El siglo XX cubano puede observarse desde el prisma de dos novelas esenciales del contexto: Paradiso, de José Lezama Lima y El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Aunque cada uno de ellos desarrolló una obra total, estos títulos son suma de sus intereses creativos y la consolidación de las carreras literarias. La celebración de los cincuenta años de Paradiso, motiva la mirada nuevamente sobre el libro.
En textos como Paradiso: la aventura mítica de Margarita Mateo (Premio Alejo Carpentier de ensayo), se indaga en todo el recorrido de la novela y las múltiples incorporaciones que Lezama le introdujo hasta concluirla tal como la conocemos los lectores cubanos y de otras latitudes.
Concebida a partir del año 1964, fecha en la que muere la madre del escritor, Paradiso es el momento final y cumbre de lo que había iniciado Lezama a través de la poesía y el ensayo. La obra, a pesar de su carácter narrativo, mantiene en su extensión, un estilo marcadamente poético, que la hace síntesis de toda la invención lezamiana en torno a la creación literaria. Como escribió: “Me considero un poeta, no un novelista. Escribí esta novela porque tenía que escribirla, era un signo que estaba en el desenvolvimiento de mi vida”.
A partir de la publicación del libro, en 1966 por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Ediciones UNIÓN), la novela corrió con varias suertes, a medida que cada época le brindaba distintos asideros. Como escribe Cintio Vitier en Invitación a Paradiso (Editorial Letras Cubanas, 2002) cuando apareció, la recepción más generalizada se resumió en un doble juicio insólito y contradictorio: era una obra escandalosa y de difícil lectura, con un hermetismo que rondaba en lo incomprensible.
Juicios que se vertían a partir de las escenas del capítulo VIII o su complejidad como primera barrera para concluir su lectura. Por suerte, a medida que otros escritores se interesaron en la misma —como Julio Cortázar—, la novela alcanzó un auge internacional. Y también prestigio entre los lectores cubanos, quienes iniciaron la apreciación hacia uno de los mundos novelescos más fascinantes de nuestra época.
Lo cierto es que este aniversario, los primeros cincuenta años de publicada en Cuba, refuerza la idea de que Paradiso constituye una de las obras fundamentales de todos los tiempos para la literatura cubana. Podemos ubicarla en su contexto, junto a los textos de Carpentier; pero podemos verla también como obra capital. Con la misma trascendencia que irradia Espejo de paciencia (Silvestre de Balboa), Cecilia Valdés (Cirilo Villaverde) o toda la obra poética, ensayística y periodística de José Martí.
La celebración de este coloquio, permite sistematizar los principales juicios emitidos en torno a la novela, pero también facilita útiles relecturas que de seguro abrirán nuevas zonas de exploración al interior del texto.
El coloquio resultará momento final de lo que debió ser un año lezamiano o paradisiaco. Con certeras apreciaciones, números especiales de las distintas publicaciones culturales cubanas (Unión, La Gaceta de Cuba, La Siempreviva, La Letra del Escriba) que brinden luz sobre el texto. Que lo acerquen a nuevos lectores y permitan descubrir parte de la magia que posee el volumen. Aunque hay que reconocer que, más allá de las claves de cualquier ensayista, nos revela, nada mejor que la lectura oportuna, profunda y analítica de una obra como esta.
Hasta el momento ha sido en su sección El Punto, de la revista bimestral La Gaceta de Cuba, donde Arturo Arango realiza un inventario de Paradiso extraviado, que constituye uno de los artículos recientes en torno al libro en su celebración mejor. La cálida celebración debía motivar otras incursiones en el texto, reediciones que abrieran puertas al disfrute, o espacios propicios a la polémica y el enriquecimiento. Manos jóvenes, más que las mías, deberían hacer de este, “su Paradiso”.
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