Algunas de las canciones de nuestro invitado de hoy forman parte de la memoria sentimental de varias generaciones de españoles y latinoamericanos. Yo crecí escuchando Ojalá, Canción del elegido y Playa Girón, aunque el tema que nunca ha dejado de acompañarme es aquel que dice “debo partirme en dos”.
Con Haydée Santamaría. Foto: Cubadebate
Silvio Rodríguez, bienvenido a Otra Vuelta de Tuerca. Es un placer.
Mucho gusto, Pablo.
Me han contado que naces en San Antonio de Los Baños y que tu padre influye mucho en tu amor por la literatura y tu madre en tu amor por la música. ¿Cómo era Silvio Rodríguez de pequeño?
Era fantasioso. Era el mayor de dos hermanos, tenía una hermana pequeña y me tuve que acostumbrar a jugar solo durante mucho tiempo. Pero mi padre, como bien dices, me inclinó a la lectura, sobre todo a la poesía. Me leía poemas de Rubén Darío, de Nicolás Guillén y de otros poetas también, incluido Juan de Dios Pesa, un poeta mexicano que fue amigo de José Martí, que le llamaban El Poeta del Hogar y tenía versos muy divertidos sobre la vida cotidiana, hogareña. Eso me hizo inclinarme por la lectura, porque después cogía los libros de mi padre y me ponía a leerlos. Mi madre cantaba y canta todavía, tiene 90 años y canta todavía. Ella viene de una familia donde hubo algunos músicos, no muy destacados, pero sí muy persistentes; de esa combinación creo que adquirí el gusto por la literatura y por la música.
Hay un período que atraviesa tu infancia y que a mí me fascina: el fin de la dictadura de Batista y el inicio de la Revolución Cubana, cuando tú eres muy jovencito todavía. ¿Qué recuerdos tienes de ese período?
Tengo recuerdos muy vívidos de cosas que pasaban en la calle, atropellos de policías a vagabundos, por ejemplo. Vi cosas así en mi infancia que me afectaron mucho. Recuerdo también las luchas estudiantiles, el asalto al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957. Yo era un niño de 9 años, el tiroteo se oía en toda La Habana. Recuerdo también que se hablaba mucho de que desaparecían jóvenes universitarios y que luego aparecían torturados. Íbamos también a casa de un familiar nuestro que vivía frente al Capitolio y ahí, en un cuartico que estaba al fondo de la casa, se encendía muy bajito Radio Rebelde, que era la radio que se transmitía de la Sierra Maestra, y uno de los que hablaba ahí era el Che, porque él fue el promotor de esa idea de hacer una radio que llegara a toda Cuba. Desde antes del triunfo revolucionario nos fuimos familiarizando con los nombres de Fidel, del Che, de Raúl, de Camilo, Almeida; los que eran jefes de columnas. Todo el mundo era cómplice de lo que estaba pasando, a través de Radio Rebelde y a través de una forma de divulgar las noticias —que el Che bromeó en determinado momento con eso y que se usa mucho en Cuba— y que le llamamos “radio-bemba”, o sea, la gente hablando.
Cuando triunfó la Revolución el 1ro. de enero de 1959, nos sorprendió a nosotros en una visita que estábamos haciendo en mi pueblo natal. Ya vivíamos en La Habana desde hacía años y estábamos en San Antonio pasando ese fin de semana. Fue un día luminoso, lleno de sorpresa: la gente se lanzó para la calle. Fue un día de mucha intensidad.
Haces el servicio militar después de la Revolución y ahí aprendes algo muy importante para el resto de tu vida, a tocar la guitarra. De ahí surgen, además, algunas de tus canciones míticas como “La guitarra del joven soldado”. ¿Cómo es hacer la mili en la Cuba revolucionaria, con 17 años?
En aquel momento era más duro, ahora es más suave y creo que es un año, pero en aquel momento, cuando surgió la ley de servicio militar, eran tres años. Yo estuve tres años y tres meses, y realmente era difícil. Creo que íbamos, sobre todo, jóvenes que en ese momento no estaban haciendo nada, y dio la casualidad de que en ese momento yo estaba haciendo algunas cosas, pero no estaba trabajando propiamente. Estaba estudiando por mi cuenta piano y pintura; no estaba haciendo la secundaria ni la universidad. Como eran estudios digamos irregulares, no se me tomó en cuenta que estaba estudiando y me metieron en el servicio.
Aprendí muchas cosas allí, sobre todo en el sentido de que podía haber algún tipo de organización que juntara a mucha gente con un solo propósito. Eso fue interesante, porque fue la primera vez que vi eso y creo que nunca más lo he vuelto a ver. Me imagino que los partidos son así un poco también; el ejército es más riguroso, en el sentido de la disciplina, pero esto, aunque tiene su parte negativa, también tiene su parte hermosa. Los ejércitos, lógicamente, no tienen muy buena prensa en general en el mundo, pero el hecho mismo de que exista una organización que ponga a muchos seres humanos a hacer una cosa, lo veo como algo positivo. Aprendí, entre otras cosas, radiotelegrafía. Me hice radiotelegrafista y eso me sirvió años después, cuando estuve en la Flota Cubana de Pesca, por las costas de África. A veces me sentaba en la máquina y me ponía a pasar mensajes y a recibirlos.
En el ejército di con un muchacho que tenía su cama al lado de la mía y que tenía una guitarra. Aunque ya tenía un poco de inclinaciones musicales, realmente ahí fue cuando empecé a escudriñar qué podía hacer y le pedí que me enseñara algunos acordes. En cuanto aprendí los dos o tres primeros acordes, ya seguí solo. Es que me aburría mucho, la verdad, y aquello fue para mí como llegar a un remanso, a un paraíso. Luego me escabullía, después que daban la hora de silencio, a eso de las 10:00 p.m. A esa hora todo el mundo se dormía y yo agarraba la guitarra, caminaba varios kilómetros, me sentaba debajo de una mata y allí me pasaba hasta la una o las dos de la mañana. Al día siguiente ya tú sabes cómo estaba.
Con Frank Fernández. Foto: Cortesía de Fidel Díaz Castro
Terminas el servicio militar, empiezas a cantar y coincides con algunos nombres que todavía no se conocían fuera de Cuba, como Pablo Milanés. Muchos años después se hablará de la nueva trova cubana, que seguramente en aquel momento no se consideraba un movimiento musical específico. Desde la distancia, desde el presente, ¿cómo juzgas lo que significó la nueva trova?
Nosotros éramos herederos de una trova que existía en Cuba desde mediados del siglo XIX y que había tenido diversas etapas, de manera que la nueva trova no es más que los muchachos de mi generación, a quienes les toca agarrar la guitarra en pleno proceso revolucionario. Nos caracterizamos por, de cierta forma, seguir los pasos de los anteriores, pero también por un sentido de ruptura, sobre todo en el sentido de la palabra. Empezamos a usar más palabras que las que solía tener el léxico de las canciones que se conocían y pienso que esto fue por vínculos que tuvimos con gente de la literatura. Antes de irme al ejército estuve trabajando en un diario de la juventud, de la juventud socialista primero y después de la juventud comunista cubana, que se llamaba semanario Mella, donde conocí a una serie de escritores, dibujantes, fotógrafos; gente de mi generación que después fueron importantes. Allí empecé a tener cierto rigor en las lecturas y, cuando empecé a hacer canciones, todo aquello que me gustaba, inevitablemente, lo empecé a volcar en las canciones; a todos los demás compañeros que conformamos ese primer núcleo de la nueva trova les pasaba un poco parecido. Le pasó, a su manera, a Pablo, a Noel Nicola, a Vicente Feliú y a todos. Influyó también el hecho de que al triunfo de la revolución se inaugurara una política muy concentrada en la cultura, que arrancó con una campaña de alfabetización; después se hizo la Editora Nacional de Cuba, que la dirigió Alejo Carpentier. ¿Cuál fue la política de esa editora? ¿Qué hizo? Editar todos los clásicos universales, españoles. Lo primero que se editó fue El Quijote y luego los clásicos del Siglo de Oro, los clásicos norteamericanos e ingleses, incluido Shakespeare y la literatura latinoamericana, que también impulsó mucho la Casa de las Américas, su directora, Haydée Santamaría, y todos los intelectuales que se reunieron alrededor de eso. Hubo un ambiente muy cultural y literario a principios de la Revolución. Pienso que todo ese ambiente, todas esas lecturas, esa avidez que despertaron todas esas publicaciones, ayudado por la propaganda inmensa que se le hacía en la televisión y en los demás medios a los temas culturales, influyó mucho en nosotros y nosotros fuimos lo que fuimos gracias a eso. Influyeron también las características personales de cada cual, indudablemente, pero todo este ambiente que te describo resultó esencial.
Hay un elemento de tu biografía en esa época que también me llama mucho la atención y es el viaje de 125 días en el que llegas a Cabo Verde, a Dakar, y donde dicen que compones algunas de las canciones que forman parte de la biografía sentimental de generaciones de latinoamericanos y de españoles como “Ojalá” y “Playa Girón”. ¿Qué significa ese viaje para ti?
Ahora mismo me acabo de encontrar dos libros de lo más interesantes, uno es el diario de Arthur Conan Doyle sobre un viaje que hizo y otro es acerca de un viaje que hizo con Jack London, un contemporáneo suyo. Acaban de salir esos diarios y yo estaba un poco obsesionado con esas lecturas. Había leído mucho a London, a Conan Doyle, a Josef Conrad, todas esas novelas que hablaban del mar. Acuérdate que yo soy de una isla y que todos los isleños tenemos un poco la curiosidad por saber qué es lo que hay más allá del horizonte, porque alrededor nuestro solamente vemos agua. Yo tenía un poco esa ansiedad, unida a que en aquellos momentos se estaba estrenando la Flota Cubana de Pesca, conformada por una legión de jóvenes que se lanzaban al mar sin tener una cultura de pesca, sino sencillamente porque era necesario pescar para llevar comida a Cuba. A veces estaba la conciencia de saber que muchos de ellos se metían meses, incluso se hablaba hasta de años, sin regresar, trabajando sin parar. Todas esas cosas unidas: mis lecturas, la realidad, la flota cubana y algunas otras cosas más, me llevaron a plantearle un día a un compañero que me hiciera el favor de conseguirme un viaje para montarme en un barco y así fue. A los dos o tres meses este amigo me llamó y me dijo: “¿Te quieres ir todavía en el barco?”. Le respondí que sí y me presentaron al capitán. “Este es el tipo que se va con ustedes” ─le dijeron─, y yo agarré un montón de libros que no me había leído y algunos que me había leído, pero que me quería volver a leer, y arranqué. Estuve cuatro meses y pico haciendo todo ese viaje. Era la primera vez que salía de Cuba y fui a dar a Las Palmas de Gran Canaria. Ahora hice ese cuento, cuando estuvimos por allá cantando, y estuve en Lanzarote también. Yo tenía 22 años y era el ansia de un joven de esa edad, la incógnita de saber qué había más allá del horizonte, unido al deseo de cantarle a los compañeros que se estaban sacrificando. Así fue que hice las dos cosas: averigüé qué había más allá del horizonte y le canté a los compañeros.
En 1972 llegas a otro mundo, seguramente muy distinto a las Canarias, al África, incluso al de esa literatura de viajes. Llegas a la República Democrática Alemana con un concierto en Berlín del Este, y después visitas Moscú. ¿Cuál es tu impresión, tu recuerdo de lo que entonces se llamaba socialismo real europeo?
Me produjo incógnitas. Por ejemplo, en la Basílica pequeña, que está en el Kremlin y que atesora iconos de Andréi Rubliov, hubo una soviética que era la guía turística y explicaba los iconos y las figuras religiosas como si fueran mitos de otro planeta: “antes se creía que existían seres en el cielo”, decía. Aquello me sonó raro, impostado. Me preguntaba, ¿cómo va a ser, si todavía hay iglesias y la mamá de uno cree también que hay gente allá arriba? Me sonó algo falso, pero de todas formas eso estaba ligado con lo que uno también había leído de ese país. Fui al cementerio Novodévichi y me hice una foto al lado de la tumba de Maiakovski, un poeta que siempre admiré, no solo por su poesía, sino por su postura humana. Es un país extraordinario, misterioso, con una historia particular; un país al que yo respeto mucho, porque hizo también una extraordinaria contribución a la humanidad, cuando la Segunda Guerra Mundial.
Luego estuve en la RDA, como bien dices, y algo fascinante fue ir a la iglesia de Santo Tomás, en Leipzig, donde está la tumba de Johann Sebastian Bach. Eso, para cualquiera que ame la música, es extraordinario; ese rigor de las iglesias protestantes, hechas de pura madera y pura piedra, sin ornamentos ni oro, y aquella tumba allí, en el suelo, es muy impresionante. Lo otro que te iba a contar es que en los hoteles —porque hicimos una girita por algunas ciudades del interior—, había un letrerito que decía que por conciencia no pusieras la televisión del enemigo. Estaban tan cerca del enemigo que la televisión entraba, y te pedían que, por conciencia, no lo hicieras, y yo decía: “qué bobos son”, porque nada más si te dan la noticia de que hay una cosa extraña ahí que ver, lo primero que tú haces es ponerlo. Son cosas que tenía el socialismo y que hasta cierto punto han tenido sus equivalencias también en Cuba. Cosas que, justamente por estar en Cuba y por comprender la complejidad del socialismo en un mundo y en una época en que no estábamos solos en el mundo, sino bastante mal acompañados, pues uno entendía un poco.
Hay otro momento histórico mágico, que es también un mito en América Latina y para la izquierda en general. Me refiero a los mil días de Allende, y tú eso lo ves directamente. En 1973, junto con Pablo Milanés, Noel Nicola y otros, viajas al Chile de Violeta Parra, de Quilapayún, de Víctor Jara y, sobre todo, el Chile de la Unidad Popular. Supongo que para un cubano esa experiencia tenía que ser muy llamativa, sobre todo por la complicidad y la empatía que se había creado entre Allende y Fidel.
Apasionante, sobre todo para mi generación, que había vivido los enfrentamientos callejeros cuando la tiranía de Batista, pero desde la óptica del niño. No nos habíamos podido enfrentar nunca en la calle a nada; pero allí tú ibas caminando por la calle y de pronto te veías en medio de una lanzadera de gases lacrimógenos, palos y chorros de agua, y había un momento en que ya tú no sabías ni a quién tenías al lado. Era un poco sálvese el que pueda, porque se armaban situaciones muy crispadas y desesperadas. Era tener todas esas experiencias y la posibilidad de verlo en vivo.
Una cosa que me llamó mucho la atención y que me angustiaba mucho, era ver cómo los mismos compañeros, o lo que se suponía que eran los compañeros de Allende, lo criticaban tanto. O sea, que lo criticaba tanto la derecha como la izquierda, e incluso parecía que la izquierda lo criticaba más que la derecha. Y yo me preguntaba: ¿cómo puede ser? Fue muy aleccionador. Estuvimos justo un año antes del golpe, durante septiembre de 1972. Cuando llegamos esa noche, en la madrugada, al aeropuerto de Pudahuel, la primera gorrita que vi entre el grupo de compañeros que nos estaba esperando era la de Víctor, y esto me ha pasado después todas las veces que he ido a Chile.
Con Ángel Parra. Foto: Cortesía de Fidel Díaz Castro
¿Ves la gorrita de Víctor?
O no la veo y me da angustia. Me he quedado con el recuerdo de que cuando aterrizo en Chile me van a estar esperando la gorrita de Víctor y los Parra, incluido Ángel, a quien mandaron para el campo de concentración de Pisagua. Toda aquella pléyade de talento musical que tuvo que salir huyendo, desperdigados por Europa y algunos que pasaron por Cuba. Fue una experiencia tremenda la de Chile.
Después de eso sacas tu primer disco, te censuran canciones en América Latina, se prohíbe escuchar a Silvio Rodríguez en algunos países latinoamericanos, y en España se prohíben también algunas canciones tuyas. ¿Cómo se vive eso de que a uno le prohíban canciones?
En ese momento yo era un poco conocido en Cuba. Había empezado a tocar en el año 1967, cuando me desmovilicé del servicio Militar; había tenido un programa de televisión y algunas de mis canciones eran bastante conocidas, sobre todo “La era está pariendo un corazón”, que la hizo popular Omara Portuondo. Había hecho algunos temas para programas de televisión y la gente sabía quién yo era, pero realmente yo no tenía una proyección internacional muy fuerte. Eso de la prohibición internacional empezó con “Siete días con el pueblo”, en República Dominicana, en 1974. Lo que tú me decías de canciones prohibidas tiene que ver con que en ese momento estaban las dictaduras militares en el cono sur, y eso incluye que no solo estaban prohibidas, sino que cuando las canciones que hacíamos los cubanos se vinculaban a alguna actividad política, eso podía costarle caro a algunas gentes.
Después vino el caso de aquí, de España. En mi primer disco hay 2 canciones que las prohibieron aquí, una era la que le daba nombre al disco, “Días y flores”, porque decía: “la rabia, coño, paciencia, paciencia”. Parece que esa palabra no se podía decir y la sorpresa mía es que, a los dos años, en 1977, cuando vengo aquí por primera vez y leo los periódicos, veo que se escriben todas las palabras que en Cuba no se podían decir, y digo: coño, ¿por qué prohibieron mi canción que decía “coño”, cuando eso lo dice aquí todo el mundo, hasta en el periódico?
¿Cómo viviste ese contraste entre las dos Españas? Tú habías estado en Las Palmas, no sé si pudiste darte una vuelta y conocer lo que era la España de la dictadura y, de repente, llegas en el momento de la transición.
Me di cuenta de que había algo reprimido y que había como un momento de expansión, lo que ustedes llaman el “destape” o algo así, y eso lo vivimos aquí porque…
Porque aquí grabaste tu segundo disco en 1978. ¿Puede ser?
Yo estaba grabando mi segundo disco en Cuba, pero tuve que venir y “al final de este viaje en la vida”, que así se llama el disco, lo grabé aquí en un ratico que me metí en un estudio de grabación. Nosotros estábamos aquí en el hotel Arosa, en la calle Salud, la noche en que legalizaron el Partido Comunista.
El jueves santo
Estábamos ahí al frente y sentimos los pitazos, el ruido y la gente en la calle y, cuando nos asomamos al balcón, eran los carros pasando con la bandera roja; yo decía: se volvieron locos los españoles. Era que habían legalizado el Partido Comunista. Nos sorprendió la mañana después, sentados en un quicio de La Gran Vía, viendo pasar a la gente y saludando. Eran momentos muy especiales para este país y a nosotros, como veníamos de Cuba, que era un país revolucionario, nos impresionó ese momento de apertura aquí. Creo que por eso fuimos tan bien recibidos. Recuerdo que Carlos Puebla venía muchísimo y cantaba “Llegó el comandante y mandó a parar” y llenaba los teatros. Aquello era una efervescencia tremenda y fueron años muy lindos, realmente.
Te quiero preguntar por tu experiencia en la guerra de Angola, cuando participas en las brigadas internacionales cubanas que combatieron contra las tropas sudafricanas del Apartheid. ¿Qué recuerdos tienes de una experiencia militar directa, en condiciones tan difíciles?
La gente de mi generación estaba muy marcada, y creo que lo estamos todavía, por el ejemplo del Che.
En Cuba la gente estaba inscribiéndose masivamente en los Comités Militares. En todos había cola, y algunos de nosotros hicimos la cola y nos inscribimos. Luego las Fuerzas Armadas se dieron cuenta de que éramos varios los trovadores y artistas inscriptos, y decidieron hacer una Brigada Artística, de modo que nuestra misión consistió en visitar las unidades militares y algunas poblaciones, lo que nos permitió recorrer todo el país, desde las zonas más tranquilas hasta las menos. Fue una experiencia extraordinaria. La gente de mi generación estaba muy marcada, y creo que lo estamos todavía, por el ejemplo del Che. Esa cosa de hacer la guerra, ganarla y luego tener un cargo de ministro, ser un tipo brillante, crítico, implacable con los errores propios, con los de los contrarios ni te digo; pero sobre todo con los propios, y de pronto dejarlo todo y marcharse, a inmolarse prácticamente. Ese ejemplo se apoderó de nosotros, de mucha gente, y cuando vino lo de Angola, eso estaba latente todavía. Fue a finales de 1975. Las primeras tropas nuestras llegaron a Cabinda como en septiembre u octubre de 1975, con Ramón Espinosa al frente. Doscientos cubanos fueron para allá y nosotros pudimos ir a Angola en febrero de 1976. Cuando llegamos, Sudáfrica aún tenía tomada la mitad sur de Angola y no se sabía si habría un enfrentamiento. Ellos, después de varios combates en que perdieron gente, se retiraron. Perdimos también los cubanos y los angolanos. Fue una guerra y la guerra es catastrófica. A lo último que hay que llegar es a la guerra.
1976, al sur de Angola. Foto: Cortesía de Fidel Díaz Castro
La primera zona que visitamos fue el norte, el enclave de Cabinda, separado de Angola por un pedazo de Zaire, después del río Zaire. Fue muy interesante, porque también de una playa que hay ahí, que se llama Malembo, salieron algunos de los primeros cargamentos de esclavos para Brasil y para Cuba; eso también implicó un contacto con los ancestros y tuvo mucho significado. Luego impresionaba ver aquel país tan rico, empobrecido por el colonialismo, con su pueblo tan discriminado, sus ciudades opulentas y la inmensa mayoría de la población en un estado de pobreza espantoso. Realmente fue una lección extraordinaria la de Angola. Yo estuve dos veces: la primera, de febrero a junio, y luego a fin de año. Me acuerdo que salimos un 29 de noviembre, día en que yo cumplía 30 años, y regresamos a Cuba ya en 1977. Yo vengo a España por primera vez acabado de salir de la guerra de Angola. Me preguntaste hace un ratico qué me había parecido España y ahora te cuento que para mí fue un contraste extraordinario llegar y cantar en los colegios mayores, donde los muchachos nos aplaudían, y tener tan cerca todo lo que nos había sucedido recientemente fue un contraste muy fuerte, pero la vida está hecha de contrastes.
Hablando de contrastes, tengo entendido que tu primer viaje a EEUU fue en 1978, prácticamente en esa misma época. ¿Qué representa en ese momento, después de esa experiencia angoleña, después de haber estado en Chile e incluso en España, llegar allí, ya con una enorme tensión entre Cuba y EEUU, y ya Silvio Rodríguez siendo Silvio Rodríguez?
Fue muy raro. Voy a Estados Unidos porque me invita una brigada de norteamericanos que se llama la Brigada Venceremos, gente que estaba de acuerdo con levantar el bloqueo y con que no se fuera agresivo con Cuba. Había otro grupo integrado por jóvenes cubanos que pertenecieron a la llamada Operación Peter Pan, mil niños que los padres se llevaron para EEUU por los mitos de que en el socialismo a los niños los hacían compota y todas esas cosas extrañas que se decían entonces. De ese núcleo de muchachitos que fueron llevados a Estados Unidos había una brigada, y ellos también participaron en esa invitación. Te digo que fue extraño porque yo esperaba que fuera todo muy hostil, pero no fue así. Recuerdo que un día llegamos a un teatro y estaba lleno, y había gente que hasta pidió canciones. Eso me llenó de asombro y me dio también otra dimensión de las cosas. Me di cuenta que dentro de los Estados Unidos también había mucha gente amistosa. De ahí regresé a Cuba, donde se estaba celebrando el festival de la Juventud de 1978 —uno de aquellos eventos mundiales que se hacían de la Juventud y los Estudiantes—, y en ese festival había también una cantidad enorme de norteamericanos, franceses y de todas partes. Fue muy interesante toda aquella etapa de los 70.
Estuviste después, a principios de los 80, en un concierto mítico en Managua, ya en la Nicaragua sandinista.
Ya había empezado lo que llamaron La Guerra Sucia y estaban calientes las fronteras con Honduras. Fue muy hermoso, ahí estuvieron Mercedes Sosa, Chico Buarque y una cantidad enorme de gente. Fue una fiesta extraordinaria aquel concierto. Nosotros estábamos acabados de llegar de un viajecito que hicimos por la frontera con Honduras. Estuvimos tres días dando vueltas por ahí, cantándole a la gente, y llegamos a una unidad que cuidaba la frontera. Allí cantamos y, cuando fuimos a regresar, el pueblo anterior estaba tomado por la contra. Nos tuvimos que quedar a dormir una noche allá, esperar a que la contra saliera del pueblo y, cuando entramos, nos encontramos con un sacerdote español muy joven, de La Mancha, que era dirigente de la guerrilla popular y daba misa con una pistola al cinto.
1976, Cabinda, Angola. Con Vicente Feliú. Foto: Cortesía de Fidel Díaz Castro
Es verdad que en los años 80 Cuba todavía tenía una presencia en la escena latinoamericana, en la medida que aún existían movimientos guerrilleros muy vigorosos, y eso le dio a Cuba una gran presencia política, militar hasta cierto punto, pero también cultural. Sin embargo, en los 90 entramos en una situación mucho más difícil, con la caída del muro de Berlín y lo que después se llamará el Período Especial, que significó un replanteamiento en muchas claves de la diplomacia cubana en diversos ámbitos, incluida la cultura. ¿Cómo afecta eso tu forma de pensar, de hacer música e incluso de viajar? Cuando Silvio viaja, viaja también Cuba. Yo supongo que eso a veces es agradable y otras veces genera una presión insoportable. ¿Cómo se nota eso en los años 90?
Yo nunca me lo he creído, para serte sincero. Nunca he pensado que represento a Cuba, creo que una sola vez usé ese recurso.
Pero te lo atribuyen
Allá ellos. Una vez que estuve en Chile, después que salió Pinochet, en el 90, le dije a los chilenos: “Perdonen que use al pueblo de Cuba, pero me parece que el pueblo de Cuba estaría de acuerdo en felicitarlos por haber regresado a la democracia”. Eso lo dije en un concierto, pero jamás he usado eso y muchísimo menos me lo he creído, para nada. Soy un cantor cubano, sin lugar a dudas, y no me arrepiento de eso, me siento bien incluso siendo cubano, pero tampoco creo que sea nada muy especial. Se puede ser de cualquier lugar, es la verdad, todo depende de cómo uno vea las cosas. Lo que ocurrió en los 90 se veía venir. Yo por lo menos me di cuenta de que se acercaban tiempos difíciles. Ya para finales de los 80, todo lo que estaba pasando en la Unión Soviética se veía venir, quizá no tan catastrófico como fue, pero se notaba que todo estaba cambiando. Yo había estado en 1985 en un Festival de la Juventud y los Estudiantes en Moscú, ya estaba la Glasnost y lo que se hablaba era diferente. Ya no se hablaba con tanta confianza como se pudo haber hablado antes y me di cuenta de que se acercaba un tiempo difícil, pero para nosotros lo cubanos.
Soy un cantor cubano, sin lugar a dudas, y no me arrepiento de eso.
En el año 1989 me planteé hacer una gira por toda Cuba que se llamó “Por la patria” y que comenzó en el Pico Turquino, el más alto que tiene Cuba, con casi 2000 metros de altura. Allí subimos e hicimos el primer concierto, solo con guitarra, para unas 200 personas que subieron con nosotros; después hicimos una gira de dos meses por todo el país, con treinta y tantos conciertos, y terminamos en la Plaza de la Revolución. Aunque fue un año antes del descalabro, yo intuía lo que venía; se veía en los mismos preparativos. En Cuba empezaron a verse las cosas con no tanto optimismo y luego llegó el trastazo del Período Especial, que produjo los momentos más difíciles que ha tenido la Revolución. Es cierto que los 60 fueron difíciles, yo los viví plenamente, habían guerrillas contrarrevolucionarias en varios puntos del país, había casi una guerra civil en Cuba, pero nunca, ni antes ni después, fue tan difícil la situación cubana como a principios de los ´90, ´93, ´94. Ahí fue cuando hice “El necio”.
Solamente he estado en Cuba una vez, en 1995, en una brigada de las juventudes comunistas de España. Tenía solo 15 años y en realidad ni tenía la capacidad intelectual para saber lo que estaba pasando; no me di cuenta de muchas cosas porque yo iba buscando la Cuba mítica de mis padres, o sea, la Cuba de los CDR, de Carlos Puebla. Pero yo estaba allí muy feliz. Nos llevaron a un campo de trabajo, a cortar bejucos de boniatos; formábamos temprano con la bandera. Para los 15 años eso es ideal, no había matices, volví a Madrid y le hice boicot a la Coca Cola durante mucho tiempo. Pero después, con el tiempo y repensando algunas conversaciones que sostuvimos, algunas cosas que vimos, recuerdo que los cubamos no podían beber ron en aquel momento, bebíamos “chispa´e tren”, que era una mezcla espantosa de alcohol sanitario con azúcar de caña. Con 15 años yo me lo bebía feliz y resistía las mañanas mucho mejor que mis compañeros. Ahora creo que hubiera sido más difícil, pero claro, con los años y recordando conversaciones con gente que llevaba mucho tiempo allá, que tenía más clara la sensación de querer reinventar muchas cosas, de que muchas cosas tenían que cambiar, en medio de una situación económica y política muy difícil. Tengo esa sensación de estupidez de que, a los 15 años y a pesar de que era una brigada política, no alcancé a percibir muchos matices que seguramente eran cruciales para entender lo que ocurrió luego. También me ocurre porque después he tenido oportunidad de viajar; pero me sigue gustando mi Cuba de los 15 años, del año 1994, y me da como cierto reparo ir ahora, con las tonalidades grises de los 30 y muchos, y casi que me quedo con mi recuerdito, a pesar de que era enormemente difícil, en muchos aspectos, aquella situación.
Con Miguelito Cuní y Pablo Milanés. Foto: Cortesía de Fidel Díaz Castro
Los 90 fueron el “hasta aquí” de mucha gente, pero como para mí no fueron un “hasta aquí”, sino un “vamos a ver a cómo tocamos”, hice El necio.
Sí, pero había un espíritu de resistencia. En la Cuba actual ha aflorado más esa cosa festiva que el espíritu de resistencia nos obligó a postergar tantas veces, como pudimos, porque cada vez que podíamos se nos salía también, porque es algo inherente a la personalidad del cubano y sí, ahora hay una Cuba un poco más festiva. No es que carezcamos de problemas ni que no nos demos cuenta, creo que incluso nos damos más cuenta que nunca en este momento de los problemas que tenemos, razón por la cual estamos algunos muy preocupados y, hasta donde podemos, ocupados por tratar de atajar en lo posible la parte negativa que tiene todo este presente nuestro. Pero aquellos años fueron muy definitorios. Los 90 fueron el “hasta aquí” de mucha gente, pero como para mí no fueron un “hasta aquí”, sino un “vamos a ver a cómo tocamos”, hice El necio. Ahora no hice El necio porque ya la había hecho, y no tiene sentido que 20 años o 25 después vuelva a cantar lo mismo. Eso sería muy aburrido, además. Ahora hice una canción que se llama América, que no la he estrenado, por cierto, y lo voy a dejar así en la incógnita. Eso es lo que me ha inspirado este momento y va a salir en unos meses o en un año, cuando termine un disco que estoy grabando. Creo que tenemos mucho por delante y que la vida es maravillosa, porque a cada generación le da la posibilidad de probarse a sí misma y de crecerse o de sucumbir, depende de lo que elija cada una.
Hay dos cosas que te quiero preguntar antes de que pasemos a la rueda de reconocimiento y el cuestionario. Una es sobre el amor, que es una constante en toda tu producción artística y que daba título, de alguna manera, a tu disco del año pasado, Amoríos. Claro que es una pregunta enormemente abierta, pero te la quiero hacer. ¿Qué representa el amor para ti a la hora de componer, a la hora de cantar y de escribir?
El amor no es un privilegio de la inteligencia, de eso no tengo la más mínima duda, porque los seres que no son tan inteligentes como nos creemos nosotros, también aman,
Varias cosas. Casi todas las canciones que componen este disco tratan del amor de pareja, cosa de la que no está exento el resto de mi trabajo, pero que en este es muy particular. Está muy dirigido a esa temática, excepto dos canciones: una que trata de otro tipo de amor, dedicada a los niños que sortean los peligros de meter los pies en los raudales de agua, que corren en la ciudad cuando hay grandes aguaceros, y se llama “Día de agua”; y otra que se llama “En cuál de esos planetas”, una fantasía que se me ocurrió viendo un rayito de luz. El amor no es un privilegio de la inteligencia, de eso no tengo la más mínima duda, porque los seres que no son tan inteligentes como nos creemos nosotros, también aman, y los bichos aman a sus críos, los cuidan, los protegen. Eso es amor, pero el amor en mí quizá se vincula un poco con destino, con afán, con esfuerzo y con dedicación.
La otra pregunta es más irónica. ¿Llegaste a imaginar alguna vez que un presidente negro de los estados Unidos visitara La Habana y que tocaran allí los Rolling Stones, prácticamente en el mismo momento?
No, pero Fidel sí se lo imaginó, increíble, y lo predijo casi en los 70. Fidel es increíble y ahí lo tenemos todavía.
Entramos ya en el cuestionario. Te voy a preguntar, en primer lugar, por una película que te haya marcado.
La Fuente de la Virgen me impresionó mucho. La cosa del abuso me puede, me trajina, y la cosa del milagro, también.
Un libro
El nombre de la rosa
¿De Umberto Eco?
Sí, me parece un libro extraordinario, maravilloso.
Una canción que, de alguna manera, haya sido una referencia para ti.
La tarde, de Sindo Garay, donde hace un disloque del lenguaje cuando dice: “la luz que en tus ojos arde, si los abres amanece, cuando los cierras parece, que está cayendo la tarde”.
Ahora vamos ya con la rueda de reconocimiento. Yo digo nombres y tú dices la primera palabra o el primer pensamiento o frase que te venga a la cabeza.
Camilo Cienfuegos.
Una estrella.
El Che.
Otra.
Gabriel García Márquez, que leí por ahí que tuvisteis un encuentro curioso con él, en una avión.
Él es la literatura.
Carlos Puebla.
El cantor de la Revolución.
Pablo Milanés.
El trovador más grande de todos los tiempos.
Y por último, Víctor Jara.
Es como el Gran Hermano.
Ahora sí que llegamos al final. Te entrego la taza de La Tuerca, que hay que cogerla con la mano izquierda, y te voy a pedir que mires a esta cámara y brindes por lo que tú quieras.
Brindo por la felicidad de España.
Muchísimas gracias, un placer enorme.
Igualmente.
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