizontes comunes con esa diversidad no nos hace más que fuertes, individual y colectivamente. Más aún, que es imposible democracia sin diferencia y disidencia. No soy una pluralista, al estilo semi-ingenuo; sé, como sabía Paulo Freire, que con el diferente se puede y se debe dialogar, y que con el antagónico no. Sin embargo, entre el diferente y el antagónico hay un recorrido tan largo, un camino que nosotros hemos macheteado y amasado en una sola cosa: el enemigo.

4. No me preocupa en qué plazas habla Cuba Posible: si en el Departamento de Estado o en la Asamblea Nacional del Poder Popular. Por cierto, semanas atrás una delegación de rectores de universidades cubanas tuvieron una reunión con instancias gubernamentales de Estados Unidos en México, a propósito de la educación superior. ¿Será que esos rectores están trabajando para la CIA? Lo que sí me preocupa, y mucho, es que Cuba Posible pueda hablar “allá” y no en la Asamblea Nacional. Lo que me preocupa siempre es que sea solo la voz de Cuba Posible o la de Iroel Sánchez las que se escuchen y las que puedan hablar. Si tuviera que elegir prefiero la de Cuba Posible, porque da espacio a otras voces, muchas y varias.

Esto creo y, con ello, intento desprenderme de ese lastre reduccionista que forma parte de nuestra cultura política y que bloquea toda posibilidad de ejercicio real de la democracia. Mientras, sigo de cerca a Cuba Posible, no ya como espía ni jueza, sino abierta a la plataforma que nos ofrece. Hay cosas que comparto –las más-, y hay otras que no, como en todo. Eso no los hace un enemigo, los hace un proyecto a respetar y con el cual dialogar, con altura.



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