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La idea de esta entrevista nació hace varios años en Kiev, capital de Ucrania. Un amigo periodista, Andrey Manchuk, había conocido a Camilo Guevara en un viaje a Cuba gracias a la ayuda del Instituto Cubano de Amistad de los Pueblos. Allí Camilo contó algunas anécdotas de sus estudios en la URSS, demostrando un notable manejo del léxico vulgar ruso, entre otras virtudes. Pensé en lo interesante que sería hacerle un par de preguntas sobre la perestroika y las causas de la caída de la Unión Soviética.
Jamás imaginamos, en esos días, que en nuestra Ucrania se instalaría la nefasta ultraderecha nacionalista; que conocidos y amigos morirían en el proceso; que los libros de Andrey serían prohibidos y él, como muchos ciudadanos honestos, sería amenazado y perseguido.
Entre tanta locura, varios ideólogos nacionalistas afirmaron que el Che Guevara es uno de sus héroes ya que, según ellos, admiraba a la guerrilla nacionalista ucraniana y hasta aprendió de ella. Sentí eso como un agravio personal. Tuve ganas de hablar urgente con alguien de la familia del Che para que respondiese a esa infamia.
Tiempo después, invitado a Cuba por unos amigos luchadores por la paz colombianos, me acordé de esto y escribí a Camilo. Luego, tras unos cafecitos en su trabajo, en el Centro de Estudios Che Guevara, pensé que sería bueno convertir esta conversación en una la entrevista y abordar no sólo la situación ucraniana, sino la de la izquierda latinoamericana y mundial.
Así se gestó esta conversación realizada por correo electrónico, la que seguramente será un testimonio más de este confuso momento histórico, tan distante todavía de nuestros sueños. Siento estas palabras no sólo como opiniones, sino también como posible material de construcción de puentes entre los tiempos y los mundos, hoy fragmentados por el neoliberalismo.
Ernesto Guevara, padre del entrevistado –y tal vez también de una generación entera de quienes supieron despertar, soñar despiertos y poner sus vidas y sus muertes por un mundo mejor, sin pedir nada a cambio– es una de esas pocas personas que, sin alcanzar muchos éxitos tangibles en su momento, han logrado alumbrar a la humanidad con una luz que nos queda para siempre.
José Martí dijo, en un artículo escrito en el exilio, que “patria es humanidad”. La mirada de Camilo Guevara nos parece un importante aporte en la construcción o el rescate de esta patria, porque simplemente le tocó, además de ser hijo del Che, ser un hijo común de un pueblo tan especial como el cubano. Es común, porque muchos en esta isla siguen caminando en esta dirección y tal vez es lo único que realmente importa.
Camilo, viviste y estudiaste en la URSS, ¿cuáles fueron los momentos y experiencias que más te marcaron durante esa estadía?
–El primer encuentro con Moscú fue muy especial, nunca se me ha borrado, y mira que tengo mala memoria. También fue el primer viaje fuera de mi país, estaba un poco eufórico, aunque creo que no se notaba.
Lo que conocía hasta entonces de la Unión Soviética era por medio del testimonio de otros y la información obtenida en los medios, sumado a algo de la literatura soviética y pre soviética, principalmente rusa, y muchos filmes y documentales. Incluso, llegué a tener profesoras de ruso cuando estudiaba en los Camilitos. Todo esto era como un reflejo, algo etéreo. Nunca había estado en Rusia, y realmente tenía una imagen muy edulcorada e irreal de ese gran país.
Llegué a Moscú en septiembre del 81, con apenas diecinueve años. Tú sabes lo que eso implica. Estaba lleno de aspiraciones, algunas mundanas, otras más elevadas. Esa noche fue fresca, casi fría, y al respirar el aire de Moscú tuve una rarísima sensación. Tenía una idea cercana de cómo debían ser las cosas, esas que se pueden tocar y ver, pero me faltaba probar los olores, respirar el aire, sentir las estaciones. La llegada de nuestro grupo no fue para nada interesante. Más bien pasamos inadvertidos, sin bombos, ni platillos. Sin embargo para mí fue, como ya dije antes, muy especial.
Después tuve momentos muy gratos, que recuerdo con calidez. Vivencias que marcan mucho. Un sinfín de cosas que si no las hubiera vivido seguro sería hoy otra persona.
Siento un gran afecto por aquel pueblo que fue tan hospitalario, solidario y cariñoso con los cubanos. Su historia, su literatura, su arte me son caros. Siento como míos sus fracasos y victorias. Los llegué a querer como a los propios.
La restauración del capitalismo en los países de la ex Unión Soviética ha sido una sorpresa para toda mi generación. No sabíamos que, ya a principios de los 60, el Che advertía sobre este riesgo. ¿Ha sido una sorpresa para ti lo que pasó?
–Sí, porque los pronósticos, por muy bien fundados que estén, dependen del resultado de un millón de factores. Estamos hablando de una gran nación que desarrolló una revolución autóctona y épica contra viento y marea. Que venció las hordas nazi-fascistas a costa del sacrificio de su pueblo, haciéndole un favor impagable a la humanidad. Los soviéticos realizaron hazañas de diversa índole y en infinidad de campos. Soy de los que creen que ni los críticos o enemigos más objetivos o viscerales de la URSS se esperaban algo así. Siempre tuve la convicción de que no había fuerza capaz de destruir tan enorme obra. Subestimé la burocracia política, la acumulación de errores y la influencia capitalista en la mentalidad de algunos dirigentes.
Se precipitó una avalancha que estuvo acumulando energía por mucho tiempo. El descrédito creciente del proyecto socialista soviético y de un aletargado Partido Comunista, alimentó el escepticismo reinante y trajo, como consecuencia, una desidia suicida. Pienso, aunque no sirva de mucho, que en este caso en particular hubieran podido solucionarse ciertas cosas yendo por un camino diferente. Todo esto queda en la especulación. Aun así soy de la opinión de que, efectivamente, se podía y se debía transformar, pero sin caer en el caos.
El Che lo que advertía era que en la URSS ya se estaba conviviendo con el capitalismo. Ante todo, trataba de prevenir a los revolucionarios de esta situación, porque veía que ese estado de cosas podía hacer reversible el intento de crear una sociedad más justa y humana. Entendía el daño que esto podía traer para las fuerzas progresistas a nivel mundial. Al fin y al cabo, la Unión Soviética fue el gran referente ideológico para muchos por mucho tiempo.
¿Cuáles crees que fueron las principales debilidades o contradicciones del socialismo soviético que posibilitaron su derrumbe? Dentro de la izquierda postsoviética se suele reducir la cuestión a la discusión entre el trotskismo, el estalinismo y la crítica a éste último, pero, ¿existirá algo más de fondo?
–Yo creo que todavía hay que hacer un análisis lo más científico posible. Es decir, despojado de cualquier atisbo de sentimentalismo o afinidad ideológica para llegar a un resultado más o menos preciso. No abogo por que se aborde este tema sin perspectivas militantes o de clase, eso es imposible, sólo pido que se vea como una experiencia que se debe desnudar, radiografiar, auscultar hasta el último e insignificante pedacito para descubrir las raíces de lo que estuvo mal o bien, porque esa experiencia es, quizás, en una versión mejorada, la única forma que existe de salvarnos como especie.
¿A quién le toca esa responsabilidad? Simple, a los que están convencidos de que el capitalismo es barbarie y que es un momento histórico que se debe superar. Muchos pensaron que el socialismo era la solución pero, ¿cuál socialismo? No es el mismo el que empezaron los bolcheviques con Lenin, que el de los soviéticos con Stalin. O el vietnamita, el chino o el cubano. El socialismo se ha adaptado a las características de cada lugar ora mostrando deslumbrantes avances, ora desalentadores retrocesos, por tanto puedes encontrarte una gama muy amplia de opciones, tanto que sería lícito preguntarse, si alguno o, tal vez, todos, nunca han llegado a ser tal, sino un pálido reflejo de lo que se pudiera obtener. Por lo tanto, encuentras una gama muy amplia de opciones que, probablemente, apenas constituyan un formidable esfuerzo que no llegó a florecer en su totalidad. Es decir, hay que depurar cada experiencia, sin temor. Deberíamos discernir qué estuvo bien y que no, teniendo como base al humanismo revolucionario y los valores que nos hacen nobles. Tenemos el deber de convertir las nuevas experiencias en algo cien por ciento positivo, que es como podrían funcionar y perdurar en el tiempo.
Si todo se redujera a una simple discusión entre trotskistas y estalinistas, hallar la solución sería relativamente fácil. Me temo que el asunto es mucho más complejo. Pasa por solucionar un cúmulo inmenso de interrogantes económicas, psicosociales, políticas, en fin, de todo tipo, que amenazan el normal funcionamiento de una nueva sociedad, que para colmo, en sus profusos intentos de formación nunca pudo dormir en un colchón de pétalos, sino más bien de espinas, asediadas de un aluvión de dificultades y urgencias de muy compleja salida. Así y todo, de las experiencias en cuestión, hay mucho de lo que se puede estar orgulloso.
No obstante los evidentes reveses, debo decirte que no hemos sido testigos del fin. Se desarticularon ciertas experiencias porque se alejaron de la esencia. Pero se darán nuevas revoluciones. Algunas repetirán errores, otras serán mejores. Así, poco a poco, llegaran las verdaderas. Creo, sinceramente, que las respuestas pueden encontrarse por diferentes caminos, porque cada caso será peculiar, aunque deberán cumplir algunos parámetros imprescindibles, como ser alternativa al capitalismo, tener espíritu de comunidad, ser profundamente humano, ser solidario, noble y justo, ser racionales, etcétera.
La ultraderecha nacionalista ucraniana, que tomó el poder en Kiev, en múltiples publicaciones y en su discurso oficial ha asegurado que el Che fue un admirador de la guerrilla anticomunista del Ejercito Insurgente Ucraniano (UPA), aprendió de ellos la táctica, en la batalla por Santa Clara fue asesorado por ellos y hasta invitó a su líder Stepán Bandera para participar en la lucha contra Batista. Creo que sería importante que lo comentaras.
–Eso es absolutamente improbable y burdo. Claro que no es ingenuo. Se trata de utilizar el poder de convocatoria del símbolo que representa el Che en beneficio para la reacción. Lamentablemente hay mucha gente crédula dispuesta a creer cualquier estupidez sin detenerse ni un segundo a pensar. Esto lo saben muy bien los reaccionarios y se aprovechan de ello.
Esto no es casual ni aislado. Me contaron una vez que en una manifestación neofascista, en Italia, aparecieron pancartas con la imagen del Che. Yo, creyendo que era cosa de la izquierda para enfrentar dicha manifestación, le pregunté a mi interlocutor “Se formó tremenda bronca, ¿no?” Él me sacó del error diciéndome que los fascistas habían llevado las pancartas como parte de su identidad, de su liturgia. Eso en parte es fruto del constante intento de separar la historia y el pensamiento del Che de su imagen, la que ha tenido una divulgación muy peculiar y universal.
Es frecuente este tipo de maniobra táctica. Confundir es una herramienta muy eficaz para acercar a su orilla a las masas, que son las que determinan el curso de los acontecimientos. Suelen ser inescrupulosos y burdos, el fin justifica los medios. Con el pasar del tiempo es posible, logren o no sus objetivos, que aclaren cínicamente que la mentira era necesaria por un bien mayor. Y probablemente ese bien mayor y común termine esclavo en las manos, como es costumbre, del pequeño grupo de privilegiados.
No critico el sentimiento genuino de alguien por su tierra. Es algo que, a ésta altura del desarrollo de la civilización, es natural. Los cubanos conocemos muy bien esto. También hemos visto “patriotas” que, con tal de enfrentar el supuesto mal que acecha a la patria, se entregan en cuerpo y alma al primero que les prometa villas y castillas. Y, de ser necesario, entregan a la patria también.
Siempre hemos sido muy celosos de nuestra soberanía e independencia. Son cosas sagradas por la que murieron muchos cubanos a través de los siglos. Esto nos hace ser lo que somos hoy. Un insigne del siglo XIX fue el querido general mambí Antonio Maceo, conocido como el Titán de Bronce. Lo traigo a colación porque imagino que su entereza y sapiencia pueden ser útiles para los ucranianos, a pesar de las grandes diferencias que nos separan. Maceo dijo, ante la posibilidad de que Estados Unidos nos “ayudara” en la lucha contra la Metrópoli española, que era contra quien combatían los cubanos en aquellos momentos: “todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos, mejor es subir o caer sin su ayuda, que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso”. A la OTAN no le importan la independencia ucraniana ni los ucranianos. Están expectantes porque necesitan esa plaza por sus riquezas y posición geográfica, y si se las dejan en las manos, verán qué difícil será sacarlos de allí. O saldrán cuando la dejen en tan mal estado que sea imposible reconstruirla en corto plazo, lo que traería muchos males al pueblo ucraniano. Ojalá aprendan de Irak, Libia y Siria.
Me impresiona y conmueve el cariño que todavía, y a pesar de la traición de los líderes de la perestroika, tienen los cubanos hacia nuestros pueblos, que para ustedes siguen siendo el pueblo soviético. ¿Como ves los últimos acontecimientos y la actual guerra en Ucrania? ¿Cómo ha sido posible?
–Siento a veces una gran impotencia viendo cómo se manipulan los sentimientos de una nación en beneficio de los imperios. Es evidente que la guerra en Ucrania es contra Rusia. Puede ser muy molesto para un patriota verlo o que otros lo vean así, pero es la verdad. Al menos es como yo lo percibo.
Toda esa zona que ahora puede estar dividida por fronteras fue la cuna de las tres naciones eslavas que, en su época, se unieron a las repúblicas soviéticas. Sus relaciones datan de mucho antes de constituir, según el caso, un imperio o un país. Sus sangres y culturas están mezcladas. Han sido mucho más tiempo aliados, hermanos, que oponentes o adversarios. Por esto y otros factores políticos e históricos, no puedo entender como permiten que intereses foráneos los contrapongan.
Hubo un instante post soviético donde existió un equilibrio frágil, pero equilibrio al fin, entre fuerzas que veían la solución a sus problemas en puntos cardinales opuestos. Haciendo una labor de zapa, el occidente, llamémosle así, aunque no es exacto el epíteto, fue confabulándose con sus acólitos regionales para cambiar el estado de cosas y dar un golpe de estado. Inmediatamente empezaron a intentar aplastar la posible reacción con terror, con propaganda nacionalista, racista, campañas al estilo fascista. Como resultado estalló la caldera, y con ello se dieron las diferentes propuestas de las poblaciones en estos territorios en pugna. Incluso se proclamó la independencia de algunos.
El llamado nacionalismo es un extremismo dañino que alimenta las más bajas pasiones. No es casual que fueran aliados de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, ni que sus discursos y propagandas sean tan retrógradas. No tienen nada que aportar a los valores positivos que han sido reconocidos universalmente.
Rosa Luxemburgo, pienso que injustamente, culpaba a Lenin por haber creado el nacionalismo ucraniano. Es evidente que llegaron a constituir gobierno por la independencia que le llegó a Ucrania, dada la expresa voluntad de los revolucionarios bolcheviques encabezados por Lenin. Ella, una voz autorizada por ser polaca, revolucionaria y una muy lúcida intelectual (vivió y fue asesinada en Alemania), decía, en otras palabras, que los ucranianos nunca habían tenido un estado propio y que era innecesario crearlo artificialmente. Mejor era aprovechar la circunstancia para sumar ese territorio, en el que convivía una nación de origen étnico e idiosincrasia eslava, a Rusia que, como se sabe, estaba en revolución. Lenin no aceptó la idea porque una revolución no puede pasar por alto la voluntad de un pueblo, de una nación. Si esto sucedía tenía que ser notoriamente democrático. Y fíjate que Ucrania era tan importante para los revolucionarios rusos que Lenin aseguraba que no podían crearse las condiciones propicias para fundar el socialismo sin la cuenca de Donetsk, y se conoce bien el papel estratégico que jugaba toda Ucrania en las guerras desatadas contra Rusia. Aun así decidieron darle la independencia.
Más allá de cualquier otro análisis, el hecho cierto es que hoy son un estado por aquella circunstancia, y no se ve la menor señal de que los rusos puedan cambiarlo o de que estén interesados. De lo que menos precisan los rusos es de tierras. Sí seguridad, y eso se resuelve con pactos, con buena voluntad. Por lo tanto, no entiendo como un verdadero patriota puede apoyar este conflicto torpe que, además, puede generar incalculables consecuencias para toda la zona. ¿No sería más beneficioso tratar de llegar a acuerdos sensatos, con el fin de distender los ánimos? Estoy seguro que toda la comunidad internacional, la rusa y gran parte de la nación ucraniana lo verían con buenos ojos. Me refiero, sustancialmente, a los pueblos, ya que es conocido el interés de ciertos poderes y de sus representantes locales por acercar la guerra a las fronteras rusas.
Este tipo de problemas no se resuelven fácilmente. Se necesitan tino y paciencia. Hay que llamar a la cordura. Hay que estar dispuesto a abrazar con las manos limpias, sin dagas escondidas. Cuando se desatan las pasiones más insanas se cometen tantos errores y crímenes que importará poco quién tuvo o no la razón. El daño ya estará hecho, y las principales víctimas serán el pueblo ucraniano y el ruso. Nunca se debe olvidar algo que en Cuba se le dice mucho a los niños: “el que empuja no se da golpes”.
Tomado de Forum
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