LA HABANA. Aunque él mismo la pronosticó en su última comparecencia pública, la muerte de Fidel Castro no ha dejado de conmocionar a los cubanos y al resto del mundo.
Varias veces confesó que no había esperado vivir tanto y tenía razón, no por razones biológicas, sino porque difícilmente otra persona asumió más riesgos durante su vida y ninguno fue objeto de tantos intentos de asesinato.
Fidel fue un soldado invencible, un intelectual de alta talla y un político extraordinario, pero ninguna de estas cualidades son suficientes para caracterizar la dimensión de su figura. La grandeza de Fidel radicó en haber sido un cubano universal y un adelantado de su tiempo.
Tres ejes caracterizan su trayectoria política: un patriotismo que colocó a Cuba en el epicentro de la política mundial; una vocación antimperialista que le llegó de José Martí y la solidaridad internacional, lo mismo para librar combates en cualquier parte, que para “invadir” con médicos y maestros cubanos al Tercer Mundo. Fidel fue un hombre de muchos pueblos y solo un ignorante o un fanático puede ignorar su peso en la historia contemporánea.
Alrededor de su persona, ya sea en Cuba o en cualquier otro país, se concentraban multitudes para escucharlo o simplemente verlo de cerca, conscientes de que eran testigos de un hecho trascendente. No existe un lugar del planeta donde no se conozca su nombre.
Ganó batallas que parecían quiméricas y, al margen de cualquier otra consideración, ha dejado al morir un país soberano e independiente, con un prestigio universal que constituye su mejor defensa. Un pueblo sano y culto como pocos y un sentido de la dignidad nacional, que ha posibilitado que incluso sus enemigos vivan el orgullo de ser cubanos.
Varias generaciones de cubanos nos educamos bajo su liderazgo y estoy seguro que muchos comparten el sentimiento de que fue un privilegio haber sido contemporáneo de Fidel Castro y estar a su lado en las buenas y en las malas, compartiendo peligros y sacrificios.
Recién comienza otra historia de Fidel Castro, al igual que ocurrió con el Che, con seguridad su imagen aparecerá en cualquier rincón del planeta donde se reclame justicia y los políticos mediocres, que desgraciadamente tanto abundan, no sabrán qué hacer “con ese fantasma que recorre el mundo”. Ya que se habla tanto de “legados”, éste será el de Fidel Castro de cara al futuro.
Habrá tiempo para profundizar en su pensamiento, donde hay mucho que encontrar, así como escudriñar en aciertos y errores para que sirvan de experiencia, pero ahora se impone el homenaje a un hombre excepcional que marcó la vida de mucha gente dentro y fuera de Cuba.
“Honrar, honra”, decía José Martí, y así han actuado todos los gobernantes y personalidades del mundo, sin importar diferencias ideológicas o posiciones políticas. La excepción es un señor que se llama Donald Trump, que en virtud de la “democracia norteamericana” será el próximo presidente de Estados Unidos.
No debieran sorprendernos sus insultos, en verdad los han sufrido personas de todo tipo, pero parece que Trump está diseñado para romper toda escala ética. Se ha equivocado muchas veces y acaba de hacerlo en su primera prueba diplomática, demostrando que no son infundados los temores que despierta su ignorancia y arrogancia, pero más grave aún es que ha sacado a flote sus miserias humanas: quien no sabe respetar a un adversario que muere con dignidad, no se respeta a sí mismo.
Ojalá que en su proceso de aprendizaje como gobernante llegue a comprender la importancia de respetar el sentimiento de los pueblos, especialmente el cubano, que parece ha confundido con un grupo de delirantes que, desde el odio y la impotencia, andan organizando fiestas macabras en Miami.
En cualquier caso, sentirá el desprecio internacional, volverá a verse aislado en el mundo y criticado en su propio país. La moraleja es que la respuesta al insulto será otra victoria de Fidel Castro.
Resulta lamentable que este precedente pueda poner en peligro lo que se ha avanzado en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, porque ello beneficia a ambos pueblos. Ojalá que las presiones de los que abogan por la convivencia eviten que continúe por este camino, pero, en cualquier caso, vivir sin Estados Unidos, incluso en su contra, no será nada nuevo para los cubanos.
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